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Opio en las nubes

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del partido de béisbol con la pelota <strong>en</strong>tre su bolsillo se subió al bus,<br />

soñó despierto con la rubia de la cual no sabía el nombre pero que<br />

t<strong>en</strong>ía cara de llamarse Porfiria. En todo caso algún nombre extraño,<br />

porque Gary c<strong>las</strong>ificaba a <strong>las</strong> mujeres por su modo de caminar y esta<br />

rubia caminaba dando pequeños salticos de v<strong>en</strong>ado asustado. Mi<strong>en</strong>tras<br />

iba <strong>en</strong> el bus, Gary soñó que invitaba a Porfiria a la playa. Soñó con la<br />

espuma del mar, con un traje de baño rojo, con una cerveza fía, con un<br />

ali<strong>en</strong>to rubio <strong>en</strong>tre sus manos, atrapado <strong>en</strong>tre sus di<strong>en</strong>tes. Entonces<br />

llegó al bar, se le acercó y le dijo:<br />

-Hey, Porfiria, t<strong>en</strong>go un home run de Pete Rose <strong>en</strong>tre mis<br />

manos y eso me hace feliz. Eso es la felicidad. Y por eso te voy a<br />

invitar el sábado que vi<strong>en</strong>e a la playa y tomaremos cerveza fría<br />

mi<strong>en</strong>tras el sol revi<strong>en</strong>te <strong>en</strong> nuestros cuerpos y <strong>en</strong> tu pelo que huele a<br />

fresa-.<br />

Pero Porfiria o como se llame no le hizo caso. Gary sintió que<br />

de nada había valido ir esa tarde al estadio a ver a Pete Rose. Por eso<br />

siguió a Porfiria hasta los apartam<strong>en</strong>tos Le Pavillon y esperó a que<br />

oprimiera el botón del asc<strong>en</strong>sor. Tal vez p<strong>en</strong>só <strong>en</strong> darle una última<br />

oportunidad. Tal vez p<strong>en</strong>só <strong>en</strong> decirle que quería desayunar café<br />

negro cerca de sus babas perfectas, cerca de sus nalgas rosadas, cerca<br />

de sus di<strong>en</strong>tes blancos, cerca de su olor a crema d<strong>en</strong>tal bifluor, pero<br />

Porfiria se metió al asc<strong>en</strong>sor. Gary hizo lo mismo y la mató a golpes<br />

con la bola con la cual Pete Rose había hecho el home run aquella<br />

tarde de domingo a <strong>las</strong> tres de la tarde mi<strong>en</strong>tras comía palomitas de<br />

maíz y estaba s<strong>en</strong>tado sobre una cachucha azul para no <strong>en</strong>suciar sus<br />

pantalones nuevos.<br />

Una mañana el guardia Monroe le dijo a Max que la corte<br />

había fijado la fecha de la muerte de Gary. Max jugaba con la pelota<br />

de basket. La estaba haci<strong>en</strong>do rebotar contra el muro. El cielo estaba<br />

azul y del otro lado llegaban los sonidos de los autos que pasaban a<br />

toda velocidad y también el murmullo del vi<strong>en</strong>to contra <strong>las</strong> montañas.<br />

Monroe le dijo a Max que a la mañana sigui<strong>en</strong>te ejecutarían a Gary <strong>en</strong><br />

la silla eléctrica. Max se dirigió a la celda de Gary y como todas <strong>las</strong><br />

mañanas Gary daba la impresión de ser un profesor de historia o algo<br />

por el estilo. En efecto, <strong>en</strong> <strong>las</strong> mañanas siempre t<strong>en</strong>ía el pelo recién<br />

mojado, estaba bi<strong>en</strong> rasurado y fumaba mi<strong>en</strong>tras observaba hacia el<br />

único árbol de la prisión. Se trataba de un urapán verde donde <strong>las</strong><br />

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