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—Eres muy atrevida… ¿No crees?<br />
—Es algo que quiero hace muuucho tiempo y ¿sabes qué?<br />
—¿…?<br />
—Siempre consigo lo que quiero —dijo con una seguridad que me<br />
pareció insultante.<br />
—Eso es absolutamente imposible. ¿Me lo vas a decir o no?<br />
—Ya sabes el precio —dijo, poniendo cara de niña buena.<br />
En ese momento se abrió la puerta que nos separaba del bullicio<br />
del restaurante y me sobresalté. Ella no pareció inmutarse. Entraba<br />
Sonia, interrogándome con la mirada.<br />
—¿Qué haces aquí? —preguntó, sin quitarle la vista de encima a<br />
aquella chica traviesa.<br />
Me quedé en blanco. No sabía qué contestar. La morenita juguetona<br />
no pareció turbarse lo más mínimo con la mirada de desprecio de<br />
Sonia, y la observaba con indiferencia.<br />
—Yo te conozco —exclamó Sonia—, te he visto alguna vez en la<br />
oficina, en la compañía de seguros.<br />
En ese momento le puse un nombre y dos apellidos. Fue como una<br />
jarra de agua fría. No lo podía creer, se había convertido en toda una<br />
mujer. Era Esther, la hermana pequeña de Carlos.<br />
Salí como pude de aquella situación. Le expliqué a Sonia que<br />
había tropezado con ella al salir del baño, que su cara me sonaba<br />
de algo y que estaba intentando recordar de qué, justo cuando ella<br />
nos interrumpió. No pareció quedarse contenta con la explicación y<br />
seguramente, motivada por el descaro de aquella jovencita, estuvo de<br />
morros el resto de la cena.<br />
El restaurante iba vaciándose y las cuatro chicas de enfrente se<br />
levantaron entre risas. Se iban ya y yo, la verdad, me sentí aliviado.<br />
La situación resultaba demasiado tensa. Esther seguía observándome<br />
y sonriendo, haciendo caso omiso a las miradas amenazadoras de<br />
Sonia. Se dirigieron hacia la puerta del local y, justo antes de salir,<br />
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