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4. La llegada<br />
Roncaba. Aquel cabronazo roncaba como si tuviese una enorme<br />
bola de flema rebotando en algún lugar entre su nariz y su garganta.<br />
Se durmió a la altura de Requena y no despertó hasta que los pitidos<br />
del atasco le sobresaltaron en la entrada de Madrid. Aparqué el<br />
todoterreno en el parking del edificio del banco y García salió del<br />
coche en tres movimientos pesados y dificultosos, como sólo los<br />
tremendamente entrados en carnes saben articular. Hizo pie en el<br />
suelo, se desperezó con un monumental bostezo y pidiéndome las<br />
llaves de su vehículo, se despidió de mí como quien se despide del<br />
conserje de un colegio. Se dirigió hacia el ascensor, se subió en él y<br />
desapareció de mi vista. Respiré aliviado y pensé en Sonia. Por muy<br />
dura que fuese la discusión que me esperaba no podía ser peor de lo<br />
que había sido aquel viaje de vuelta.<br />
Subí por la rampa. No quería encontrarme con nadie. Cuando<br />
estuve en la calle, marqué el número de móvil de la mujer que<br />
me esperaba, o quizás ya no, en el hotel Westin Palace. No hubo<br />
respuesta. Tenía aproximadamente unos veinte minutos andando<br />
para reflexionar la mejor forma de afrontar la rabia que se acumulaba<br />
en la habitación 335 de mi hotel-residencia en las últimas dos<br />
semanas. Pasé la plaza Colón y recorrí Recoletos en dirección a un<br />
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