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Fernanda Roose, Tercero de media.
Segundo puesto, collage.
ver cómo el sujeto se iba alejando progresivamente
de donde la silla estaba puesta, en medio
del cuarto circular en el que estaba.
Pasaba el rato, sin tener idea de la hora o la fecha.
Mi identidad u origen seguían siendo un
gran misterio por resolver en mi mente. Por momentos
me venía a la cabeza una melodía, algo
conocido y familiar entre todo lo desconocido de
mis alrededores. Empecé a recitarla en voz alta
y me empezaron a llegar recuerdos, visiones del
pasado que hiladas me ayudaron a reconstruir
poco a poco mi historia e identidad. Con el pasar
del tiempo fui consiguiendo vagos recuerdos de
la casa de mi infancia, mis padres, mis hermanos,
mi vida. Recordé mi nombre. Paula. Recordé
también el día de mi secuestro, 28 de septiembre
de 2016, y todos los sucesos de ese día. En
este momento no tengo idea de cuánto tiempo
ha pasado desde ahí o cuanto tiempo he estado
pensando en esto. Empecé a pensar en el porqué
de mi estancia aquí. En mi aburrida reclusión,
también armé teorías a cerca del sujeto, las pastillas,
la silla, etc. De pronto me sentí atrapada,
me empecé a preguntar si mi familia me estaría
buscando o si se habrían rendido, me pregunté si
saldría de aquí algún día. Al pensar en todo esto
empecé a gritar con todas mis fuerzas pensando
que de nada serviría y que más bien estaba
desgastando mis fuerzas, pero el sujeto no tardó
en aparecer y me sentí aliviada. Le pedí que
me salvara o que me liberase, pero rápidamente
noté que al aproximarse a mí traía una bandeja
de un material que no pude reconocer y que únicamente
tenía una jeringa con un líquido de un
color que no pude identificar por la falta de luz.
Al ver la jeringa volví a gritar y con toda la fuerza
que me quedaba volqué la silla hacia mi lado derecho,
golpeándome fuertemente. El sujeto dejó
la bandeja en suelo tras mi acto y levantó la silla
que me aprisionaba mientras susurraba unas
palabras que no logré escuchar debido a la máscara
que cubría su boca y mi respiración agitada.
Volví a exigirle que me deje ir sin ningún tipo de
respuesta de él. En esos instantes recordé todo.
El motivo de mi secuestro y mi ubicación actual
principalmente. Recordé que yo misma causé
esto y que era solo un experimento inventado
por mí. Le grité al hombre que me dejé ir, contándole
con detalle mi reciente recuerdo, pero, de
nuevo, no hubo respuesta. Sentí cómo la aguja
de la jeringa ingresaba a mi torrente sanguíneo
liberando la sustancia del color desconocido y
sentí también cómo esta me iba adormeciendo
poco a poco culminando en un sueño profundo.
Me despertó un ruido. Lo único que pude ver
fue una luz…
María José Díaz, Quinto de media.
Primer puesto, cuento.
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