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Promoción XXXII
Este texto, realmente, lo empecé a escribir en el
2015. Desde que los recibí en Segundo de media,
hasta ahora que terminan Quinto, he tenido el
privilegio de ver su desarrollo personal, observar
cómo han ido modelándose como personas y, sobre
todo, como ciudadanos de este país que ahora
los acoge con más incertidumbres que certezas.
Quizá sea ese el camino más difícil de emprender:
el de reconocerse como parte de una sociedad, de
un país, de un mundo, que tiene más preocupaciones
y dudas que posibilidades. Pero confío que están
fortalecidos, más allá de la calma y del cuidado
que siempre quisimos trasmitirles como colegio,
porque los veo grandes y buenos, solidarios y optimistas.
Esa es su marca humana.
Este repaso breve tratará de hacerles mérito,
con el cariño que siempre les tuve y con la preocupación
–me conocen— que algunas veces me desbordó
y no pude sacarme de la cara. Son extremadamente
demandantes y apasionados, su energía
a veces me sometió a su rigor y a ceder a engreimientos
que pensé nunca cumplir, a reventar de
risa cuando tenía que estar serio, a verlos como
mis hijos cuando, antes que nada, eran mis alumnos,
con la neurosis que eso implica. Son la única
promoción que he tenido por tres años, y créanme,
este insospechado privilegio me llenó de vacilaciones
y me hizo sentir sus mohínes y travesuras más
profundamente que con ningún otro grupo.
Pero saben que no ha sido fácil por otras razones,
porque estos tres años fueron tiempos, también,
para disgustarnos como si fuéramos parte de
una familia, que llega a tener poco cuidado al comunicarse,
o acercarse emocionalmente, debido al
pesado yugo de la cotidianidad. Pero sobre todo no
ha sido fácil, porque más allá de su alegría, de sus
increíbles ganas de hacer las cosas bien y tomar
sus propias decisiones con portentosa seguridad,
también hubo resistencia y desconfianza de parte
de ustedes. Las libertades que asumieron tempranamente
los volvieron pequeños dictadores, que
estaban dispuestos más a recibir que a conceder.
Esa pugna adolescente contra la autoridad que a
algunos les costó demasiadas llamadas de atención
y a otros los empoderó con equivocada vehemencia.
No podré quitarme de la memoria las noches
sin dormir velando sus piyamadas, campamentos y
viajes, los inacabables juegos de cachito y UNO, las
pichangas a toda patada en el patio, el tejido día y
noche (incluso durante clase), las conversaciones
triviales y profundas, los poemas y cuentos compartidos
y todos los chistes sin gracia que nos contamos
(sobre todo los míos). Verles actuar, bailar,
correr, saltar, jugar en sí, a veces sin restricciones
ni horarios. Pero sobre todo sentiré de menos sus
sonrisas endiabladas, las que evidenciaban que
estaban a punto de hacer algo en contra todo.
Y así quiero recordarte, Clara, que durante mucho
tiempo batallaste contra la timidez y la discreción,
para convertirte en una joven segura, de
sueños profundos y sonrisa trasparente. Siempre
ha sido un placer compartir contigo, no solo por la
tranquilidad que depositaban tus palabras, sino
por el entusiasmo con el que emprendiste tus proyectos,
siempre con optimismo contagioso y ganas
puras de hacer el bien. Espero que afirmes tus
pasos con el aplomo de la bondad que se desborda
de tu corazón.
Confirmar, querida Cayetana, que ya no estamos
en pelea y que tu luz ahora es más visible para
todos los que sabíamos que tenías un enorme talento,
sobre todo artístico. Aun así, deseo que no
te dejes vencer por el desgano y que las cosas que
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