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Edicion 21 de mayo de 2022

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EL PORTAL DE LA ACADEMIA

SALVADOREÑA DE

LA LENGUA

HABLO

DESDE MI

DESESPERACIÓn:

BUSCO Un

HOMBRE BUEnO

Por: Eduardo Badía Serra,

Miembro de la Academia Salvadoreña

de la Lengua.

Hace muchos años, como resultado

de haber cometido

un delito menor, “muy menor”

por cierto, me vi obligado a

asistir a un juicio en uno de los juzgados

de un pueblo del país. Para poder

desarrollar el juicio, la jueza, una

joven mujer, me requería que debería

llegar acompañado de tres hombres

buenos. Menudo requisito, pensé en

el momento, pero mi abogado, muy

que no debería preocuparme por ello.

El día asignado, y a la hora precisa,

me presenté, así, al juzgado en referencia,

situado en una añosa y oscura

casa casi derruida, de aspecto amarillento

y parecer precario. Sin embargo,

a su interior, había un movimiento

intenso, gentes que entraban y salían,

bulla interminable, personas que se

levantaban y volvían a sus asientos

incontinentemente….. De no ser por

del gentío aquel, bien hubiera podido

imaginarme que me encontraba

en aquellos ambientes sombríos que

tanto y tan bien describía Dostoievski

en muchas de sus obras.

En las aceras del caserón semide-

más diversas e incómodas posiciones,

un par de docenas de hombres

de los más variados tintes. Eran, precisamente,

los hombres buenos, estos

de los cuales mi juicio, tan simple y

tan leve, requería tres. Mi abogado

se acercó a ellos, algo les dijo, y al

momento se irguieron los necesarios,

acomodándose un poco la vestimenta

y agitando el rostro como para despertar

de la modorra interminable en

la que vivían. Me acompañaron, el

juicio se desarrolló rápidamente, sin

contratiempo alguno, y antes de lo

esperado, salí de nuevo del caserón,

alejándome rápidamente del ambiente,

aunque no del recuerdo.

Tres hombres buenos. ¡Cuántos hombres

buenos me encontré esa mañana

sin pensarlo! Yo que siempre había

pensado que encontrar uno sólo era

una hazaña. Y tantos más que estaban

allí, a la espera de su oportunidad

una autoridad de la justicia. La jueza

hizo la pregunta, ¿son ustedes hombres

buenos? Los tres contestaron

sin el menos asomo de duda que sí

lo eran, y la buena mujer procedió a

registrar sus nombres y detalles personales,

luego de lo cual estamparon

ciones

de que habían dicho la verdad.

Eso fue hace muchos años, como ya

he dicho. No sé si la justicia mantiene

aun ese requisito dentro de sus

leyes. Pero a mi me provocó una impresión

que aun guardo en mi memoria

sin explicarme la razón de ello, y

aun perplejo por lo profundo de los

crípticos misterios de la vida. Así

que tres hombres buenos, recogidos

de una acera y mezclados de entre

tiguar

mi inocencia y provocar mi libertad

y devolverme mi condición de

persona honorable y justa.

Dicen que Diógenes, este hombre soberbio,

vanidoso y arrogante que vivía

en un barril criticando todo lo que

encontraba, que ha admirado a tantos

y tantos, y que es hasta el momento

irrepetible, a quien le bastaba vivir

con una manta y un pequeño plato,

y de quien Alejandro Magno dijo que

si no fuera lo que era, Diógenes hu-

cuando el alumno fallaba, a quien

debería castigarse era al maestro; que

se burlaba de Platón llamando desperdicios

a sus lecciones,….. cuando

le preguntaron si conocía en Grecia a

algún hombre bueno, contestó que no

sólo en Grecia sino en ninguna parte

había visto uno, a pesar de tanto

buscarlo con el candil encendido que

llevaba consigo.

¿Tenía razón Diógenes, el Cínico?

Hobbes hubiera estado de acuerdo

con él, aunque por diferentes razones.

Para el inglés, el hombre es malo

por naturaleza. Es famosa su frase el

hombre es el lobo del hombre. La

postura de Hobbes ha servido para

provocar que el hombre busque auto

regularse, creando estamentos que le

ayuden a ello, el Estado el mayor de

ellos, y con el Estado, las leyes. Ello

hace caer al hombre en una postura

inmoral, pues abandona su autonomía

para caer en lo heterónomo,

con lo cual aleja irremediablemente

la posibilidad de alcanzar el afán

kantiano del imperativo categórico.

Rousseau, en el siglo siguiente, se

contrapone a la posición de Hobbes,

por naturaleza, y que es la sociedad

lo que lo inclina al mal, depravándolo.

Por abandonar su estado natural

e integrarse a la sociedad, Rousseau

depravado. Para el gran francés, el

hombre debería volver a su estado de

naturaleza, casi proponiendo que de

nuevo regrese al estado salvaje.

La discusión sobre si es bueno o no el

hombre tiene carácter histórico. Platón

mismo hablaba del hombre como

un ente caído, caída que se origina

cuando el alma, que es pura y que ha

morado en el mundo de las ideas, se

degrada al unirse con el cuerpo, con

lo que las ideas se vuelven confusas,

sombras, aquello que es propio del

mundo sensible en que vivimos, tan

lejano del mundo inteligible, del topos

uranus. San Agustín ha corregido

de alguna forma al maestro de los que

saben, como se conoce al gran ateniense.

Para el santo del cristianismo,

el cuerpo no es malo sino más bien

es una de las maravillas del mundo,

creado por Dios y destinado a resucitar.

Nuestros nahuatl originarios, en

el mito de texcuco, hablan del hombre

como fruto de la penitencia de

merecieron y por ello se hicieron macehuales,

es decir, los merecidos por

la penitencia.

Pero bien, volvamos a la historia original,

y a la pregunta fundamental:

El hombre, y el salvadoreño concretamente,

¿es bueno? ¿es posible

encontrar ahora unos tres hombres

justicia su bondad, y ante lo cual esta

se incline y reconozca que es así? ¿es

patente esa posibilidad, o acaso necesitaríamos

el candil de Diógenes

para poder encontrarse con ellos?

¿Hobbes o Rousseau? ¿Llull o Maquiavelo?

¿Sartre, para quien el hombre

es una pasión inútil; o Camus,

que aunque se aferra a la absurdidad

del hombre, le deja la oportunidad

de rebelarse y buscarse a sí mismo?

¿Teillhard de Chardin y Kierkegaard,

hombres en sus etapas hasta alcanzar

el Ser verdadero en el Punto Omega

o en la Religión?

Bien, la verdad es que yo encontré al

hombre bueno, y no a uno sino a tres,

que esperaban a la vera del camino

para que alguien les llevara ante la

efectivamente eran. Y si lo hubiera

deseado, hubiera encontrado a más.

Sin embargo, por lo que pudiera

suceder, en estos tiempos de inmediatismo

y perentoriedad en que, no

vivimos sino al parecer vegetamos,

llevaré siempre conmigo el candil de

Diógenes en caso que lo necesite.

A veces, cuando veo el mundo, entiendo

porqué don Quijote eligió morir

de cordura.

Edición Especial | 21 de Mayo de 2022 | 07

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