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La lucha contra el pecado - Fundación Gratis Date

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Parte III - <strong>La</strong> <strong>lucha</strong> <strong>contra</strong> <strong>el</strong> <strong>pecado</strong> 1. El <strong>pecado</strong><br />

«Vosotros sois malos», dice Jesús (Mt 12,34; Lc 11,13). El bien, dulidad y homicidio son objetivamente dos crímenes enormes;<br />

ciertamente, es más connatural al hombre que <strong>el</strong> mal; pero no se mayor la incredulidad, por supuesto. Otra cosa es que, en las per-<br />

debe ignorar que en <strong>el</strong> hombre adámico hay una inclinación al error sonas concretas, tales crímenes puedan tener una responsabilidad<br />

y al mal tan persistente que no puede ser corregida sin la gracia de subjetiva muy pequeña, o incluso nula, por ignorancia invencible.<br />

Cristo.<br />

Enseña Santo Tomás que «todo <strong>pecado</strong> consiste formalmente en la<br />

Algunos quieren ignorar que <strong>el</strong> hombre <strong>pecado</strong>r es un enfermo<br />

gravísimo, condenado a muerte, y que morirá, ciertamente, si no<br />

hace penitencia (Lc 13,3.5). Es como si dijeran: «No estamos tan<br />

graves, no necesitamos medicinas y regímenes severos de vida,<br />

podemos hacer de todo y vivir sin tantos cuidados, como viven<br />

todos». Se tiende a trivializar <strong>el</strong> verdadero mal d<strong>el</strong> hombre, <strong>el</strong> <strong>pecado</strong>,<br />

empleando otras palabras más tranquilizadoras: «enfermedades<br />

de la conducta», «actitudes inadaptadas», «trastornos<br />

conductuales»... Si <strong>el</strong> <strong>pecado</strong> d<strong>el</strong> hombre no es más que eso, con un<br />

aversión a Dios, y tanto mayor será un <strong>pecado</strong> cuanto más separa<br />

al hombre de Dios. Ahora bien, la infid<strong>el</strong>idad [no creer en Dios] es<br />

lo que más aleja de Dios, porque priva hasta de su verdadero conocimiento<br />

–y <strong>el</strong> conocimiento falso de Dios no acerca, sino que aleja<br />

más al hombre de él–. En consecuencia, es manifesto que <strong>el</strong> <strong>pecado</strong><br />

de infid<strong>el</strong>idad es <strong>el</strong> mayor de cuantos pervierten la vida moral»<br />

(STh II-II,10,3). Y quien nada oyó de la fe –dice <strong>el</strong> mismo Doctor–<br />

está excusado d<strong>el</strong> <strong>pecado</strong> de infid<strong>el</strong>idad, pero no de los demás<br />

<strong>pecado</strong>s (Ad Romanos 10,3).<br />

poco más que progrese la medicina psicológica y la terapia socioló- Aún hemos de señalar otro error, <strong>el</strong> de quienes dicen: «El pecagica<br />

se verá ya <strong>el</strong> hombre libre de sus males... Esta actitud r<strong>el</strong>aja por dor no su<strong>el</strong>e conocer la maldad de su <strong>pecado</strong>; y por tanto apenas<br />

completo la vigorosa ascética que <strong>el</strong> Evang<strong>el</strong>io propone, y hace es culpable». Es verdad que en la cruz dijo Jesús: «Padre, perdóna-<br />

también que <strong>el</strong> apostolado hacia los otros hombres cese o se debiles, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Pero también dijo en<br />

lite grandemente.))<br />

otra ocasión: «Todo <strong>el</strong> que obra <strong>el</strong> mal odia la luz y no viene a la luz,<br />

Los tratados de gracia, como <strong>el</strong> de M. Flick - Z.<br />

Alszeghy, sintetizan la fe en breves tesis: «El hombre, en<br />

estado de <strong>pecado</strong>, no puede cumplir, sin la gracia, los<br />

preceptos de la ley natural, ni siquiera según las exigen-<br />

para que no se manifiesten sus obras; en cambio <strong>el</strong> que realiza la<br />

verdad viene a la luz, para que se manifieste que sus obras están<br />

hechas en Dios» (Jn 3,20-21). Es decir, <strong>el</strong> hombre bueno busca la<br />

luz, se acerca a <strong>el</strong>la, la encuentra: cree en Dios («Dios es la luz», 1<br />

Jn 1,5), acepta sus mandatos, y distingue así <strong>el</strong> bien d<strong>el</strong> mal. En<br />

cias de la ética natural, durante un período largo de tiem- cambio, <strong>el</strong> hombre malo, bajo <strong>el</strong> influjo d<strong>el</strong> padre de la mentira (Jn<br />

po». El hombre «no ha perdido la libertad, ni es capaz<br />

tan sólo de cometer <strong>pecado</strong>s; puede, con sus solas fuerzas<br />

naturales, realizar algunos actos moralmente buenos».<br />

Por otra parte, «la gracia es absolutamente necesaria<br />

para todo acto saludable [meritorio de vida eterna];<br />

incluso para <strong>el</strong> comienzo de la justificación» (El<br />

Evang<strong>el</strong>io de la gracia, Salamanca, Sígueme 1967, 814).<br />

El hombre, pues, es un enfermo tan grave que no puede<br />

curarse a sí mismo de su mortal enfermedad. Necesita<br />

absolutamente la gracia divina. Bien claro lo dice Jesús:<br />

8,44), puede llegar a una oscuridad tal que confunda en <strong>el</strong>la <strong>el</strong> mal y<br />

<strong>el</strong> bien –creyendo, por ejemplo, que «<strong>el</strong> aborto puede ser una obra<br />

de caridad»–. N es posible, sin embargo, caer en ese abismo de<br />

tinieblas –Dios no lo permite– sin que los hombres hayan traicionado<br />

antes su conciencia grave y reiteradamente. Es así como ahora<br />

«su mente y su conciencia están contaminadas» (Tit 1,15): perdieron<br />

la buena conciencia y naufragaron en la fe (1 Tim 1,19), no<br />

supieron «guardar <strong>el</strong> misterio de la fe en una conciencia pura» (3,9);<br />

enfermados sus ojos, <strong>el</strong> cuerpo entero quedó en <strong>el</strong>los tenebroso<br />

(Mt 6,23); y es que «amaron más las tinieblas que la luz» (Jn 3,21).<br />

«¡Ay de los que al mal llaman bien y al bien mal!» (Is 5,20).))<br />

«Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).<br />

Pecado mortal y <strong>pecado</strong> venial<br />

Conviene en todo esto recordar que no existe un orden<br />

natural cerrado en sí mismo, aunque por abstracción de<br />

la realidad actual podamos extraer su concepto. Existe<br />

un orden sobrenatural que incluye <strong>el</strong> natural, lo cual es<br />

muy distinto. Por eso precisamente no puede la naturaleza<br />

alcanzar una perfección puramente natural, pues si<br />

la lograra, sería con <strong>el</strong> auxilio de la gracia, y tendría entonces<br />

calidad sobrenatural. En otras palabras: Hoy los<br />

hombres o están en gracia de Dios o están en <strong>pecado</strong><br />

mortal. O crecen como hijos de Dios o se van desarrollando<br />

como monstruos, es decir, en formas <strong>contra</strong>rias a<br />

su vocación.<br />

((Hay, sin embargo, cristianos que, dejando a un lado la fe,<br />

piensan y dicen que puede ser bueno <strong>el</strong> hombre que niega a Dios.<br />

Se trata de un optimismo ingenuo, más derivado de Rousseau que<br />

de P<strong>el</strong>agio: «Yo conozco ateos que son buenísimas personas»...<br />

Tres respuestas hay para esta objeción implícita a la doctrina de la<br />

gracia:<br />

Juan Pablo II, en la Reconciliatio et pænitentia (nº<br />

17), expone los fundamentos bíblicos y doctrinales de la<br />

distinción existente entre <strong>pecado</strong>s mortales, que llevan a<br />

la muerte (1 Jn 5,16; Rm 1,32), pues quienes los cometen<br />

no poseerán <strong>el</strong> reino de Dios (1 Cor 6,10; Gál 5,21),<br />

y <strong>pecado</strong>s veniales, leves o cotidianos (Sant 3,2), que<br />

ofenden a Dios, pero que no separan de él. Esta es, en<br />

efecto, la doctrina tradicional, que Santo Tomás enseña<br />

(STh I-II,72,5) y que <strong>el</strong> concilio de Trento propone (Dz<br />

1573, 1575, 1577).<br />

El <strong>pecado</strong> mortal es algo tan terrible, produce consecuencias<br />

tan espantosas, que no puede producirse a no<br />

ser que se den estas tres condiciones: materia grave, o<br />

al menos apreciada subjetivamente como tal; plena advertencia,<br />

es decir, conocimiento suficiente de la malicia<br />

d<strong>el</strong> acto; y perfecto consentimiento de la voluntad. Un<br />

solo acto, si reune tales condiciones, puede verdadera-<br />

1ª.–«Muchos actos parecen buenos y son malos». Concretamente,<br />

todas las obras que –más o menos conscientemente– no<br />

están finalizadas en Dios son obras malas –más o menos–, pues se<br />

finalizan en criaturas, en valores creados: autocomplacencia, ganar<br />

dinero o prestigio, evitarse líos, tener comodidad, solidaridad, afán<br />

de perfección, etc. Puede decirse que la moral de quien no cree en<br />

Dios es muy poco de fiar, sobre todo ante las grandes pruebas de la<br />

vida, cuando la virtud, para poder afirmarse, necesita ser heroica.<br />

No puede haber una moral absoluta en quien sólo cree en valores<br />

creaturales, limitados y r<strong>el</strong>ativos.<br />

mente separar de Dios, es decir, puede causar la muerte<br />

d<strong>el</strong> <strong>pecado</strong>r. En este sentido, dice Juan Pablo II que se<br />

debe «evitar reducir <strong>el</strong> <strong>pecado</strong> mortal a un acto de «opción<br />

fundamental» –como hoy se su<strong>el</strong>e decir– <strong>contra</strong><br />

Dios, entendiendo con <strong>el</strong>lo un desprecio explícito y formal<br />

de Dios o d<strong>el</strong> prójimo» (Reconciliatio 17). <strong>La</strong> maldad<br />

d<strong>el</strong> <strong>pecado</strong> mortal consiste en que rechaza un gran<br />

don de Dios, una gracia que era necesaria para la vida<br />

sobrenatural; mata, por tanto, ésta; separa totalmente al<br />

2ª.–«Muchos que se dicen ateos no lo son realmente». Les falta<br />

una idea de Dios suficientemente aceptable, pero en sus concien-<br />

hombre de Dios, de su amistad vivificante; desvía gravemente<br />

al hombre de su fin, Dios, orientándole hacia<br />

cias hay una tendencia, una adhesión a veces heroica, a un Absoluto<br />

misterioso, al que sirven sinceramente, y que es Dios, aunque <strong>el</strong>los<br />

ignoren su nombre, o incluso lo nieguen con ignorancia invencible<br />

(+ Rm 2,14-15).<br />

3ª.–«No puede ser muy bueno quien niega a Dios, pues esta<br />

negación es <strong>el</strong> mayor <strong>pecado</strong> posible». Cuando alguien dice: «Qué<br />

bueno es Fulano; lástima que sea ateo», eso viene a sonar como si<br />

dijera «Qué bueno es Mengano; lástima que asesine tanto». Incre-<br />

bienes creados.<br />

El <strong>pecado</strong> venial rechaza un don menor de Dios, algo<br />

no imprescindible para mantenerse en vida sobrenatural;<br />

no produce muerte, sino enfermedad y debilitamiento;<br />

no separa al hombre de Dios completamente, no excluye<br />

de su gracia y amistad (Trento 1551, Errores Bayo 1567:<br />

Dz 1680, 1920); no desvía al hombre totalmente de su<br />

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