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Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas

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parecido a lo de las <strong>hormigas</strong> histéricas que atacaban a todo el mundo cuando llegó la alerta de la tercera<br />

fase.<br />

Sin embargo, esas dos no parecían histéricas ni degeneradas. Incluso parecían saber muy bien lo que<br />

estaban haciendo. Parecía como si... Sólo existe una situación en la que unas células destruyan<br />

conscientemente a otras células del mismo organismo. <strong>Las</strong> nodrizas le llaman cáncer. Parecían...<br />

células afectadas por el cáncer.<br />

Ese olor a roca sería entonces el olor de una enfermedad... Una vez más habría que dar la alerta. El<br />

macho 327 tiene ahora dos misterios que resolver: el arma secreta de las enanas y las células<br />

cancerosas de Bel-o-kan. Y no puede hablar con nadie. Hay que reflexionar. Pudiera ser que él mismo<br />

tuviese algún recurso oculto... una solución.<br />

Empieza a lavarse las antenas. Mojar (le resulta muy extraño lamer sus antenas sin reconocer en<br />

ellas el gusto característico de las feromonas pasaporte), cepillar, alisar con el cepillo del codo, secar.<br />

¿Qué hacer, qué hacer?<br />

En primer lugar, seguir vivo.<br />

Sólo una persona puede recordar su imagen de infrarrojos sin necesidad de la confirmación de los<br />

olores de identificación: la Madre. Sin embargo, la Ciudad prohibida está llena de soldados. ¿Y qué?<br />

Después de todo, un viejo adagio de Belo-kiu-kiuni dice: «A menudo es en el corazón del peligro<br />

donde se está más seguro»<br />

–Edmond Wells no ha dejado buenos recuerdos aquí. Y cuando se marchó, nadie pensó en retenerle.<br />

El que así hablaba era un anciano de rostro agradable, uno de los subdirectores de «Sweetmilk<br />

Corporation»<br />

–Sin embargo, parece ser que descubrió una nueva bacteria alimenticia que hacía que los yogures<br />

exhalasen perfumes...<br />

–Ah, en cuanto a la química, hay que reconocer que tenía bruscos arrebatos de genialidad. Pero no<br />

se producían regularmente, sino a ramalazos.<br />

–¿Tuvo usted problemas con él?<br />

–Honradamente, no. Digamos más bien que no se integraba en el equipo. Hacía rancho aparte. E<br />

incluso aunque su bacteria dio millones, creo que aquí nunca le apreció nadie.<br />

–¿Puede ser usted más explícito?<br />

–En un equipo hay jefes. Edmond no soportaba a los jefes, ni tampoco forma alguna de poder<br />

jerárquico. Siempre menospreció a los directivos, que no hacen más que «dirigir por dirigir, sin<br />

producir nada», como él decía. Sin embargo, todos nos vemos obligados a lamerles los pies a nuestros<br />

superiores. No hay nada malo en ello. El sistema es así. Él se hacía el digno, y creo yo que eso nos<br />

molestaba aún más a sus iguales que a los mismos jefes.<br />

–¿Por qué se marchó?<br />

–Discutió con uno de nuestros subdirectores por una cuestión en la que él tenía, he de reconocerlo...,<br />

tenía toda la razón. Ese subdirector había estado registrando su despacho, y a Edmond se le subió la<br />

sangre a la cabeza. Cuando vio que todo el mundo prefería apoyar al otro, se vio obligado a marcharse.<br />

–Pero acaba usted de decirme que Edmond tenía razón...<br />

–A veces es mejor comportarse como un cobarde para beneficio de unos desconocidos, aunque sean<br />

antipáticos, que mostrarse valiente en beneficio de unos conocidos, aunque nos caigan bien. Edmond<br />

no tenía amigos aquí. No comía con nosotros, ni tomaba copas con nosotros. Parecía estar siempre en<br />

la luna.<br />

–¿Por qué me ha confesado usted su «cobardía», entonces? No tenía necesidad de contarme todo<br />

eso.<br />

–Bueno... Desde que murió, me digo que nos comportamos mal con él. Usted es su sobrino, y al<br />

contarle estas cosas me siento un poco aliviado...<br />

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