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Camila Revelli, Cuarto de media.
Camilla Salazar, Primero de media.
Nunca estarás decepcionado
El señor Castillo convocó a diez familias para organizar
la gala más elegante de Lima: ¡habría hasta televisores
a color! Cada familia estaba encargada de hacer o
traer algo: el licor, el local, el vestuario, el personal,
la limpieza, los invitados, el presupuesto, y un sinfín
de detalles cada vez más microscópicos. La noticia
se propagó como un virus aéreo entre los invitados.
Sin embargo, ninguna de las familias encargadas
cumplió su cometido, pero la gala salió excelente,
todo estaba en su lugar. “Si no esperas nada de nadie,
nunca estarás decepcionado”, mencionó a las 12 en
punto el señor Castillo mientras hacía sonar su copa de
champagne con una cucharita.
Tarek Bailetti, Cuarto de media.
Mar
Aurora tenía todo, o al menos sus familiares pensaban
eso, buenas notas, buena apariencia, buenos modales.
O al menos era así cuando era pequeña, ahora a
nadie parece importarle su existencia, eso es lo que
ella piensa. Los días en el colegio se le hicieron cada
vez más pesados, la molestaban, era muy débil para
defenderse, una vez le pegaron, pero nadie se dio
cuenta. Esa semana le fue particularmente terrible y
nunca se lo dijo a nadie, porque no tenía a nadie.
Caminaba un lunes después del colegio hacia su
casa por unas calles muy concurridas, eran las 6 de la
tarde, se había quedado hasta tarde porque no quería
salir de la biblioteca; le gustaba estudiar matemáticas
y leer literatura francesa antigua. Con libros en la
mano y su mochila al hombro se encaminó como de
rutina hacia su hogar, cabizbaja, para no llamar mucho
la atención. Pasó por calles casi desiertas, cerca de
colegios más grandes que el suyo e incluso cruzó por
una manifestación en contra de la policía, pero no fue
hasta que pasó por ese bar que cosas malas pasaron.
El bar de Tito no era nuevo para ella, Tito había
sido amigo de su padre antes de que este muriera y
la dejaba entrar de vez en cuando para tomarse uno
que otro trago. Bebía bastante para tener diecisiete
años, de hecho, ya de por sí no debía beber a esa edad,
pero desde que su padre murió su vida se descarriló,
necesitaba ahogar el dolor de vivir incomprendida y
sin amor, sin nadie, sola. Entró y se sentó en la barra,
automáticamente apareció un vaso de whisky frente
a ella; miró a Tito, él le guiñó un ojo y le dijo “lo de
siempre, sobrina, yala”. Abrió un par de cuadernos y
empezó a escribir y beber lentamente. Al terminar su
vaso agrupó sus cosas para guardarlas e irse, sabía que
si se quedaba ya no iba a dejar de beber hasta el día
siguiente.
Había un grupo de hombres afuera, altos, robustos,
viejos, feos; estaban tomando unos tragos apoyados
en un auto antiguo. Cuando salió le echaron un ojo,
intentó pasar corriendo, pero la agarraron y uno de
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