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fragancia de yerbabuena entre la niebla alta

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FÉLIX SERVIO DUCOUDRAY<br />

Cuando removían el fango nos llegaban <strong>la</strong>s<br />

insolencias sulfurosas.<br />

L<strong>la</strong>maba <strong>la</strong> atención <strong>la</strong> temperatura extraordinariamente<br />

<strong>alta</strong> <strong>de</strong>l agua, casi hirviente. Por eso<br />

estaban los peces hundidos en el lodo: para guarecerse<br />

<strong>de</strong>l calor.<br />

—Estarán ellos locos por que llegue <strong>la</strong> noche,<br />

comentó Marcano.<br />

El charco quedaba en <strong>de</strong>scampado, a plena intemperie,<br />

y recibía, vertical y duro, el intenso so<strong>la</strong>zo<br />

<strong>de</strong>l sa<strong>la</strong>do a mediodía. También caía sobre nosotros,<br />

que no teníamos fango don<strong>de</strong> cobijarnos…<br />

Y no era cuento: todavía por <strong>la</strong> noche, cuando<br />

llegamos a <strong>la</strong> capital, el agua seguía caliente en los<br />

envases en que se trajeron los peces.<br />

Yo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, tenía <strong>la</strong> pregunta en los ojos; y<br />

el profesor Marcano, que se dio cuenta, me explicó:<br />

—Estos charcos son restos <strong>de</strong> <strong>la</strong>s inundaciones<br />

que se producen cuando llueve. Son partes <strong>de</strong><br />

arcil<strong>la</strong> muy sa<strong>la</strong>da y poco porosa. Lo más probable<br />

es que estos peces vengan por el canal Cristóbal,<br />

que trae agua <strong>de</strong>l Yaque, o <strong>de</strong> los arroyos y cachones<br />

que vierten sus aguas en él, y cuando se <strong>de</strong>sbordan<br />

por los aguaceros, quedan los peces en los charcos.<br />

Esto no lo sabrá <strong>la</strong> garza; pero igual el<strong>la</strong> se los<br />

come.<br />

Y son —quizás no todos, pero sí muchos <strong>de</strong><br />

ellos— charcos muy efímeros. Este lo vimos el 21<br />

<strong>de</strong> octubre <strong>de</strong> 1980, y cuando pasamos por allí <strong>de</strong><br />

nuevo el 25, ya estaba seco. Pero quedaban otros<br />

todavía con agua.<br />

¿Tendrá el sa<strong>la</strong>do una zona <strong>la</strong>custre en miniatura,<br />

<strong>de</strong> mínimos «<strong>la</strong>guitos»? En él, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego,<br />

están los gran<strong>de</strong>s: Enriquillo, Etang Saumatre,<br />

<strong>la</strong>guna <strong>de</strong> Cabral. Pero yo hablo <strong>de</strong> otra cosa: <strong>de</strong><br />

estos charcos <strong>de</strong> vida intermitente que no aparecen<br />

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con frecuencia por todo su contorno, sino más en<br />

esta parte, que sería el vecindario <strong>de</strong>l que vimos<br />

con los peces.<br />

Y por allí, a<strong>de</strong>más, <strong>de</strong> cuando en cuando, algunos<br />

mangles salteados, esparcidos, hasta cierto<br />

punto chocantes.<br />

Eso había yo visto.<br />

La sorpresa fue el 25 <strong>de</strong> octubre por <strong>la</strong> tar<strong>de</strong>.<br />

Habíamos almorzado en Neiba. Después <strong>de</strong>l café<br />

(y expresamente) prolongamos <strong>la</strong> sobremesa a<br />

<strong>la</strong> espera <strong>de</strong> que amainaran un tanto los rigores <strong>de</strong>l<br />

sol, temibles a esa hora cuando hasta los chivos<br />

buscan sombra en el parque <strong>de</strong>l pob<strong>la</strong>do.<br />

Al fin salimos en el yip, por <strong>la</strong> carretera que cruza<br />

el sa<strong>la</strong>do <strong>de</strong> norte a sur hasta el cruce <strong>de</strong> Mel<strong>la</strong>. Fue<br />

entonces cuando vimos ya seco el charco mentado.<br />

A medio camino como en el viaje anterior, pero<br />

esta vez rumbo al oeste, nos metimos por el sa<strong>la</strong>do<br />

siguiendo <strong>la</strong>s huel<strong>la</strong>s <strong>de</strong> los camiones carboneros.<br />

Terreno pe<strong>la</strong>do, en sequedad total. Mundo <strong>de</strong><br />

<strong>la</strong> barril<strong>la</strong> que crece en grupos ais<strong>la</strong>dos y a trechos,<br />

sobre el l<strong>la</strong>no bor<strong>de</strong>ado por un horizonte <strong>de</strong> espinosos<br />

cambrones. Aquí y allá los cactus: cayucos,<br />

alpargatas, <strong>la</strong> tuna, el yaso y el arbóreo jagüey. El<br />

espinar reseco <strong>de</strong>l sa<strong>la</strong>do. Y allí también una escueta<br />

y breve mancha <strong>de</strong> campeches. Única vez que<br />

los vimos. Seca también una zanja polvorienta, no<br />

<strong>de</strong> mucho ca<strong>la</strong>do: cicatriz cavada por alguna escorrentía<br />

<strong>de</strong> lluvia. Sólo este signo <strong>de</strong>l paisaje le recuerda<br />

a uno que por allí hubo agua.<br />

Y el yip, sa<strong>la</strong>do a<strong>de</strong>ntro. Dos, tres, cuatro kilómetros,<br />

por un terreno en que a veces <strong>la</strong> sal b<strong>la</strong>nqueaba,<br />

hasta que Marcano, que iba en el asiento<br />

<strong>de</strong><strong>la</strong>ntero, le dijo al chofer:<br />

—Párate aquí. No sigas, que se te va a enchivar<br />

el yip y <strong>de</strong>spués no podremos salir.

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