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Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas

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–Pues sí.<br />

–¿Por qué?<br />

–Ya sabes, los cerrajeros son gente muy especial. Nuestra empresa, «SOS Cerrojo», funciona las<br />

veinticuatro horas del día en todos los barrios de París. Cuando un compañero de trabajo fue agredido,<br />

me negué a desplazarme de noche a los barrios sospechosos. Y entonces me echaron.<br />

–Hiciste lo que debías. Más vale estar parado y bien de salud que al contrario.<br />

–Además, no me llevaba muy bien con el jefe.<br />

–¿Y tus experiencias con las comunidades utópicas? En mis tiempos se les llamaba comunidades<br />

New Age –la abuela rió para sí; pronunciaba «nuiash»<br />

–Eso lo dejé cuando fracasó la granja de los Pirineos. Lucie estaba harta de cocinar y fregar para<br />

todo el mundo. Había parásitos entre nosotros. Nos hartamos. Ahora vivo sólo con Lucie y Nicolás...<br />

Y tú, abuela, ¿cómo estás?<br />

–¿Yo? Vivo. Y eso es ya algo que me ocupa cada momento.<br />

–Suerte que tienes. Ya has vivido el paso del milenio.<br />

–Si, mira, lo que más me sorprende es que nada haya cambiado. Antes, cuando era una jovencita, se<br />

decía que después del paso del milenio ocurrirían cosas extraordinarias; y, ya ves, no ha cambiado<br />

nada. Sigue habiendo viejos que viven solos, y parados, y coches que despiden humos. Ni siquiera las<br />

ideas han cambiado. Mira, el año pasado se redescubrió el surrealismo, y el año anterior el rock'n roll,<br />

y los periódicos están anunciando ya la vuelta de la minifalda para este verano. Si seguimos así, pronto<br />

reaparecerán las viejas ideas de principios del siglo pasado: el comunismo, el psicoanálisis y la<br />

relatividad...<br />

Jonatahan sonrió.<br />

–Ha habido algún progreso: la expectativa de vida de la gente se ha ampliado, y lo mismo el número<br />

de divorcios, y el nivel de contaminación atmosférica, y las líneas de Metro...<br />

–Gran cosa. Yo creía que todos tendríamos aviones particulares y que despegaríamos desde el<br />

balcón... Mira, cuando yo era joven, la gente temía que hubiese una guerra atómica. Era un miedo<br />

tremendo. Morir a los cien años en el brasero de un gigantesco hongo nuclear, morir con toda la<br />

Tierra... Pues sí. Y en lugar de eso, yo me muero como una patata podrida. Y a todo el mundo le dará<br />

lo mismo.<br />

–No, abuela, no.<br />

La abuela se enjugó la frente.<br />

–Y además hace calor. Cada vez más. En mis tiempos no hacía tanto calor. Teníamos auténticos<br />

inviernos y auténticos veranos. Ahora, la canícula empieza en marzo.<br />

Volvió a ir a la cocina, saltando para alcanzar con una destreza poco común todos los utensilios<br />

necesarios para la confección de una buena tisana. Después de encender una cerilla y cuando se oyó<br />

soplar el gas en las antiguas toberas de la cocina, volvió mucho más tranquila.<br />

–Pero, bueno, has debido venir por algún motivo concreto. La gente no va a ver a los viejos sin más<br />

ni más en nuestros días.<br />

–No seas cínica, abuela.<br />

–No soy cínica, sé en qué mundo vivo, eso es todo. Basta de comedias, y dime qué es lo que te trae<br />

aquí.<br />

–Me gustaría que me hablases de «él» Me ha legado su piso, y ni siquiera le conozco...<br />

–¿Edmond? ¿No te acuerdas de Edmond? Y sin embargo a él le gustaba jugar contigo al avión<br />

cuando eras pequeño. Incluso recuerdo que una vez...<br />

–Sí, también yo me acuerdo, pero aparte de esa anécdota, no hay nada más.<br />

La abuela se instaló en un gran sillón procurando no arrugar demasiado la funda.<br />

–Edmond es, en fin, era todo un personaje. Ya siendo muy jovencito me creaba grandes trastornos.<br />

Ser su madre no era una sinecura. Mira, por ejemplo, rompía sistemáticamente todos sus juguetes para<br />

desmontarlos, y más raramente para volver a montarlos. ¡Y si sólo hubiese roto los juguetes! Todo lo<br />

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