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10 cm<br />
5 cm<br />
4 cm<br />
3,5 cm<br />
Enfoque: Patente de corso<br />
Lecturas de domingo<br />
SANTO DOMINGO, RD. DOMINGO <strong>22</strong> DE ENERO DE <strong>2023</strong><br />
La República<br />
7<br />
3 cm<br />
Me gustaba la carretera desierta, la cinta negra de asfalto con las marcas centrales iluminadas por los<br />
faros y la cabeza despejada para pensar.<br />
Un biberón<br />
ARTURO PÉREZ REVERTE<br />
MADRID, ESPAÑA<br />
TOMADO DE XL SEMANAL<br />
Siempre que podía,<br />
viajaba de noche. Me<br />
refiero a hace muchos<br />
años, cuarenta o<br />
más. Y a viajar en moto,<br />
o automóvil. Las carreteras<br />
no eran tan buenas como ahora,<br />
los viajes eran más lentos y<br />
cuando tenías uno o varios camiones<br />
delante y muchas curvas,<br />
podía ser horroroso. Por<br />
eso prefería salir de Madrid<br />
hacia la medianoche para llegar<br />
a mi destino al amanecer.<br />
Me gustaba la carretera desierta,<br />
la cinta negra de asfalto con<br />
las marcas centrales iluminadas<br />
por los faros, la cabeza despejada<br />
para pensar. Cuando dejé<br />
la moto y me pasé al automóvil,<br />
escuchaba música de la que<br />
contaba historias –canciones<br />
de Juanita Reina, Carlos Gardel,<br />
Los Chunguitos– en la soledad<br />
de la noche, manteniendo<br />
a raya el sueño con los cafés<br />
solos dobles que tomaba en las<br />
ventas de carretera, en mostradores<br />
con llaveros, navajas de<br />
Albacete, cassettes del Fary y<br />
de Bambino, habitados a esas<br />
horas sólo por algún camionero<br />
insomne o una pareja de la<br />
Guardia Civil.<br />
Anduve así muchos años, antes<br />
de que se doblaran las carreteras<br />
en tramos de opuesta<br />
dirección, se multiplicaran las<br />
autopistas, y los trayectos en<br />
automóvil, al poder hacerse con<br />
más comodidad y en menos<br />
tiempo, cambiasen la forma de<br />
viajar. Pueblos y ventas de carretera<br />
por donde antaño solía<br />
pasar quedaron fuera de las rutas<br />
principales, o desaparecieron,<br />
sustituidos a menudo por<br />
esos espacios sin vida y sin alma<br />
adosados a gasolineras que, al<br />
menos en mi caso, invitan poco<br />
a detenerse. De aquella lejana<br />
época viajera conservo nostalgias<br />
y recuerdos agradables.<br />
También anécdotas divertidas,<br />
como la del biberón de mi hija<br />
Carlota.<br />
Viajaba con la cría, que tenía<br />
seis meses, y con su madre, de<br />
Madrid a Cartagena. Le habíamos<br />
hecho, como acostumbrábamos,<br />
un nido con cojines y<br />
colchones en la trasera del au-<br />
en el puticlub<br />
Episodio de una lactancia dentro de un club “solo para hombres|, una de las tantas vivencias del autor.<br />
tomóvil, para que durmiera bien<br />
protegida. Y a eso de las dos o tres<br />
de la madrugada, en mitad de La<br />
Mancha, la enana se despertó llorando,<br />
pues reclamaba su biberón.<br />
Llevábamos uno preparado,<br />
en previsión de calentarlo en<br />
alguna venta, pero esa noche todas<br />
estaban cerradas. Ni un lugar<br />
abierto, ni una luz. Nada de nada.<br />
La cría reclamaba a pleno pulmón<br />
sus derechos, mas no había manera.<br />
Y entonces vi, a un lado de<br />
la carretera, unas luces rojas, verdes<br />
y azules y un cartel luminoso.<br />
Club Paraíso, ponía. Mi mujer, que<br />
me vio la intención, dijo: «Ni se te<br />
ocurra». Pero yo ya estaba aparcando<br />
en la puerta.<br />
Y ahora háganme el favor de<br />
imaginar la escena. Era un club de<br />
los de antes, con luz violeta y mujeres<br />
–españolas todas, eran otros<br />
tiempos– más bien maduras y con<br />
aire fatigado, vestidas de largo en<br />
plan elegante. Una barra con un<br />
camarero que parecía un salteador<br />
de caminos de tiempos de Curro Jiménez,<br />
un cliente aburrido conversando<br />
con él y con una de las damas,<br />
y media docena de presuntas<br />
animadoras de una noche escasamente<br />
animada. Y ahí entramos,<br />
yo de explorador, y detrás la madre<br />
con la cría en brazos, envuelta en<br />
una manta. «Buenas noches –saludé–.<br />
¿Podrían calentarle el biberón<br />
a mi hija?».<br />
Se volcaron. Las mujeres rodearon<br />
solícitas a la criatura y a la<br />
madre, acomodándolas en un sofá<br />
tapizado de rojo, bajo un infame<br />
cuadro erótico –una Venus que habría<br />
causado un derrame cerebral<br />
a Velázquez–. Se movilizaron para<br />
atendernos, y hasta el cliente y<br />
el camarero patibulario pusieron<br />
de su parte. Mientras éste calentaba<br />
el biberón al baño María, ellas<br />
le hacían monerías a Carlota, se la<br />
pasaban unas a otras con cuidado<br />
y la mecían para que dejara de llorar.<br />
Una abrió el bolso y nos enseñó<br />
fotografías de su hija y su nieta.<br />
Y cuando nos devolvieron el biberón<br />
ya templado, mirando a la cría<br />
zampárselo con verdadera ansia,<br />
TAMBIÉN YO SONRÍO<br />
RECORDANDO AQUELLA<br />
EXTRAÑA NOCHE. Y EN<br />
CADA OCASIÓN PIENSO<br />
LO MISMO: ESTÉN<br />
DONDE ESTÉN, SI ES<br />
QUE TODAVÍA ESTÁN,<br />
GRACIAS, SEÑORAS.<br />
otra quiso tranquilizarnos. «No se<br />
preocupen –dijo–, que aquí está todo<br />
muy limpio».<br />
Cuando mi hija despachó el biberón<br />
nos despedimos para seguir<br />
viaje, y nos acompañaron a la<br />
puerta. Yo le había dado al camarero<br />
un billete de quinientas pesetas,<br />
agradeciéndole el servicio; pero<br />
la que nos había mostrado las<br />
fotos se lo quitó de las manos y me<br />
lo devolvió. «Faltaría más –zanjó,<br />
rotunda–. Todas tenemos hijos o<br />
familia». Y ya en la puerta, cuando<br />
nos dirigíamos al coche, añadió:<br />
«Que la críen ustedes con salud».<br />
Y así fue. Carlota tiene hoy 38<br />
años, se crió con salud, y cuando<br />
le cuento aquella historia, sonríe.<br />
Y cada vez que paso en coche<br />
cerca del lugar donde estuvo<br />
el puticlub –un solar ahora en<br />
ruinas, invadido por las zarzas y<br />
con la valla rota–.