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Opio en las nubes

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heroína, del olor de los calzones rosados, que siempre olían a sábado<br />

por la noche, a v<strong>en</strong> y te levanto el ánimo muchacho.<br />

La Babosa quería t<strong>en</strong>er mucho dinero, conseguirse una rubia<br />

de tetas grandes y vivir lejos de la ciudad rodeado del brillo de <strong>las</strong><br />

botel<strong>las</strong> de whisky. Daisy, por su parte, soñaba tal vez con ser arquero<br />

de algún equipo de fútbol o de pronto poner una peluquería que<br />

tuviera <strong>en</strong> una pared un afiche de Richard Gere sonri<strong>en</strong>te. En todo<br />

caso La Babosa le decía que había mucho billete para soñar, para<br />

gastar, que cuando llegara el mom<strong>en</strong>to saldrían <strong>en</strong> los diarios cagados<br />

de la risa, cagados <strong>en</strong> oro y ojalá junto a la página de caballos. A Max<br />

le sonó la idea y p<strong>en</strong>só <strong>en</strong> regresar a aquel pueblo donde había<br />

conocido a aquella chica de s<strong>en</strong>os grandes, no sé tu nombre, para<br />

llevarla también lejos y chuparle <strong>las</strong> tetas antes del desayuno.<br />

Los viernes <strong>en</strong> la noche Max, Daisy y La Babosa se reunían <strong>en</strong><br />

el bar Triste México a gastar la noche, a hablar de aquel<strong>las</strong> mujeres de<br />

vestidos de flores que salían por la leche mi<strong>en</strong>tras el cielo estaba azul,<br />

esas mujeres de s<strong>en</strong>os con pecas, de labiales rojos, de ojos negros y<br />

verdes y azules que salían de <strong>las</strong> casas cuando La Babosa hacía sonar<br />

el pito de vaca de la Ford, de esos días ll<strong>en</strong>os de sol, de pecas, de<br />

tedios, de música triste.<br />

En todo caso La Babosa t<strong>en</strong>ía bi<strong>en</strong> planeado el recorrido. En la<br />

38 había una mujer que siempre estaba <strong>en</strong> la v<strong>en</strong>tana esperando el pito<br />

de vaca. Cuando la Ford aparecía <strong>en</strong> la esquina la mujer salía a la<br />

puerta y La Babosa le decía a Max que terminaran de hacer el<br />

recorrido y que lo recogieran <strong>en</strong> una hora.<br />

-Guevones sigan andando, yo me voy a hacer mi ejercicio<br />

matinal-, decía La Babosa mi<strong>en</strong>tras se miraba <strong>en</strong> el espejo retrovisor.<br />

Entonces La Babosa se bajaba de la Ford y se metía con<br />

aquella mujer de pecas, esa mujer que debía oler un poco a vaca, un<br />

poco a potrero, a hierba seca. Max se ponía al volante y Daisy repartía<br />

la leche. Esas mañanas olían al perfume barato de Daisy, a sus<br />

palabras escandalosas, a sus sueños de mariquita que repartía la leche<br />

pasteurizada. Daisy siempre hablaba de lo mismo, de los chismes de<br />

Vanidades obladioblada estoy mamado de repartir leche obladioblada<br />

dos bolsas de leche aquí tres bolsas de leche allá ahí vi<strong>en</strong>e la señora<br />

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