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FIDES DEL 7 AL 13 DE ABRIL DE 2024

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36 domingo 7 de abril de <strong>2024</strong> L’OSSERVATORE ROMANO<br />

página 7<br />

Del 7 al <strong>13</strong> de Abril de <strong>2024</strong><br />

Homilía de la Vigilia Pascual en la Basílica Vaticana<br />

Que la fuerza del Señor resucitado libere los<br />

corazonesde las piedras del egoísmo y del odio<br />

La fuerza del Resucitado libera los corazones<br />

de los peñascos del egoísmo y del odio.<br />

Lo aseguró el Papa Francisco durante la Vigilia<br />

Pascual de la Nochebuena, celebrada<br />

la noche del sábado 30 de marzo en la basílica<br />

vaticana. Comenzando en el atrio del<br />

templo con la bendición del fuego y la preparación<br />

del cirio pascual, el rito continuó<br />

con la procesión hasta el altar, con el cirio<br />

pascual encendido y el canto del "Exultet", y<br />

las posteriores Liturgias de la Palabra y del<br />

Bautismo. Durante esta última, el Pontífice<br />

administró los sacramentos de la iniciación<br />

cristiana a ocho catecúmenos. Publicamos la<br />

homilía pronunciada por el Obispo de Roma<br />

tras la proclamación del Evangelio.<br />

Las mujeres van al sepulcro a la luz<br />

del amanecer, pero dentro de sí llevan<br />

aún la oscuridad de la noche.<br />

Aunque van de camino, siguen paralizadas,<br />

su corazón se ha quedado<br />

a los pies de la cruz. Su vista está<br />

nublada por las lágrimas del Viernes<br />

Santo, se encuentran inmovilizadas<br />

por el dolor, están encerradas en la<br />

sensación de que se ha terminado<br />

todo, y que el acontecimiento de Jesús<br />

ha sido ya sellado con una piedra.<br />

Y es precisamente la piedra la<br />

que está en el centro de sus pensamientos.<br />

Se preguntan: «¿Quién<br />

nos correrá la piedra de la entrada<br />

del sepulcro?» (Mc 16,3). Cuando<br />

llegan al lugar, sin embargo, la fuerza<br />

sorprendente de la Pascua las impacta:<br />

«al mirar —dice el texto—, vieron<br />

que la piedra había sido corrida;<br />

era una piedra muy grande» (Mc<br />

16,4).<br />

Detengámonos, queridos hermanos<br />

y hermanas, a considerar estos<br />

dos momentos, que nos llevan a la<br />

alegría inaudita de la Pascua: en primer<br />

lugar, las mujeres se preguntan<br />

angustiadas quién nos correrá la piedra,<br />

en segundo lugar, al mirar, ven que<br />

ya había sido corrida.<br />

Para empezar —primer momento—<br />

está la pregunta que abruma su<br />

corazón partido por el dolor: ¿quién<br />

nos correrá la piedra del sepulcro? Esa piedra<br />

representa el final de la historia<br />

de Jesús, sepultada en la oscuridad<br />

de la muerte. Él, la vida que vino al<br />

mundo, ha muerto; Él, que manifestó<br />

el amor misericordioso del Padre,<br />

no recibió misericordia; Él, que alivió<br />

a los pecadores del yugo de la<br />

condena, fue condenado a la cruz.<br />

El Príncipe de la paz, que liberó a<br />

una adúltera de la furia violenta de<br />

las piedras, yace en el sepulcro detrás<br />

de una gran piedra. Aquella roca,<br />

obstáculo infranqueable, era el<br />

símbolo de lo que las mujeres llevaban<br />

en el corazón, el final de su esperanza.<br />

Todo se había hecho pedazos<br />

contra esta losa, con el misterio<br />

oscuro de un trágico dolor que había<br />

impedido hacer realidad sus sueños.<br />

Hermanos y hermanas, esto nos<br />

puede suceder también a nosotros.<br />

A veces sentimos que una lápida ha<br />

sido colocada pesadamente en la entrada<br />

de nuestro corazón, sofocando<br />

la vida, apagando la confianza, encerrándonos<br />

en el sepulcro de los<br />

miedos y de las amarguras, bloqueando<br />

el camino hacia la alegría y<br />

la esperanza. Son “escollos de muerte”<br />

y los encontramos, a lo largo del<br />

camino, en todas las experiencias y<br />

situaciones que nos roban el entusiasmo<br />

y la fuerza para seguir adelante;<br />

en los sufrimientos que nos<br />

asaltan y en la muerte de nuestros<br />

seres queridos, que dejan en nosotros<br />

vacíos imposibles de colmar; los<br />

encontramos en los fracasos y en los<br />

miedos que nos impiden realizar el<br />

bien que deseamos; los encontramos<br />

en todas las cerrazones que frenan<br />

nuestros impulsos de generosidad y<br />

no nos permiten abrirnos al amor;<br />

los encontramos en los muros del<br />

egoísmo y de la indiferencia, que repelen<br />

el compromiso por construir<br />

ciudades y sociedades más justas y<br />

dignas para el hombre; los encontramos<br />

en todos los anhelos de paz<br />

quebrantados por la crueldad del<br />

odio y la ferocidad de la guerra.<br />

Cuando experimentamos estas desilusiones,<br />

tenemos la sensación de<br />

que muchos sueños están destinados<br />

a hacerse añicos y también nosotros<br />

nos preguntamos angustiados:<br />

¿quién nos correrá la piedra del sep<br />

u l c ro ?<br />

Y, sin embargo, aquellas mismas<br />

mujeres que tenían la oscuridad en<br />

el corazón nos testifican algo extraordinario:<br />

al mirar, vieron que la piedra<br />

había sido corrida; era una piedra muy<br />

g ra n d e . Es la Pascua de Cristo, la<br />

fuerza de Dios, la victoria de la vida<br />

sobre la muerte, el triunfo de la luz<br />

sobre las tinieblas, el renacimiento<br />

de la esperanza entre los escombros<br />

del fracaso. Es el Señor, el Dios de<br />

lo imposible que, para siempre, hizo<br />

correr la piedra y comenzó a abrir<br />

nuestros corazones, para que la esperanza<br />

no tenga fin. Hacia Él, entonces,<br />

también nosotros debemos<br />

m i r a r.<br />

Y ahora —el segundo momento—<br />

miremos a Jesús. Él, después de haber<br />

asumido nuestra humanidad, bajó a<br />

los abismos de la muerte y los atravesó<br />

con la potencia de su vida divina,<br />

abriendo una brecha infinita de<br />

luz para cada uno de nosotros. Resucitado<br />

por el Padre en su carne,<br />

que también es la nuestra con la<br />

fuerza del Espíritu Santo, abrió una<br />

página nueva para la humanidad.<br />

Desde aquel momento, si nos dejamos<br />

llevar de la mano por Jesús,<br />

ninguna experiencia de fracaso o de<br />

dolor, por más que nos hiera, puede<br />

tener la última palabra sobre el sentido<br />

y el destino de nuestra vida.<br />

Desde aquel momento, si nos dejamos<br />

aferrar por el Resucitado, ninguna<br />

derrota, ningún sufrimiento,<br />

ninguna muerte podrá detener<br />

nuestro camino hacia la plenitud de<br />

la vida. Desde aquel momento, “nosotros<br />

los cristianos decimos que la<br />

historia tiene un sentido, un sentido<br />

que abraza todo, un sentido que no<br />

está contaminado por el absurdo y<br />

la oscuridad, un sentido que nosotros<br />

llamamos Dios. Hacia Él confluyen<br />

todas las aguas de nuestra<br />

transformación; estas no se hunden<br />

en los abismos de la nada y del absurdo<br />

porque su sepulcro está vacío<br />

y Él, que estaba muerto, se ha mostrado<br />

como viviente” (K. Rahner,<br />

Che cos’è la risurrezione? Meditazione sul<br />

Venerdì santo e sulla Pasqua, Brescia<br />

2005, 33—35).<br />

Hermanos y hermanas, Jesús es<br />

nuestra Pascua, Él es Aquel que nos<br />

hace pasar de la oscuridad a la luz,<br />

que se ha unido a nosotros para<br />

siempre y nos salva de los abismos<br />

del pecado y de la muerte, atrayéndonos<br />

hacia el ímpetu luminoso del<br />

perdón y de la vida eterna. Hermanos<br />

y hermanas, mirémoslo a Él,<br />

acojamos a Jesús, Dios de la vida,<br />

en nuestras vidas, renovémosle hoy<br />

nuestro “sí” y ningún escollo podrá<br />

sofocar nuestro corazón, ninguna<br />

tumba podrá encerrar la alegría de<br />

vivir, ningún fracaso podrá llevarnos<br />

a la desesperación. Hermanos y hermanas,<br />

mirémoslo a Él y pidámosle<br />

que la potencia de su resurrección<br />

corra las rocas que oprimen nuestra<br />

alma. Mirémoslo a Él, el Resucitado,<br />

y caminemos con la certeza de<br />

que en el trasfondo oscuro de nuestras<br />

expectativas y de nuestra muerte<br />

está ya presente la vida eterna que<br />

Él vino a traer.<br />

Hermana, hermano, deja que tu<br />

corazón estalle de júbilo en esta noche,<br />

en esta noche santa. Cantemos<br />

la resurrección de Jesús juntos:<br />

«Cantadlo, cantadlo todos, ríos y<br />

llanuras, desiertos y montañas […]<br />

cantad al Señor de la vida que surge<br />

desde la tumba, más brillante que<br />

mil soles. Pueblos destruidos por el<br />

mal y golpeados por la injusticia,<br />

pueblos sin tierra, pueblos mártires,<br />

alejad en esta noche los cantores de<br />

la desesperación. El varón de dolores<br />

ya no está en prisión, ha abierto<br />

una brecha en el muro, se da prisa<br />

por llegar hasta nosotros. Que nazca<br />

de la oscuridad el grito inesperado:<br />

está vivo, ha resucitado. Y vosotros,<br />

hermanos y hermanas, pequeños y<br />

grandes […] vosotros en el esfuerzo<br />

de vivir, vosotros que os sentís indignos<br />

de cantar […] que una llama<br />

nueva atraviese vuestro corazón, que<br />

un frescor nuevo invada vuestra voz.<br />

Es la Pascua del Señor —hermanos y<br />

hermanas— es la fiesta de los vivientes»<br />

(J—Y. Quellec, Dieu par la face<br />

n o rd , Ottignies 1998, 85—86).

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