¿Hacia dónde?
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feRnando oRtiz aRana<br />
Esta colaboración pretende analizar las<br />
transformaciones del presidencialismo, así<br />
como identificar sus razones y los cambios<br />
que demanda para su supervivencia como<br />
el modelo de forma de gobierno más conveniente<br />
para el país. Nuestra premisa mayor<br />
es que la consolidación democrática exige<br />
una Presidencia que se corresponda con<br />
las aspiraciones y reclamos políticos de los<br />
ciudadanos. Se hace indispensable entonces<br />
admitir la necesidad de reformar la Constitución<br />
respecto de las facultades del Presidente<br />
de la República.<br />
En principio, atendiendo al aspecto conceptual,<br />
tenemos que por presidencialismo<br />
se identifica aquel régimen político en el<br />
cual el Ejecutivo tiene un papel dominante<br />
sobre los otros dos poderes, particularmente<br />
sobre el Legislativo. Curiosamente, el<br />
término “presidencialista” se acuñó en Gran<br />
Bretaña, cuna del parlamentarismo, ya que<br />
fue la manera en la que en aquel país se denominó<br />
al novedoso y para ellos extraño régimen<br />
que surgía luego de la independencia<br />
de las colonias que ahora integran los Estados<br />
Unidos de América.<br />
En un sistema presidencial el valor de<br />
equidad inherente al principio de división<br />
de poderes es pura mitología constitucional;<br />
el Ejecutivo prevalece sobre los demás<br />
poderes. Se da una relación de cuasi<br />
subordinación que además termina por<br />
arrastrar en su cauce a los poderes locales<br />
y municipales.<br />
El presidencialismo fuerte, o no acotado,<br />
produce una sociedad civil sumisa por<br />
la ausencia de actores sociales que puedan<br />
enfrentarse al poder presidencial. En<br />
nuestro sistema político la adopción del<br />
régimen presidencialista obedeció más a<br />
factores de moda política que a cuestiones<br />
propias de nuestra realidad. Recordemos<br />
que allende los juicios de valor, en la praxis<br />
el régimen presidencial se consolida con el<br />
Presidente Juárez y se fortalece con el general<br />
Porfirio Díaz.<br />
No obstante que no se planeó de esa manera,<br />
el presidencialismo logró detener el<br />
proceso de desintegración que experimentaba<br />
nuestro país desde la Independencia.<br />
28 confluencia XXI<br />
Y sin lugar a dudas también contribuyó a<br />
cimentar el sentimiento de pertenencia y<br />
consecuentemente el desarrollo nacional.<br />
Es innegable que la Carta Magna que nos<br />
rige y que constituye –en palabras del jurista<br />
francés Georges Ripert– “la revolución<br />
jurídica” producto de la Revolución Mexicana<br />
de 1910, y la que contiene profundas<br />
reformas sociales y reivindicaciones populares,<br />
no hubiera sido posible sin la figura<br />
presidencialista en aquellos días representada<br />
por Venustiano Carranza, primer jefe del<br />
Ejército Constitucionalista.<br />
Es un hecho que el sistema presidencial<br />
contribuyó al tránsito de la precaria economía<br />
mexicana hacia un sólido desarrollo que<br />
hasta finales de los setenta impulsó mejores<br />
niveles de vida de la población, con crecimientos<br />
acelerados a ritmos poco vistos en<br />
el mundo, y generando una clase media vigorosa.<br />
Esta “bonanza” económica legitimó<br />
el régimen presidencialista y lo colocó en la<br />
conciencia colectiva como nuestra forma de<br />
gobierno, concretamente en las tres décadas<br />
que van de los cuarenta a los setenta. Quienes<br />
en aquellos tiempos fungieron como<br />
titulares del Poder Ejecutivo representaron<br />
en sí mismos a la República, construyendo<br />
verdaderos mitos sobre el poder presidencial<br />
constitucional, pero sobre todo metaconstitucional.<br />
Se les apreciaba como entes<br />
omnipotentes. En los últimos años de este<br />
idilio entre un hombre, el poder y su pueblo,<br />
se habló incluso del “milagro mexicano”;<br />
se suponía que mantendríamos un alto<br />
crecimiento del Producto Interno Bruto<br />
durante 30 años seguidos.<br />
No obstante, en 1976 y a principios de<br />
los años ochenta vienen tremendas crisis<br />
económicas que disipan súbitamente el sueño<br />
mexicano. De pronto despertamos con<br />
carestía, inflación, desempleo y, sobre todo,<br />
desesperanza. También repentinamente la<br />
ciudadanía comienza a cuestionarse sobre la<br />
necesidad de cambios en la composición del<br />
gobierno por la vía electoral y la ampliación<br />
del sistema de libertades. La corrupción y<br />
los abusos se destapan y enervan al pueblo<br />
de México. Viene el lamentable terremoto<br />
de 1985 y, por necesidad, la sociedad se da<br />
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