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Hernán Feldman.pdf - Saberes de Estado - IDES

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pintorescos por su garbo como preocupantes por la falta <strong>de</strong> alcance <strong>de</strong> la escuela pública, los<br />

niños <strong>de</strong> la calle parecen <strong>de</strong>smentir los imposibles que Roldán y <strong>de</strong> Vedia conciben en su<br />

evaluación <strong>de</strong>l futuro, y <strong>de</strong> ese modo no cesan <strong>de</strong> irritar los más variados escozores en sus<br />

ásperos observadores.<br />

Como ya lo habían indicado Daireaux y Zeballos, los niños que asisten a la escuela<br />

generan similar nerviosismo una vez que el observador los ve <strong>de</strong>senvolverse en las calles <strong>de</strong> la<br />

ciudad. Ramos Mejía, a<strong>de</strong>más, vendrá a confirmar la tesis <strong>de</strong> Mitre cuando diga que “el pilluelo,<br />

el hijo a medias argentinizado por el ambiente y la herencia” supera al nativo; el prestigioso<br />

galeno, sin embargo, agregará que esta superioridad obe<strong>de</strong>ce a “la obsesión brutal <strong>de</strong> la fortuna a<br />

toda costa”. 67 En una primera instancia, los repertorios extracurriculares <strong>de</strong>l niño -que por peso<br />

estadístico <strong>de</strong>be tener algún padre extranjero- ganan valioso terreno merced a la influencia<br />

familiar que Daireaux <strong>de</strong>sestimaba. Pero en una instancia posterior, Ramos Mejía constata que<br />

la calle infun<strong>de</strong> valores <strong>de</strong> mayor arraigo; valores que, en clave darwinista, convierten al pilluelo<br />

en un individuo más apto, ya que “es más precoz su <strong>de</strong>sarrollo que el <strong>de</strong> los niños <strong>de</strong>l hogar<br />

acomodado, que el <strong>de</strong>l niño bien, como en la jerga <strong>de</strong> la sociedad se dice”. 68 Sin embargo, este<br />

niño bien <strong>de</strong> prosapia criolla no sólo pier<strong>de</strong> frente al advenedizo, sino que también se diluye en<br />

medio <strong>de</strong> las insistentes crónicas que disparan <strong>de</strong>sesperadamente contra la intrincada maraña <strong>de</strong><br />

peligros sociales. Así, la estoica figura <strong>de</strong>l niño que representa a la cepa criolla en retirada<br />

parece naufragar en medio <strong>de</strong> una marea <strong>de</strong> niños más fuertes que, asistan o no a la escuela, se<br />

constituyen en heraldos <strong>de</strong> una profecía autocumplida. 69<br />

En su intento por explicar este resultado más o menos inevitable, Ramos Mejía va a<br />

concebir también la confluencia <strong>de</strong> dos fuerzas que han venido conviviendo en el país a lo largo<br />

67<br />

Ramos Mejía, José María: Las multitu<strong>de</strong>s argentinas, J. Lajouane & Cía. Editores, Buenos Aires, 1912, pp. 298 y<br />

303.<br />

68<br />

I<strong>de</strong>m, p. 270.<br />

69<br />

Mientras que los niños que no asisten a la escuela generan preocupación, igual o mayor inquietud generan<br />

aquellos jóvenes sin prosapia alguna que asisten a la escuela primaria, completan sus estudios secundarios, y<br />

terminan accediendo a los claustros universitarios y al ejercicio <strong>de</strong> profesiones liberales. Las claves <strong>de</strong> esa<br />

preocupación se pue<strong>de</strong>n vislumbrar en textos literarios representativos <strong>de</strong> extremos i<strong>de</strong>ológicos diversos, tales como<br />

En la sangre, <strong>de</strong> Eugenio Cambaceres, y la obra <strong>de</strong> teatro M’hijo el dotor, <strong>de</strong> Florencio Sánchez. Más cerca <strong>de</strong>l<br />

registro <strong>de</strong> Cambaceres y <strong>de</strong>l <strong>de</strong> Vicente G. Quesada, Ramos Mejía no se olvida en Las multitu<strong>de</strong>s argentinas <strong>de</strong><br />

precaver a los dueños <strong>de</strong> casa sobre aquellos advenedizos que preten<strong>de</strong>n utilizar algún diploma universitario para<br />

disimular su carencia <strong>de</strong> abolengo e invadir un predio sagrado escasamente custodiado por quienes <strong>de</strong>berían ser sus<br />

legítimos guardianes. En una línea similar, el jurista Héctor Perdriel publica en 1903 un ensayo titulado<br />

“Doctomanía”, en el que resume en unas pocas páginas todos los tics <strong>de</strong> la corporación profesional <strong>de</strong> la hora. En<br />

pocas palabras, Perdriel señala que la igualdad que la escuela pública pone en vigor entre el niño bien y el hijo <strong>de</strong>l<br />

zapatero inmigrante que vive en un conventillo, acarrea la <strong>de</strong>plorable consecuencia <strong>de</strong> perpetuar una ficción<br />

igualitaria que en los hechos no <strong>de</strong>bería ser tal. De resultas, Perdriel observa que los inmigrantes que traen al país<br />

los fuertes brazos que sacan <strong>de</strong> la tierra el producto <strong>de</strong> un trabajo rudo y honesto parecen haber adquirido una<br />

obsesión que los lleva a incurrir en todo tipo <strong>de</strong> <strong>de</strong>satinos para diplomar a sus hijos. “Merced a ese título”, se<br />

lamenta Perdriel, “las diferencias sociales se borran como por arte <strong>de</strong> encantamiento. Gracias a él, el hijo <strong>de</strong> nuestro<br />

zapatero, <strong>de</strong>l almacenero <strong>de</strong> la esquina, y el <strong>de</strong>l político o estadista, se hallan al mismo nivel social”. Perdriel,<br />

Héctor: “Doctomanía”, en Revista <strong>de</strong> Derecho, Historia y Letras, 5.15, 1903, p. 12. El observador avezado, <strong>de</strong><br />

acuerdo con el análisis <strong>de</strong>l adusto jurista, pue<strong>de</strong> ver más allá <strong>de</strong>l disfraz que el diploma le confiere al advenedizo.<br />

“Lo adivinamos también al través <strong>de</strong>l levita <strong>de</strong> irreprochable corte, a pesar <strong>de</strong>l impecable nudo en su corbata,<br />

malgrado el renombre y notoriedad que adquiere prontamente, gracias a la impresionabilidad que caracteriza a la<br />

sociedad; porque lo percibimos en esas bruscas salidas <strong>de</strong> tono que la gente llama excentricida<strong>de</strong>s, por efecto <strong>de</strong> la<br />

cobardía general, y que no son otra cosa que exabruptos <strong>de</strong> una <strong>de</strong>plorable educación <strong>de</strong> hogar, recibida en el patio<br />

<strong>de</strong>l conventillo, en que aprendió el respeto que <strong>de</strong>be a sus semejantes, presenciando la <strong>de</strong>nigrante <strong>de</strong>rivación <strong>de</strong> los<br />

sentimientos humanos por la influencia <strong>de</strong> aquel medio corrompido en que formó su carácter!”. I<strong>de</strong>m, p. 15.

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