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Pero esa noche, Montag aminoró el paso casi hasta detenerse. Su<br />
subconsciente, adelantándosele a doblar la esquina, había oído un debilísimo<br />
susurro. ¿De respiración? ¿0 era la atmósfera, comprimida únicamente por<br />
alguien que estuviese allí muy quieto, esperando?<br />
Montag dobló la esquina.<br />
Las hojas otoñales se arrastraban sobre el pavimento iluminado por el claro de<br />
luna. Y hacían que la muchacha que se movía allí pareciese estar andando sin<br />
desplazarse, dejando que el impulso del viento y de las hojas la empujara hacia<br />
delante. Su cabeza estaba medio inclinada para observar cómo sus zapatos<br />
removían las hojas arremolinadas. Su rostro era delgado y blanco como la<br />
leche, y reflejando una especie de suave ansiedad que resbalaba por encima<br />
de todo con insaciable curiosidad. Era una mirada, casi, de pálida sorpresa; los<br />
ojos oscuros estaban tan fijos en el mundo que ningún movimiento se les<br />
escapaba. El vestido de la joven era blanco, y susurraba. A Montag casi le<br />
pareció oír el movimiento de las manos de ella al andar y, luego, el sonido<br />
infinitamente pequeño, el blanco rumor de su rostro volviéndose cuando<br />
descubrió que estaba a pocos pasos de un hombre inmóvil en mitad de la<br />
acera, esperando.<br />
Los árboles, sobre sus cabezas, susurraban al soltar su lluvia seca. La<br />
muchacha se detuvo y dio la impresión de que iba a retroceder, sorprendida;<br />
pero, en lugar de ello, se quedó mirando a Montag con ojos tan oscuros,<br />
brillantes y vivos, que él sintió que había dicho algo verdaderamente<br />
maravilloso. Pero sabía que su boca sólo se había movido para decir adiós, y<br />
cuando ella pareció quedar hipnotizada por la salamandra bordada en la<br />
manga de él y el disco de fénix en su pecho, volvió a hablar.<br />
-Claro está -dÍjo-, usted es la nueva vecina, ¿verdad?<br />
-Y usted debe de ser -ella apartó la mirada de los símbolos profesionales- el<br />
bombero.<br />
La voz de la muchacha fue apagándose.<br />
-¡De qué modo tan extraño lo dice!<br />
-Lo... Lo hubiese adivinado con los ojos cerrados -prosiguió ella, lentamente-.<br />
-¿Por qué? ¿Por el olor a petróleo? Mi esposa siempre se queja -replicó él,<br />
riendo-. Nunca se consigue eliminarlo por completo.<br />
-No, en efecto -repitió ella, atemorizada-.<br />
Montag sintió que ella andaba en círculo a su alrededor, le examinaba de<br />
extremo a extremo, sacudiéndolo silenciosamente y vaciándole los bolsillos,<br />
aunque, en realidad, no se moviera en absoluto.