I Época, Nº 10 - Santa Cena de Jaen

Una
remembranza
de la
Santa Cena
El “Sermón del
mandato”
Manuel López Pérez
En los antiguos usos y costumbres de
la Semana Santa de Jaén hubo un rito
que dejó perenne huella y que todavía,
con las variantes impuestas por la liturgia,
sigue vigente en bastantes templos. Me refiero
al tradicional y eucarístico “Sermón del Mandato”
y al subsiguiente rito del “lavatorio”.
Antaño, los oficios de la tarde del Jueves
Santo marcaban prácticamente el inicio formal
de la Semana Santa, cuyo esplendor externo se
concentraba, casi sin solución de continuidad
horaria, desde el atardecer del Jueves Santo a
la alta noche del Viernes Santo.
Los oficios del Jueves Santo atraían a
numerosos fieles que seguían con fervor la
pompa litúrgica de las celebraciones, llenas
entonces de simbolismo intrínseco y externas
solemnidades.
En la Catedral era donde lógicamente los
oficios revestían mayor brillantez y donde el
pueblo llano acudía expectante, atraído por
el emotivo momento de la celebración de la
ceremonia del “mandato”.
Los oficios y la reserva del Santísimo
Sacramento en el Monumento Eucarístico se
celebraban entonces en horario matutino y
en la Catedral “el Mandato” tenía lugar generalmente
a las tres de la tarde. Terminada esta
ceremonia era cuando se iniciaban las procesiones
con la salida desde San Ildefonso de la
Congregación de las Siete Escuadras.
La celebración se iniciaba cantando la
antífona “Un mandamiento nuevo os doy, que
os améis los unos a los otros como yo os he amado,
dice el Señor…”. Luego, el celebrante y el salmista
iban alternando el rezo de las antífonas
con los salmos a ellas alusivos. Seguidamente,
un canónigo o dignidad de acreditada elocuencia
y preparación teológica, predicaba el
“Sermón del Mandato”, rememorando el pasaje
del Evangelio de San Juan (13, 34-35). Era
ésta una pieza oratoria en la que con la mayor
elocuencia verbal y gestual, el predicador
glosaba el “mandato”, que Jesús confirió a sus
discípulos en la Santa Cena, el “mandamiento
Finalizado el “Sermón del Mandato”, el
obispo se despojaba de sus galas episcopales
y ayudado de algunos de sus “pajes” tomaba
una toalla y postrado en tierra, procedía a
lavar los pies de doce “pobres”
nuevo” que les confió al instituir la Eucaristía.
Eran muchos los sacerdotes que tenían a gala
que se les encargara la predicación de este
renombrado sermón, que preparaban con
minuciosidad, pues esta pieza oratoria solía
contar -¡y mucho!- en el currículum y prestigio
del predicador.
Finalizado el “Sermón del Mandato”, el
obispo se despojaba de sus galas episcopales
y ayudado de algunos de sus “pajes” tomaba
una toalla y postrado en tierra, procedía a lavar
los pies de doce “pobres”, que modestamente
vestidos tomaban asiento en unos bancos dispuestos
a ambos lados del altar. Estos “pobres”
eran designados previa solicitud y aval de sus
respectivas parroquias, siendo muchos los menesterosos
que elevaban suplicante memorial
para ello, pues durante años fue costumbre que
aquel día se les invitase a comer en el Palacio
Episcopal, se les proporcionase un traje decoroso
y se les diese una modesta gratificación,
todo ello con cargo a alguna manda piadosa
o a la generosidad del propio señor obispo,
haciéndose pública su filiación en el Boletín
Oficial del Obispado para general conocimiento.
En la primera mitad del siglo XX fue usual
que estos doce “pobres” se reclutaran bien en
el Hospicio o en el Asilo de las Hermanitas de
los Pobres, siendo previamente aleccionados
y catequizados por algún capellán y una vez
llegados a la Catedral, confiados a la diligente
vigilancia del pertiguero.
La ejemplaridad plástica de aquel gesto
del obispo, lavando y besando reverentemente
los pies a unos ancianos ya torpes y achacosos,
llegaba profundamente a la emotividad de los
asistentes, algunos de los cuales no podían
reprimir las lágrimas.
Tan oportuna y atrayente se consideraba
esta ceremonia para las gentes de Jaén, que
cuando el venerable don Gutierre González
Doncel fundó en 1515 la Noble Cofradía de
la Limpia Concepción de Nuestra Señora, que
instituyó en la Santa Capilla de San Andrés, al
disponer sus reglas y ordenanzas, dejó establecido
en el Tratado III, Capítulo XXVI de los
estatutos, que cada año para el día de Jueves
Santo se tuvieran prevenidos doce hombres
necesitados, de buena vida y costumbres pero no
vagabundos ni mendigos, a los que se vistiera
de paño decente y se les diera un real de limosna
y una vez dispuestos fueran en procesión ante
el capellán, quien tras la predicación del Sermón
del Mandato, les lavaría los pies en señal
de humildad.
Estos pobres eran designados entre los
solicitantes, dos de ellos por el obispo, otros
dos por el Gobernador de la institución, otros
dos por el Consiliario-Administrador y los
restantes por el Vicario, consiliarios, secretario
y receptor. Y para que la ceremonia tuviese
anual perpetuidad, en 14 de abril de 1520 dejó
dispuesto que se aplicase a ella la renta de los
beneficios eclesiásticos de que era poseedor, e
106 Boletín Informativo n.º 10 Jaén, febrero 2010 107
Tomás Bartolomé