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Fuego Brillante - DePa

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precisamos estar seriamente preocupados. ¿Cuánto tiempo hace que no has<br />

tenido una verdadera preocupación? ¿Por algo importante, por algo real?<br />

Y, luego calló, porque se acordó de la semana pasada, y las dos piedras<br />

blancas que miraban hacia el techo y la bomba con aspecto de serpiente, los<br />

dos hombres, de rostros impasibles, con los cigarrillos que se movían en su<br />

boca cuando hablaban. Pero aquélla era otra Mildred, una Mildred tan metida<br />

dentro de la otra, y tan preocupada, auténticamente preocupada, que ambas<br />

mujeres nunca habían llegado a encontrarse. Montag se volvió.<br />

-Bueno, ya lo has conseguido -dijo Mildred Ahí, frente a la casa. Mira quién<br />

hay.<br />

-No me interesa.<br />

-Acaba de detenerse un automóvil y se acerca un hombre en<br />

camisa negra con una serpiente anaranjada dibujada en el brazo.<br />

-¿El capitán Beatty?<br />

-El capitán Beatty.<br />

Montag no se movió, y siguió contemplando la fría blancura de la pared que<br />

quedaba delante de él.<br />

-¿Quieres hacerle pasar? Dile que estoy enfermo.<br />

-¡Díselo tú!<br />

Ella corrió unos cuantos pasos en un sentido, otros pasos en otro, y se detuvo<br />

con los ojos abiertos, cuando el altavoz de la puerta de entrada pronunció su<br />

nombre suavemente, suavemente, «Mrs. Montag, Mrs. Montag; aquí hay<br />

alguien, aquí hay alguien, Mrs. Montag, Mrs. Montag, aquí hay alguien».<br />

Montag se cercioró de que el libro estaba bien oculto detrás de la almohada,<br />

regresó lentamente a la cama, se alisó el cobertor sobre las rodillas y el pecho,<br />

semiincorporado; y, al cabo de un rato, Mildred se movió y salió de la<br />

habitación, en la que entró el capitán Beatty con las manos en los bolsillos.<br />

-Ah, hagan callar a esos «parientes» -dijo Beatty, mirándolo todo a su<br />

alrededor, exceptuados Montag y su esposa-.<br />

Esta vez, Mildred corrió. Las voces gemebundas cesaron de gritar en la sala.<br />

El capitán Beatty se sentó en el sillón más cómodo, con una expresión apacible<br />

en su tosco rostro. Preparó y encendió su pipa de bronce con calma y lanzó<br />

una gran bocanada de humo.<br />

-Se me ha ocurrido que vendría a ver cómo sigue el enfermo.

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