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¿Hacia dónde?

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SalvaDor MalDonaDo aranDa<br />

repetir la historia del llamado<br />

“mundo desarrollado” del<br />

Atlántico Norte, en sí misma<br />

una ilusión ideológica más<br />

que una realidad. En cierta<br />

medida, tal vez pueda decirse<br />

que el discurso actual sobre<br />

la ciudadanía (en su sentido<br />

abstracto y universal) pretende<br />

negar estas realidades, junto<br />

con todos los aspectos del<br />

proceso de desarrollo mexicano<br />

que, por lo demás, parecen<br />

“perversos”, solamente desde<br />

el punto de vista normativo<br />

de las ideas clásicas sobre las<br />

relaciones entre economía de<br />

mercado y buen gobierno.<br />

El otro problema al que<br />

quiero hacer referencia es<br />

el hecho de que el renovado<br />

interés por el pluralismo<br />

democrático ha centrado la<br />

discusión sobre la alternancia<br />

partidista y la cohabitación<br />

política en términos<br />

de un problema de descentralización<br />

y competencias.<br />

Pero sigue siendo una visión<br />

monolítica que reproduce<br />

argumentos similares del liberalismo<br />

decimonónico, en<br />

donde se plantea que fenómenos<br />

como el clientelismo y<br />

el caciquismo o el narcotráfico<br />

son producto de un rezago<br />

histórico; culturas políticas<br />

tradicionales atrasadas que,<br />

“naturalmente”, se conservan<br />

en zonas rurales y regiones<br />

“marginadas”.<br />

El modelo de pluralismo y<br />

alternancia en el poder, ahora<br />

se dice, contribuirá a desterrar<br />

prácticas tradicionales<br />

por medio de la competencia<br />

y la oferta política. Sin embargo,<br />

el desarrollo de otros<br />

partidos políticos en México<br />

ha sido ampliamente influido<br />

62 confluencia XXI<br />

por la existencia del Partido<br />

Revolucionario Institucional<br />

(PRI) y nunca han integrado<br />

de una manera muy directa la<br />

representación política de las<br />

clases sociales, aún en el caso<br />

del Partido de la Revolución<br />

Democrática (PRD), pese a<br />

su base popular y herencia<br />

parcial de la izquierda. En<br />

este sentido, aunque los partidos<br />

políticos pueden abordar<br />

cuestiones sociales, su<br />

tendencia a servir de vehículos<br />

para la competencia entre<br />

grupos de poder, ligados a posiciones<br />

de clase superiores, es<br />

un rasgo estructural de la política<br />

mexicana “normal”, para<br />

el cual el estilo político neoliberal<br />

y el discurso de ciudadanía<br />

sirven de disfraces ideológicos<br />

muy convenientes a la<br />

baja política faccional y caciquil<br />

que los partidos ejercen<br />

comúnmente.<br />

De la tranSición<br />

nacional a laS<br />

intranSicioneS<br />

En este sentido, una de las<br />

cuestiones más importantes<br />

es el interrogante de qué posibilidades<br />

y/o límites tiene el<br />

cambio político para generar,<br />

impulsar y/o ampliar un proceso<br />

de democratización social<br />

a escalas local y nacional.<br />

Para algunos analistas, el<br />

futuro que albergan las sociedades<br />

latinoamericanas es de<br />

un nivel de violencia, pobreza,<br />

discriminación y exclusión<br />

sin precedente, que pareciera<br />

indicar que los logros de las<br />

“nuevas” democracias latinoamericanas<br />

está lejos de ser satisfactorio<br />

(Álvarez, Dagnino<br />

y Escobar, 1998). Sin embargo,<br />

positivamente, alrededor<br />

de proyectos democráticos<br />

alternativos se está llevando<br />

a cabo gran parte de la lucha<br />

política. Mientras que la sociedad<br />

civil asume cada vez<br />

más las responsabilidades sociales<br />

evadidas por el Estado<br />

neoliberal que se reduce, su<br />

capacidad como esfera política<br />

crucial para el ejercicio de<br />

una ciudadanía democrática<br />

está siendo minimizada de<br />

manera creciente.<br />

Como estos mismos autores<br />

argumentan, “en algunos<br />

casos, los movimientos<br />

sociales no sólo han tenido<br />

éxito en traducir sus agendas<br />

a políticas públicas y en<br />

expandir las fronteras de la<br />

política institucional, sino<br />

que también han luchado<br />

por redefinir los sentidos de<br />

las nociones convencionales<br />

de ciudadanía, representación<br />

política, participación<br />

y, en consecuencia, de la democracia”<br />

(Ibíd. P. 154). No<br />

obstante, para otros autores<br />

el debate sobre la democracia<br />

ya no puede tratarse de<br />

la misma manera que antes.<br />

El elitismo ha demostrado<br />

grandes dificultades de procesamiento<br />

de la heterogeneidad<br />

y diversidad. Ya no<br />

puede discutirse la democracia<br />

como forma, en el sentido<br />

de sus condiciones estructurales<br />

y el procedimentalismo<br />

que la caracterizó.<br />

Para De Sousa Santos,<br />

el procedimentalismo que<br />

distinguió los debates de los<br />

años setenta derivó en un reduccionismo<br />

a procesos de<br />

elecciones de elites y fue un<br />

postulado ad hoc de la teoría<br />

hegemónica de la democracia.<br />

No alcanzó a brindar<br />

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