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MARVIN HARRIS, NUESTRA ESPECIE.pdf - faces

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dichos fuegos o que pudiese encenderlos o apagarlos a voluntad.<br />

Aunque futuros estudios confirmen que nuestros antepasados erectus aprendieron a controlar<br />

el fuego en alguna medida, todavía nos queda el misterio de por qué no consiguieron mejoras similares<br />

en otras ramas de la tecnología. Desde la Edad de Piedra, a nuestra propia especie le costó poco más de<br />

100.000 años pasar de un modo de vida basado en la caza y en la recolección a las sociedades<br />

hiperindustrializadas de la actualidad. Este período constituye únicamente un 8 por ciento del tiempo<br />

que tuvieron a su disposición nuestros antepasados erectus. Si nuestra especie consigue resistir tanto<br />

como el erectus, tenemos otros 1,2 millones de años por delante. Mi cabeza da vueltas sólo de pensar<br />

en los muchos cambios que llevaría aparejado tanto tiempo. Todo lo que se puede decir de ese futuro<br />

increíblemente distante es que será diferente hasta lo inimaginable. Por la misma razón y con igual<br />

sensación de vértigo, todo lo que se puede decir de los 1.300 milenios transcurridos entre el principio y<br />

el final de los días del erectus sobre la Tierra es que su modo de vida siguió siendo inconcebiblemente<br />

el mismo.<br />

Nuestros antepasados erectus eran criaturas sumamente inteligentes comparadas con los<br />

chimpancés. Pero el registro arqueológico sugiere con insistencia que carecían de la capacidad mental<br />

que permitió a nuestra especie aplicar la experiencia colectiva de cada generación a un repertorio,<br />

creciente y evolutivo, de tradiciones sociales y tecnológicas. Sus formas de comunicación con los otros<br />

superaban seguramente las llamadas y señales que emiten los chimpancés y otros simios. Sin embargo,<br />

no pudieron poseer por completo las capacidades cognoscitivas de los humanos modernos. De lo<br />

contrario, no hubiesen desaparecido del mundo dejando apenas algunos montoncitos de herramientas<br />

como recuerdo de su larga estancia. Para bien o para mal, si hubiesen tenido cerebros cualitativamente<br />

diferentes de los hábilis, hace mucho tiempo que hubieran cambiado la faz de la tierra.<br />

Ahora bien, los cerebros son órganos cuyo funcionamiento cuesta caro. Los cerebros grandes<br />

imponen fuertes demandas a la oferta orgánica de energía y sangre. En un humano en reposo, el<br />

cerebro realiza cerca del 20 por ciento del consumo metabólico. Por consiguiente, las células<br />

cerebrales sobrantes serían objeto de selección negativa si no aportaran una contribución importante a<br />

la supervivencia y al éxito de la reproducción. Si el cerebro del erectus no servía para inventar y<br />

cambiar la faz de la Tierra, entonces ¿para qué servía? Konrad Fialkowski, miembro del Comité de<br />

Biología Teórica y Evolutiva de la Agencia de Ciencias de Polonia, ha hecho una ingeniosa<br />

sugerencia: servía para correr.<br />

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