VIII. Providence, 22-27 de agosto de 1983 (volumen I) - Asociación ...

Riesgo y futuro del hispanismo académico XXIX
ginalidad de las letras hispanoamericanas han enriquecido hasta tal punto
el común acervo de lo que se imagina, se piensa, se siente y se dice en
español que los que hablamos esta lengua nos sentimos ¿cómo diré yo?
henchidos de humanidad. En este respecto, los estudios hispánicos habrán
de ser en adelante necesariamente unitarios, rechazando la fractura insensata,
más académica que intrínseca, que han padecido durante tantos años
y que en algunos institutos docentes siguen padeciendo hoy día. Como
hispanistas, nuestro oficio es habérnoslas con la literatura escrita en español,
cualquiera que sea la procedencia geográfica del escritor.
Otra novedad de mayor cuantía ha sido la incorporación de la lingüística
a la formación de especialistas en estudios hispánicos. No me refiero
solamente a la lingüística aplicada, que ha venido a modificar de raíz la
enseñanza de la lengua, sino a la teórica, en sus diversas ramas y en la pluralidad
de sus objetivos, que tanto influjo tiene hoy en la caracterización
del fenómeno literario, en el estudio de su recóndita trabazón y en la determinación
de sus condicionamientos estructurales. Para no pocos la lingüística
ha venido a ser base de una nueva retórica: una manera inédita y
estimulante de entender e interpretar la creación literaria y algunos de sus
aspectos parciales, como la índole del decir poético o la función de los géneros
literarios. Todavía en una fase inicial se halla la semiótica —prima
hermana de la lingüística— cuyo alcance para los estudios literarios en general
y la hispanística en particular han puesto de manifiesto varias ponencias
en el I Congreso Internacional de Semiótica celebrado este junio
pasado en Madrid.
Una aportación significativa que ha abierto perspectivas insospechadas
ha sido la hecha por la nueva crítica en sus diversas ramas, cuya enumeración
sería aquí superflua y, de seguro, incompleta. Baste señalar que,
de las grandes literaturas, la hispánica ha sido la más refractaria a las nuevas
corrientes exegéticas, quizá porque en la formación académica de los
hispanistas brillaron durante largo tiempo por su ausencia, o no descollaron
por su vigor, los cursos o seminarios de teoría y crítica literarias. Hoy,
por el contrario, la «afición» —con permiso de los taurómanos— tiende
a volcarse hacia las pautas noveles de entender y explicar el quehacer literario,
con preferencia el moderno, sin que falten, no obstante, enfoques
de obras añejas que, merced a estos frescos escrutinios, revelan reconditeces
hasta ahora inexploradas. Estas nuevas perspectivas críticas han venido
a compensar, aunque sólo en parte, la paralela reducción en el ámbito
de los programas doctorales. Son ya pocos los programas que requieren
un razonable conocimiento de otras literaturas románicas, una mínima
formación en literaturas clásicas o un contacto siquiera tangencial con
la literatura comparada. Se alega en pro de tal reducción que lo que se pier-