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—Yo sólo espero que pueda probar que no salió de Valencia en<br />
dirección a Madrid, mató a su compañera y volvió a Valencia para<br />
regresar a su hotel. Y eso supone que alguien le viera entre las once y<br />
media y las seis de la madrugada. Esta mañana he estado en el Hilton,<br />
saltándome la prohibición del juez de intervenir en la investigación,<br />
y he hecho algunas preguntas al personal. Tienen constancia de su<br />
salida a las nueve y media de la noche, pero no de su regreso. Pensaba<br />
ver la grabación de las cintas de seguridad, pero están actualizando el<br />
sistema y lo tenían desconectado.<br />
—No se preocupe, Martínez, puedo probar que estaba en Valencia.<br />
Gracias por sus advertencias —le agradecí, sincero.<br />
—Otra cosa.<br />
—Diga.<br />
—Sus amigos, Ángel Torres y Carlos Mata, pasaron la noche del<br />
jueves en sus respectivos domicilios. Ya le dije que estaban bajo<br />
vigilancia…<br />
—Y yo ya le dije que conozco sus vigilancias —le corté.<br />
—Sí, bueno, el caso es que desde ayer están desaparecidos, es como<br />
si se los hubiese tragado la tierra. Salieron por la mañana temprano<br />
y despistaron a mis hombres. No han acudido al trabajo y tampoco<br />
regresaron por la noche a casa. Lo he comunicado a Palacios, pero me<br />
ha recordado de muy malas maneras, por cierto, que no me meta en<br />
la investigación.<br />
En ese momento, el murmullo que inundaba el bar se convirtió<br />
en griterío. El novio había llegado a la iglesia y los invitados se<br />
amontonaban en la barra para pagar sus consumiciones y salir a la<br />
calle a recibirle. El tumulto, junto con las nuevas revelaciones de las<br />
que el inspector Martínez me había hecho participe, me desorientaron<br />
por un segundo. Tiempo suficiente para que, al volver a mirar hacia<br />
el taburete de mi confidente, lo encontrase vacío. Se había levantado<br />
y se había ido. Miré por el cristal y pude verle caminando, solo y<br />
cabizbajo, en dirección al pórtico.<br />
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