La lucha contra el pecado - Fundación Gratis Date
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Véase también estudio encargado por S. C. Doctrina de la Fe,<br />
Fe y demonología, «L’Osservatore Romano» 29-VI-1975 =<br />
«Ecclesia» 35 (1975) 1057-1065; Pablo VI, 29-VI y 15-XI-1972;23-<br />
II-1977; Juan Pablo II, 13 y 20-VIII-1986: DP 1986, 166, 170.<br />
Catecismo enseña la fe en los áng<strong>el</strong>es (328-336) y en los demonios<br />
(391-395), y ve en <strong>el</strong> Maligno <strong>el</strong> enemigo principal de la vida<br />
cristiana (2850-2854).<br />
El origen d<strong>el</strong> mal<br />
¿Cómo es posible <strong>el</strong> mal en la creación de Dios, tan<br />
buena y armoniosa? Aquí y allá, con desconcertante<br />
frecuencia, dice Pablo VI, «en<strong>contra</strong>mos <strong>el</strong> <strong>pecado</strong>, que<br />
es perversión de la libertad humana, y causa profunda<br />
de la muerte, y que es además ocasión y efecto de una<br />
intervención en nosotros y en <strong>el</strong> mundo de un agente<br />
oscuro y enemigo, <strong>el</strong> demonio. El mal no es sólamente<br />
una deficiencia, es una eficiencia, un ser vivo, espiritual,<br />
pervertido y perversor. Terrible realidad. Misterio y pavorosa...<br />
Y se trata no de un solo demonio, sino de muchos,<br />
como diversos pasajes evangélicos nos lo indican:<br />
todo un mundo misterioso, revu<strong>el</strong>to por un drama desgraciadísimo,<br />
d<strong>el</strong> que conocemos muy poco» (15-XI-<br />
1972).<br />
Sin embargo, aunque no sabemos muchos, debemos<br />
hablar d<strong>el</strong> demonio según lo que nos ha sido rev<strong>el</strong>ado,<br />
debemos denunciar sin temor a nada su existencia y su<br />
acción. Como decía San Juan Crisóstomo, «no es para<br />
mí ningún placer hablaros d<strong>el</strong> demonio, pero la doctrina<br />
que este tema me sugiere será para vosotros muy útil»<br />
(MG 49,258).<br />
El Diablo en <strong>el</strong> Antiguo Testamento<br />
Aunque en forma imprecisa todavía, los libros antiguos<br />
de la Biblia conocen al Demonio y disciernen su<br />
acción maligna. Es la Serpiente que engaña y seduce a<br />
Adán y Eva (Gén 3). Es Satán (en hebreo, adversario,<br />
acusador) <strong>el</strong> ser viviente enemigo d<strong>el</strong> hombre, que tienta<br />
a Job (1,6-2,7) y acusa al sumo sacerdote Josué (Zac<br />
3). Es <strong>el</strong> espíritu maligno que se alzó <strong>contra</strong> Isra<strong>el</strong> y su<br />
rey David, inspirando proyectos malos (1 Crón 21,1).<br />
Es «<strong>el</strong> espíritu de mentira» que levanta falsos profetas (1<br />
Re 22,21-23).<br />
El Demonio es <strong>el</strong> gran áng<strong>el</strong> caído que, no pudiendo<br />
nada <strong>contra</strong> Dios, embiste <strong>contra</strong> la creación visible,<br />
<strong>contra</strong> su jefe, <strong>el</strong> hombre, buscando que toda criatura se<br />
reb<strong>el</strong>e <strong>contra</strong> <strong>el</strong> Señor d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o y de la tierra. <strong>La</strong> historia<br />
humana es <strong>el</strong> eco de aqu<strong>el</strong>la inmensa «batalla en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o»,<br />
cuando Migu<strong>el</strong> con sus áng<strong>el</strong>es venció al Demonio<br />
y a los suyos (Ap 12,7-9). Y por eso hay en la historia<br />
humana una sombra continua pavorosa, pues por esta<br />
«envidia d<strong>el</strong> diablo entró la muerte en <strong>el</strong> mundo, y la<br />
experimentan los que le pertenecen» (Sab 2,24).<br />
El Diablo en <strong>el</strong> Nuevo Testamento<br />
<strong>La</strong> <strong>lucha</strong> entre Cristo y Satanás es tema central d<strong>el</strong><br />
Evang<strong>el</strong>io y de las cartas apostólicas. El Nuevo Testamento<br />
da sobre <strong>el</strong> Demonio una rev<strong>el</strong>ación mucho más<br />
clara y cierta que la que había en <strong>el</strong> Antiguo. El evang<strong>el</strong>io<br />
r<strong>el</strong>ata la vida pública d<strong>el</strong> Salvador comenzando por su<br />
encontronazo con <strong>el</strong> Diablo: «fue llevado Jesús por <strong>el</strong><br />
Espíritu al desierto para ser tentado por <strong>el</strong> diablo» (Mt<br />
4,1-11). Así se inicia y manifiesta su misión pública entre<br />
los hombres.<br />
De un lado está Satanás, príncipe de un reino tenebroso, formado<br />
por muchos áng<strong>el</strong>es malos (Mt 24,41; Lc 11,18) y hombres<br />
<strong>pecado</strong>res (Ef 2,2). El Diablo (diabolos, <strong>el</strong> destructor, engañador,<br />
calumniador), <strong>el</strong> Demonio (daimon, potencia sobrehumana, espíritu<br />
maligno), tiene un poder inmenso: «<strong>el</strong> mundo entero está puesto<br />
Parte III - <strong>La</strong> <strong>lucha</strong> <strong>contra</strong> <strong>el</strong> <strong>pecado</strong> 3. El Demonio<br />
101<br />
bajo <strong>el</strong> Maligno» (1 Jn 5,19; +Ap 13,1-8). El «Príncipe de los<br />
demonios» (Mt 9,34), «Príncipe de este mundo» (Jn 12,31; 14, 30;<br />
16,11), más aún, «dios de este mundo» (2 Cor 4,4; +Ef 2,2), forma<br />
un reino opuesto al reino de Dios (Mt 12,26; Hch 26,18), y súbditos<br />
suyos son los <strong>pecado</strong>res: «Quien comete <strong>pecado</strong> ése es d<strong>el</strong><br />
Diablo» (1 Jn 3,8; +Rm 6,16; 2 Pe 2,19).<br />
Así pues, con <strong>el</strong> orgullo de este poder, Satanás le muestra con<br />
arrogancia a Jesús «todos los reinos y la gloria de <strong>el</strong>los», y le tienta<br />
sin rodeos: «Todo esto te daré si postrándote me adoras». Satanás,<br />
en efecto, puede «dar <strong>el</strong> mundo» a quien –por <strong>pecado</strong>, mentira,<br />
riqueza– le adore: lo vemos cada día. Tres asaltos hace <strong>contra</strong><br />
Jesús, y en los tres intenta «convertir a Jesús al mesianismo temporal<br />
y político d<strong>el</strong> judaísmo contemporáneo, compartido en gran<br />
parte por los Apóstoles hasta la iluminación interior de Pentecostés»<br />
(Spicq 31). Satán tienta realmente a Jesús (Heb 2,18; 4,15),<br />
ofreciéndole una liberación de la humanidad «sin efusión de sangre»<br />
(9,22). <strong>La</strong> misma tentación habrían de sufrir después, a través<br />
de los siglos, sus discípulos: «He aquí por qué Jesús tuvo que<br />
rev<strong>el</strong>ar por sí mismo a sus Apóstoles este primer ataque d<strong>el</strong> Diablo,<br />
que no es una ficción didáctica, sino una realidad histórica»<br />
(Spicq 31).<br />
D<strong>el</strong> otro lado está Jesús, dándonos en <strong>el</strong> austero marco d<strong>el</strong> desierto<br />
la muestra primera de su poder formidable. Ahí, desde <strong>el</strong><br />
principio de la vida pública, se ve que «<strong>el</strong> Hijo de Dios se manifestó<br />
para destruir las obras d<strong>el</strong> Diablo» (1 Jn 3,8), y se hace patente que<br />
<strong>el</strong> Príncipe de este mundo no tiene ningún poder sobre él (Jn 14,30),<br />
porque en él no hay <strong>pecado</strong> (8,46; Heb 4,15). Este primer enfrentamiento<br />
termina cuando Jesús le impera «Apártate, Satanás». Lo<br />
echa fuera como a un perro.<br />
Lucha entre los cristianos y Satanás. –«El Diablo,<br />
desde esta primera aparición en <strong>el</strong> ministerio de Jesús,<br />
es considerado como <strong>el</strong> tentador por exc<strong>el</strong>encia, exactamente<br />
como lo había sido en figura de serpiente, engañando<br />
a Eva con su astucia (Gén 3,1s; +2 Cor 11,3; 1<br />
Tim 2,14), y como seguirá haciéndolo con los discípulos<br />
d<strong>el</strong> Salvador (1 Cor 7,5; Ap 2,10). Siempre se esforzará<br />
por «descarriar» a los fi<strong>el</strong>es, en sustraerlos d<strong>el</strong> Señorío<br />
de Cristo para arrastrarlos consigo (1 Tim 5,15).<br />
Su arma siempre es la misma, la que ha empleado respecto<br />
a Jesús: la astucia (2 Cor 2,11). Es un mentiroso<br />
(Jn 8,44; +Ap 2,9;3,9), que adquiere las mejores apariencias<br />
para seducir a sus víctimas. Lobo con pi<strong>el</strong> de<br />
oveja (Mt 7,15), este áng<strong>el</strong> de las tinieblas va incluso a<br />
disimularse como áng<strong>el</strong> de luz (2 Cor 11,14). He aquí<br />
por qué su actividad es constantemente señalada como<br />
engañosa y de extravío para las naciones o la tierra entera<br />
(Ap 12,9; 20,3. 8. 10). Por estas razones, se opone<br />
tan radicalmente como la noche al día (2 Cor 6,14-15;<br />
Jn 8,44) a Cristo, que es la Verdad (Jn 14,6; 18,37; 2<br />
Cor 11,10) y la Luz (Mt 4,16; Jn 1,4.9; 8,12; 9,5; 12,46)»<br />
(Spicq 32).<br />
En este sentido, la victoria cristiana sobre <strong>el</strong> Demonio<br />
es una victoria de la verdad sobre <strong>el</strong> error y la mentira.<br />
<strong>La</strong> redención cristiana es siempre una «santificación en<br />
la verdad» (Jn 17,17). Por eso Juan Pablo II, comentando<br />
las palabras de Jesús sobre la acción engañadora d<strong>el</strong><br />
Demonio (+Gén 3,4; Jn 8,31-47), dice: «Los que eran<br />
esclavos d<strong>el</strong> <strong>pecado</strong>, porque se en<strong>contra</strong>ban bajo <strong>el</strong> influjo<br />
d<strong>el</strong> padre de la mentira, son liberados mediante la<br />
participación de la Verdad, que es Cristo, y en la libertad<br />
d<strong>el</strong> Hijo de Dios <strong>el</strong>los mismos alcanzan «la libertad de los<br />
hijos de Dios» (Rm 8,21)» (3-VIII-1988). Por eso para<br />
los demonios, que ostentan «<strong>el</strong> poder de las tinieblas»<br />
(Lc 22,53), nada hay tan temible con la acción iluminadora<br />
de los que evang<strong>el</strong>izan, nada temen tanto como «la<br />
espada de la Palabra de Dios» (Ef 6,17).<br />
En efecto, ante <strong>el</strong> embate d<strong>el</strong> poder apostólico de la verdad, los<br />
demonios, sostenidos en la mentira d<strong>el</strong> mundo, caen vergonzosamente<br />
de sus tronos. Por eso los setenta y dos discípulos vu<strong>el</strong>ven<br />
alegres de su misión: «Señor, hasta los demonios se nos someten en<br />
tu nombre. El les dijo: Yo estaba viendo a Satanás caer d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o<br />
como un rayo» (Lc 10,17-18). «Con estas palabras –comenta Juan