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Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas

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Una silueta negra corre a su izquierda, para esconderse en una anfractuosidad de la roca. Es una<br />

tijereta. Y ésta sí que es deliciosa. La exploradora más vieja es también la más rápida. Balancea el<br />

abdomen bajo su cuello, se coloca en posición de tiro equilibrándose con las patas traseras, apunta<br />

instintivamente y lanza desde lejos una gota de ácido fórmico. El jugo corrosivo concentrado a más del<br />

40 por ciento hiende el espacio.<br />

Tocada.<br />

La tijereta queda fulminada en plena carrera. El ácido concentrado al 40 por ciento no es cualquier<br />

cosa. Ya pica con una concentración del 40 por mil, de manera que una concentración del 40 por<br />

ciento es algo muy serio. El insecto cae y todas se precipitan a devorar su carne quemada. <strong>Las</strong><br />

exploradoras del otoño dejaron buenas feromonas. El lugar parece abundar en caza. <strong>Las</strong> capturas serán<br />

buenas.<br />

Bajan a un pozo artesiano y aterrorizan a toda clase de especies subterráneas hasta entonces<br />

desconocidas. Un murciélago se esfuerza por poner a fin a su visita, pero ellas le obligan a huir bajo<br />

una nube de ácido fórmico.<br />

Los días siguientes siguen rastrillando la cálida caverna, acumulando despojos de pequeños<br />

animales blancos y fragmentos de setas de un color verde claro. Con su glándula anal siembran otras<br />

feromonas que permitirán a sus hermanas llegar sin problemas hasta aquí para cazar.<br />

La misión ha sido un éxito. El territorio ha prolongado un brazo hasta aquí, más allá de la espesura<br />

del oeste. Pesadamente cargadas con las vituallas, cuando ya van a iniciar el camino de regreso, dejan<br />

el estandarte químico federal. Su olor clama a los cuatro vientos: «¡Bel-o-kan!»<br />

–¿Quiere usted repetirlo?<br />

–Wells. Soy el sobrino de Edmond Wells.<br />

La puerta se abre dejando a la vista a un individuo de cerca de dos metros de estatura.<br />

–¿El señor Jason Bragel...? Perdone que le moleste, pero me gustaría hablar con usted de mi tío. No<br />

pude conocerle y mi abuela me dijo que era usted su mejor amigo.<br />

–Entre... ¿Qué quiere usted saber de Edmond?<br />

–Todo. No tuve ocasión de tratarle y lamento...<br />

–Sí. Ya veo. En cualquier caso, Edmond era de ese género de personas que son auténticos misterios<br />

vivientes.<br />

–¿Le conocía usted mucho?<br />

–¿Quién puede pretender que conoce a quienquiera que sea? Digamos que nuestras dos<br />

personalidades iban a menudo juntas y que ni él ni yo veíamos en ello inconveniente ninguno.<br />

–¿Cómo se conocieron ustedes?<br />

–En la Facultad de Biología. Yo me dedicaba a las plantas y él a las bacterias.<br />

–Dos mundos paralelos.<br />

–Sí, aunque el mío es más salvaje –rectificó Jason Bragel señalando las plantas verdes que invadían<br />

su comedor: ¿<strong>Las</strong> ve usted? Son todas ellas competidoras, están dispuestas a matarse entre sí por un<br />

rayo de luz o por una gota de agua. En cuanto una hoja se queda en la sombra, la planta la abandona y<br />

las hojas vecinas crecen más. El de los vegetales es verdaderamente un mundo sin piedad...<br />

–¿Y las bacterias de Edmond?<br />

<strong>Las</strong> <strong>hormigas</strong><br />

–Él mismo decía que no hacía más que estudiar sus ancestros. Digamos que se remontaba un poco<br />

más que los demás en su árbol genealógico.<br />

–¿Por qué las bacterias? ¿Por qué no los monos o los peces?<br />

–Quería comprender la célula en su estadio más primitico. Para él, como el ser humano no era más<br />

que un conglomerado de células, lo que había que comprender a fondo era la «psicología» de una<br />

célula para deducir el funcionamiento del conjunto. «Un problema grande y complejo no es en<br />

realidad más que una unión de pequeños problemas simples» Tomó esta frase al pie de la letra.<br />

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