Edicion 21 de mayo de 2022
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| Artículo |
USTED DEBERÍA SER MI MADRE
Por: Myrna de Escobar
Con esas palabras se acercó
a mí, luego de hacerme una
petición. Necesitaba sus
documentos para dar por cerrado
el capítulo estudiantil de su vida. A
dos años de su deserción no era ni la
sombra de la muchachita hermosa.
Lucía demacrada y descuidada, con
bastante maquillaje encima y prendas
gastadas.
— Era mala estudiante. Perezosa
cual ninguna.
— Repugnante y altanera. Tantas
veces me alzó la voz porque le
pedía la tarea.
— Así éramos nosotros cuando
estábamos cipotas.
— ¡Al menos yo! Asintió la
seño Paty, una maestra de la tercera
edad.
Yo las dejé hablar en el pasillo y la
contemplé con cariño. Ella me abrazó
con la mirada. Después de todo
al verla llegar recordé el álbum de
mi artista favorito que me regaló
hace 3 años.
— ¿Y el mercado?... ¿trabajas?
— No. Ella me corrió de la
casa porque andaba de novia. Yo
solo quería un novio, pero ella no
me entendió. Me fue a entregar a él,
y me dijo que yo ya no servía.
— ¡No quiero verte! ¡Ya te jodieron!
¡No sos mi hija! —me grito
en frente de todos en el puestecito
del mercado
Al escucharla sólo pensaba en mi
adolescencia, en la abuela generosa
y cuidadosa de nosotros.
— ¿Cuántos años tenés?
— Hoy tengo 16, pero él tiene
32.
— ¿Te trata bien?
— Como un hombre a una mujer.
A veces me da pisto y provee la
casa, pero yo quiero volver a la escuela,
pero él no me deja salir. Hoy
le dije que iba ir donde el ginecólogo.
Por eso ando aquí. Ya me va a
llamar y si sabe que no he ido, capaz
que me va a pegar.
— ¿Lo hace?
— Intenta, por fortuna la suegra
le dice que se va ir preso, pero
se desquita con todo… en la cama.
— ¡El amor no es lo que imaginabas…verdad!
para convencer al hombre de estudiar
a distancia. Me sorprendió su
abrazo y se alejó.
Afuera las murmuraciones entre los
estudiantes no cesaron. Todos murmuraban
sobre la razón de su visita.
— ¡ya vieron a la que acaba de
entrar al salón!
— Esa cipota es una zorra.
— Se dieron cuenta que dejo a
la pobre vieja en el mercado.
— … y era la mayorcita de siete
hermanitos.
— ¡qué esperanza!
— Las bichas de hoy no se cuidan,
son bien bobas.
— ¡Pobrecita!
Tomé mi taza de café y me dirigí
a la zona de cuido. Su confesión
era una muestra de confianza, una
confidencia del alma y no iba a
defraudarla. Quise verla de nuevo,
convencerla de buscar ayuda
juntas, pero no hubo respuesta.
Antes de salir me recalcó las
últimas palabras que aún recuerdo
cuando pienso en
otros estudiantes
con historias similares
en el
aula.
cambia de acera.
Sus palabras resuenan en mis oídos
al ver a sus hermanitos en el mercado,
y a la madre con su tapado blanco
en la cabeza. Una asidua celebradora
de la palabra en algún templo
del sector. Sin lugar a duda.
El rol del maestro en el aula es como
el de una segunda madre para tantos
estudiantes que viven experiencias
difíciles en el hogar y que los empujan
a desesperar e involucrarse en
situaciones para las que aún no están
preparados. Es por ello que muchos
de mis estudiantes, al dirigirse
a mí, me llaman mamá o tía.
— Usted debería ser mi madre,
si usté fuera mi madre, otra cosa sería
de mí. Suspiró.
— Y tu mamá… ¿ya no vivís
con ella? Cuestioné, aunque ya sabía
la respuesta.
En la escuela conocíamos la historia
porque la madre había llegado
indignada a gritarnos su ingratitud.
Se desahogó con el personal y secó
sus lágrimas en su blanco delantal.
— Ya no vivo con ella. Ese ha
sido mi gran horror. — reconoció.
— No seño. Tenía razón la
seño de ciencia y usté, pero uno es
tonto, no quise oír consejo.
— Necesitas ayuda. Eres una
menor y él ya es un adulto que se
aprovechó de la circunstancia.
— Si viera, seño. Mi nana me
entregó a él, me tiró las cosas… no
he vuelto a verla.
Su teléfono sonó y no pudo concluir
su confesión. Quise retener sus papeles
como pretexto para volver a
verla, pero insistió en llevárselos
— P o r
fortuna no me
he embarazado.
Aprendí cómo
no quedar preñada
en la clase de
ciencia. Él no es
malo, pero ya no lo
quiero. Me da comida
y no ando rodando como
otras. — Dijo con tristeza_
además no tengo dónde ir. Mi tata
no me puede ni ver. Menos mal que
yo era… (mordiéndose los labios
para no llorar) la niña de sus ojos…
Cuando me lo encuentro en la calle,
Edición Extra | 21 de Mayo de 2022 | 03