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CABEZÓN 46

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Camila Revelli, Cuarto de media.

Camilla Salazar, Primero de media.

Nunca estarás decepcionado

El señor Castillo convocó a diez familias para organizar

la gala más elegante de Lima: ¡habría hasta televisores

a color! Cada familia estaba encargada de hacer o

traer algo: el licor, el local, el vestuario, el personal,

la limpieza, los invitados, el presupuesto, y un sinfín

de detalles cada vez más microscópicos. La noticia

se propagó como un virus aéreo entre los invitados.

Sin embargo, ninguna de las familias encargadas

cumplió su cometido, pero la gala salió excelente,

todo estaba en su lugar. “Si no esperas nada de nadie,

nunca estarás decepcionado”, mencionó a las 12 en

punto el señor Castillo mientras hacía sonar su copa de

champagne con una cucharita.

Tarek Bailetti, Cuarto de media.

Mar

Aurora tenía todo, o al menos sus familiares pensaban

eso, buenas notas, buena apariencia, buenos modales.

O al menos era así cuando era pequeña, ahora a

nadie parece importarle su existencia, eso es lo que

ella piensa. Los días en el colegio se le hicieron cada

vez más pesados, la molestaban, era muy débil para

defenderse, una vez le pegaron, pero nadie se dio

cuenta. Esa semana le fue particularmente terrible y

nunca se lo dijo a nadie, porque no tenía a nadie.

Caminaba un lunes después del colegio hacia su

casa por unas calles muy concurridas, eran las 6 de la

tarde, se había quedado hasta tarde porque no quería

salir de la biblioteca; le gustaba estudiar matemáticas

y leer literatura francesa antigua. Con libros en la

mano y su mochila al hombro se encaminó como de

rutina hacia su hogar, cabizbaja, para no llamar mucho

la atención. Pasó por calles casi desiertas, cerca de

colegios más grandes que el suyo e incluso cruzó por

una manifestación en contra de la policía, pero no fue

hasta que pasó por ese bar que cosas malas pasaron.

El bar de Tito no era nuevo para ella, Tito había

sido amigo de su padre antes de que este muriera y

la dejaba entrar de vez en cuando para tomarse uno

que otro trago. Bebía bastante para tener diecisiete

años, de hecho, ya de por sí no debía beber a esa edad,

pero desde que su padre murió su vida se descarriló,

necesitaba ahogar el dolor de vivir incomprendida y

sin amor, sin nadie, sola. Entró y se sentó en la barra,

automáticamente apareció un vaso de whisky frente

a ella; miró a Tito, él le guiñó un ojo y le dijo “lo de

siempre, sobrina, yala”. Abrió un par de cuadernos y

empezó a escribir y beber lentamente. Al terminar su

vaso agrupó sus cosas para guardarlas e irse, sabía que

si se quedaba ya no iba a dejar de beber hasta el día

siguiente.

Había un grupo de hombres afuera, altos, robustos,

viejos, feos; estaban tomando unos tragos apoyados

en un auto antiguo. Cuando salió le echaron un ojo,

intentó pasar corriendo, pero la agarraron y uno de

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