La lucha contra el pecado - Fundación Gratis Date
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Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica<br />
<strong>La</strong> penitencia en la Biblia<br />
En las r<strong>el</strong>igiones naturales primitivas <strong>el</strong> hombre inten-<br />
también exterior (Mt 6,1-18; 23,26); individual, interior y moral,<br />
pero también social, exterior y sacramental (Mt 18,18; Mc 16,16;<br />
Jn 3,5; 20, 22-23). No va a ser asunto exclusivo de la conciencia con<br />
Dios, sino algo verdaderamente eclesial, pues la Iglesia convierte a<br />
los <strong>pecado</strong>res no sólo por los sacramentos, sino también por las<br />
ta purificarse de su <strong>pecado</strong> aplacando a los dioses con<br />
ritos exteriores –abluciones, sangre, transferencia d<strong>el</strong><br />
<strong>pecado</strong> a un animal expiatorio–; y experimenta su peca-<br />
exhortaciones y correcciones fraternas, y sobre todo por las oraciones<br />
de súplica ante <strong>el</strong> Señor (Mt 18,15s; 2 Cor 2,8; Gál 6,1; 1 Tim<br />
5,20; 2 Tim 2,25-26; 1 Jn 1,9; 5,16; Sant 5,16).<br />
do como un mal social, que afecta a la salud de la comunidad.<br />
En las r<strong>el</strong>igiones más avanzadas, crecen juntamente<br />
<strong>el</strong> sentido personal de culpa y la condición fundamentalmente<br />
interior de la penitencia. En todo caso, como<br />
dice Pablo VI, la penitencia ha sido siempre una «exigencia<br />
de la vida interior confirmada por la experiencia<br />
r<strong>el</strong>igiosa de la humanidad» (Poenitemini 32).<br />
En la historia espiritual de Isra<strong>el</strong> se aprecia también<br />
un importante desarrollo en la idea y en la práctica de la<br />
penitencia. Esta aparece pronto ritualizada en días y<br />
c<strong>el</strong>ebraciones peculiares (Neh 9; Bar 1,5-3,8), y siempre<br />
los actos principales de la penitencia son oración y<br />
ayuno (1 Sam 7,6; Job 2,8; Is 22,12; <strong>La</strong>m 3,16; Ez 27,30-<br />
31; Dan 9,3; Os 7,14; Jo<strong>el</strong> 1,13-14; Jon 3,6). Los profetas<br />
acentúan en la penitencia la interioridad y la individualidad.<br />
<strong>La</strong>s culpas no pasan de padres a hijos como<br />
una herencia fatal (Ez 18). Por otra parte, si <strong>el</strong> <strong>pecado</strong><br />
fue alejarse de Dios, la conversión será regresar a Yavé<br />
(Is 58,5-7; Jo<strong>el</strong> 2,12s; Am 4,6-11; Zac 7,9-12), escucharle,<br />
atendiendo sus normas, recibiendo sus enviados<br />
En la Iglesia antigua<br />
En la predicación de los Apóstoles hay una clara conciencia<br />
de que evang<strong>el</strong>izar es anunciar a Jesús y la conversión<br />
de los <strong>pecado</strong>s. En este sentido puede decirse<br />
que una predicación es evangélica en la medida en que<br />
suscita la fe en Cristo y la verdadera conversión d<strong>el</strong> <strong>pecado</strong>.<br />
Así San Pablo resume su obra apostólica: «Anuncié<br />
la penitencia y la conversión a Dios por obras dignas<br />
de penitencia» (Hch 26,20; +2,38; 14,22; 17,30; 20,21;<br />
Mc 6,12; Lc 24,47).<br />
Hay que apartarse d<strong>el</strong> mal (Hch 8,22; Ap 2,22; 9,20-<br />
21;16,11) y volverse incondicionalmente a Dios (Hch<br />
20,21; 26,20) por la fe en Cristo (20,21; Heb 6,1), abriéndose<br />
así a la gracia de Dios (Hch 11,18). <strong>La</strong> conversión<br />
es ante todo un acto d<strong>el</strong> amor de Dios al hombre: «Yo<br />
reprendo y corrijo a cuantos amo: sé, pues, ferviente y<br />
arrepiéntete» (Ap 3,19). Pero <strong>el</strong> que rechace este amor,<br />
esta gracia, y rehuse hacer penitencia, será castigado<br />
(2,21s; 9,20s; 16,9. 11).<br />
(Jer 25,2-7; Os 6,1-3), fiarse de él, apartando otros dio- En los Padres apostólicos la penitencia designa con<br />
ses y ayudas (Is 10,20s; Jer 3,22s; Os 14,4); será, en frecuencia toda la vida cristiana. El <strong>pecado</strong>r no puede<br />
fin, alejarse d<strong>el</strong> mal, que es lo <strong>contra</strong>rio de Dios (Jer 4,1; acercarse al Santo y vivir de él, si no es por la penitencia.<br />
25,5).<br />
«Dios habita verdaderamente en nosotros, en la morada<br />
Pero ¿es posible realmente la conversión? ¿Podrá <strong>el</strong> hombre<br />
cambiar de verdad por la penitencia? «¿Mudará por ventura su tez<br />
<strong>el</strong> etíope, o <strong>el</strong> tigre su pi<strong>el</strong> rayada? ¿Podréis vosotros obrar <strong>el</strong> bien,<br />
tan avezados como estáis al mal?» (Jer 13,23)... <strong>La</strong> Biblia rev<strong>el</strong>a<br />
que con la gracia santificadora d<strong>el</strong> Señor la penitencia es posible (Is<br />
44,22; Jer 4,1; 26,3; 31,33; 36,3; Ez 11,19; 18,13; 36,26; Sal 50,12).<br />
Es posible con la gracia de Dios –suplicada, recibida– y con <strong>el</strong><br />
esfuerzo d<strong>el</strong> hombre: «Conviérteme y yo me convertiré, pues tú<br />
eres Yavé, mi Dios» (Jer 31,18; +17,14; 29,12-14; <strong>La</strong>m 5,21; Is<br />
65,24; Tob 13,6; Mal 3,7; Sant 4,8).<br />
<strong>La</strong> predicación d<strong>el</strong> Evang<strong>el</strong>io comienza por llamar a<br />
de nuestro corazón; dándonos la penitencia, nos introduce<br />
a nosotros, que estábamos esclavizados por la muerte,<br />
en <strong>el</strong> templo incorruptible» (Bernabé 16,8-9).<br />
Así que «<strong>el</strong> que sea santo, que se acerque; <strong>el</strong> que no lo sea, que<br />
haga penitencia» (Dídaque 10,6). Y que sepa que «no hay otra<br />
penitencia fuera de aqu<strong>el</strong>la en que bajamos al agua y recibimos la<br />
remisión de nuestros <strong>pecado</strong>s pasados» (Hermas, mandato 4,3,1).<br />
Jesucristo bendito es quien nos ha traído la verdadera penitencia; él<br />
es quien ha quitado realmente <strong>el</strong> <strong>pecado</strong> d<strong>el</strong> mundo (Jn 1,29); por<br />
eso «fijemos nuestra mirada en la sangre de Cristo, y conozcamos<br />
qué preciosa es a los ojos de Dios y Padre suyo, pues, derramada<br />
la penitencia. <strong>La</strong> plenitud de los tiempos implica una por nuestra salvación, alcanzó la gracia de la penitencia para todo <strong>el</strong><br />
plenitud de metanoia (Mc 1,4), palabra equivalente a pe- mundo» (1 Clemente 7,4).<br />
nitencia, conversión, arrepentimiento. «Juan <strong>el</strong> Bautista<br />
apareció en <strong>el</strong> desierto, predicando <strong>el</strong> bautismo de peni- En la teología protestante<br />
tencia para remisión de los <strong>pecado</strong>s» (ib.). Jesús «fue ((Enseña Lutero que la justificación es sólo por la fe, y<br />
levantado por Dios a su diestra como príncipe y Salvador,<br />
para dar a Isra<strong>el</strong> penitencia y remisión de los <strong>pecado</strong>s»<br />
(Hch 5,31). <strong>La</strong> predicación d<strong>el</strong> Bautista y la de<br />
Jesús comienza, pues, con <strong>el</strong> mismo envite: «Arrepentíos,<br />
porque <strong>el</strong> reino de los ci<strong>el</strong>os está cerca» (Mt 3,2;<br />
=Mc 1,15).<br />
<strong>La</strong> penitencia es igualmente <strong>el</strong> núcleo central de la<br />
predicación apostólica. Los apóstoles fueron enviados<br />
por Cristo en la ascensión «para que se predicase en su<br />
consiguientemente <strong>el</strong> hombre trata en vano de borrar su <strong>pecado</strong><br />
con obras penitenciales –examen de conciencia, dolor, expiación–.<br />
Todo en él es <strong>pecado</strong>. Tratando de hacer penitencia, negaría la<br />
perfecta redención que nos consiguió <strong>el</strong> Crucificado, dejaría Su<br />
gracia para apoyarse en las propias obras, en una palabra: judaizaría<br />
<strong>el</strong> genuino Evang<strong>el</strong>io. Cierto que los discípulos de Jesús hicieron<br />
penitencias, pero eso no significa sino que «en <strong>el</strong> umbral mismo de<br />
la historia neotestamentaria de la metanoia en la Iglesia antigua<br />
aparece inmediatamente <strong>el</strong> malentendido judaico» (Behm 1002/<br />
1191).))<br />
nombre la penitencia para la remisión de los <strong>pecado</strong>s a<br />
todas las naciones» (Lc 24,47). San Pablo, por ejemplo,<br />
recibe de Jesús la misión apostólica en estos términos:<br />
«Yo te envío para que les abras los ojos, se conviertan<br />
de las tinieblas a la luz, y d<strong>el</strong> poder de Satanás a Dios, y<br />
reciban <strong>el</strong> perdón de los <strong>pecado</strong>s y parte en la herencia<br />
de los consagrados» (Hch 26,18).<br />
<strong>La</strong> penitencia es presentada como absolutamente necesaria y<br />
urgente: «Si no hiciéreis penitencia, todos moriréis igualmente»<br />
(Lc 13,3. 5); ya la conversión no puede postergarse (19,41s; 23,28s;<br />
Mt 11,20-24). <strong>La</strong> penitencia evangélica va a ser a un tiempo don de<br />
Dios y esfuerzo humano (Mc 10,27; Hch 2,38; 3,19.25; 8,22;<br />
17,30; 26,20; Ap 2,21); va a ser principalmente interior, pero<br />
En la doctrina católica<br />
«Cristo es <strong>el</strong> mod<strong>el</strong>o supremo de penitentes; él quiso<br />
padecer la pena por <strong>pecado</strong>s que no eran suyos, sino de<br />
los demás» (Poenitemini 35). Y a los que sí somos <strong>pecado</strong>res,<br />
él quiso participarnos su espíritu de penitencia: él<br />
nos da conocimiento de nuestros <strong>pecado</strong>s y de la misericordia<br />
de Dios, dolor por nuestras culpas, capacidad de<br />
expiación, y gracia para cambiar de vida. El no quiso<br />
hacer penitencia solo, sino con nosotros, que somos su<br />
cuerpo. En Cristo, con él y por él hacemos penitencia.<br />
Y por otra parte, la penitencia cristiana es en la Iglesia,<br />
<strong>el</strong>la misma «a un tiempo santa y necesitada de puri-<br />
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