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La lucha contra el pecado - Fundación Gratis Date

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Los mártires marcan <strong>el</strong> punto de mayor tensión entre<br />

evang<strong>el</strong>io y mundo. Ellos han de <strong>el</strong>egir entre Cristo y <strong>el</strong><br />

mundo, y han de hacerlo bajo la presión de los jueces,<br />

que unas veces amenazan, y otras halagan y solicitan:<br />

«Te aconsejo que cambies de sentir y veneres a los mismos<br />

dioses que nosotros, los hombres todos, adoramos,<br />

y vivas con nosotros» (Martirio de San Apolonio 13).<br />

Pero lejos de ceder, los mártires se ríen de los ídolos que<br />

<strong>el</strong> mundo adora: «Pecan los hombres envilecidos cuando<br />

adoran lo que sólo consta de figura, un frío pulimento<br />

de piedra, un leño seco, un metal inerte o huesos<br />

muertos. ¡Qué necedad semejante engaño! Los atenienses,<br />

hasta <strong>el</strong> día de hoy, adoran <strong>el</strong> cráneo de un buey de bronce»<br />

(ib. 16-17). Desprecian públicamente los ídolos que<br />

<strong>el</strong> mundo venera, siguiendo en esto la tradición de los<br />

profetas (1 Re 18,18-29; Is 41,6s; 44,9-20; Jer 10,3s;<br />

Os 8,4-8; Am 5,26). Y esto produce en unos paganos<br />

conversión, y en otros un odio más profundo.<br />

Los cristianos de Viena y Lión cuentan: «No sólo se<br />

nos cerraban todas las puertas, sino que se nos excluía<br />

de los baños y de la plaza pública, y aun se llegó a prohibir<br />

que apareciera nadie de nosotros en lugar alguno»<br />

(Eusebio, Hª Eclesiástica V,1,5). ¡No era difícil para estos<br />

cristianos sentirse en <strong>el</strong> mundo como «extranjeros y<br />

forasteros»! (1 Pe 2,11). Esa conciencia es expresada<br />

con frecuencia en los saludos iniciales de las antiguas<br />

cartas: «<strong>La</strong> Iglesia de Dios, que habita como forastera<br />

en Roma, a la Iglesia de Dios, que habita como forastera<br />

en Corinto» (1 Clemente). «Los siervos de Cristo, que<br />

habitan como forasteros en Viena y Lión de la Galia...»<br />

(Hª Eclesiástica V,1,3).<br />

El cristiano primero bien pudo comprender y hacer suya la frase<br />

de S.Pablo: «El mundo está crucificado para mí y yo para <strong>el</strong> mundo»<br />

(Gál 6,14). «El convertido se sitúa al margen d<strong>el</strong> mundo, en <strong>el</strong><br />

que, sin embargo, se ve obligado a vivir: la opinión pública le condena,<br />

las instituciones y las costumbres lo excluyen» (Bardy 268).<br />

Y no es que <strong>el</strong>los se auto-marginen, no. Como dice Tertuliano,<br />

«hemos llenado todo, los campos, las tribus, las decurias, los palacios,<br />

<strong>el</strong> senado, <strong>el</strong> foro» (ML 1,462-463). Aunque en algunos aspectos<br />

de la vida esa auto-marginación se hacía inevitable: «<strong>La</strong><br />

estrecha unión, en <strong>el</strong> antiguo Estado, de la actividad cívica y de las<br />

expresiones r<strong>el</strong>igiosas inaceptables para los adoradores d<strong>el</strong> Dios<br />

único, o de costumbres que la moral d<strong>el</strong> Evang<strong>el</strong>io reprueba, como<br />

los combates d<strong>el</strong> circo, obligaban a los cristianos a renunciar a una<br />

parte de la vida social; les ponía en cierta medida al margen de la<br />

ciudad» (Zeiller 398). En ocasiones la misma Iglesia prohibe o<br />

desaconseja a los catecúmenos ciertas profesiones (Traditio<br />

apostolica 11, en la Roma de principios d<strong>el</strong> siglo III).<br />

Otros documentos de la época dan una visión d<strong>el</strong> conflicto más<br />

matizada. San Ignacio de Antioquía recomienda: «Mostrémonos<br />

hermanos suyos por nuestra amabilidad, pero imitar, sólo hemos<br />

de esforzarnos por imitar al Señor» (Efesios 10,3). De modo semejante<br />

dice Tertuliano: «Es lícito vivir con los paganos, pero no se<br />

puede participar de sus costumbres. Vivamos con todos, alegrémonos<br />

con <strong>el</strong>los en la comunidad de naturaleza, no de superstición.<br />

Somos iguales en cuanto al alma, no en cuanto a la disciplina.<br />

Compartimos con <strong>el</strong>los la posesión d<strong>el</strong> mundo, no d<strong>el</strong> error» (ML<br />

1,682). En fin, uno de los texto más b<strong>el</strong>los de la antigüedad sobre<br />

este tema lo hallamos en <strong>el</strong> Discurso a Diogneto (V-VI,1), de finales<br />

d<strong>el</strong> siglo II, donde se dice que, en medio d<strong>el</strong> mosaico étnicor<strong>el</strong>igioso<br />

d<strong>el</strong> Imperio, «los cristianos no se distinguen de los demás<br />

hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres,<br />

sino que habitando ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que<br />

a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás<br />

género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras<br />

de un tenor de peculiar conducta, admirable, y por confesión de<br />

todos, sorprendente. Habitan sus propias patrias, pero como forasteros;<br />

toman parte en todo como ciudadanos, y todo lo soportan<br />

como extranjeros; toda tierra extraña es para <strong>el</strong>los patria, y toda<br />

patria, tierra extranjera. Se casan como todos, como todos engendran<br />

hijos, pero <strong>el</strong>los no exponen [abandonan] los que nacen. Ponen<br />

mesa común, pero no lecho. Están en la carne, pero no viven<br />

según la carne. Pasan <strong>el</strong> tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía<br />

en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o. Obedecen las leyes establecidas, pero con su vida<br />

Parte III - <strong>La</strong> <strong>lucha</strong> <strong>contra</strong> <strong>el</strong> <strong>pecado</strong> 5. El mundo<br />

121<br />

sobrepasan las leyes. A todos aman, y por todos son perseguidos.<br />

Pero para decirlo brevemente: lo que es <strong>el</strong> alma en <strong>el</strong> cuerpo, eso<br />

son los cristianos en <strong>el</strong> mundo».<br />

<strong>La</strong> Iglesia hoy es perseguida por <strong>el</strong> mundo, especialmente<br />

en los países ricos descristianizados, tan duramente como<br />

en los primeros siglos, no en forma sangrienta, sino de<br />

un modo cultural y político, mucho más eficaz. Por eso<br />

los rasgos martiriales que caracterizaron en sus comienzos<br />

la vida cristiana vu<strong>el</strong>ven hoy a marcar <strong>el</strong> s<strong>el</strong>lo de la cruz en<br />

los discípulos de Cristo. Es la persecución de siempre, la anunciada<br />

por Jesús: «Todos os odiarán por causa de mi nombre»<br />

(Lc 21,17).<br />

El bautismo: apotaxis y syntaxis<br />

<strong>La</strong> estructura misma d<strong>el</strong> rito litúrgico expresa con fuerza<br />

que <strong>el</strong> bautismo es romper con Satanás y su mundo<br />

(apotaxis) y adherirse a Cristo y a su Iglesia (syntaxis).<br />

Veamos, por ejemplo, una renuncia bautismal de San Cirilo<br />

de Jerusalén, en <strong>el</strong> siglo IV: «Yo renuncio a ti, Satanás, y<br />

a todas tus pompas y a todo tu culto. <strong>La</strong> pompa de Satán<br />

es la pasión d<strong>el</strong> teatro, son las carreras de caballos en <strong>el</strong><br />

hipódromo, los juegos circenses y toda vanidad semejante.<br />

Igualmente, todo lo que se su<strong>el</strong>e exponer en las<br />

fiestas de los ídolos, como carnes, panes u otras cosas<br />

contaminadas por la invocación de los demonios impuros»<br />

(MG 33, 1068-1072). Advertía J. Daniélou que esos<br />

espectáculos aludidos «forman parte de la pompa diaboli<br />

en cuanto que llevan consigo actos cultuales que los convierten<br />

en manifestaciones de idolatría. Pero, con la desaparición<br />

de la idolatría, <strong>el</strong> acento fue recayendo sobre la inmoralidad<br />

de los espectáculos» (Sacramentos y culto según<br />

los SS.PP., Madrid, Guadarrama 1962, 50).<br />

Esta renuncia cristiana al mundo, que se mantiene hoy<br />

también en <strong>el</strong> bautismo, tiene, por supuesto, un carácter<br />

espititual. Es <strong>el</strong> sentido que ya le daba Orígenes: «Debemos<br />

salir de Egipto, debemos dejar <strong>el</strong> mundo, si queremos<br />

servir al Señor. Y digo que debemos dejarlo no en<br />

un sentido local, sino espiritualmente» (SChr 16,108).<br />

<strong>La</strong> ruptura d<strong>el</strong> cristiano con <strong>el</strong> mundo en <strong>el</strong> bautismo<br />

expresa que <strong>el</strong> Espíritu nuevo recibido por <strong>el</strong> bautizado<br />

requiere una vida nueva, muy distinta al estilo de la vieja,<br />

que ya no vale: «No se echa <strong>el</strong> vino nuevo en cueros<br />

viejos, sino que se echa <strong>el</strong> vino nuevo en cueros nuevos,<br />

y así <strong>el</strong> uno y los otros se preservan» (Mt 9,17).<br />

San Pablo expresa así la ruptura de los cristianos con <strong>el</strong> mundo:<br />

«No viváis ya como viven los gentiles, en la vanidad de sus pensamientos,<br />

obscurecida su razón, ajenos a la vida de Dios por su<br />

ignorancia y la ceguera de su corazón. Embrutecidos, se entregaron<br />

a la lascivia, derramándose ávidamente con todo género de impureza.<br />

No es esto lo que vosotros habéis aprendido de Cristo, si es que<br />

le habéis oído y habéis sido instruídos en la verdad de Jesús. Dejando,<br />

pues, vuestra antigua conducta, despojáos d<strong>el</strong> hombre viejo,<br />

viciado por la corrupción d<strong>el</strong> error; renováos en vuestro espíritu y<br />

vestíos d<strong>el</strong> hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad<br />

verdaderas» (Ef 4,17-24). Ese paso d<strong>el</strong> mundo al Reino está en la<br />

esencia misma d<strong>el</strong> bautismo y de la existencia cristiana.<br />

((Hoy son muchos los cristianos que quieren gozar d<strong>el</strong> mundo<br />

sin limitaciones, con las mismas posibilidades de los hijos d<strong>el</strong> siglo.<br />

Son cristianos, como decía Santa Teresa d<strong>el</strong> Niño Jesús de unos<br />

parientes suyos, «demasiado mundanos; sabían demasiado bien<br />

aliar las alegrías de la tierra con <strong>el</strong> servicio d<strong>el</strong> Buen Dios. No<br />

pensaban lo bastante en la muerte» (Manus. autobiog. IV,4). Quieren<br />

disfrutar de todo al máximo, prosperar en los negocios, asumir<br />

ideas, costumbres, universidades, playas, partidos políticos, t<strong>el</strong>evisión<br />

y espectáculos, tal y como estas realidades se dan en <strong>el</strong><br />

mundo presente. Quieren triunfar en esta vida, haciendo para <strong>el</strong>lo<br />

las concesiones que sean precisas. Quieren, sobre todo, evitar toda<br />

persecución, soslayar la misma apariencia de una confrontación<br />

con <strong>el</strong> mundo vigente, con sus ideas y costumbres.<br />

<strong>La</strong> persecución d<strong>el</strong> mundo no es para <strong>el</strong>los una bienaventuranza<br />

que corona necesariamente una vida cristiana llegada a su plenitud

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