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Se quedó unos segundos reflexionando y, volviendo a ese<br />
semblante implacable del principio, añadió:<br />
—De todos modos, ellos no han sido.<br />
—Y, ¿se puede saber cómo está tan seguro? —le pregunté irritado.<br />
Hizo una batida con la mirada entre los diversos rostros<br />
interrogativos presentes para terminar clavando sus ojos en mí, y<br />
contestó:<br />
—Pues porque tengo a esos dos individuos bajo vigilancia desde<br />
que estuvo usted en mi despacho. Ambos pasaron ayer la noche en<br />
sus respectivas residencias, ¿está claro? —sentenció.<br />
Aquello me dejó desconcertado y sorprendido. Al parecer,<br />
el inspector, que aparentemente unos días antes ignoraba mis<br />
denuncias, había reaccionado ordenando que siguieran a mis amigos.<br />
—No está claro en absoluto, Martínez. Recuerdo perfectamente la<br />
inutilidad de sus hombres para hacer una vigilancia…<br />
—Bueno, ¡ya está bien! —me cortó el juez—. Aclararemos todo esto<br />
en mi despacho. Usted, inspector Martínez, se viene conmigo y me<br />
lo cuenta todo desde el principio. Y usted, señor Bataller, puede irse<br />
en cuanto haya dado pelos y señales de todo su itinerario de ayer a<br />
Palacios, pero quiero que esté localizable en todo momento, ¿de<br />
acuerdo?<br />
—De acuerdo —contestamos Martínez y yo, al unísono.<br />
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