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La lucha contra el pecado - Fundación Gratis Date

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verifican la dirección de su marcha; quizá porque no se<br />

atreven a hacerlo.<br />

2.–Abrir la mente a Dios. Orar –pedir y contemplar–<br />

es la condición primera para tener lucidez sobrenatural.<br />

Pero también s<strong>el</strong>eccionar bien <strong>el</strong> alimento d<strong>el</strong> alma, especialmente<br />

lo que se lee. En las lecturas espirituales ha<br />

de prestarse sin duda una atención preferente a Biblia,<br />

Magisterio, liturgia, enseñanzas de autores recibidos por<br />

la Iglesia, vidas y escritos de santos. No debe <strong>el</strong> cristiano<br />

atracarse de palabra humana –charlas, periódicos, t<strong>el</strong>evisión–,<br />

pues queda así luego incapacitado para captar<br />

la Palabra divina. Es preciso también que confrontemos<br />

con <strong>el</strong> Evang<strong>el</strong>io no sólo nuestra conducta, sino también<br />

nuestro pensamiento. Y que cuidemos mucho de no acomodar<br />

<strong>el</strong> Evang<strong>el</strong>io a nuestros modos de pensar, o de no<br />

s<strong>el</strong>eccionar de él lo que nos confirma, desechando <strong>el</strong><br />

resto. Hemos de abrirnos incondicionalmente a la captación<br />

de lo que Dios nos diga en la oración, los libros, las<br />

personas: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1 Sam<br />

3,10). Cuando nos acercamos a la zarza ardiente d<strong>el</strong> pensamiento<br />

de Jesucristo debemos descalzarnos, conscientes<br />

de que entramos en tierra sagrada.<br />

3.–Abrir la mente al prójimo. Atención respetuosa a<br />

los que saben, que Dios los puso para enseñarnos. Atención<br />

humilde a los que no tienen estudios, pero tienen<br />

especial sabiduría de Dios (Lc 10,21). Docilidad incondicional<br />

a la verdad, venga de donde viniere –siempre<br />

procederá d<strong>el</strong> Espíritu Santo–. Escuchar de verdad lo<br />

que con palabras –a veces poco exactas– o con obras<br />

nos está diciendo tal hermano. El salmista nos asegura<br />

que si contemplamos al Señor, quedaremos radiantes<br />

(33,6); también sucederá eso si le contemplamos con<br />

amorosa atención en su imagen, que es <strong>el</strong> hombre.<br />

Ascesis de la memoria<br />

<strong>La</strong> memoria d<strong>el</strong> hombre carnal es un completo desorden,<br />

apenas tiene dominio de sí misma, no está libre, no sabe recordar<br />

u olvidar, según conviene, está a merced de todo visitante,<br />

deseado u odiado –como una casa abandonada, de la que se<br />

arrancaron puertas y ventanas, en la que cualquiera puede<br />

entrar; como un jardín sin jardinero, lleno de malezas–.<br />

<strong>La</strong> memoria desordenada y carnal deja al hombre cerrado a Dios,<br />

inquieto y turbado por cientos de cosas secundarias, y olvidado de<br />

lo único necesario (Lc 10,41); incapaz de oración y de meditación,<br />

olvidado d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o. Lo deja cerrado al prójimo, encerrado en sí<br />

mismo y en sus cosas, incapaz de pensar en los otros y acogerlos<br />

con atención. Lo deja alienado d<strong>el</strong> presente, perdido en recuerdos<br />

inútiles de un pasado ya pasado, o perdido igualmente en vanas<br />

anticipaciones de un futuro inexistente e incierto. Lo deja vulnerable<br />

al influjo d<strong>el</strong> Diablo, que «tiene gran mano en <strong>el</strong> alma por este<br />

medio, porque puede añadir formas, noticias y discursos, y por<br />

medio de <strong>el</strong>los afectar al alma con soberbia, avaricia, ira, envidia,<br />

etc., y poner odio injusto, amor vano, y engañar de muchas maneras;<br />

y además de esto, su<strong>el</strong>e él dejar las cosas y asentarlas en la<br />

fantasía de manera que las que son falsas parezcan verdaderas, y<br />

las verdaderas falsas» (3 S 4,1). En fin, hace d<strong>el</strong> hombre un excéntrico,<br />

pues desplaza su atención de lo central, y la deja habitualmente<br />

absorta en cosas triviales y superficiales. Todo esto hace<br />

«estar sujeto a muchas maneras de daños por medio de las noticias<br />

y discursos, así como falsedades, imperfecciones, apetitos, juicios,<br />

perdimiento de tiempo y otras muchas cosas, que crían en <strong>el</strong> alma<br />

muchas impurezas» (3,2).<br />

¿De dónde procede <strong>el</strong> caos de la memoria carnal? D<strong>el</strong><br />

egoísmo, que centra al hombre en si mismo, haciendo de<br />

su alma una madeja llena de nudos, cerrada a Dios y al<br />

prójimo. De la desconfianza en Dios y en su providencia,<br />

pues cuando <strong>el</strong> hombre trata de apoyarse en sí mismo<br />

o en criaturas, es natural que luego enferme de ansiedades<br />

y preocupaciones. De los apegos d<strong>el</strong> sentido y<br />

de la voluntad, ya que la memoria está apegada, sin po-<br />

Parte III - <strong>La</strong> <strong>lucha</strong> <strong>contra</strong> <strong>el</strong> <strong>pecado</strong> 4. <strong>La</strong> carne<br />

111<br />

der despegarse, de todo aqu<strong>el</strong>lo –salud, dinero, independencia,<br />

tranquilidad, lo que sea– que es deseado y querido<br />

con apego. En efecto, todo apego d<strong>el</strong> sentido y de la<br />

voluntad se hace apego de la memoria.<br />

¿Qué síntomas denuncian <strong>el</strong> desorden de la memoria?<br />

Sobre todo la inutilidad y la falta de libertad. <strong>La</strong> ocupación<br />

de la atención en las cosas es sana, normal; incluso<br />

hay asuntos que requieren muchas y largas vu<strong>el</strong>tas de la<br />

atención. Pero la preocupación es insana, es una ocupación<br />

excesiva, morbosa.<br />

¿Cómo distinguir una de otra? <strong>La</strong> memoria desordenada<br />

es como un animal que siguiera dando vu<strong>el</strong>tas a una<br />

noria que ya no da más agua (inutilidad). Así, a veces,<br />

una persona quisiera desconectar ya de una cuestión,<br />

suficientemente considerada, para descansar, rezar, leer,<br />

dormir; pero no lo consigue, pues sigue dándole vu<strong>el</strong>tas<br />

al tema: «Es que no me lo puedo quitar de la cabeza»<br />

(falta de libertad). Esos son dos claros síntomas de una<br />

memoria desordenada y esclava.<br />

<strong>La</strong> memoria ha de ser pacificada por la esperanza,<br />

por <strong>el</strong> confiado abandono en la providencia de Dios. Fuera<br />

ansiedades, ideas fijas, obsesiones, nudos d<strong>el</strong> alma: todo<br />

eso son esclavitudes de la memoria, y por tanto de la<br />

persona; pero «para que gocemos de libertad, Cristo nos<br />

ha hecho libres; mantenéos, pues, firmes y no os dejéis<br />

sujetar al yugo de la servidumbre» (Gál 5,1). El Espíritu<br />

Santo quiere enseñarnos a «poner las potencias en silencio<br />

y callando para que hable Dios» (3 S 3,4), y que «la<br />

memoria quede callada y muda, y sólo <strong>el</strong> oído d<strong>el</strong> espíritu<br />

en silencio a Dios, diciendo «Habla, Señor, que tu<br />

siervo oye»» (3,5). Por eso, «date al descanso echando<br />

de ti cuidados y no se te dando nada de cuanto acaece, y<br />

servirás a Dios a su gusto y holgarás en él» (Dichos 69).<br />

Dios quiere pacificar nuestra memoria, de modo que<br />

«nada la turbe y nada la espante» –como en la oración de<br />

Santa Teresa–. Por eso nos manda por <strong>el</strong> salmista: «Encomienda<br />

al Señor tus afanes, que él te sustentará»<br />

(54,23). «Encomienda tu camino al Señor, confía en él,<br />

y él actuará. Descansa en <strong>el</strong> Señor y espera en él» (36,5.7).<br />

No es sólo un consejo, es un mandato de Cristo: «No os<br />

preocupéis». Confiad en <strong>el</strong> Padre, que si cuida de aves y<br />

flores, más d<strong>el</strong> hombre. No os preocupéis, que con eso no<br />

vais a ad<strong>el</strong>antar nada, es completamente inútil: «¿Quién de vosotros<br />

con sus preocupaciones podrá añadir una hora al<br />

tiempo de su vida?». Es normal que los paganos se preocupen,<br />

pero es anormal que anden con ansiedades quienes<br />

tienen un Padre c<strong>el</strong>estial que conoce perfectamente<br />

sus necesidades. <strong>La</strong> paz está en buscar <strong>el</strong> Reino con<br />

todo <strong>el</strong> corazón, despreocupándose por las añadiduras y<br />

sin inquietarse para nada por <strong>el</strong> mañana (Mt 6,25-34;<br />

+10,28-31; 13,22; Lc 12,22s; Jn 14,1. 27; Flp 4,4-9).<br />

((A pesar de estas enseñanzas evangélicas tan claras, hay cristianos<br />

que piensan y dicen:<br />

–«Es humano vivir con preocupaciones, y no hay en <strong>el</strong>lo nada de<br />

malo». Sería inhumana la persona que, en medio de tantos males y<br />

p<strong>el</strong>igros como hay en <strong>el</strong> mundo, viviera sin preocupaciones. Es<br />

cosa de preguntarse qué idea tienen d<strong>el</strong> hombre aqu<strong>el</strong>los que consideran<br />

humano preocuparse morbosamente, e inhumano vivir en<br />

paz inalterable y en continua confianza en Dios. En esta ocasión<br />

comprobamos una vez más qué precaria idea tiene de lo humano –<br />

y de lo cristiano, por supuesto– <strong>el</strong> hombre carnal. El pobre no tiene<br />

ni idea siquiera de la perfección espiritual a la que está llamado por<br />

Dios, que quiere poner en su corazón una paz perfecta. En efecto,<br />

como ya hemos visto, las preocupaciones consentidas y<br />

morosamente cultivadas, lo mismo, por ejemplo, que los pensamientos<br />

obscenos, son «pensamientos malos». Tener malos pensamientos<br />

no es <strong>pecado</strong>, pero consentir en <strong>el</strong>los sí. Igualmente, las<br />

preocupaciones consentidas ofenden a Dios y a su providencia<br />

amorosa.

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