vestido, comida, arte, convivencia, casa, educación, información, política, vida social, distribución d<strong>el</strong> tiempo, d<strong>el</strong> dinero, de la atención. Sólo así podremos ayudar al mundo de verdad. Y, por otra parte, sólo podremos librarnos de vivir en la sucia y ruinosa Casa d<strong>el</strong> mundo, en la medida en que logremos construir en <strong>el</strong> mundo una Casa nueva, hecha de criterios y costumbres evangélicos. Pero tengamos respeto por la sociedad presente, en la que Dios nos puso en su providencia, y guardémonos bien de menospreciarla con una altivez provocativa. Es de justicia, enseña Santo Tomás, venerar «a la patria, en cuanto que es para nosotros en cierto modo principio d<strong>el</strong> ser» (STh II-II, 101,3 ad 3 m ). Claudicantes, resistentes y victoriosos «A través de toda la historia humana existe una dura batalla <strong>contra</strong> <strong>el</strong> poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes d<strong>el</strong> mundo, durará, como dice <strong>el</strong> Señor, hasta <strong>el</strong> día final» (GS 17b). Y es que, en palabras de Pablo VI, «se vive en un ambiente ambiguo y contaminado, donde es preciso continuamente saber inmunizarse con una profilaxis moral que va desde la huída d<strong>el</strong> mundo –como hacen justamente los que, por deseo de perfección, <strong>el</strong>igen un género de vida dedicado a un riguroso y amoroso seguimiento de Cristo (LG 40)–, hasta la disciplina ascética propia de toda vida cristiana, «como corresponde a los santos» (Ef 5,3; Rm 6,22), que incluso trata de difundir las costumbres cristianas en <strong>el</strong> mismo mundo que os resulta hostil y refractario (AA 2). <strong>La</strong> sagrada Escritura llama milicia la condición d<strong>el</strong> hombre sobre la tierra (Job 7,11; Ef 6,11-13). Y <strong>el</strong> Señor ha querido insertar esto en la fórmula oficial de nuestra oración a Dios Padre, cuando nos hace invocar siempre su auxilio para obtener la defensa <strong>contra</strong> una amenaza constante que acecha nuestra marcha en <strong>el</strong> tiempo: la tentación. Somos libres, sí, pero estamos muy condicionados por <strong>el</strong> ambiente, por <strong>el</strong> mundo en que vivimos; por eso nuestro sentido moral debe estar siempre en una tensión de vigilancia –otra palabra evangélica– (Mt 24,42; Mc 14,38; 13,37; 1 Cor 16,13; 1 Pe 5,8)» (extractos 23-II- 1977). Así las cosas, en esta batalla hay diferentes tipos de cristianos: claudicantes, resistentes o victoriosos. ((Los cristianos claudicantes, vencidos por <strong>el</strong> mundo, no influyen en <strong>el</strong> mundo, sino que están bajo su influjo. En mayor o menor grado, han aceptado en su frente y en su mano la marca de la Bestia, lo que les permite comprar y vender en este mundo, sin especiales problemas (Ap 13,16-17). Los cristianos resistentes, defensivos, no claudican d<strong>el</strong> todo ante <strong>el</strong> mundo, pero no tienen tampoco fuerza suficiente para vencerle, y en parte –más de lo que suponen– dependen de él. Su vida cristiana carece de frescura, pues más que imitar a Dios, imitan a los que le imitaron, tratando así de «conservar las costumbres cristianas». No tienen fuerza suficiente en <strong>el</strong> Espíritu para actualizar <strong>el</strong> Evang<strong>el</strong>io en <strong>el</strong> presente, con formas vivas fi<strong>el</strong>es a la tradición. <strong>La</strong> renovación de las formas tradicionales es muchas veces <strong>el</strong> mejor modo de mantenerlas vivas. En fin, éstos combaten <strong>el</strong> mundo a veces, pero con torpe agresividad, y su<strong>el</strong>en hacerse odiosos porque no distinguen bien <strong>el</strong> trigo y la cizaña, y en ocasiones lo estropean todo. Los descendientes de los cristianos resistentes su<strong>el</strong>en ser ya claudicantes.)) Los cristianos victoriosos vencen con Cristo al mundo, y en <strong>el</strong> Espíritu Santo tienen fuerza vital –para dialogar con <strong>el</strong> mundo presente sin complejos defensivos o agresivos, «prudentes como serpientes y sencillos como palomas» (Mt 10,16); –para recibir d<strong>el</strong> mundo todos los aspectos que deben ser asumidos, purificados y <strong>el</strong>evados; –para vencer al mundo, sabiendo «deponer toda Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica 124 sordidez y todo resto de maldad» (Sant 1,21), por más que ésta se halle muy aceptada y generalizada en <strong>el</strong> ambiente; y –para configurar, al menos a escala personal, familiar y comunitaria, formas de vida, antiguas o modernas (Mt 13,52), genuinamente evangélicas, siendo de este modo fermento en la masa d<strong>el</strong> mundo. Los hombres presos d<strong>el</strong> mundo nada pueden hacer por mejorarlo. <strong>La</strong>s figuras históricas que más han influido en <strong>el</strong> mundo han sido siempre hombres con una gran libertad, con una efectiva independencia, respecto a las ideas, valores, modos y costumbres de su tiempo. Los cristianos, hombres nuevos en Cristo, segúndo Adán, han de ser libres d<strong>el</strong> mundo, para poder transformarlo con la fuerza renovadora d<strong>el</strong> Espíritu Santo. Y en esto, <strong>el</strong> número no tiene tanta importancia. «Un poco de levadura hace fermentar toda la masa» (1 Cor 5,6; Gál 5,9). Veámoslo con un ejemplo. En un cierto Seminario la capilla su<strong>el</strong>e estar vacía («es que va uno allí y no hay nadie: están todos charlando o en la t<strong>el</strong>evisión»). Lo que ahí sucede es que <strong>el</strong> individuo siente angustia de hacer algo sin refuerzo social. Y la mayoría no lo hace, aunque algunos tengan <strong>el</strong> convencimiento personal de que deberían hacerlo. Pero supongamos que un seminarista comienza a visitar al Señor en la capilla. Quizá otro, apoyándose en <strong>el</strong> primero, vaya después también; y otro y otro. Y supongamos que, finalmente, cambia <strong>el</strong> ambiente y la capilla se ve bastante frecuentada. «Un poco de levadura ha hecho fermentar la masa». No hay otro camino. Así obra normalmente la gracia de Dios para renovar los sacerdotes, los matrimonios, las parroquias, los r<strong>el</strong>igiosos, todo. De un «grano de mostaza» se hizo un árbol grande (Mt 13,31-32). <strong>La</strong> cosa es clara: <strong>el</strong> apostolado es un ministerio que sólo puede ser cumplido por cristianos que tengan una gran libertad d<strong>el</strong> mundo: sin tal libertad, no tienen nada que hacer. Libres d<strong>el</strong> mundo por la vida r<strong>el</strong>igiosa Los r<strong>el</strong>igiosos, «renunciando al mundo» (PC 5a), llevan al extremo, y en forma comunitaria, <strong>el</strong> despojamiento de lo secular que iniciaron como cristianos en <strong>el</strong> bautismo (GS 44ac; 46b). Los laicos, con la gracia de Cristo, habrán de «tener como si no tuvieran» (1 Cor 7,29-32). Pero a los r<strong>el</strong>igiosos Cristo les ha dado la gracia de seguirle «dejando todo lo que tenían»: <strong>el</strong>los han «dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por amor al reino de Dios» (Lc 18,28-29). En la Biblia se ve que Dios, cuando <strong>el</strong>ige y llama a unos hombres para misiones especiales, los desmundaniza de un modo particularmente radical. El Señor le manda a Abraham: «Salte de tu tierra, de tu parent<strong>el</strong>a, de la casa de tu padre» (Gén 12,1). Y al joven d<strong>el</strong> evang<strong>el</strong>io le dice: «Si quieres ser perfecto, vénd<strong>el</strong>o todo, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los ci<strong>el</strong>os, y ven y sígueme» (Mt 19,21). Ya sabemos que la vida en <strong>el</strong> Espíritu tiene tres enemigos: Demonio, carne y mundo, y que los tres combaten al cristiano coordinadamente. Pues bien, la vida r<strong>el</strong>igiosa, al descondicionar d<strong>el</strong> mundo a los r<strong>el</strong>igiosos, les sitúa en situación muy ventajosa para vencer al Demonio y a la carne. En efecto, como explica San Juan de la Cruz, «<strong>el</strong> mundo es <strong>el</strong> enemigo menos dificultoso [nótese que habla a r<strong>el</strong>igiosos, que ya lo han dejado]. El demonio es más oscuro de entender; pero la carne es más tenaz que todos, y duran sus acometimientos mientras dura <strong>el</strong> hombre viejo. Para vencer a uno de estos enemigos es menester vencerlos a todos tres; y enflaquecido uno, se enflaquecen los otros dos; y vencidos todos tres, no le queda al alma más guerra» (Caut<strong>el</strong>as a un r<strong>el</strong>igioso 2-3). No es, ciertamente, <strong>el</strong> mundo <strong>el</strong> principal enemigo d<strong>el</strong> cristiano; pero vencerlo le da una inmensa ventaja espiritual. ((Por eso la mundanización desvirtúa por completo una comunidad r<strong>el</strong>igiosa. Allí donde los r<strong>el</strong>igiosos «no renuncian al mundo»
(<strong>contra</strong> PC 5a), sino que secularizan sus formas de vida, asemejándolas a las de los laicos, pierden todo su atractivo y se quedan sin miembros –se van parte de los que están, y no entran nuevos–. Y es lógico que así sea. No comprenden que los laicos – sobre todo los buenos, que sufren tanto dentro d<strong>el</strong> condicionamiento mundano– encuentran atractiva la vida r<strong>el</strong>igiosa precisamente en la medida en que les ofrece un ámbito evangélico, bien diferenciado d<strong>el</strong> medio mundano. <strong>La</strong> vida r<strong>el</strong>igiosa es atractiva e incluso fascinante en la medida en que anticipa escatológicamente en este mundo <strong>el</strong> reino c<strong>el</strong>estial (LG 44c). Cuando los laicos se acercan a una comunidad r<strong>el</strong>igiosa, quizá con <strong>el</strong> deseo de ingresar en <strong>el</strong>la, y la encuentran secularizada y adaptada casi en todo a los modos de vida vigentes en <strong>el</strong> mundo, se marchan defraudados. Y si alguno entra en <strong>el</strong>la, o es que no tiene verdadera vocación r<strong>el</strong>igiosa, o si la tiene, no perdurará allí.)) Libres d<strong>el</strong> mundo por la muerte Los que somos «ciudadanos d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o» (Flp 3,20) y vivimos en <strong>el</strong> mundo «como extranjeros y forasteros» (1 Pe 2,11), hemos de llegar normalmente a una fase en la que la muerte nos sea deseable. Incluso, como enseña San Cipriano, debemos ejercitarnos en este buen deseo: «Debemos pensar y meditar que hemos renunciado al mundo, y que mientras vivimos en él somos como extranjeros y peregrinos. Deseemos con ardor aqu<strong>el</strong> día en que se nos asignará nuestro propio domicilio, en que se nos restituirá <strong>el</strong> paraíso y <strong>el</strong> reino, después de habernos arrancado de las ataduras que en este mundo nos retienen. El que está lejos de su patria es natural que tenga prisa por volver a <strong>el</strong>la. Para nosotros, nuestra patria es <strong>el</strong> paraíso» (CSEL 3A,31). Parte III - <strong>La</strong> <strong>lucha</strong> <strong>contra</strong> <strong>el</strong> <strong>pecado</strong> 5. El mundo 125