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CABEZÓN 46

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Promoción XXXII

Este texto, realmente, lo empecé a escribir en el

2015. Desde que los recibí en Segundo de media,

hasta ahora que terminan Quinto, he tenido el

privilegio de ver su desarrollo personal, observar

cómo han ido modelándose como personas y, sobre

todo, como ciudadanos de este país que ahora

los acoge con más incertidumbres que certezas.

Quizá sea ese el camino más difícil de emprender:

el de reconocerse como parte de una sociedad, de

un país, de un mundo, que tiene más preocupaciones

y dudas que posibilidades. Pero confío que están

fortalecidos, más allá de la calma y del cuidado

que siempre quisimos trasmitirles como colegio,

porque los veo grandes y buenos, solidarios y optimistas.

Esa es su marca humana.

Este repaso breve tratará de hacerles mérito,

con el cariño que siempre les tuve y con la preocupación

–me conocen— que algunas veces me desbordó

y no pude sacarme de la cara. Son extremadamente

demandantes y apasionados, su energía

a veces me sometió a su rigor y a ceder a engreimientos

que pensé nunca cumplir, a reventar de

risa cuando tenía que estar serio, a verlos como

mis hijos cuando, antes que nada, eran mis alumnos,

con la neurosis que eso implica. Son la única

promoción que he tenido por tres años, y créanme,

este insospechado privilegio me llenó de vacilaciones

y me hizo sentir sus mohínes y travesuras más

profundamente que con ningún otro grupo.

Pero saben que no ha sido fácil por otras razones,

porque estos tres años fueron tiempos, también,

para disgustarnos como si fuéramos parte de

una familia, que llega a tener poco cuidado al comunicarse,

o acercarse emocionalmente, debido al

pesado yugo de la cotidianidad. Pero sobre todo no

ha sido fácil, porque más allá de su alegría, de sus

increíbles ganas de hacer las cosas bien y tomar

sus propias decisiones con portentosa seguridad,

también hubo resistencia y desconfianza de parte

de ustedes. Las libertades que asumieron tempranamente

los volvieron pequeños dictadores, que

estaban dispuestos más a recibir que a conceder.

Esa pugna adolescente contra la autoridad que a

algunos les costó demasiadas llamadas de atención

y a otros los empoderó con equivocada vehemencia.

No podré quitarme de la memoria las noches

sin dormir velando sus piyamadas, campamentos y

viajes, los inacabables juegos de cachito y UNO, las

pichangas a toda patada en el patio, el tejido día y

noche (incluso durante clase), las conversaciones

triviales y profundas, los poemas y cuentos compartidos

y todos los chistes sin gracia que nos contamos

(sobre todo los míos). Verles actuar, bailar,

correr, saltar, jugar en sí, a veces sin restricciones

ni horarios. Pero sobre todo sentiré de menos sus

sonrisas endiabladas, las que evidenciaban que

estaban a punto de hacer algo en contra todo.

Y así quiero recordarte, Clara, que durante mucho

tiempo batallaste contra la timidez y la discreción,

para convertirte en una joven segura, de

sueños profundos y sonrisa trasparente. Siempre

ha sido un placer compartir contigo, no solo por la

tranquilidad que depositaban tus palabras, sino

por el entusiasmo con el que emprendiste tus proyectos,

siempre con optimismo contagioso y ganas

puras de hacer el bien. Espero que afirmes tus

pasos con el aplomo de la bondad que se desborda

de tu corazón.

Confirmar, querida Cayetana, que ya no estamos

en pelea y que tu luz ahora es más visible para

todos los que sabíamos que tenías un enorme talento,

sobre todo artístico. Aun así, deseo que no

te dejes vencer por el desgano y que las cosas que

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