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La lucha contra el pecado - Fundación Gratis Date

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con la voluntad divina, quedará transformada en Dios<br />

por amor» (2 S 5,3).<br />

Nótese bien que la maravilla inefable de la deificación<br />

sólo Dios puede producirla por su gracia, y así, por parte<br />

d<strong>el</strong> hombre, no está tanto en poner iniciativas y acciones,<br />

sino en quitar todo obstáculo consciente y voluntario<br />

a la acción de Dios.<br />

«El alma no ha menester más que desnudarse de estas <strong>contra</strong>riedades<br />

y disimilitudes naturales para que Dios, que se le está comunicando<br />

naturalmente por naturaleza, se le comunique<br />

sobrenaturalmente por gracia. Pongamos una comparación: Está <strong>el</strong><br />

rayo d<strong>el</strong> sol dando en una vidriera. Si la vidriera tiene algunos v<strong>el</strong>os<br />

de manchas o nieblas, no la podrá esclarecer y transformar en su<br />

luz totalmente, como si estuviera limpia de todas aqu<strong>el</strong>las manchas<br />

y sencilla. Y así <strong>el</strong> alma es como esta vidriera, en la cual siempre<br />

está embistiendo o, por mejor decir, en <strong>el</strong>la está morando esta<br />

divina luz d<strong>el</strong> ser de Dios por naturaleza, como hemos dicho. En<br />

dando lugar <strong>el</strong> alma –que es quitar de sí todo v<strong>el</strong>o y mancha de<br />

criatura, lo cual consiste en tener la voluntad perfectamente unida<br />

con la de Dios, porque <strong>el</strong> amar es obrar en despojarse y desnudarse<br />

por Dios de todo lo que no es Dios–, luego queda esclarecida y<br />

transformada en Dios, y le comunica Dios su ser sobrenatural de<br />

tal manera, que parece <strong>el</strong> mismo Dios y tiene lo que tiene <strong>el</strong> mismo<br />

Dios; y <strong>el</strong> alma más parece Dios que alma, y aun es Dios por<br />

participación» (2 S 5,4-7).<br />

Por la ascesis d<strong>el</strong> espíritu éste se desapropia de sus<br />

pensamientos, memorias y voluntades, teniéndolos como<br />

si no los tuviera, pues para que <strong>el</strong> Espíritu divino pueda<br />

llevar al hombre «a la transformación sobrenatural, claro<br />

está que ha de oscurecerse y transponerse a todo lo<br />

que contiene su natural, que es sensitivo y racional, porque<br />

sobrenatural eso quiere decir, que sube sobre <strong>el</strong> natural;<br />

luego <strong>el</strong> natural abajo queda. Y así grandemente se<br />

estorba un alma para venir a este alto estado de unión<br />

con Dios cuando se ase a algún entender, o sentir, o<br />

imaginar, o parecer, o voluntad, o modo suyo, o cualquiera<br />

otra cosa u obra propia, no sabiéndose desasir y<br />

desnudar de todo <strong>el</strong>lo; porque a lo que va es algo sobre<br />

todo eso, aunque eso sea lo más que se puede saber y<br />

gustar» (2 S 4,2.4).<br />

Esta ascética d<strong>el</strong> espíritu no deja las almas al<strong>el</strong>adas,<br />

desmemoriadas o inertes, en absoluto, «porque <strong>el</strong> espíritu de Dios<br />

las hace saber lo que han de saber, e ignorar lo que conviene ignorar,<br />

y acordarse de lo que se han de acordar, y olvidar lo que es de<br />

olvidar, y las hace amar lo que han de amar y no amar lo que no es<br />

en Dios. Y así, todos los primeros movimientos de las potencias de<br />

las tales almas son divinos; y no hay que maravillarse de que los<br />

movimientos y operaciones de estas potencias sean divinos, pues<br />

están transformadas en ser divino» (3 S 2,9).<br />

Dios deifica al hombre <strong>el</strong>evándole a fe, esperanza y<br />

caridad. Ya <strong>el</strong> hombre no se rige por sí mismo, sino por<br />

<strong>el</strong> Espíritu de Dios. Así lo dice San Juan de Avila sencillamente:<br />

«No has de vivir, hermano, por tu seso, ni por<br />

tu voluntad, ni por tu juicio; por Espíritu de Cristo has<br />

de vivir» (Sermón 28, 478-480)<br />

«El alma no se une con Dios en esta vida por <strong>el</strong> entender, ni por<br />

<strong>el</strong> gozar [de la voluntad], ni por <strong>el</strong> imaginar, ni por otro cualquier<br />

sentido, sino sólo por la fe, según <strong>el</strong> entendimiento, y por esperanza<br />

según la memoria, y por amor según la voluntad. <strong>La</strong>s cuales tres<br />

virtudes todas hacen vacío en las potencias: la fe en <strong>el</strong> entendimiento,<br />

vacío y oscuridad de entender; la esperanza hace en la memoria<br />

vacío de toda posesión; y la caridad vacío en la voluntad y desnudez<br />

de todo afecto y gozo de todo lo que no es Dios» (2 S 6,1-2;<br />

+STh I,1,8 ad 2m).<br />

«Pocos hay que sepan y quieran entrar en esta desnudez<br />

y vacío de espíritu» (2 S 7,3). Pocos saben: faltan<br />

guías, escasea la buena doctrina espiritual. Pocos quieren:<br />

«En ofreciéndos<strong>el</strong>es algo de esto sólido y perfecto,<br />

que es la aniquilación de toda suavidad en Dios, en sequedad,<br />

en sinsabor, en trabajo (lo cual es la cruz pura<br />

espiritual y desnudez de espíritu pobre de Cristo), huyen<br />

Parte III - <strong>La</strong> <strong>lucha</strong> <strong>contra</strong> <strong>el</strong> <strong>pecado</strong> 4. <strong>La</strong> carne<br />

109<br />

de <strong>el</strong>lo como de la muerte» (2 S 7,5). Y se conforman<br />

con cualquier modo de reforma moral y ejercicios de<br />

virtud, pero sin llegar a «perder la cabeza», no yendo<br />

mucho más allá de «lo razonable». «¡Cuán diferente es<br />

<strong>el</strong> modo que en este camino deben llevar d<strong>el</strong> que muchos<br />

de <strong>el</strong>los piensan!» (ib.).<br />

<strong>La</strong> ascética d<strong>el</strong> espíritu es mucho más valiosa que la<br />

d<strong>el</strong> sentido; pero también resulta mucho más difícil, pues<br />

es indudable que <strong>el</strong> espíritu humano está aún más asido a<br />

lo suyo que <strong>el</strong> sentido a lo suyo (2 S 1,1).<br />

Ascesis d<strong>el</strong> entendimiento<br />

<strong>La</strong> mente d<strong>el</strong> hombre carnal es un oscuro caos, desordenado,<br />

confuso, <strong>contra</strong>dictorio, cerrado para la captación<br />

de la verdad, abierto a los diversos influjos erróneos<br />

d<strong>el</strong> ambiente.<br />

–Hay en nosotros criterios naturales sobre temas generales,<br />

convicciones operativas, cuya validez no solemos poner en duda:<br />

modos humanos e históricos de entender, por ejemplo, valores<br />

como salud, igualdad, autoridad, trabajo, etc. El temperamento<br />

personal y <strong>el</strong> ambiente influyen muchas veces de modo decisivo en<br />

la conformación de esas ideas.<br />

–Hay en nosotros criterios naturales sobre temas concretos,<br />

por ejemplo, «yo necesito tanto tiempo de sueño, de lectura, de<br />

vacaciones», «es absolutamente necesario que yo siga al frente d<strong>el</strong><br />

negocio», «yo no valgo para discurrir, para hablar en público,<br />

para...» Tales convicciones, que –como las anteriores– tantas veces<br />

son falsas o al menos inexactas, solemos tenerlas de hecho como<br />

axiomas indiscutibles.<br />

–Hay en nosotros criterios sobrenaturales mal entendidos, oscuramente<br />

captados, con algo de verdad y no poco de error. Este<br />

sacerdote, por amor a la pobreza evangélica, emplea muchas horas<br />

trabajando manualmente, y disminuye demasiado su dedicación a<br />

los ministerios más propiamente apostólicos. Aqu<strong>el</strong>la r<strong>el</strong>igiosa o<br />

este seglar entienden que «encarnarse» y «hacerse todo a todos»<br />

significa secularizar y mundanizar sus modos de vida...<br />

–Hay en nosotros criterios sobrenaturales impedidos, bloqueados<br />

por otros criterios <strong>contra</strong>dictorios que se muestran más fuertes<br />

y operativos. Este piensa que hay que dedicar tiempo a la oración,<br />

pero también piensa que hay mucho que hacer; y, de hecho, apenas<br />

halla nunca tiempo para orar con calma. Aquí no falla sólo la voluntad;<br />

antes y más falla la mente.<br />

–Finalmente, faltan en nosotros ciertos criterios sobrenaturales.<br />

Aquí no se trata ya sólo de criterios mal entendidos o impedidos,<br />

sino de convicciones que, simplemente, están ausentes de<br />

nuestra cabeza por ignorancia o por olvido –pero que en <strong>el</strong> Evang<strong>el</strong>io<br />

están bien claramente presentes–. Son criterios espirituales de<br />

los que ni siquiera nos hemos enterado, como no sea en forma<br />

meramente teórica. Mortificación, pobreza, áng<strong>el</strong>es, oración<br />

litúrgica, frecuencia de sacramentos, limosna, etc. son para muchos,<br />

según personas y ambientes, palabras por completo vacías<br />

de contenido real, valores no integrados en su vida espiritual.<br />

Así está nuestra mente. Y lo peor d<strong>el</strong> caso es que <strong>el</strong><br />

hombre está frecuentemente descontento de su cuerpo,<br />

de su memoria, de su voluntad, e incluso lo declara sin<br />

dificultad; pero su<strong>el</strong>e estar contento de su entendimiento:<br />

estima que piensa como se debe pensar, y que a él no<br />

se le engaña tan fácilmente.<br />

Los pensamientos y caminos nuestros difieren mucho<br />

de los de Dios (Is 55,8). Esto es evidente. Que en esto o<br />

lo otro estemos equivocados no es cosa que tenga mayor<br />

importancia; lo grave es que estemos apegados a<br />

nuestros modos de pensar. ¿Cómo podrá <strong>el</strong> Señor modificar<br />

nuestros pensamientos si estamos torpemente convencidos<br />

de su validez? ¿Cómo podrá <strong>el</strong> Espíritu Santo<br />

iluminarnos y movernos si nuestra mente permanece aferrada<br />

a sus propias concepciones? ¿Cómo podrá hacer<br />

un hombre nuevo, según la lógica d<strong>el</strong> Logos divino, si <strong>el</strong><br />

viejo ni siquiera acepta poner en duda sus viejos criterios<br />

lamentables?

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