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CABEZÓN 46

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Fernanda Roose, Tercero de media.

Segundo puesto, collage.

ver cómo el sujeto se iba alejando progresivamente

de donde la silla estaba puesta, en medio

del cuarto circular en el que estaba.

Pasaba el rato, sin tener idea de la hora o la fecha.

Mi identidad u origen seguían siendo un

gran misterio por resolver en mi mente. Por momentos

me venía a la cabeza una melodía, algo

conocido y familiar entre todo lo desconocido de

mis alrededores. Empecé a recitarla en voz alta

y me empezaron a llegar recuerdos, visiones del

pasado que hiladas me ayudaron a reconstruir

poco a poco mi historia e identidad. Con el pasar

del tiempo fui consiguiendo vagos recuerdos de

la casa de mi infancia, mis padres, mis hermanos,

mi vida. Recordé mi nombre. Paula. Recordé

también el día de mi secuestro, 28 de septiembre

de 2016, y todos los sucesos de ese día. En

este momento no tengo idea de cuánto tiempo

ha pasado desde ahí o cuanto tiempo he estado

pensando en esto. Empecé a pensar en el porqué

de mi estancia aquí. En mi aburrida reclusión,

también armé teorías a cerca del sujeto, las pastillas,

la silla, etc. De pronto me sentí atrapada,

me empecé a preguntar si mi familia me estaría

buscando o si se habrían rendido, me pregunté si

saldría de aquí algún día. Al pensar en todo esto

empecé a gritar con todas mis fuerzas pensando

que de nada serviría y que más bien estaba

desgastando mis fuerzas, pero el sujeto no tardó

en aparecer y me sentí aliviada. Le pedí que

me salvara o que me liberase, pero rápidamente

noté que al aproximarse a mí traía una bandeja

de un material que no pude reconocer y que únicamente

tenía una jeringa con un líquido de un

color que no pude identificar por la falta de luz.

Al ver la jeringa volví a gritar y con toda la fuerza

que me quedaba volqué la silla hacia mi lado derecho,

golpeándome fuertemente. El sujeto dejó

la bandeja en suelo tras mi acto y levantó la silla

que me aprisionaba mientras susurraba unas

palabras que no logré escuchar debido a la máscara

que cubría su boca y mi respiración agitada.

Volví a exigirle que me deje ir sin ningún tipo de

respuesta de él. En esos instantes recordé todo.

El motivo de mi secuestro y mi ubicación actual

principalmente. Recordé que yo misma causé

esto y que era solo un experimento inventado

por mí. Le grité al hombre que me dejé ir, contándole

con detalle mi reciente recuerdo, pero, de

nuevo, no hubo respuesta. Sentí cómo la aguja

de la jeringa ingresaba a mi torrente sanguíneo

liberando la sustancia del color desconocido y

sentí también cómo esta me iba adormeciendo

poco a poco culminando en un sueño profundo.

Me despertó un ruido. Lo único que pude ver

fue una luz…

María José Díaz, Quinto de media.

Primer puesto, cuento.

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