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Juan Díaz Covarrubias y El diablo en México como ... - Spanish

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244<br />

Alejandro Cortazar<br />

reprimir los deseos de movilidad social. Hay qui<strong>en</strong>es inclusive aferrándose<br />

a lo material apostarían la vida por no condesc<strong>en</strong>der con otra clase, <strong>como</strong><br />

la madre de <strong>El</strong><strong>en</strong>a. En <strong>México</strong>, dice el autor, “sólo el dinero puede formar<br />

esa aristocracia puesto que no hay pureza de sangre si<strong>en</strong>do mixta nuestra<br />

raza, ni premio ni servicio porque no hay gobierno estable” (169). Si<br />

<strong>México</strong> ha ido conformándose étnica y culturalm<strong>en</strong>te <strong>como</strong> una nación<br />

mestiza con un gobierno de tipo republicano, ¿qué explica el hecho de que<br />

impere este odio y esta ambición de m<strong>en</strong>talidad aristocratizante que sust<strong>en</strong>ta<br />

su clase y su moral <strong>en</strong> términos de lo material?. Deacuerdo con <strong>Díaz</strong><br />

<strong>Covarrubias</strong>, precisam<strong>en</strong>te el desamor, la falta de patriotismo de este sector<br />

y su predilección por lo europeo. Y si esta es la paradoja social imperante,<br />

¿quién hizo despertar <strong>en</strong>tre dos seres la pasión que los habría de conducir a<br />

transgredir las normas de la tradición? ¿las miradas y suspiros de <strong>El</strong><strong>en</strong>a por<br />

Enrique eran “amor, coquetería o curiosidad? Yo no quiero decirlo, porque<br />

francam<strong>en</strong>te les t<strong>en</strong>go miedo a mis lectoras”, dice el autor. “¿Y quién reu-<br />

niría a <strong>El</strong><strong>en</strong>a y Enrique <strong>en</strong> la misa del perdón? ¿quién inspiraría a éste la<br />

idea de seguir a aquélla? Yo creo sinceram<strong>en</strong>te que fue el <strong>diablo</strong>” (158). Si<br />

el acto de fe religiosa no es capaz de remediar esta iniquidad, este desvarío<br />

de la paradoja social, ¿<strong>en</strong>tonces qué? ¿quién? Si <strong>en</strong>t<strong>en</strong>demos al narrador,<br />

estos mismos desvaríos son los que se <strong>en</strong>cargan de que la sociedad quede<br />

prop<strong>en</strong>sa a los designios de las fuerzas del mal, esto es, el <strong>diablo</strong>.<br />

III. Demonios <strong>en</strong> el jardín<br />

<strong>El</strong><strong>en</strong>a era una jov<strong>en</strong> recatada, de aspecto puritano y semblante p<strong>en</strong>sativo<br />

con el que daba la impresión de sumergirse <strong>en</strong> unos éxtasis que atacaban su<br />

alma imprimiéndole a su rostro “un triste y particular sello de melancolía”<br />

(150). T<strong>en</strong>ía la fisonomía de un ángel caído, es decir, “una de esas fisonomías<br />

que tra<strong>en</strong> <strong>como</strong> una vaga idea de la patria que ningún mortal ha visto”<br />

(164). Pareciera ser un ángel desplazado, desori<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> este mundo. Su<br />

pasión s<strong>en</strong>tim<strong>en</strong>tal es su virtud, pero también su “pecado original” sobre<br />

la tierra; pecado que se originó <strong>en</strong> su suerte revestida socialm<strong>en</strong>te de costumbres<br />

y formas aristocráticas. Suerte ineludible la de este ángel caído que<br />

debe portar tributo a la obedi<strong>en</strong>cia familiar y el bi<strong>en</strong> material <strong>como</strong> base<br />

de su es<strong>en</strong>cia e imag<strong>en</strong> social. T<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do <strong>en</strong> m<strong>en</strong>te no faltar al decoro de sus<br />

lectoras, el autor deduce que a mujeres angelicales <strong>como</strong> <strong>El</strong><strong>en</strong>a<br />

el exceso de s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to las mata, g<strong>en</strong>eralm<strong>en</strong>te son burladas por hombres<br />

indignos que abusan de su espiritualismo, o bi<strong>en</strong> son <strong>en</strong>tregadas por sus<br />

padres a magnates que las hac<strong>en</strong> sus esposas, y <strong>en</strong>tonces obedeci<strong>en</strong>do a las<br />

necesidades materiales de la vida, su poesía se convierte <strong>en</strong> prosa, su espiritualismo<br />

<strong>en</strong> vulgaridad. Tal vez hubieran podido hacer la felicidad de un<br />

hombre s<strong>en</strong>sible; pero su posición social es un abismo que las separa de ese<br />

hombre (165).

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