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familia por problemas personales. Toda la familia vivía
en Los Ángeles, pero cuando él se separó, se mudó a
Massachusetts, en Boston. Era un empresario y por
eso ganaba mucho dinero. Al mudarse, compró una
gran casa en el campo. Se quedó viviendo ahí por el
resto de su vida con su esposa. La casa era muy bonita,
pero lo más impresionante era que tenía una biblioteca
inmensa y llena de libros.
Un año después de mudarse, ya había hecho varios
amigos en el trabajo y en la ciudad. Entonces un día
decidió hacer una fiesta en su casa. Ese mismo día, su
familia iba a viajar a Bélgica.
En la noche, cuando ya había empezado la fiesta,
llamaron al teléfono de la casa. Paul escuchó la llamada
y contestó:
— ¿Aló?
— Buenas noches, ¿con el señor Paul Smith?
— Sí, ¿cuál es el porqué de la llamada?
— Somos de la aerolínea American Airlines, queríamos
informarle de que el avión en el que su familia iba
viajando cayó en el océano y lamentablemente todos
los pasajeros murieron.
— ¿Perdón? ¿Qué?
— Su familia ha muerto hace unos pocos minutos.
— ¡Oh, por dios! Bueno… gracias por la información.
— De nada. Hasta luego.
Paul quería llorar de la pena, pero él era el hombre
más valiente del mundo. Entonces le contó a su novia,
y ella, automáticamente sacó el libro Las Grandes
Esperanzas, abrió la página 71, se lo dio a Paul y
leyó la primera frase: “Dios sabe que no debemos
avergonzarnos nunca de nuestras lágrimas”. Paul,
entonces, lloró.
Lucas Ormeño, Cuarto de media.
Adrián Rosadio, Primero de media.
Antonio Henman, Cuarto de media.
Cada insólito rincón
Y así sucede cada mañana, todos los días son iguales
para ellos; están, parece, siguiendo una misma rutina
cíclica, más podría ser un círculo vicioso. Al entrar la
luz a tempranas horas de la mañana ellos ya están
despiertos, no se han levantado de la cama, pero ya
están listos para hacerlo. Minutos antes de sonar la
alarma, ellos la apagan, la alarma es solo una excusa,
algo así como un pretexto.
Es el momento de levantarse, lo hacen rápido, y
debido a la práctica ya no se marean. Se dirigen hacia
los baños, a veces sin necesidad de mirar el camino, a
causa de su memoria muscular. Se bañan tranquilos,
saben que tienen tiempo antes de tener que salir
del piso. Cierran las duchas, toman las toallas y
lentamente secan cada parte de su cuerpo, se acicalan,
se perfuman, peinan y arreglan; siempre hay que dar
buena impresión en el trabajo.
Salen de los baños, se visten, todos los días con un
mismo uniforme opaco, sin nada que decir, pero tampoco
nada que callar. Toman sus abrigos y mochilas de los
respectivos percheros, dan una mirada al piso antes de
salir por unas largas pero ya acostumbradas doce horas.
Por fin ha llegado su transporte, un gran
camión que recorrerá cada insólito rincón de la ciudad,
y una vez listos, arreglados y perfumados, limpian las
calles y recogen la basura de la ciudad.
Paulo Guerra García, Cuarto de media.
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