Quentin-Tarantino-Cine-de-reescritura
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olvidados en su momento, como Pam Grier y Robert Forster, como protagonistas en una
película melancólica, dulce y calmada; de tocar el tema del esclavismo negro cuando
prácticamente nunca se había tocado en el cine americano; y de experimentar con la
poética del idioma en Bastardos sin gloria y hacer una película que guiña a films de
kung fu que vio muy poca gente para convertirse en una épica de cuatro horas. El de
Tarantino es un cine que no va al guiño fácil y obvio, sino que se nutre de una cinefilia
erudita y extraña, orgullosa de levantar las banderas de un cine que normalmente rehúye
de cualquier canon y que muestra una dedicación impresionante en el estudio de
géneros que no se estudian en academias. Y, además de todo, es un cine atento al detalle,
o más bien obsesionado con él. Detrás de los chistes ocultos de Kill Bill (algunos que
duran segundos y solo se advierten en miradas sucesivas), el tremendo plano secuencia
circular de A prueba de muerte y la insistencia de filmar escenas de persecuciones de
autos y de kung fu de manera artesanal, hay una disciplina que muy pocos cineastas
tienen y que muestra lo serio que es Tarantino respecto de su propio oficio.
Esa misma dedicación se ve en la forma en la que muestra a sus criaturas, que excede
todo cliché y toda autoconciencia de reciclaje. Esta es justamente otra de las cosas que
diferencia fuertemente a Godard de Tarantino: el realizador francés trabaja muchas
veces sobre estereotipos autoconscientes, y esta autoconciencia suele estar por sobre
cualquier otra cosa. Cuando vemos a Belmondo en Sin aliento, nunca dejamos de ver a
un modelo de personaje de policial negro, a un actor interpretando a alguien. En
Tarantino podemos encontrar la autoconciencia de una interpretación actoral, pero esta
se muestra al pasar y de forma lateral; en la mayor parte del metraje, QT filma a estos
personajes de manera tal que parezcan únicos, a pesar de que uno sabe, en el fondo, que
son repeticiones de otros estereotipos.
Quizás es por eso que algunos de los momentos más sublimes del cine de Tarantino
muchas veces no están en las escenas espectaculares, sino en esos instantes en los que la
cámara muestra sentimientos particulares, y en los que los estereotipos de pronto
parecen tener un comportamiento que los hace especialmente vulnerables e interesantes,
seres mucho menos obvios y transparentes de lo que parecen a simple vista. El humo
del cigarrillo que Thurman exhala con fuerza denotando así el nerviosismo (que intenta
disimular a toda costa) que siente ante Travolta en Tiempos violentos; el gesto de honor
de Willis en esta misma película cuando pone su sable abajo, dispuesto a que Marsellus
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