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«Dentífrico Denham.»<br />
«Cállate -pensó Montag-. Considera los lirios en el campo.»<br />
«Dentífrico Denham.»<br />
«No mancha ... »<br />
«Dentífrico ... »<br />
«Considera los lirios en el campo, cállate, cállate.»<br />
«¡Denharn!»<br />
Montag abrió violentamente el libro, pasó las páginas y las palpó como si fuese<br />
ciego, fijándose en la forma de las letras individuales, sin parpadear.<br />
«Denham. eletreando: D-e-n ... »<br />
«No mancha, ni tampoco...»<br />
Un fiero susurro de arena caliente a través de la criba vacía.<br />
¡«Denham» lo consigue!<br />
«Considera los lirios, los lirios, los lirios ... »,<br />
«Detergente Dental Denham.»<br />
-¡Calla, calla, calla!<br />
Era una súplica, un grito tan terrible que Montag se encontró de pie, mientras<br />
los sorprendidos pasajeros del vagón le miraban, apartándose de aquel hombre<br />
que tenia expresión de demente, la boca contraída y reseca, el libro abierto en<br />
su puño. La gente que, un momento antes, había estado sentada, llevando con<br />
los pies el ritmo de «Dentífrico Denham», «Duradero Detergente Dental<br />
Denham», «Dentífrico Denham», Dentífrico, Dentífrico, uno, dos, uno, dos, uno<br />
dos tres, uno dos, uno dos tres. La gente cuyas bocas habían articulado<br />
apenas las palabras Dentífrico, Dentífrico, Dentífrico. La radio del «Metro»<br />
vomitó sobre Montag, como una represalia , una carga completa de música<br />
compuesta de hojalata, cobre, plata, cromo y latón. La gente era for da a la<br />
sumisión; no huía, no había sitio donde huir; el gran convoy neumático se<br />
hundió en la tierra dentro de su tubo.<br />
-Lirios del campo.<br />
«Denham. »<br />
«¡He dicho lirios!»