Hernán Feldman.pdf - Saberes de Estado - IDES

El proyecto de ley presentado por Gómez fue defendido en el recinto por los diputados
Marco M. Avellaneda, Lucas Arrayagaray, José María Guastavino y Gómez mismo, quienes
sostuvieron que la ley tenía por objeto constituirse en un medio idóneo para coadyuvar a la
necesidad de contrarrestar la creciente tendencia a ignorar la lengua y las tradiciones argentinas
que se venía manifestando en las escuelas y en los hogares de inmigrantes. Tendencia que, sin
duda, había encontrado sonoro eco en variados observadores locales y extranjeros de las
costumbres del país. Desde el joven Pellegrini con su advertencia sobre aquellos sospechosos
“elementos de destrucción para la sociedad”, pasando por la “policía de muchachos” por la que
clamaba La Nación en 1874, hasta los “granujas cosmopolitas” de Daireaux en 1888 y el pilluelo
de Ramos Mejía en 1899, se había instalado una suerte de discurso de la aprehensión que insistía
en la problemática del estatuto incierto al que parecían adherir un creciente número de niños en
el país. Las razones que fundan el proyecto de ley, entonces, venían a precaver a los hombres de
Estado sobre el crecimiento poblacional de una generación de niños que, aun habiendo nacido en
territorio argentino, parecían encontrarse completamente ajenos al idioma nacional y, por ende,
al sentimiento de patriotismo que requería el modelo de ciudadanía pensado por quienes habían
centrado todas sus esperanzas en la fuerza regeneradora de la inmigración.
En su carácter de miembro informante del proyecto, el diputado Avellaneda sostendrá
que la ley proyectada era concebida como una herramienta estratégica para lograr la
consolidación de la nacionalidad en el elemento extranjero. Según Avellaneda, en efecto, la
obligatoriedad del idioma nacional en las escuelas contrarrestaría la tendencia de aquellos padres
que pretenden transmitir a sus hijos un sentimiento de patriotismo hacia la patria del exilio y no
hacia el país en el que viven. “La nacionalización del extranjero es hoy una necesidad”, asevera
Avellaneda; “no es ya una cuestión teórica llamada a resolverse como una especulación
filosófica. Es necesario hablar bien alto y decir la verdad: no podemos aceptar, no es justo que
esa inmensa población que vive de nuestra propia vida, bajo el mismo cielo, limitada su vista por
el mismo horizonte, permanezca extraña a nuestra vida pública, manteniéndose en colectividades
autónomas en donde procuran perpetuar en sus hijos, como una herencia, su triste condición de
emigrados, sin voz ni voto en nuestras asambleas, sin compartir con nosotros las
responsabilidades del presente y del futuro”. 99 De esta manera, Avellaneda responde a
persistentes inquietudes centradas en las grietas que se advierten en la plena inserción de los
extranjeros residentes en el país; fallas en tiempo presente que bien pueden prefigurar un futuro
luctuoso. Los inmigrantes, según esta línea de pensamiento, no terminan de asimilarse a las
costumbres locales, mantienen las de su país de origen, evitan participar en la arena pública, y se
concentran únicamente en maximizar las posibilidades de lucro. “Seamos un pueblo
cosmopolita”, concede Avellaneda, “pero sin dejar de ser ese pueblo que ha pensado con
Moreno, con Rivadavia, con Alberdi y con Sarmiento, para que nuestra patria no se convierta un
día, como el templo de Jeovah, en una vasta tienda de mercaderes”. 100
La escalada retórica del planteo que expone Avellaneda para defender el proyecto de ley
se verá jalonada, en efecto, por muchos de los lugares comunes que habían concitado la atención
de sus precursores. La Constitución llama al extranjero, dirá el diputado, y Alberdi sostuvo que
Museo de Louvre con una rica dama inglesa, muy comme il faut, afincada ahí, en el Río de la Plata. Iba con una
jovencita, muy mona, y un niño simpático. ¿Se vuelve usted pronto? Sí. Y este caballerito, ¿quién es? (no le
conocía). Mi hijo, repuso. ¡Ah! un argentino más. El chiquilín se apresuró a rectificar: no, inglés. La mamá: What
a shame!”. Mansilla, Lucio Victorio: Un país sin ciudadanos, Garnier Hermanos Libreros-Editores, Paris, 1907, pp.
124-125.
99
Idem, p. 752.
100
Idem, p. 752.