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CABEZÓN 46

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La confusión

Era un diecisiete de diciembre y con los ojos

en lágrimas pude subir la mirada lentamente

hasta llegar al reloj. Este estaba al costado

del sofá en el que había pasado largo tiempo

y marcaba las 6:00 p.m. Había pasado exactamente

un año.

Todavía recuerdo ese día, cuando estaba cocinando

para mi hijo, por su cumpleaños número

16. De pronto sonó el teléfono y surgió una

sonrisa en mi rostro, porque pensaba que era

Noah llamando para decir que llegaría pronto,

pero para mi sorpresa era la policía. Me llamaron

para ir a la comisaría, me dijeron que ahí

me brindarían más información. Volví devastada

a mi casa.

Mientras estaba yendo a la comisaría, que era

algo lejos, me sentía nerviosa. La preocupación

me invadía, lo peor es que no sabía lo que

sucedía. En el camino pasamos por lugares

muy oscuros, se veían algunos borrachos en

la calle, otras personas que entraban a algún

bar, gente que salía apresurada del trabajo, los

buses llenos. La ruta que el taxista había decidido

tomar era algo peligrosa, yo siempre le

había tenido miedo a los callejones y pasamos

por varios, y eso me puso más nerviosa, mi corazón

se aceleró. Pero ya estábamos cerca, llegaríamos

en pocos minutos.

Al llegar a la comisaría me ofrecieron un té,

pero me atreví a pedir un café. Me lo trajeron

después de algunos minutos, y como era mi

costumbre, lo tomé sin azúcar. Me hicieron pasar

a una sala escalofriante, había un escritorio

al centro, con varios papeles desordenados

y una computadora al medio de ella, una silla

en la cual se sentaría el señor que me atendería,

y al frente estaba la silla en la que yo estaba

sentada, era roja y pegajosa. Pasaron unos

segundos y se abrió la puerta, me asusté, pero

era el comisario.

Con palabras muy dulces, pero que no dejaban

de ser fuertes, me dijo que ante todo debía

mantener la calma, entonces fue cuando me

dijo:

—Señora, lamento mucho darle esta noticia, su

hijo, señora… su hijo…

Al comisario no le salían las palabras, tenía que

ser algo grave, pensé.

—¿Pero qué ha pasado? —le pregunté angustiada.

—Señora, su hijo ha sido atacado, lamentablemente…

El comisario hizo una pausa de unos segundos

que me pareció eterna. Y entonces soltó la noticia

que nunca esperaba escuchar.

—Su hijo está muerto, señora. Ha sido asesinado,

fue atacado en la calle.

Quedé paralizada. No podía creer lo que había

escuchado. Fue como recibir un golpe que me

dejó sin aliento, que me tumbó.

—Vamos a detener a los culpables, señora, se

lo prometo —dijo el comisario tratando de calmarme.

—Necesitamos que vea y reconozca el cuerpo

de su hijo.

Me quedé con la boca abierta, no sabía cómo

reaccionar, era mucho para mí. Mi pequeño

hijo Noah, que estaba de cumpleaños, había

sido asesinado. Por favor, ¿cuándo despertaré

de esta pesadilla?

Caminé por un pasadizo largo y angosto. Nos

íbamos acercando más a la puerta que se encontraba

al final de este solitario pasadizo, hacía

mucho frío, por lo cual me puse una chompa

de lana roja, que tenía un pequeño hueco en

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