Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas
Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas
Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
sabremos quiénes son nuestros vecinos.<br />
–Fracasará como todas las demás sondas que han enviado a contaminar el espacio. Está demasiado<br />
lejos, es lo que yo digo.<br />
–Es posible; pero ¿quién te dice que no serán ellos, los extraterrestres, los que vengan a vernos? Al<br />
fin y al cabo, no se han aclarado todos los casos de gente que ha visto un OVNI.<br />
–¿De qué nos iba a servir encontrar a otros pueblos inteligentes? Acabaríamos fatalmente<br />
haciéndonos la guerra los unos a los otros. ¿No te parece que ya hay bastantes problemas entre los<br />
terrestres?<br />
–Resultaría exótico. Quizás hubiese nuevos lugares a los que ir de vacaciones.<br />
–Lo que habría más que nada sería nuevos problemas.<br />
Tomó el mentón de Nicolás.<br />
–Mira, hijo, ya verás cómo cuando seas mayor pensarás como yo. El único animal verdaderamente<br />
apasionante, el único animal cuya inteligencia es de verdad diferente de la nuestra es... la mujer.<br />
Lucie protestó por puro trámite. Los dos rieron. Nicolás se sintió molesto. Eso debía de ser el<br />
sentido del humor de los adultos... Su mano fue en busca del pelaje reconfortante del perro.<br />
No estaba debajo de la mesa.<br />
–¿Dónde está Ouarzazate?<br />
El perro no estaba en el comedor.<br />
–Ouarzi. ¡Ouarzi!<br />
Nicolás empezó a silbar soplando entre los dedos. Normalmente el efecto era inmediato; se oía un<br />
ladrido seguido por el ruido de las patas. Silbó otra vez. Sin resultado. Fue a buscarle por las<br />
numerosas habitaciones del piso. Sus padres se reunieron con él. El perro no aparecía. La puerta estaba<br />
cerrada. No podía haber salido por sus propios medios; los perros aún no saben utilizar las llaves.<br />
Maquinalmente, se dirigieron todos a la cocina, y más concretamente a la puerta de la bodega. La<br />
rendija aún no estaba cegada. Y era justo lo bastante amplia como para que pudiese pasar un animal<br />
del tamaño de Ouarzazate.<br />
–Está ahí dentro. Estoy seguro de que está ahí dentro –gimió Nicolás. Tenemos que ir a buscarle.<br />
Como para responder a esta petición, se oyeron unos ladridos procedentes de la bodega. Parecían<br />
llegar de muy lejos. Todos se acercaron a la puerta prohibida. Jonathan se interpuso.<br />
–Papá ya lo dijo: a la bodega no se va.<br />
–Pero, querido –dijo Lucie, hay que ir a buscarle. Quizá le hayan atacado las ratas. Tú dijiste que<br />
había ratas.<br />
Su rostro se quedó sin expresión.<br />
–Peor para el perro. Iremos a comprar otro mañana.<br />
El chico estaba atónito.<br />
–Pero, papá, no es otro perro lo que yo quiero. Ouarzazate es mi amigo, y tú no puedes dejarle morir<br />
así.<br />
–¿Qué te pasa? –dijo Lucie. Déjame que vaya yo si a ti te da miedo.<br />
–¿Eres miedoso, papá? ¿Eres un cobarde?<br />
Jonathan no podía soportar eso. Murmuró «está bien, iré a echar un vistazo», y fue a buscar una<br />
linterna. Iluminó la grieta. Estaba oscuro, completamente negro, de un negro que lo desdibujaba todo.<br />
Se estremeció. Ardía en deseos de huir. Pero su mujer y su hijo le empujaban hacia el abismo. Unas<br />
ideas ácidas inundaron su cabeza. Su fobia a la oscuridad se adueñaba de todo.<br />
–Está muerto. Estoy seguro de que está muerto. Es culpa tuya.<br />
–Quizás esté herido –medió Lucie. Tendríamos que ir a ver.<br />
Jonathan pensó otra vez en el mensaje de Edmond. Su tono era imperativo. Pero, ¿qué podía hacer?<br />
Un día, forzosamente, uno de ellos sucumbiría y entraría. Tenía que coger el toro por los cuernos. Era<br />
ahora o nunca. Pasó una mano por su frente sudorosa.<br />
No. <strong>Las</strong> cosas no seguirían así. Por fin tenía una ocasión para hacer frente a sus miedos y hacer<br />
20