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Juan Díaz Covarrubias y El diablo en México como ... - Spanish

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248<br />

Alejandro Cortazar<br />

a las tres de la mañana y cada uno de los invitados se retira a descansar a<br />

su casa, excepto Miguel, que sólo fue a su vivi<strong>en</strong>da para cambiar “de traje,<br />

se desayunó <strong>en</strong> un café de la calle Tacaba, y se <strong>en</strong>caminó al hospital de San<br />

Pablo” (192). Luego, “merced al <strong>diablo</strong> que <strong>en</strong>tonces estaba <strong>en</strong> <strong>México</strong>”, el<br />

autor nos cu<strong>en</strong>ta los sigui<strong>en</strong>tes detalles:<br />

Concha soñó que era esposa de Enrique. Clotilde [la hermana de Enrique]<br />

soñó con Miguel, Guillermo con <strong>El</strong><strong>en</strong>a, don Nicanor lloró y suspiró todo<br />

el resto de la madrugada. Doña C<strong>en</strong>obia, se soñó <strong>en</strong> el salón del ministro,<br />

y Enrique al dormirse p<strong>en</strong>só mucho <strong>en</strong> <strong>El</strong><strong>en</strong>a y tuvo remordimi<strong>en</strong>tos.<br />

Ahora cuando uno ti<strong>en</strong>e remordimi<strong>en</strong>tos, es porque ha cometido una falta<br />

(192–193).<br />

Enrique valsó toda la noche con Concha, y según el autor el vals “no<br />

puede m<strong>en</strong>os de ser diabólica inv<strong>en</strong>ción” (191) porque con este baile se<br />

lleva <strong>en</strong> brazos a la mujer y se si<strong>en</strong>te su ali<strong>en</strong>to y el roce de sus mejilla haci<strong>en</strong>do<br />

“hervir la sangre m<strong>en</strong>os inflamable” (192). Si seguimos con la imag<strong>en</strong><br />

del <strong>diablo</strong> <strong>como</strong> metáfora del mal, ese mal que ya estaba <strong>en</strong> <strong>México</strong> se<br />

traduce aquí <strong>como</strong> el erotismo y la seducción de éste <strong>en</strong> la m<strong>en</strong>talidad de<br />

los protagonistas del baile por pret<strong>en</strong>ciosos, por falsos y no vivir la vida<br />

con la honestidad, por ejemplo, de la clase media que disfruta del “café,<br />

el champagne, los bailecitos de piso bajo” (154). Pero el <strong>diablo</strong> sigue con<br />

sus caprichos instando a una serie de correspond<strong>en</strong>cias <strong>en</strong>tre los persona-<br />

jes. Concha y Guillermo se ofrec<strong>en</strong> <strong>como</strong> “amigos” de Enrique y <strong>El</strong><strong>en</strong>a ing<strong>en</strong>iándose<br />

la forma de ser invitados a San Ángel para estar cerca de ellos.<br />

Ante este <strong>en</strong>redo de frivolidad destaca el contrastante hálito de resignación<br />

que refiere Nicanor a un amigo: “La señorita Concha se ha ido a San Ángel.<br />

¡Quién fuera la tierra que ella pisa o siquiera su zapato!, ¡quién la siguiera<br />

hasta el fin del mundo! ¡Ah!, pero qué dirían ella y el patrón si lo supieran.<br />

¡No lo permita Dios!” (196).<br />

Si a raíz de la exig<strong>en</strong>te y falsa moral que ost<strong>en</strong>taban Enrique y Guillermo,<br />

y a la que quedan sujetas <strong>El</strong><strong>en</strong>a y Concha por ambición y terquedad de sus<br />

madres, se había desarrollado un torbellino de deseos, intrigas, fantasías,<br />

esto mismo hacía evid<strong>en</strong>te el exclusionismo al que quedaba relegada la<br />

clase media, la clase a la que pert<strong>en</strong>ecían Miguel y Nicanor. Al final de este<br />

capítulo de correspond<strong>en</strong>cias el autor apela al juicio del lector para que<br />

conv<strong>en</strong>ga con él “<strong>en</strong> que sólo el <strong>diablo</strong> podía haber arreglado las cosas de tal<br />

manera” (196). <strong>El</strong><strong>en</strong>a, el ángel caído, había terminado si<strong>en</strong>do absorbida por<br />

la inmoralidad tomando iniciativa propia de palabra y acción al preferir<br />

el anonimato de su relación con Enrique exponi<strong>en</strong>do su temor de “que la<br />

publicidad quite a nuestro amor ese perfume que sólo para nosotros ti<strong>en</strong>e”<br />

(198). <strong>El</strong> <strong>diablo</strong> había ganado su voluntad, y, al tiempo que transcurría esta<br />

nueva forma de expresar el amor el mismo <strong>diablo</strong>, manifestándose a través<br />

de la naturaleza, nos <strong>en</strong>tonaba la melodía del ocaso de dicha relación: “las<br />

nubes volaban <strong>en</strong> caprichosos giros y las aves cantaban dulcem<strong>en</strong>te <strong>en</strong>tre el

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