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La confusión
Era un diecisiete de diciembre y con los ojos
en lágrimas pude subir la mirada lentamente
hasta llegar al reloj. Este estaba al costado
del sofá en el que había pasado largo tiempo
y marcaba las 6:00 p.m. Había pasado exactamente
un año.
Todavía recuerdo ese día, cuando estaba cocinando
para mi hijo, por su cumpleaños número
16. De pronto sonó el teléfono y surgió una
sonrisa en mi rostro, porque pensaba que era
Noah llamando para decir que llegaría pronto,
pero para mi sorpresa era la policía. Me llamaron
para ir a la comisaría, me dijeron que ahí
me brindarían más información. Volví devastada
a mi casa.
Mientras estaba yendo a la comisaría, que era
algo lejos, me sentía nerviosa. La preocupación
me invadía, lo peor es que no sabía lo que
sucedía. En el camino pasamos por lugares
muy oscuros, se veían algunos borrachos en
la calle, otras personas que entraban a algún
bar, gente que salía apresurada del trabajo, los
buses llenos. La ruta que el taxista había decidido
tomar era algo peligrosa, yo siempre le
había tenido miedo a los callejones y pasamos
por varios, y eso me puso más nerviosa, mi corazón
se aceleró. Pero ya estábamos cerca, llegaríamos
en pocos minutos.
Al llegar a la comisaría me ofrecieron un té,
pero me atreví a pedir un café. Me lo trajeron
después de algunos minutos, y como era mi
costumbre, lo tomé sin azúcar. Me hicieron pasar
a una sala escalofriante, había un escritorio
al centro, con varios papeles desordenados
y una computadora al medio de ella, una silla
en la cual se sentaría el señor que me atendería,
y al frente estaba la silla en la que yo estaba
sentada, era roja y pegajosa. Pasaron unos
segundos y se abrió la puerta, me asusté, pero
era el comisario.
Con palabras muy dulces, pero que no dejaban
de ser fuertes, me dijo que ante todo debía
mantener la calma, entonces fue cuando me
dijo:
—Señora, lamento mucho darle esta noticia, su
hijo, señora… su hijo…
Al comisario no le salían las palabras, tenía que
ser algo grave, pensé.
—¿Pero qué ha pasado? —le pregunté angustiada.
—Señora, su hijo ha sido atacado, lamentablemente…
El comisario hizo una pausa de unos segundos
que me pareció eterna. Y entonces soltó la noticia
que nunca esperaba escuchar.
—Su hijo está muerto, señora. Ha sido asesinado,
fue atacado en la calle.
Quedé paralizada. No podía creer lo que había
escuchado. Fue como recibir un golpe que me
dejó sin aliento, que me tumbó.
—Vamos a detener a los culpables, señora, se
lo prometo —dijo el comisario tratando de calmarme.
—Necesitamos que vea y reconozca el cuerpo
de su hijo.
Me quedé con la boca abierta, no sabía cómo
reaccionar, era mucho para mí. Mi pequeño
hijo Noah, que estaba de cumpleaños, había
sido asesinado. Por favor, ¿cuándo despertaré
de esta pesadilla?
Caminé por un pasadizo largo y angosto. Nos
íbamos acercando más a la puerta que se encontraba
al final de este solitario pasadizo, hacía
mucho frío, por lo cual me puse una chompa
de lana roja, que tenía un pequeño hueco en
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