Edicion 21 de mayo de 2022
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ADOLESCEnCIA EnTRE BIBLIOTECAS
Por: Marlon Chicas
El Tecleño Memorioso
Recordar es volver a vivir,
experimentando de nuevo
esos gratos momentos de
nuestra lejana adolescencia, yendo
de biblioteca en biblioteca, en búsqueda
de múltiples respuestas de índole
académico, lo que nos permitió
descubrir un maravilloso mundo de
conocimientos a nuestro alcance de
los que hoy solo quedan bellas remembranzas.
El origen de estos recintos en nuestro
país se remonta al 5 de julio de
1870, con la creación de la Biblioteca
Nacional Salvadoreña, por decreto
del Ministerio de Relaciones
Exteriores e Instrucción Pública.
Este recinto cultural se ubicó en la
Ciudad Capital, siendo una de sus
primeras colecciones la atribuida
al Cardenal Lambruschini, secretario
del Papa Gregorio XVI, la que
poseía 6.000 volúmenes y valiosos
ejemplares, el cual se remonta al siglo
XVI y XVII. Al frente de esta
institución destacó como primer
director entre otras personalidades
el escritor, educador e historiador
salvadoreño Francisco Antonio Gavidia.
En cuanto al importante rol de estas
entidades en Santa Tecla, como
complemento de la enseñanza en
escuelas e institutos públicos, puede
mencionarse él envió de estudiantes
a la labor de investigación de ciertos
temas desarrollados en clases,
así como el incidir en estos al hábito
de la lectura y la exploración
bibliográfica, en tal sentido destaca
la labor realizada por la Biblioteca
Municipal, que de acuerdo al amigo
Orlando Moran Castillo, funcionó a
finales de 1950 a 1960 en una pequeña
habitación de la comuna, la
cual fue trasladada años más tarde
a la casa en la que los ilustres Juan
J. Cañas y Juan Aberle, crearon el
Himno Nacional, ubicada sobre la
Avenida San Martín, en lo personal
recuerdo las enormes libreras de bellos
acabados y vidrios corredizos,
en cuyo interior se resguardaban
volúmenes de historia, geografía
entre otras disciplinas de la ciencia.
Entre las bibliotecas privadas que
también figuraron en esa época de
adolescencia, se encuentra la perteneciente
al Dr. Manuel Gallardo,
quien recopiló en sus múltiples viajes
por el mundo, una significativa
cantidad de libros y enciclopedias,
cómo olvidar aquella puerta de madera
con su mitológico aldabón,
siendo atendidos por una ama de
llaves de blancos cabellos, escoltada
por un gran danés, los bellos
pasillos vigilados por grandes personajes
de la historia, la impresionante
estantería en la que era solicitado
el libro requerido, sin antes
escuchar las instrucciones de la bibliotecaria
sobre el uso del mismo
y las normas de comportamiento,
lamentablemente el terremoto de
2001, provoco que mucho de este
legado cayera en el olvido, pereciendo
irremediablemente algunos
de estos valiosos ejemplares que ahí
se conservaban.
Otro oasis del saber que influyó en
el espíritu investigativo de los jóvenes
de ese tiempo fue la Casa de la
Cultura, para tal efecto se tramitaba
un carné, el que contenía la fotografía
del usuario, por el cual se cancelaba
veinticinco centavos de colon,
dando el derecho al uso irrestricto
de libros o poder llevarlos a casa,
con el compromiso de regresarlo
en buen estado, so pena de pagar el
daño causado al mismo; sin embargo
a la fecha, de aquellos anaqueles
alimentados por infinidad de libros
solo queda el recuerdo.
Una biblioteca en temas de salud
poco conocida fue la que se ubicó
en la Ex Asociación Demográfica
Salvadoreña, costado sur del extinto
beneficio Holanda, a la que acudían
solo estudiantes de medicina.
Sin lugar a duda, todas estas fuentes
del saber contribuyeron a la formación
de los buenos profesionales
de esa época, los cuales no tuvimos
acceso a la comodidad del internet
y su infaltable compañero San Google.
¿Usted qué opina?
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Edición Extra | 21 de Mayo de 2022 |