Juan Díaz Covarrubias y El diablo en México como ... - Spanish
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The Colorado Review of Hispanic Studies | Vol. 4, Fall 2006 | pages 239–252<br />
<strong>Juan</strong> <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong> y <strong>El</strong> <strong>diablo</strong> <strong>en</strong> <strong>México</strong><br />
<strong>como</strong> alegoría del des<strong>en</strong>canto de la nación<br />
Alejandro Cortazar, Louisiana State University<br />
En un país tan moralizado, tan religioso <strong>como</strong> el nuestro, se ve esto,<br />
cuando es tan fácil el remedio.<br />
— Flor<strong>en</strong>cio M. del Castillo Dos horas <strong>en</strong> el hospital de San Andrés<br />
I. Introducción<br />
En 1855 dio inicio el período de política liberal combati<strong>en</strong>te conocido <strong>como</strong><br />
la Reforma, cuyo objetivo era modernizar al país a partir de una serie de<br />
reformas constitucionales ori<strong>en</strong>tadas hacia lo que los liberales concebían<br />
<strong>como</strong> justicia, progreso y libertad social. Dicha iniciativa sost<strong>en</strong>ía que para<br />
poder instaurar el ord<strong>en</strong> y <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> la s<strong>en</strong>da del progreso, había que empezar<br />
por hacer que los habitantes de la nación supieran id<strong>en</strong>tificase primeram<strong>en</strong>te<br />
<strong>como</strong> mexicanos por <strong>en</strong>cima de sus afiliaciones étnicas, religiosas,<br />
culturales. Era ésta una política de cambio que habría de <strong>en</strong>contrar un rotundo<br />
rechazo <strong>en</strong> las fuerzas conservadoras, cuya base política e ideológica<br />
radicaba <strong>en</strong> la autoridad del clero católico. Esta autoridad se basaba <strong>en</strong> su<br />
fortuna material, pero sobre todo <strong>en</strong> su capital simbólico <strong>como</strong> árbitro<br />
de la m<strong>en</strong>talidad y las costumbres de una sociedad de fuertes raigambres<br />
tradicionales. Vi<strong>en</strong>do am<strong>en</strong>azados sus intereses y privilegios, el clero y la<br />
oligarquía conservadora incitarían a la viol<strong>en</strong>cia que habría de desembocar<br />
<strong>en</strong> una cru<strong>en</strong>ta guerra civil (1858–1860). Gran parte de la población se vería<br />
presionada a desplazase y <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> una lucha fratricida por mant<strong>en</strong>er un<br />
sistema de vida tradicional o por empr<strong>en</strong>der uno que se apoyaba <strong>en</strong> la idea<br />
del progreso. Fue un periodo crítico y decisivo <strong>en</strong> que los jóv<strong>en</strong>es intelectua-<br />
les que se id<strong>en</strong>tificaban con la causa reformadora se lanzarían a promover y<br />
crear nuevas formas de expresar los remedios a los males y las pesadumbres<br />
de los mexicanos. 1<br />
A la par con la política liberal, el romanticismo literario iniciaría <strong>en</strong><br />
<strong>México</strong> su etapa combati<strong>en</strong>te <strong>como</strong> reflexión a la esc<strong>en</strong>a teatral por la que<br />
atravesaba el país ahora <strong>en</strong> una etapa más crítica. Las ideas y los primeros<br />
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Alejandro Cortazar<br />
moldes habían llegado de Europa con el ideario de los utopistas franceses,<br />
la Revolución Francesa, los catecismos y las novelas sociales, pero nuestros<br />
jóv<strong>en</strong>es literatos se <strong>en</strong>cargarían de que contexto y cont<strong>en</strong>ido fueran ahora<br />
particularm<strong>en</strong>te de carácter nacional. 2 <strong>El</strong> romanticismo social que había<br />
t<strong>en</strong>ido su etapa de pl<strong>en</strong>a formación <strong>en</strong> Francia <strong>en</strong>tre 1830 y 1843 llegaría a<br />
<strong>México</strong> a principio de la década de los cincu<strong>en</strong>ta haci<strong>en</strong>do s<strong>en</strong>tir su influ<strong>en</strong>-<br />
cia <strong>en</strong> la producción literaria (Pantaleón Tovar, Ironías de la vida, 1851)<br />
y filosófica (Nicolás Pizarro Suárez, Catecismo político del pueblo, 1851). 3<br />
Citando a Víctor Hugo, Roger Picard señala que este romanticismo social<br />
no era <strong>en</strong> el fondo “más que el liberalismo <strong>en</strong> la literatura […] La libertad<br />
<strong>en</strong> el arte, la libertad <strong>en</strong> la sociedad” (18). Así lo asumieron los escritores de<br />
este nuevo romanticismo combati<strong>en</strong>te por medio del cual también buscaban<br />
la reivindicación de las almas remitiéndose a los oríg<strong>en</strong>es del cristia-<br />
nismo, la libertad de p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to, la justicia, la igualdad social, la belleza<br />
espiritual y la moral del individuo. <strong>El</strong> jov<strong>en</strong> poeta y pasante de médico,<br />
<strong>Juan</strong> <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong> (1837–1859), se había nutrido de estas inquietudes<br />
haciéndole despertar las propias a muy temprana edad con lecturas de<br />
Bernardin de Saint-Pierre, François-R<strong>en</strong>é, vicomte de Chateaubriand,<br />
Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, Johann Wolfgang von Goethe, Lord<br />
Byron, Alphonse de Lamartine y Victor Hugo, pero también de escritores<br />
mexicanos <strong>como</strong> Ignacio Rodríguez Galván, destacando sobre todo las<br />
lecciones apr<strong>en</strong>didas del profesor <strong>Juan</strong> Bautista Morales, conocido por su<br />
publicación periodística <strong>como</strong> “<strong>El</strong> Gallo Pitagórico”. Cuando <strong>en</strong> Francia<br />
se reflexionaba sobre el estallido revolucionario de 1830 y sus consecu<strong>en</strong>cias,<br />
<strong>en</strong> g<strong>en</strong>eral “los novelistas románticos pintan la sociedad de su tiempo<br />
<strong>como</strong> materialista y descompuesta por el egoísmo; muchos v<strong>en</strong> que está a<br />
punto de descristianizarse” (Picard 171). Así <strong>en</strong> <strong>México</strong>, <strong>en</strong> esos tiempos de<br />
la Reforma, <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong> proyectaría un aura de pesimismo invitándonos<br />
a la reflexión al lam<strong>en</strong>tarse del egoísmo materialista y de la “descristianización”<br />
de la sociedad mexicana al referirse a dicho periodo, <strong>en</strong> el que<br />
él mismo se hacía partícipe, <strong>como</strong> “una época aciaga de desmoronami<strong>en</strong>to<br />
social” (<strong>El</strong> <strong>diablo</strong> <strong>en</strong> <strong>México</strong> 145).<br />
Ante el horror de los rugidos del cañón y de la incertidumbre sociopolítica<br />
del mom<strong>en</strong>to, 4 <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong> s<strong>en</strong>tiría la necesidad seguir avante<br />
con sus impulsos creativos decidido a publicar sus novelas, aún t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do la<br />
certeza y el temor de que lo fueran a señalar de loco por tal atrevimi<strong>en</strong>to, 5<br />
curiosam<strong>en</strong>te, inc<strong>en</strong>tivando con ello su pasión por escribir con el deseo de<br />
alcanzar la gloria <strong>en</strong> la posteridad y llegar a ser reconocido <strong>como</strong> un g<strong>en</strong>iomártir.<br />
T<strong>en</strong>ía puesta su fe <strong>en</strong> que esta lucha pronto habría de llegar a un bu<strong>en</strong><br />
des<strong>en</strong>lace para abrirle el camino a la civilización con que también habría de<br />
v<strong>en</strong>ir el r<strong>en</strong>acimi<strong>en</strong>to literario. Sintiéndose desahuciado por la vida, sólo la<br />
muerte temprana—acaecida el 11 de abril de 1859—se <strong>en</strong>cargaría de disipar<br />
sus temores, a su vez dejando truncos sus sueños de gloria literaria. En <strong>El</strong>
<strong>Juan</strong> <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong> 241<br />
<strong>diablo</strong> <strong>en</strong> <strong>México</strong> (1859), su última novela, <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong> nos legaría una<br />
muestra de su g<strong>en</strong>io y su romántica locura recurri<strong>en</strong>do a la sabia naturaleza<br />
y a la tradicional metáfora del mal (el <strong>diablo</strong>) para repres<strong>en</strong>tar un horizonte<br />
de pesimismo y hastío materialista. Se trataba de un <strong>en</strong>sayo de reflexión<br />
sobre su <strong>en</strong>torno—su vida y su preocupación por la patria—y de creatividad<br />
literaria por medio del cual exponía, a partir de las refer<strong>en</strong>cias al <strong>diablo</strong><br />
<strong>como</strong> imag<strong>en</strong> alegórica y de la superstición, la medida explicativa del mal,<br />
del desord<strong>en</strong>, del porqué de su des<strong>en</strong>canto de la nación.<br />
II. Diablo seductor del <strong>México</strong> Republicano<br />
En <strong>El</strong> <strong>diablo</strong> <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong> nos pres<strong>en</strong>ta su punto de vista sobre el ambi<strong>en</strong>te<br />
de la época referida y la m<strong>en</strong>talidad de las clases sociales, complem<strong>en</strong>tando<br />
su narración con una sutil descripción del paisaje—la ciudad<br />
de <strong>México</strong> y sus alrededores—las modas y las costumbres. En esta obra se<br />
ocupa <strong>en</strong> particular del protagonismo social del sector criollo y los nuevos<br />
ricos que sueñan ser o que se consideran de abol<strong>en</strong>go aristocrático fr<strong>en</strong>te<br />
a una débil clase media, asfixiada económica y socialm<strong>en</strong>te por aquélla.<br />
Clem<strong>en</strong>tina <strong>Díaz</strong> y de Ovando concluye que se trata de “una novela corta<br />
<strong>en</strong> la que se <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>tan los intereses sociales, de s<strong>en</strong>sibilidad, de educación<br />
y amorosos de cuatro jóv<strong>en</strong>es de distinta clase social, los que, viol<strong>en</strong>tando<br />
su voluntad por una conv<strong>en</strong>i<strong>en</strong>cia económica, terminan casándose”<br />
(“Introducción”, xxvii). Solución positivista, dirá el autor, mediante la cual<br />
los cuatro jóv<strong>en</strong>es quedan finalm<strong>en</strong>te unidos <strong>en</strong> un mismo nivel social, no<br />
obstante, habi<strong>en</strong>do degradado moral y espiritualm<strong>en</strong>te <strong>como</strong> personas.<br />
Enrique es descrito <strong>como</strong> un individuo “de veintitrés años, muy pálido,<br />
con cabello y finos bigotes castaños, ligeram<strong>en</strong>te rizados, con una fr<strong>en</strong>te<br />
convexa y ancha, <strong>como</strong> la suel<strong>en</strong> t<strong>en</strong>er los poetas y los hombres de g<strong>en</strong>io”, y<br />
de esbelto semblante y modales refinados pues además viste “con exquisita<br />
elegancia” (<strong>El</strong> <strong>diablo</strong> 151). Vive de la apari<strong>en</strong>cia aristocrática escudada <strong>en</strong><br />
la her<strong>en</strong>cia familiar de un capital mayor <strong>en</strong> influ<strong>en</strong>cias que <strong>en</strong> bi<strong>en</strong>es de<br />
fortuna. <strong>El</strong><strong>en</strong>a cu<strong>en</strong>ta con casi dieciocho años de edad, es “blanca <strong>como</strong><br />
una inglesa”, con el pelo recogido al estilo de las mujeres puritanas pero<br />
también muy “elegantem<strong>en</strong>te vestida, y con [...] aire de gracia y distinción”<br />
(149). Su condición “humilde <strong>como</strong> un ángel y dulce <strong>como</strong> una paloma”<br />
(169) contrasta con el carácter déspota y ambicioso de su madre, para qui<strong>en</strong><br />
“todo el que no era rico <strong>en</strong>ormem<strong>en</strong>te, pert<strong>en</strong>ecía sin remedio al pueblo<br />
o g<strong>en</strong>tecilla <strong>como</strong> ella le llamaba” (169). Por otro lado t<strong>en</strong>emos a Concha<br />
y Guillermo, hijos del inculto comerciante de abarrotes don Raimundo<br />
González y doña C<strong>en</strong>obia, madre vanidosa y cons<strong>en</strong>tidora que sólo se preocupa<br />
por ver realizado <strong>en</strong> sus hijos el sueño frustrado de su juv<strong>en</strong>tud, esto<br />
es, verlos casados con personas distinguidas de la sociedad, de la aristocracia.<br />
Los <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tros de sociabilidad ocurr<strong>en</strong> <strong>en</strong> el Teatro Iturbide, un baile
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Alejandro Cortazar<br />
<strong>en</strong> casa de don Raimundo con motivo del onomástico de su hija, y la villa<br />
de San Ángel; lugares que Concha aprovecha para hacer alarde de la riqueza<br />
de su padre <strong>como</strong> prueba de su deseado reconocimi<strong>en</strong>to aristocrático, por<br />
ejemplo, mostrando “<strong>en</strong> los diez dedos de las manos ocho anillos <strong>en</strong>cima<br />
de los guantes” (159). De manera que fr<strong>en</strong>te a la imag<strong>en</strong> social de Enrique y<br />
<strong>El</strong><strong>en</strong>a, la de Concha no pasa de ser una de cursilería aristocratizante <strong>en</strong> vez<br />
de una de educación y finos modales. Al marg<strong>en</strong> de este mundo de ambiciones<br />
y distinciones clasistas figura la realidad social del amigo y confid<strong>en</strong>te<br />
de Enrique, Miguel, un jov<strong>en</strong> de provincia que dice s<strong>en</strong>tirse orgulloso de<br />
pert<strong>en</strong>ecer a la clase media por ser ésta una clase honesta y trabajadora. Era<br />
“uno de esos jóv<strong>en</strong>es que los estados lanzan a <strong>México</strong> solos, sin recursos,<br />
para hacer sus estudios de medicina y que sin pari<strong>en</strong>tes, sin conocimi<strong>en</strong>tos<br />
<strong>en</strong> la capital, se manti<strong>en</strong><strong>en</strong> y hac<strong>en</strong> su carrera de una manera verdaderam<strong>en</strong>te<br />
provid<strong>en</strong>cial” (170). 6<br />
La historia gira <strong>en</strong> torno a <strong>El</strong><strong>en</strong>a y Enrique, jóv<strong>en</strong>es que se conviert<strong>en</strong><br />
<strong>en</strong> amantes después de un casual <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro <strong>en</strong> “la misa del perdón” de la<br />
suntuosa catedral de la ciudad de <strong>México</strong>; misa así conocida debido a la<br />
congregación que se ha dado <strong>en</strong> torno a uno de los altares de la catedral<br />
“llamado vulgarm<strong>en</strong>te del Perdón, a causa de no sé cuántas indulg<strong>en</strong>cias,<br />
concedidas no sé por qué arzobispo, a los devotos que oyer<strong>en</strong> la misa <strong>en</strong> él<br />
celebrada” (147). Esta misa se oficia principalm<strong>en</strong>te los domingos y los días<br />
festivos cada media hora de forma continua, desde las siete hasta las doce<br />
del mediodía, y los fieles acud<strong>en</strong> asiduam<strong>en</strong>te por no faltar a su devoción.<br />
Es una muestra de comunión de la comunidad <strong>en</strong>tera. No obstante, una<br />
comunión que carece de los principios de hermandad, armonía e igualdad<br />
social. Así lo demuestra el pintoresco retrato que nos ofrece el autor sobre<br />
“la misa del perdón” haciéndonos ver <strong>en</strong> él que la fe también separa a los<br />
fieles de acuerdo con sus costumbres particulares o de clase:<br />
De siete a ocho [acud<strong>en</strong>] ancianos de capa, beatas y verdaderos devotos; éstos<br />
van g<strong>en</strong>eralm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> ayunas. De ocho a nueve, comerciantes, abogados<br />
viejos, t<strong>en</strong>deros ricos. De nueve a diez, padres de familia acompañados de<br />
su numerosa prole. De diez a once y media—esta es la hora exclusiva de<br />
los <strong>en</strong>amorados de ambos sexos, de los admiradores de la divinidad<br />
humana, de los elegantes, de los que desean no oír o ver la misa, sino ha-<br />
cerse ver. […] La misa de doce está reservada para los flojos, y para los que<br />
se les ha hecho tarde. Finalm<strong>en</strong>te, los que ti<strong>en</strong><strong>en</strong> la saludable costumbre de<br />
levantarse a las doce, y tomar el desayuno <strong>en</strong> la cama, ti<strong>en</strong><strong>en</strong> el recurso de<br />
la misa de doce y cuarto <strong>en</strong> el Sagrario (147–148).<br />
Después del inesperado <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro con ese ángel <strong>en</strong> el altar del perdón,<br />
Miguel, el amigo de Enrique, le hace saber a éste que esa jov<strong>en</strong> que lo ha<br />
deslumbrado con su belleza “ti<strong>en</strong>e una madre muy aristócrata, muy déspota”<br />
(156). Le advierte que t<strong>en</strong>ga cuidado al tratar con este tipo de ángeles<br />
que él maldice por su condición materialista sobre la tierra: “llévales tu
<strong>Juan</strong> <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong> 243<br />
corazón y ya verás qué angelicalm<strong>en</strong>te lo huellan con los pies y lo arrojan<br />
al lodo. Pero <strong>en</strong> vez de prodigar lágrimas y suspiros, prodiga oro, y ya<br />
verás también de qué difer<strong>en</strong>te manera te tratan” (156). Si el amor existe,<br />
dice Miguel, “no será más que <strong>en</strong> el pueblo y la clase media, es decir, <strong>en</strong><br />
mi círculo” (156). 7 Afirmaciones que vaticinan la desgracia <strong>en</strong> la batalla<br />
del amor de Enrique por <strong>El</strong><strong>en</strong>a, de este jov<strong>en</strong> cuya exist<strong>en</strong>cia estará ahora<br />
guiada por la pasión, la misma que luego lo hace reflexionar sobre las pala-<br />
bras de su amigo y confesar que lo ha <strong>en</strong>tristecido el darse cu<strong>en</strong>ta que su<br />
ángel “posee bi<strong>en</strong>es de fortuna que a mí me faltan, y esto abre tal vez un<br />
abismo <strong>en</strong>tre nosotros” (156). Situación de angustia, de imposibilidad que<br />
hace de éste precisam<strong>en</strong>te un amor romántico; un amor condicionado por<br />
una realidad—que deriva de los des<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tros favorecidos por “la misa<br />
del perdón”—que hace pat<strong>en</strong>te el hecho de que las difer<strong>en</strong>cias materiales<br />
también establec<strong>en</strong> las difer<strong>en</strong>cias sociales. <strong>El</strong> autor no indaga <strong>en</strong> ello y, sin<br />
embargo, es una perspectiva particular que induce a reflexionar sobre la<br />
realidad social de los habitantes de <strong>México</strong> <strong>en</strong> g<strong>en</strong>eral. Robert J. Knowlton<br />
señala que durante esa época de inicios de la Reforma “la población<br />
consistía <strong>en</strong> un clero bi<strong>en</strong> organizado, tradicionalista y agresivo, un pueblo<br />
ignorante y mal nutrido y una clase media débil, impot<strong>en</strong>te para colmar la<br />
brecha <strong>en</strong>tre los pocos privilegiados y los muchos m<strong>en</strong>esterosos” (31). La<br />
aristocracia colonial había degradado <strong>en</strong> una oligarquía de ambiciones materialistas<br />
y reclamo de privilegios que ya no t<strong>en</strong>ía. Por eso la nueva “aristocracia<br />
mexicana” (“los pocos privilegiados”) ya no era una clase sust<strong>en</strong>tada<br />
<strong>en</strong> títulos de nobleza, her<strong>en</strong>cias de sangre o virtudes provid<strong>en</strong>ciales,<br />
sino que era un sector de la sociedad que se ost<strong>en</strong>taba <strong>como</strong> tal <strong>en</strong> base al<br />
caudal de sus influ<strong>en</strong>cias y sus bi<strong>en</strong>es materiales.<br />
Esta m<strong>en</strong>talidad aristocratizante, 8 que se vuelve una obsesión para algunos,<br />
la personifica doña C<strong>en</strong>obia, la esposa del rico comerciante don<br />
Raimundo González y madre de Conchita y Guillermo. Siempre fue vanidosa,<br />
admiraba y a la vez odiaba a la aristocracia por no ser parte de ella,<br />
pero ahora que t<strong>en</strong>ía los medios económicos no dejaría pasar la oportunidad<br />
para que al m<strong>en</strong>os su hija Conchita pudiera mostrarse con modas y<br />
lujos con el fin de casarse con un hombre distinguido. He aquí el problema,<br />
según el autor:<br />
<strong>México</strong> es un país emin<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te republicano por su forma de gobierno,<br />
y sin embargo, tal vez ni <strong>en</strong> la monarquía más absoluta de Europa, está establecida<br />
de una manera tan notable la distinción de las clases. Tres son las<br />
que predominan. La aristocracia, la clase media y el pueblo. […] nunca se<br />
mezclan, por el contrario, están separadas por el odio, y ni la amistad, ni el<br />
matrimonio, ni el p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to, las han podido unir jamás (168).<br />
La m<strong>en</strong>talidad aristocratizante repres<strong>en</strong>ta una trem<strong>en</strong>da hipocresía. Esta<br />
m<strong>en</strong>talidad defi<strong>en</strong>de y aspira ser parte de una clase que no existe. 9 Además,<br />
paradójicam<strong>en</strong>te, esa supuesta clase que defi<strong>en</strong>d<strong>en</strong> es la que se <strong>en</strong>carga de
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Alejandro Cortazar<br />
reprimir los deseos de movilidad social. Hay qui<strong>en</strong>es inclusive aferrándose<br />
a lo material apostarían la vida por no condesc<strong>en</strong>der con otra clase, <strong>como</strong><br />
la madre de <strong>El</strong><strong>en</strong>a. En <strong>México</strong>, dice el autor, “sólo el dinero puede formar<br />
esa aristocracia puesto que no hay pureza de sangre si<strong>en</strong>do mixta nuestra<br />
raza, ni premio ni servicio porque no hay gobierno estable” (169). Si<br />
<strong>México</strong> ha ido conformándose étnica y culturalm<strong>en</strong>te <strong>como</strong> una nación<br />
mestiza con un gobierno de tipo republicano, ¿qué explica el hecho de que<br />
impere este odio y esta ambición de m<strong>en</strong>talidad aristocratizante que sust<strong>en</strong>ta<br />
su clase y su moral <strong>en</strong> términos de lo material?. Deacuerdo con <strong>Díaz</strong><br />
<strong>Covarrubias</strong>, precisam<strong>en</strong>te el desamor, la falta de patriotismo de este sector<br />
y su predilección por lo europeo. Y si esta es la paradoja social imperante,<br />
¿quién hizo despertar <strong>en</strong>tre dos seres la pasión que los habría de conducir a<br />
transgredir las normas de la tradición? ¿las miradas y suspiros de <strong>El</strong><strong>en</strong>a por<br />
Enrique eran “amor, coquetería o curiosidad? Yo no quiero decirlo, porque<br />
francam<strong>en</strong>te les t<strong>en</strong>go miedo a mis lectoras”, dice el autor. “¿Y quién reu-<br />
niría a <strong>El</strong><strong>en</strong>a y Enrique <strong>en</strong> la misa del perdón? ¿quién inspiraría a éste la<br />
idea de seguir a aquélla? Yo creo sinceram<strong>en</strong>te que fue el <strong>diablo</strong>” (158). Si<br />
el acto de fe religiosa no es capaz de remediar esta iniquidad, este desvarío<br />
de la paradoja social, ¿<strong>en</strong>tonces qué? ¿quién? Si <strong>en</strong>t<strong>en</strong>demos al narrador,<br />
estos mismos desvaríos son los que se <strong>en</strong>cargan de que la sociedad quede<br />
prop<strong>en</strong>sa a los designios de las fuerzas del mal, esto es, el <strong>diablo</strong>.<br />
III. Demonios <strong>en</strong> el jardín<br />
<strong>El</strong><strong>en</strong>a era una jov<strong>en</strong> recatada, de aspecto puritano y semblante p<strong>en</strong>sativo<br />
con el que daba la impresión de sumergirse <strong>en</strong> unos éxtasis que atacaban su<br />
alma imprimiéndole a su rostro “un triste y particular sello de melancolía”<br />
(150). T<strong>en</strong>ía la fisonomía de un ángel caído, es decir, “una de esas fisonomías<br />
que tra<strong>en</strong> <strong>como</strong> una vaga idea de la patria que ningún mortal ha visto”<br />
(164). Pareciera ser un ángel desplazado, desori<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> este mundo. Su<br />
pasión s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>tal es su virtud, pero también su “pecado original” sobre<br />
la tierra; pecado que se originó <strong>en</strong> su suerte revestida socialm<strong>en</strong>te de costumbres<br />
y formas aristocráticas. Suerte ineludible la de este ángel caído que<br />
debe portar tributo a la obedi<strong>en</strong>cia familiar y el bi<strong>en</strong> material <strong>como</strong> base<br />
de su es<strong>en</strong>cia e imag<strong>en</strong> social. T<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do <strong>en</strong> m<strong>en</strong>te no faltar al decoro de sus<br />
lectoras, el autor deduce que a mujeres angelicales <strong>como</strong> <strong>El</strong><strong>en</strong>a<br />
el exceso de s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to las mata, g<strong>en</strong>eralm<strong>en</strong>te son burladas por hombres<br />
indignos que abusan de su espiritualismo, o bi<strong>en</strong> son <strong>en</strong>tregadas por sus<br />
padres a magnates que las hac<strong>en</strong> sus esposas, y <strong>en</strong>tonces obedeci<strong>en</strong>do a las<br />
necesidades materiales de la vida, su poesía se convierte <strong>en</strong> prosa, su espiritualismo<br />
<strong>en</strong> vulgaridad. Tal vez hubieran podido hacer la felicidad de un<br />
hombre s<strong>en</strong>sible; pero su posición social es un abismo que las separa de ese<br />
hombre (165).
<strong>Juan</strong> <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong> 245<br />
Para <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong> el de <strong>El</strong><strong>en</strong>a es sólo un ejemplo de los “ángeles caídos”<br />
de algo que forma parte del ord<strong>en</strong> social y que, irónicam<strong>en</strong>te, no se<br />
ha t<strong>en</strong>ido que cuestionar por ser parte de la moral preestablecida por las<br />
costumbres y la fe. Así las cosas, <strong>en</strong>tonces, ¿cómo explicar y cont<strong>en</strong>er la<br />
pasión que conduce al deseo <strong>en</strong>tre Enrique y <strong>El</strong><strong>en</strong>a?, ¿cómo burlar la vigilancia<br />
social que les advierte cuáles deb<strong>en</strong> ser los márg<strong>en</strong>es de su comportami<strong>en</strong>to?<br />
¿Cómo pasar por inadvertidas la inmoralidad y la ridiculez de<br />
los lujos de Concha que evid<strong>en</strong>cian su falta de cultura “aristocrática”? <strong>El</strong><br />
autor considera que estos deseos, con sus consecu<strong>en</strong>tes experi<strong>en</strong>cias, deb<strong>en</strong><br />
ser producto de un <strong>en</strong>te del mal. Con la lic<strong>en</strong>cia que le confiere su oficio<br />
literario, él puede id<strong>en</strong>tificar las manifestaciones de este mal que personifica<br />
<strong>como</strong> “<strong>diablo</strong>”, con qui<strong>en</strong> le es imprescindible hacer “un pacto” para<br />
narrar desde la perspectiva de éste lo que los personajes no pued<strong>en</strong> decir<br />
sin faltar a la moral. De esta manera el autor logra contar lo inefable de<br />
estas relaciones humanas solv<strong>en</strong>tando su preocupación de no of<strong>en</strong>der la<br />
dec<strong>en</strong>cia y el decoro de sus lectoras. 10 Se trata de un <strong>diablo</strong> a<strong>como</strong>daticio<br />
que rebela las t<strong>en</strong>taciones de lo prohibido al borde de la inmoralidad. Es un<br />
<strong>diablo</strong> seductor, confid<strong>en</strong>te, espía, perturbador y dueño del destino de los<br />
personajes de la historia. También es el socio con qui<strong>en</strong> se pacta, por ejemplo,<br />
<strong>en</strong> un aura de curioso misterio “para saber lo que hacían a la una de la<br />
mañana” los personajes que se habían dado cita <strong>en</strong> el teatro Iturbide:<br />
<strong>El</strong><strong>en</strong>a se dormía p<strong>en</strong>sando <strong>en</strong> Enrique. Concha murmuraba <strong>en</strong> sueños el<br />
nombre del jov<strong>en</strong>. Su madre soñaba que asistían con el jov<strong>en</strong> ya esposo de<br />
su hija a un baile <strong>en</strong> casa del marqués de ... Enrique <strong>en</strong>cerrado <strong>en</strong> su cuarto<br />
escribía a <strong>El</strong><strong>en</strong>a una carta <strong>en</strong> la que vertía su corazón. Y por no of<strong>en</strong>der el<br />
pudor de mis lectores, no diré dónde estaba Miguel (171–172).<br />
Si <strong>en</strong> Europa los escritores románticos se id<strong>en</strong>tificaron con los parias de<br />
la sociedad, los “ángeles expulsados”, eso no quiere decir, según Tobin<br />
Siebers, que creyeran <strong>en</strong> Satanás: sólo lo adoraron <strong>como</strong> “figura política,<br />
retórica y filosófica” (31). Su objetivo era mostrar las aptitudes, la nobleza y<br />
los derechos de igualdad de estos individuos y reivindicarlos socialm<strong>en</strong>te.<br />
En <strong>El</strong> <strong>diablo</strong> también hay un “ángel expulsado”, pero aquí no se trata de un<br />
paria sino más bi<strong>en</strong> de un ángel desv<strong>en</strong>turado <strong>en</strong>tre la aristocracia, Isabel,<br />
a qui<strong>en</strong> hay que tratar de salvar. 11 Debido a su id<strong>en</strong>tidad “aristocrática”, los<br />
deseos y las acciones de <strong>El</strong><strong>en</strong>a habrían de quedar sujetas a los designios del<br />
mal, del “<strong>diablo</strong>”.<br />
<strong>El</strong> <strong>diablo</strong> <strong>como</strong> metáfora del mal no es nada nuevo <strong>en</strong> la literatura, pero<br />
sí es novedosa aquí su forma de aplicación por asociación (tanto el <strong>diablo</strong><br />
<strong>como</strong> el autor ti<strong>en</strong><strong>en</strong> la facultad de poder ver lo que pi<strong>en</strong>san y si<strong>en</strong>t<strong>en</strong><br />
las personas/personajes), por alusión y <strong>como</strong> metonimia de las viol<strong>en</strong>tas y<br />
sombrías manifestaciones de la naturaleza. En la literatura romántica de finales<br />
del siglo XVIII y del XIX se hizo costumbre id<strong>en</strong>tificar <strong>como</strong> “romántico”<br />
a todo aquello que captara la imaginación. Así <strong>como</strong> <strong>en</strong> Europa, luego
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Alejandro Cortazar<br />
<strong>en</strong> la literatura hispanoamericana lo “romántico” también sería aplicado<br />
a aquellos pasajes agrestes y solitarios, las sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>tes e inexploradas<br />
bellezas de la naturaleza, las altas montañas y todo aquello que fuera motivo<br />
de inspiración trasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>tal. Lo romántico, asegura Siebers, “llegó a<br />
significar una grata clase de horror, así <strong>como</strong> ambi<strong>en</strong>tes, formas y seres fantásticos”<br />
(11). Pero el <strong>diablo</strong> de <strong>El</strong> <strong>diablo</strong> significa una experi<strong>en</strong>cia de horror<br />
que no es nada grata, por el contrario, para <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong> significa el<br />
deseo de trasc<strong>en</strong>der el aislami<strong>en</strong>to social y el atrincherami<strong>en</strong>to <strong>en</strong> def<strong>en</strong>sa<br />
de las balas; 12 es un horror camuflado <strong>en</strong> una idea (una metáfora del mal)<br />
que funciona para relacionar los desvaríos de inmoralidad y, a su vez, <strong>como</strong><br />
creación poética para desbordar la imaginación del autor. Es un horror mediatizado<br />
por el “p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to mágico”, 13 lo que Siebers id<strong>en</strong>tifica <strong>como</strong> la<br />
superstición que “repres<strong>en</strong>ta individuos y grupos <strong>como</strong> difer<strong>en</strong>tes de los<br />
demás para estratificar la viol<strong>en</strong>cia y crear jerarquías sociales” (13).<br />
Siebers sosti<strong>en</strong>e que <strong>en</strong> la literatura romántica, particularm<strong>en</strong>te la de<br />
corte fantástico, el tema de la superstición siempre se pres<strong>en</strong>ta con algún<br />
nivel de viol<strong>en</strong>cia y exclusividad que da lugar a un conflicto (42–43), y que<br />
“la superstición siempre repres<strong>en</strong>ta id<strong>en</strong>tidades <strong>como</strong> difer<strong>en</strong>cias” (50).<br />
Esto se aprecia <strong>en</strong> <strong>El</strong> <strong>diablo</strong> <strong>como</strong> un conflicto <strong>en</strong> la m<strong>en</strong>talidad aristocratizante<br />
con sus difer<strong>en</strong>cias de ricos y ricos empobrecidos (<strong>El</strong><strong>en</strong>a, Enrique)<br />
fr<strong>en</strong>te a ricos e incultos (Concha, don Raimundo). Este conflicto alude a<br />
la exclusión propiciada por el odio de clases y <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra salidas viol<strong>en</strong>tas—guiadas<br />
por el <strong>diablo</strong>—, <strong>como</strong> el desdén y el m<strong>en</strong>osprecio de Concha<br />
por Nicanor, el empleado de su padre, y, la más poética, la que se repres<strong>en</strong>ta<br />
por medio de la naturaleza <strong>como</strong> alegoría del acto carnal. La madre<br />
de <strong>El</strong><strong>en</strong>a se había <strong>en</strong>cargado de llevársela a San Ángel para distanciarla de<br />
Enrique, pero éste se trasladó para allá con la excusa de ir a guardar reposo<br />
<strong>como</strong> remedio a su <strong>en</strong>fermedad del corazón. Este la visita de noche <strong>en</strong> su<br />
jardín, luego ambos se dirig<strong>en</strong> a un c<strong>en</strong>ador y s<strong>en</strong>tados <strong>en</strong> un banco “dejan<br />
desbordar el torr<strong>en</strong>te de su amor”:<br />
Y durante algún tiempo no se oy<strong>en</strong> más que suspiros, palabras vagas de<br />
pasión, quejas, besos, sollozos, juram<strong>en</strong>tos, promesas, etc., etc. […] Pero<br />
de rep<strong>en</strong>te, por uno de esos cambios tan comunes <strong>en</strong> el mes de julio, la<br />
Luna se ha ocultado, d<strong>en</strong>sas nubes <strong>en</strong>lutan el cielo, gime <strong>en</strong>tre las ramas<br />
de los árboles un vi<strong>en</strong>to húmedo de tempestad, las aves y las flores se<br />
estremec<strong>en</strong> <strong>en</strong> sus nidos y <strong>en</strong> sus tallos, el tru<strong>en</strong>o rebrama sordo y aterrador<br />
<strong>en</strong> lontananza y los relámpagos rasgan siniestros las nubes […] (175).<br />
<strong>El</strong> ángel se moría de amor, de un amor idealizado, de es<strong>en</strong>cia espiritual que<br />
aquí se manifestaba <strong>en</strong> lo sublime ante la realidad terr<strong>en</strong>al bajo el manto de<br />
la noche y los auspicios de la naturaleza <strong>en</strong>contrando con ello su cauce natu-<br />
ral <strong>en</strong> la materia. <strong>El</strong> autor reprueba este frágil comportami<strong>en</strong>to de <strong>El</strong><strong>en</strong>a<br />
contraponi<strong>en</strong>do la realidad con los principios éticos, pero igual se pregunta<br />
que qué puede hacer una mujer que ama t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do una madre egoísta
<strong>Juan</strong> <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong> 247<br />
que sólo vela por la seguridad económica de su hija a la altura de su clase<br />
aristocrática. Esta madre “déspota y ambiciosa” es la imag<strong>en</strong> del “horror”<br />
(el <strong>diablo</strong>) que ha conducido al ángel a abandonar el sueño espiritual para<br />
dejarse guiar ahora por el camino de la realidad, de la materia corpórea:<br />
La tempestad se desata, el cielo arroja sus cataratas a la tierra, gruesos<br />
goterones de lluvia azotan las hojas de los árboles semejando gemidos del<br />
espacio. A veces dominando el gemir del aguacero, se escuchan palabras<br />
vagas e incoher<strong>en</strong>tes, sali<strong>en</strong>do del c<strong>en</strong>ador, o frases tales <strong>como</strong>: –Te adoro,<br />
<strong>El</strong><strong>en</strong>a. –Te idolatro, Enrique. Nuevos besos, suspiros, etc., etc. <strong>El</strong> aguacero<br />
continúa […] las flores se han deshojado, el jardín está inundado, y los<br />
arroyos se llevan los pétalos de las rosas, de las azuc<strong>en</strong>as, de las gard<strong>en</strong>ias<br />
[…] Los jóv<strong>en</strong>es se han refugiado de la lluvia <strong>en</strong> el pabellón de <strong>El</strong><strong>en</strong>a. ¡Hace<br />
tanto daño mojarse de noche! ¡Pobres flores del jardín, quién les había<br />
de decir esta mañana cuando se abrieron galanas recibi<strong>en</strong>do los besos del<br />
ambi<strong>en</strong>te, que sólo habían de vivir un día, y que a la noche rodarían hechas<br />
pedazos por el lodo! (175–176).<br />
La analogía con las flores nos sugiere que <strong>El</strong><strong>en</strong>a se “ha desojado”, ha perdido<br />
su virtud angelical; y <strong>en</strong> su conci<strong>en</strong>cia quedará “hecha pedazos por el<br />
lodo” de esa noche de misterio del mes de julio. La esc<strong>en</strong>a se repite, y el <strong>diablo</strong><br />
se a<strong>como</strong>da, se establece. Por eso el autor ahora justifica que él puede<br />
narrar <strong>como</strong> un simple testigo de la parte sigui<strong>en</strong>te, que ha quedado registrada<br />
<strong>como</strong> un “fragm<strong>en</strong>to de un diario”. Es un diario de Enrique dirigido<br />
a <strong>El</strong><strong>en</strong>a <strong>en</strong> el que cu<strong>en</strong>ta cuánto la amó y cómo vivió sus febriles av<strong>en</strong>turas<br />
y<strong>en</strong>do (con el <strong>diablo</strong>) de la Ciudad de <strong>México</strong> a la villa de San Ángel para<br />
<strong>en</strong>contrarse con ella. En tono de aflicción le explica por qué deb<strong>en</strong> de terminar<br />
sus <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tros asegurando que ese amor “se ha convertido [para<br />
él] <strong>en</strong> una resignación” (180). <strong>El</strong><strong>en</strong>a se refugia <strong>en</strong> el recuerdo de la relación<br />
<strong>como</strong> m<strong>en</strong>tira resignándose con su llanto. La “resignación” de Enrique se<br />
debía a que la rutina que le hizo ver a su ángel “<strong>en</strong>lodarse” a su lado por la<br />
noche y luego “deslodada” al amanecer había llegado a romper el <strong>en</strong>canto<br />
de lo que antes fuera su fruto prohibido. No estaba preparado para la mujer<br />
de carne y hueso que sustituía y destruía el ideal. Al final de este fragm<strong>en</strong>to<br />
el autor llega a la conclusión de que al parecer durante esas noches de pasión,<br />
promesas y <strong>en</strong>gaños “el <strong>diablo</strong> había mudado de resid<strong>en</strong>cia, y se había<br />
trasladado de <strong>México</strong> a San Ángel” (180).<br />
Al seguir con la cronología de la historia, el autor nos conduce a la casa<br />
de la familia de Concha <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que están se arreglando para el<br />
baile con todo lujo de detalle, ya que ti<strong>en</strong><strong>en</strong> por objetivo mostrarse ante<br />
los invitados <strong>como</strong> una familia poseedora de modales y bi<strong>en</strong>es de fortuna—aunque<br />
el pobre de don Raimundo t<strong>en</strong>ga que sufrir sin saber qué<br />
hacer al ponerse unos guantes por mandato de doña C<strong>en</strong>obia—, y para que<br />
Concha—la “señorita condesa”, <strong>como</strong> le decía su madre haci<strong>en</strong>do gala de su<br />
bu<strong>en</strong> humor— aproveche la noche bailando con Enrique. <strong>El</strong> baile termina
248<br />
Alejandro Cortazar<br />
a las tres de la mañana y cada uno de los invitados se retira a descansar a<br />
su casa, excepto Miguel, que sólo fue a su vivi<strong>en</strong>da para cambiar “de traje,<br />
se desayunó <strong>en</strong> un café de la calle Tacaba, y se <strong>en</strong>caminó al hospital de San<br />
Pablo” (192). Luego, “merced al <strong>diablo</strong> que <strong>en</strong>tonces estaba <strong>en</strong> <strong>México</strong>”, el<br />
autor nos cu<strong>en</strong>ta los sigui<strong>en</strong>tes detalles:<br />
Concha soñó que era esposa de Enrique. Clotilde [la hermana de Enrique]<br />
soñó con Miguel, Guillermo con <strong>El</strong><strong>en</strong>a, don Nicanor lloró y suspiró todo<br />
el resto de la madrugada. Doña C<strong>en</strong>obia, se soñó <strong>en</strong> el salón del ministro,<br />
y Enrique al dormirse p<strong>en</strong>só mucho <strong>en</strong> <strong>El</strong><strong>en</strong>a y tuvo remordimi<strong>en</strong>tos.<br />
Ahora cuando uno ti<strong>en</strong>e remordimi<strong>en</strong>tos, es porque ha cometido una falta<br />
(192–193).<br />
Enrique valsó toda la noche con Concha, y según el autor el vals “no<br />
puede m<strong>en</strong>os de ser diabólica inv<strong>en</strong>ción” (191) porque con este baile se<br />
lleva <strong>en</strong> brazos a la mujer y se si<strong>en</strong>te su ali<strong>en</strong>to y el roce de sus mejilla haci<strong>en</strong>do<br />
“hervir la sangre m<strong>en</strong>os inflamable” (192). Si seguimos con la imag<strong>en</strong><br />
del <strong>diablo</strong> <strong>como</strong> metáfora del mal, ese mal que ya estaba <strong>en</strong> <strong>México</strong> se<br />
traduce aquí <strong>como</strong> el erotismo y la seducción de éste <strong>en</strong> la m<strong>en</strong>talidad de<br />
los protagonistas del baile por pret<strong>en</strong>ciosos, por falsos y no vivir la vida<br />
con la honestidad, por ejemplo, de la clase media que disfruta del “café,<br />
el champagne, los bailecitos de piso bajo” (154). Pero el <strong>diablo</strong> sigue con<br />
sus caprichos instando a una serie de correspond<strong>en</strong>cias <strong>en</strong>tre los persona-<br />
jes. Concha y Guillermo se ofrec<strong>en</strong> <strong>como</strong> “amigos” de Enrique y <strong>El</strong><strong>en</strong>a ing<strong>en</strong>iándose<br />
la forma de ser invitados a San Ángel para estar cerca de ellos.<br />
Ante este <strong>en</strong>redo de frivolidad destaca el contrastante hálito de resignación<br />
que refiere Nicanor a un amigo: “La señorita Concha se ha ido a San Ángel.<br />
¡Quién fuera la tierra que ella pisa o siquiera su zapato!, ¡quién la siguiera<br />
hasta el fin del mundo! ¡Ah!, pero qué dirían ella y el patrón si lo supieran.<br />
¡No lo permita Dios!” (196).<br />
Si a raíz de la exig<strong>en</strong>te y falsa moral que ost<strong>en</strong>taban Enrique y Guillermo,<br />
y a la que quedan sujetas <strong>El</strong><strong>en</strong>a y Concha por ambición y terquedad de sus<br />
madres, se había desarrollado un torbellino de deseos, intrigas, fantasías,<br />
esto mismo hacía evid<strong>en</strong>te el exclusionismo al que quedaba relegada la<br />
clase media, la clase a la que pert<strong>en</strong>ecían Miguel y Nicanor. Al final de este<br />
capítulo de correspond<strong>en</strong>cias el autor apela al juicio del lector para que<br />
conv<strong>en</strong>ga con él “<strong>en</strong> que sólo el <strong>diablo</strong> podía haber arreglado las cosas de tal<br />
manera” (196). <strong>El</strong><strong>en</strong>a, el ángel caído, había terminado si<strong>en</strong>do absorbida por<br />
la inmoralidad tomando iniciativa propia de palabra y acción al preferir<br />
el anonimato de su relación con Enrique exponi<strong>en</strong>do su temor de “que la<br />
publicidad quite a nuestro amor ese perfume que sólo para nosotros ti<strong>en</strong>e”<br />
(198). <strong>El</strong> <strong>diablo</strong> había ganado su voluntad, y, al tiempo que transcurría esta<br />
nueva forma de expresar el amor el mismo <strong>diablo</strong>, manifestándose a través<br />
de la naturaleza, nos <strong>en</strong>tonaba la melodía del ocaso de dicha relación: “las<br />
nubes volaban <strong>en</strong> caprichosos giros y las aves cantaban dulcem<strong>en</strong>te <strong>en</strong>tre el
<strong>Juan</strong> <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong> 249<br />
ramaje y las hojas amarillas al despr<strong>en</strong>derse del árbol caían a la tierra sollozando<br />
[...]” (200). Más que la “amistad”, los lujos y los dineros de la familia<br />
de Concha son qui<strong>en</strong>es terminan seduci<strong>en</strong>do a Enrique y desplazando <strong>en</strong><br />
éste la “<strong>en</strong>lodada” imag<strong>en</strong> de <strong>El</strong><strong>en</strong>a; 14 y ésta <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra alivio a su decepción<br />
ocupándose de las necesidades prácticas de su nueva vida <strong>como</strong> esposa de<br />
Guillermo. “Cuando <strong>El</strong><strong>en</strong>a y Enrique se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tran <strong>en</strong> la sociedad, se rí<strong>en</strong><br />
y platican de los gastos de una casa, de los <strong>en</strong>fermedades de los niños, etc.”<br />
(206). Las virtudes poéticas de <strong>El</strong><strong>en</strong>a y Enrique habían degradado <strong>en</strong> lo<br />
prosaico, mi<strong>en</strong>tras que lo prosaico de Miguel se <strong>en</strong>salzaba con la belleza de<br />
su honestidad ante los demás y la valoración por su persona y su trabajo.<br />
En esta relación amorosa el exceso de s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>talismo lo condicionaban<br />
los excesos del materialismo positivista 15 —escudo de la m<strong>en</strong>talidad aristocratizante—,<br />
y <strong>en</strong>tonces se t<strong>en</strong>ía <strong>como</strong> resultado la mediocridad de los<br />
individuos, ya no tanto <strong>en</strong> su imag<strong>en</strong> ni <strong>en</strong> su condición social sino <strong>en</strong> su<br />
condición humana, es decir, lo espiritual y lo moral. Un mal derivado de<br />
individuos, m<strong>en</strong>talidades e instituciones socialm<strong>en</strong>te caducados, “descristianizados”,<br />
que abogando por sus intereses sembraban el desequilibrio y el<br />
desord<strong>en</strong> social—remítase a la crítica implícita <strong>en</strong> el cuadro de “la misa del<br />
perdón”. Es el resultado, si <strong>en</strong>t<strong>en</strong>demos al autor, de los odios <strong>en</strong>g<strong>en</strong>drados<br />
por la m<strong>en</strong>talidad social de los privilegios y las ambiciones que han hecho<br />
que el <strong>diablo</strong> se haya “radicado <strong>en</strong> <strong>México</strong>” (206).<br />
III. Conclusión<br />
<strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong> fue un fervi<strong>en</strong>te def<strong>en</strong>sor de la Reforma a la cual se adhi-<br />
rió aportando sus conocimi<strong>en</strong>tos ci<strong>en</strong>tíficos y literarios para b<strong>en</strong>eficio de<br />
la nación. En <strong>El</strong> <strong>diablo</strong>, con su “g<strong>en</strong>io romántico” se propuso “transformar<br />
el signum diaboli <strong>en</strong> el g<strong>en</strong>ios diaboli, y hacer del pavor de la superstición el<br />
poder de su arte” (Siebers 234), el mismo que nos dejaba una s<strong>en</strong>sación de<br />
amargura haci<strong>en</strong>do evid<strong>en</strong>te su queja, su preocupación espiritual, debido<br />
a los odios de la guerra y el aislami<strong>en</strong>to que s<strong>en</strong>tía <strong>en</strong> esos años de incertidumbre<br />
social. Escribió sintiéndose mártir de su arte con el deseo de que<br />
su g<strong>en</strong>io fuera recordado <strong>en</strong> la posteridad, a su vez mostrando su inconformidad<br />
con su pres<strong>en</strong>te y, con ello, el porqué de su “locura romántica”.<br />
Vivió la ilusión del ser romántico que devino <strong>en</strong> una crisis personal ligada<br />
al contexto crítico de la época. Es la crisis de un amor romántico aristocratizante<br />
que no le fue correspondido y que <strong>en</strong> la ficción literaria tampoco<br />
correspondía con las aspiraciones de la nación. Mi<strong>en</strong>tras la mayoría<br />
de sus colegas romántico-liberales se ocupaban combati<strong>en</strong>do <strong>en</strong> la tribuna<br />
pública y el campo de batalla, <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong> se sumaba a la acción ciudadana<br />
combati<strong>en</strong>do por medio de las letras haciéndonos ver que para que<br />
dicha Reforma de justicia, igualdad y progreso social pudiera realm<strong>en</strong>te<br />
llevarse a cabo habría que empezar por empr<strong>en</strong>der un cambio interno, de
250<br />
Alejandro Cortazar<br />
moral, y así, un cambio de m<strong>en</strong>talidad social. <strong>El</strong>ige la v<strong>en</strong>a pesimista para<br />
destacar lo antirromántico de lo romántico <strong>en</strong> <strong>México</strong>—lo nada idealista<br />
del instructivo s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>talismo de autores europeos que favorecía mayoritariam<strong>en</strong>te<br />
la oligarquía criolla—, lo que debe ser eliminado por falso, por<br />
pret<strong>en</strong>der ser una calca de modales extranjeros, por ser parte de una m<strong>en</strong>talidad<br />
clasista y desarraigada de todo s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de amor por lo mexicano.<br />
Esto era para <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong> lo que se t<strong>en</strong>ía que solucionar: “el<br />
<strong>diablo</strong>” que se había radicado <strong>en</strong> <strong>México</strong>, una preocupación alarmante—<br />
eso sí muy a lo romántico—<strong>como</strong> testimonio de su des<strong>en</strong>canto social de la<br />
nación con el que le daría su adiós a la vida.<br />
Notas<br />
1 Era una g<strong>en</strong>eración de jóv<strong>en</strong>es, <strong>en</strong> su mayoría prov<strong>en</strong>i<strong>en</strong>tes de las ciudades de provincia, faltos de<br />
recursos, pero ll<strong>en</strong>os de optimismo y de un bagaje cultural y político considerable. Cabe destacar<br />
<strong>en</strong> esta etapa combati<strong>en</strong>te el nombre de Nicolás Pizarro Suárez, qui<strong>en</strong> sería el primer escritor <strong>en</strong><br />
novelar con detalle los objetivos de la Reforma (ver Cortázar, Reforma, capítulos 1 y 2).<br />
2 Durante el primer romanticismo mexicano el propósito nacionalista—mexicanizar la literatura—<br />
se vio opacado, <strong>en</strong>tre otra de las razones, por la predilección que gozaban las obras de escritores<br />
europeos, particularm<strong>en</strong>te aquellas que trataban de castillos medievales, av<strong>en</strong>turas de viajes y<br />
s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>talismos ori<strong>en</strong>tados hacia la consagración de la moral y la honorabilidad de la familia.<br />
Dicha predilección correspondía con la m<strong>en</strong>talidad y los intereses de qui<strong>en</strong>es formaban la mayor<br />
parte del reducido público lector de la época, esto es, “‘las señoritas mexicanas’, pert<strong>en</strong>eci<strong>en</strong>tes<br />
a una oligarquía criolla de aspiraciones aristocratizantes” (Ruedas de la Serna 63). Por esta razón<br />
el ideario de fuerza libertadora, de justicia y de movilidad social de las clases marginadas <strong>en</strong> el<br />
romanticismo europeo no llegó a t<strong>en</strong>er un gran impacto <strong>en</strong> la obra literaria <strong>en</strong> <strong>México</strong> anterior a<br />
esos años de la Reforma. Como ya se m<strong>en</strong>cionó anteriorm<strong>en</strong>te, el primer escritor que se ocupó<br />
debidam<strong>en</strong>te de esta temática <strong>como</strong> asunto principal fue Nicolás Pizarro Suárez <strong>en</strong> su novela <strong>El</strong><br />
monedero (1857; 1861).<br />
3 Picard divide el romanticismo francés <strong>en</strong> tres etapas: “el periodo militante, de 1815 a 1830, el del<br />
triunfo, que va de 1830 a 1843 (fracaso de Los burgraves) y el del ocaso, que empieza hacia 1848”<br />
(<strong>El</strong> romanticismo social 19).<br />
4 También se incluía a él mismo cuando se refería a “esta juv<strong>en</strong>tud que estudia y progresa al<br />
estru<strong>en</strong>do del cañón fratricida” (“Discurso Cívico” 16).<br />
5 De acuerdo con la lista cronológica que hace <strong>en</strong> su libro clásico <strong>México</strong> <strong>en</strong> su novela, Brushwood<br />
<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra que de 1855 á 1860 <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong> es el único novelista que publica. Brushwood<br />
advierte que esta lista no es exhaustiva, sin embargo las palabras de Altamirano sugier<strong>en</strong> que<br />
posiblem<strong>en</strong>te ningún otro escritor haya publicado su obra durante esos años. Altamirano apunta<br />
que para 1857 Nicolás Pizarro Suárez ya había escrito La coqueta y parte de <strong>El</strong> monedero pero que,<br />
debido a la guerra civil, el autor tuvo que dejar su obra interrumpida hasta 1861; ya para <strong>en</strong>tonces<br />
“había concluido y rejuv<strong>en</strong>ecido su Monedero, y había escrito nuevam<strong>en</strong>te su Coqueta, dos novelas<br />
que llamaron mucho la at<strong>en</strong>ción y que se leyeron con avidez” (Obras completas, XII: 66).<br />
6 La descripción de este personaje refleja <strong>en</strong> gran medida la biografía de <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong> (véase<br />
“Datos biográficos” <strong>en</strong> Gil Gómez el insurg<strong>en</strong>te o la hija del médico). Sólo que, a difer<strong>en</strong>cia de la<br />
preocupación social del autor, este personaje se resigna y vive cont<strong>en</strong>to <strong>en</strong> su marginado círculo<br />
social— ¿el nuevo idealismo de <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong>?—poni<strong>en</strong>do por <strong>en</strong>cima de lo material los<br />
valores humanos y sociales de su clase.<br />
7 <strong>El</strong> “círculo” de los marginados socialm<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> particular la clase media por vivir a la sombra<br />
de qui<strong>en</strong>es cu<strong>en</strong>tan con bi<strong>en</strong>es (influ<strong>en</strong>cias, puestos y riquezas). Esta es la queja implícita, por<br />
omisión, del autor ya que aquí su objetivo no es ocuparse de la clase media sino de lo inicuo e
<strong>Juan</strong> <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong> 251<br />
intrasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te de la llamada “aristocracia mexicana”. La clase media <strong>como</strong> tema de estudio lo<br />
refiere <strong>en</strong> su novela homóloga La clase media, también publicada <strong>en</strong> 1859.<br />
8 Empleo este término <strong>en</strong> relación a los personajes que defi<strong>en</strong>d<strong>en</strong> o que aspiran ser parte de la<br />
clase aristocrática.<br />
9 <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong> no hace una difer<strong>en</strong>cia <strong>en</strong>tre “aristocracia” y “m<strong>en</strong>talidad aristocrática”, aunque<br />
luego explica que <strong>en</strong> realidad <strong>en</strong> <strong>México</strong> ya no existe una aristocracia <strong>como</strong> clase social.<br />
10 Resulta irónico que el autor int<strong>en</strong>te dar lecciones de recato y patriotismo por medio de su novela<br />
a las personas m<strong>en</strong>os interesadas <strong>en</strong> estos asuntos si<strong>en</strong>do a su vez el público más asiduo a la<br />
lectura de novelas <strong>en</strong> <strong>México</strong> por tradición. En la dedicación “Al jov<strong>en</strong> poeta Luis G. Ortiz” que<br />
antecede al primer capítulo, el autor escribe: “Introduzca usted estos cuadros aislados que no<br />
son ni una novela, <strong>en</strong> los salones de esas hermosas jóv<strong>en</strong>es que le inspiran tan hermosos versos”<br />
(146). Pero esto es precisam<strong>en</strong>te otra de las paradojas que int<strong>en</strong>ta resolver, la lección que sus<br />
lectoras también deb<strong>en</strong> apr<strong>en</strong>der con el ejemplo de <strong>El</strong><strong>en</strong>a—véase la nota sigui<strong>en</strong>te.<br />
11 Entiéndase también el m<strong>en</strong>saje implícito del autor de querer “reivindicar” socialm<strong>en</strong>te a sus lectores<br />
a qui<strong>en</strong>es no quiere of<strong>en</strong>der; lectores particularm<strong>en</strong>te del género fem<strong>en</strong>ino de clases a<strong>como</strong>dadas<br />
que, cuidando de sus finos modales así <strong>como</strong> de su moral y su dec<strong>en</strong>cia, evadían la realidad<br />
mexicana soñando con la fantasía favorecida por el mito, la ley<strong>en</strong>da, los palacios, las cortes y los<br />
salones aristocráticos, las historias de amor y la literatura de viajes de escritores europeos. Esta<br />
evasión y fantasía por medio de la lectura operaba asimismo <strong>como</strong> medio de instrucción fem<strong>en</strong>ina<br />
de obedi<strong>en</strong>cia, de moralidad y de honorabilidad de la familia. “Tanto los patrones morales impuestos<br />
por la oligarquía <strong>como</strong> sus inclinaciones aristocrático-europeizantes, determinaron el<br />
ejercicio de c<strong>en</strong>sura que no sólo actuó <strong>como</strong> condicionante y limitante de los escritores locales,<br />
sino también <strong>como</strong> cedazo <strong>en</strong> la selección y mutilación de los textos importados. Gran parte de<br />
la literatura romántica europea traducida y publicada [<strong>en</strong> los órganos difusores de la Academia<br />
de Letrán, de 1837 a 1847 aproximadam<strong>en</strong>te] era c<strong>en</strong>surada, o para decirlo con las palabras de<br />
la época, ‘expurgada de todo error’” (Ruedas de la Serna 63). Con el ejemplo de <strong>El</strong><strong>en</strong>a, <strong>Díaz</strong><br />
<strong>Covarrubias</strong> invierte este mundo de ficción—que apoyaba la moral tradicional—para repres<strong>en</strong>tar<br />
el error de esta m<strong>en</strong>talidad aristocratizante alejada de la realidad mexicana. Dado que la historia<br />
de <strong>El</strong><strong>en</strong>a y Enrique—reflejo de sus lectores—no puede t<strong>en</strong>er un final feliz, el autor advierte:<br />
“Lector, si sois feliz, si para vos la vida <strong>en</strong> vez de ser un valle de lágrimas es un camino de flores, si<br />
os vive aún vuestra madre, si la mujer que amasteis no os ha <strong>en</strong>gañado, si no amáis sin esperanza,<br />
[. . .] si <strong>en</strong> fin para vos la vida no ha sido más que una larga infancia. . . , <strong>en</strong>tonces no continuéis<br />
ley<strong>en</strong>do esta novela” (200).<br />
12 <strong>El</strong><strong>en</strong>a es un “ángel caído” <strong>en</strong>tre la ambición y el materialismo de la aristocracia; <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong><br />
es un “ángel caído” que quisiera contar con la tranquilidad y la aceptación social que hac<strong>en</strong><br />
posibles los caudales de la tal aristocracia. Es el ángel caído que el primer romanticismo mexicano<br />
se olvidó de reivindicar.<br />
13 Sigo de cerca el estudio de Siebers porque <strong>en</strong> este trabajo también es importante subrayar que<br />
“la superstición no ti<strong>en</strong>e significado alguno fuera del marco de las relaciones humanas” (13). Es<br />
decir, también se expone aquí el concepto de superstición <strong>como</strong> parte del ord<strong>en</strong> de la lógica de la<br />
razón humana.<br />
14 <strong>El</strong> vaticinio de Miguel se había cumplido. Sólo que <strong>como</strong> Enrique no contaba con grandes capitales,<br />
el <strong>diablo</strong> se le anticipa para que sea él mismo qui<strong>en</strong> cometa la traición: Concha le “prodiga<br />
oro” y <strong>en</strong>tonces Enrique trata de manera difer<strong>en</strong>te a <strong>El</strong><strong>en</strong>a “resignándose” a vivir sin su amor.<br />
15 En esos años <strong>en</strong> que se inicia la Reforma, así <strong>como</strong> lo da a <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der <strong>Díaz</strong> <strong>Covarrubias</strong>, Pizarro<br />
Suárez también lanza la idea de que el sector de m<strong>en</strong>talidad aristocratizante se apoyaba <strong>en</strong> el<br />
pragmatismo de la filosofía positivista (de amor, libertad y progreso) para def<strong>en</strong>der sus intereses<br />
particulares olvidándose de sus implicaciones sociales y “los males públicos y privados” (Cortazar<br />
59; véase también 195-196). La filosofía positivista se establece de forma oficial <strong>en</strong> el sistema de<br />
educación superior <strong>en</strong> <strong>México</strong> con la proclamación de la Oración Cívica de Gabino Barreda <strong>en</strong><br />
1867.
252<br />
Bibliografía<br />
Alejandro Cortazar<br />
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