La lucha contra el pecado - Fundación Gratis Date
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acceso a los más altos valores. En efecto, cuando la<br />
persona se remite completamente a lo mayoritario o a su<br />
grupo de referencia, no vive ya desde sí misma, sino<br />
desde lo colectivo, y cae inevitablemente en lo malo o al<br />
menos en lo mediocre. Y tal afiliación social se hace aún<br />
más ambigua cuando se produce en un grupo de fuerte<br />
cohesión interna, en cual <strong>el</strong> individuo queda –quizá gozosamente–<br />
atrapado.<br />
El aislamiento, en cambio, deja al hombre en una situación<br />
excesivamente conflictiva y difícil, sin soluciones<br />
establecidas, desprovisto de los datos, medios y estímulos<br />
que la sociedad ofrece al individuo. Difícil es<br />
que <strong>el</strong> hombre desarrolle su libertad en <strong>el</strong> aislamiento sin<br />
una afiliación social suficiente. Una vez más comprobamos<br />
que la verdad integral exige una síntesis de extremos<br />
aparentemente <strong>contra</strong>puestos, un equilibrio, un discernimiento<br />
consciente y libre.<br />
El hombre carnal es <strong>el</strong> más ávido de afiliación social,<br />
pues es quien más desea <strong>el</strong> éxito en <strong>el</strong> mundo, y quien<br />
más teme su reprobación. Incluso llega con frecuencia<br />
a una aberración suma: se estima a sí mismo según la<br />
estima d<strong>el</strong> mundo. Es <strong>el</strong> caso de un pintor que no estima<br />
su propia obra porque no tiene venta (Van Gogh, en cambio,<br />
siguió fi<strong>el</strong> a su pintura, en medio de grandes miserias,<br />
aunque sólo logró vender un cuadro). Es <strong>el</strong> caso<br />
d<strong>el</strong> sacerdote que pierde la estima de su ministerio, y lo<br />
abandona, porque no recibe suficiente aprobación social<br />
(Jesús, aunque fue socialmente rechazado, no abandonó<br />
su misión, y la consumó en la cruz). <strong>La</strong> cosa es clara:<br />
<strong>el</strong> hombre que no se estima a sí mismo en función de<br />
valores absolutos, sino según la estimación social, es<br />
capaz de las bajezas más lamentables.<br />
En fin, profetas judíos, ascetas orientales, maestros<br />
cristianos, filósofos modernos, psicólogos y sociólogos,<br />
todos, desde perspectivas muy distintas, confirman la<br />
mundanidad d<strong>el</strong> hombre carnal, es decir, d<strong>el</strong> hombre no<br />
liberado d<strong>el</strong> mundo por <strong>el</strong> Espíritu. Si <strong>el</strong> hombre no se<br />
arraiga profundamente en la Verdad que transciende <strong>el</strong><br />
tiempo, no puede menos de verse atrapado por <strong>el</strong> mundo.<br />
«Apenas un diez por ciento de hombres son capaces<br />
de resistir a la técnica de la propaganda afectiva; un noventa<br />
por ciento sucumben a la violación psíquica»<br />
(Tchakhotine 549).<br />
<strong>La</strong> libertad d<strong>el</strong> mundo en la Biblia<br />
Así las cosas, se entiende que si Dios quiere hacer<br />
hombres realmente nuevos, habrá de liberarlos primero<br />
de «los <strong>el</strong>ementos d<strong>el</strong> mundo» que les esclavizan (Gál<br />
4,3). Los cristianos somos santificados (Jn 17,17-19)<br />
por la introducción en la esfera divina de lo santo –<strong>el</strong><br />
Padre es santo (17,11), <strong>el</strong> Hijo es santo (10,36), <strong>el</strong> Espíritu<br />
es santo (14,26)–, que se <strong>contra</strong>pone a la esfera d<strong>el</strong><br />
mundo, <strong>el</strong> cual no es santo. De este modo los cristianos,<br />
al ser santificados por Dios, somos desmundanizados.<br />
Es decir, «a la desmundanización corresponde en términos<br />
positivos participar en la santidad de Dios», escribe<br />
J. M. Casabó en <strong>La</strong> teología moral en San Juan, y añade:<br />
«Se comprende que, en plena consonancia con <strong>el</strong><br />
Antiguo Testamento, esta designación pertenezca al niv<strong>el</strong><br />
óntico antes que al ético» (Madrid, Fax 1970, 228-<br />
229).<br />
Pues bien, la sagrada Escritura enseña que esa desmundanización<br />
ontológica posibilita y exige una desmundanización<br />
psicológica y moral. <strong>La</strong> Rev<strong>el</strong>ación divina que<br />
ilumina al profeta y al apóstol los hace extrañarse d<strong>el</strong><br />
mundo, al que son enviados para proponer unos pensamientos<br />
y caminos de Dios, distintos a los pensamientos<br />
Rivera - Iraburu – Síntesis de espiritualidad católica<br />
120<br />
y caminos de los hombres (Is 55,8). Esto implica un<br />
enfrentamiento, y también un p<strong>el</strong>igro muy grave para <strong>el</strong><br />
enviado por Dios; y es previsible que se verá tentado de<br />
callar para evitar sufrimientos (Jer 20,7-9). Por eso Yavé<br />
le dice a su profeta: «Todos se volverán a ti, no serás tú<br />
quien te vu<strong>el</strong>vas a <strong>el</strong>los» (15,19); «no te quiebres ante<br />
<strong>el</strong>los, no sea que yo a su vista te quebrante a ti» (1,17).<br />
San Pablo declara valientemente: «Yo no me avergüenzo<br />
d<strong>el</strong> Evang<strong>el</strong>io» (Rm 1,16), y exhorta a su colaborador<br />
apostólico: «No te averguences jamás d<strong>el</strong> testimonio de<br />
nuestro Señor» (2 Tim 1,8; +1,16).<br />
Pero no sólo profetas y apóstoles, todo <strong>el</strong> Pueblo de<br />
Dios debe extrañarse d<strong>el</strong> mundo, debe salir de Egipto, o<br />
si se quiere, debe volver a Jerusalén desde <strong>el</strong> exilio mundano:<br />
«Partid, partid, salid de ahí» (Is 52,11). El Pueblo<br />
<strong>el</strong>egido es purificado d<strong>el</strong> mundo durante largos años en<br />
<strong>el</strong> desierto. <strong>La</strong> Iglesia sabe bien que, aun estando en <strong>el</strong><br />
mundo, no pertenece a su orden, es extraña a su régimen,<br />
y forma así un pueblo peregrino, que vive en <strong>el</strong><br />
mundo como forastero (1 Pe 2,11).<br />
De ahí las exhortaciones d<strong>el</strong> Apóstol: «No os hagáis siervos de<br />
los hombres» (1 Cor 7,23). «No os unáis en yunta desigual con los<br />
infi<strong>el</strong>es. ¿Qué consorcio hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué<br />
parte d<strong>el</strong> creyente con <strong>el</strong> infi<strong>el</strong>?» (2 Cor 6,14-18). «No os conforméis<br />
a este siglo, sino transformáos por la renovación de la mente»<br />
según Dios (Rm 12,2). Así como la santificación aparece en la<br />
Biblia como desmundanización, <strong>el</strong> <strong>pecado</strong> d<strong>el</strong> Pueblo de Dios será<br />
la mundanización de su mente y su conducta. «Emparentaron con<br />
los gentiles, imitaron sus costumbres, adoraron sus ídolos, cayeron<br />
en sus lazos» (Sal 105, 35-36). «Siguieron las costumbres de las<br />
gentes. Se fueron tras las vanidades y cayeron así <strong>el</strong>los mismos en<br />
la vanidad, como los pueblos que los rodeaban, y a quienes Yavé les<br />
había prohibido imitar» (2 Re 17,8. 15).<br />
<strong>La</strong> libertad d<strong>el</strong> mundo en la antigüedad cristiana<br />
<strong>La</strong> r<strong>el</strong>ación de los primeros cristianos con <strong>el</strong> mundo es<br />
muy dura. Puede decirse que «hasta la paz de Milán (313),<br />
la opinión pública, tomada en su conjunto, es radicalmente<br />
hostil al cristianismo, y opone a las conversiones<br />
un formidable obstáculo que muchos no están dispuestos<br />
a franquear. Sin embargo, se puede desafiar a la opinión<br />
y aceptar <strong>el</strong> situarse aparte, <strong>el</strong> vivir al margen de la<br />
sociedad; se puede, al menos, tratar de hacerlo. ¿Aceptan<br />
los cristianos esta situación de exilados voluntarios<br />
en <strong>el</strong> interior de su propia patria?... Hay que <strong>el</strong>egir entre<br />
<strong>el</strong> mundo y Dios. Todo candidato a la conversión se ve<br />
puesto en la alternativa» (Bardy 274, 276).<br />
El odio d<strong>el</strong> mundo antiguo a los cristianos, ya anunciado por<br />
Jesús (Jn 15,18s), viene claramente atestiguado por los autores de<br />
la época. De una obra de C<strong>el</strong>so, autor pagano d<strong>el</strong> siglo II, entresacamos<br />
algunos textos sobre los cristianos: «Tienen razonamientos<br />
idiotas, propios para la turba, y no hay hombre int<strong>el</strong>igente que los<br />
crea. El maestro cristiano busca a los insensatos. Yo los compararía<br />
a una sarta de murciélagos, o a hormigas que salen de sus agujeros,<br />
o a ranas que tienen sus sesiones al borde de una charca, o a gusanos<br />
que allá en <strong>el</strong> rincón de un barrizal c<strong>el</strong>ebran sus juntas y se ponen a<br />
discutir quiénes de <strong>el</strong>los son más <strong>pecado</strong>res» (Discurso verídico).<br />
Según <strong>el</strong> autor cristiano Minucio Félix (siglos II-III), los fi<strong>el</strong>es eran<br />
vistos así: «Hombres de una secta incorregible, ilícita, desesperada.<br />
Una caterva de gentes de las más ignorantes, reclutadas de la hez d<strong>el</strong><br />
pueblo, y de mujeres crédulas, fáciles a la seducción por la debilidad<br />
de su sexo. Raza taimada y enemiga de la luz, muda a la luz d<strong>el</strong> día,<br />
habladora en los rincones solitarios. ¿Por qué no hablan jamás en<br />
público, ni jamás se reunen libremente, si lo que honran con tanto<br />
misterio no es punible y vergonzoso?» (Octavius VIII,3-4; X,2).<br />
Otros autores cristianos, como Tertuliano (160-250), dan testimonio<br />
d<strong>el</strong> mismo aborrecimiento social: «<strong>La</strong> mayor parte odian tan<br />
ciegamente <strong>el</strong> nombre de cristiano que no pueden rendir a un cristiano<br />
un testimonio favorable sin atraerse <strong>el</strong> reproche de llevar dicho<br />
nombre: «Es un hombre de bien este Cayo Seyo, dice uno; ¡lástima<br />
que sea cristiano!». Y otro dice: «Me extraña que Lucio, un hombre<br />
tan ilustrado, se haya hecho súbitamente cristiano»» (ML 1,280).