La lucha contra el pecado - Fundación Gratis Date
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ficación» (LG 8c). Es la Iglesia la que llama a los <strong>pecado</strong>res,<br />
la que –como la viuda de Naim, que lloraba su<br />
hijo muerto– intercede ante <strong>el</strong> Señor por los <strong>pecado</strong>res.<br />
Ella es la que realiza sacramentalmente la reconciliación<br />
de los <strong>pecado</strong>res con Dios, y la que, con los áng<strong>el</strong>es, se<br />
alegra de su conversión (Lc 15,10). El es la que llama<br />
siempre y a todos a la penitencia: «<strong>La</strong> Iglesia proclama a<br />
los no creyentes <strong>el</strong> mensaje de salvación, para que todos<br />
los hombres conozcan al único Dios verdadero y a su<br />
enviado Jesucristo y se conviertan de sus caminos haciendo<br />
penitencia. Y a los creyentes les debe predicar continuamente<br />
la fe y la penitencia» (SC 9b).<br />
<strong>La</strong> virtud de la penitencia<br />
Existe la virtud específica de la penitencia, que como<br />
dice San Alfonso Mª de Ligorio, «tiende a destruir <strong>el</strong><br />
<strong>pecado</strong>, en cuanto es ofensa de Dios, por medio d<strong>el</strong> dolor<br />
y de la satisfacción» (Theologia moralis VI,434; +STh<br />
III,85). Y esta virtud implica varios actos distintos, que<br />
iremos estudiando uno a uno:<br />
<strong>La</strong> virtud de la penitencia, por tanto, constituye una<br />
virtud especial, con una serie de actos propios que la<br />
integran, y es una de las principales de la vida espiritual.<br />
En efecto, aunque <strong>el</strong> bautismo perdona los <strong>pecado</strong>s, persiste<br />
en <strong>el</strong> cristiano esa inclinación al mal que se llama<br />
concupiscencia, la cual no es <strong>pecado</strong>, pero «procede d<strong>el</strong><br />
<strong>pecado</strong> y al <strong>pecado</strong> inclina» (Trento 1546: Dz 1515). En<br />
este sentido, todo cristiano es <strong>pecado</strong>r, y en <strong>el</strong> ejercicio<br />
de cualquier virtud hallará una dimensión penitencial, ya<br />
que le hace volverse a Dios. Y también en este sentido,<br />
todas las virtudes cristianas son penitenciales, pues todas<br />
tienen fuerza y eficacia de conversión.<br />
Examen de conciencia<br />
El examen de conciencia hay que hacerlo en la fe,<br />
mirando a Dios. «Cada uno debe someter su vida a examen<br />
a la luz de a palabra de Dios» (NRP 384). El hombre<br />
–avaro, soberbio, murmurador, prepotente, perezoso–,<br />
cuanto más <strong>pecado</strong>r es, menos conciencia su<strong>el</strong>e tener<br />
de su <strong>pecado</strong>. Si mirase más a Dios y a su enviado Jesucristo,<br />
si recibiera más la luz de su palabra, si leyera más<br />
<strong>el</strong> evang<strong>el</strong>io y la vida de los santos, se daría mejor cuenta<br />
de su miserable situación, y la vería en r<strong>el</strong>ación a la misericordia<br />
divina. Por eso la liturgia d<strong>el</strong> sacramento de la<br />
penitencia pide: «Dios, que ha iluminado nuestros corazones,<br />
te conceda un verdadero conocimiento de tus <strong>pecado</strong>s<br />
y de su misericordia» (NRP 84).<br />
Santa Teresa explica esto muy bien. «A mi parecer, jamás nos<br />
acabamos de conocer, si no procuramos conocer a Dios; mirando<br />
su grandeza, acudamos a nuestra bajeza, y mirando su limpieza,<br />
veremos nuestra suciedad; considerando su humildad, veremos cuán<br />
lejos estamos de ser humildes. Hay dos ganancias en esto: la primera,<br />
está claro que una cosa parece blanca muy blanca junto a la<br />
negra, y al <strong>contra</strong>rio, la negra junto a la blanca; la segunda es porque<br />
nuestro entendimiento y voluntad se hace más noble y dispuesto<br />
para todo bien, tratando a vu<strong>el</strong>tas de sí con Dios, y si nunca salimos<br />
de nuestro cieno de miserias es mucho inconveniente. Pongamos<br />
los ojos en Cristo, nuestro bien, y allí aprenderemos la verdadera<br />
humildad, y en sus santos, y se ha de ennoblecer <strong>el</strong> entendimiento,<br />
y <strong>el</strong> propio conocimiento no hará [al hombre] ratero y<br />
cobarde» (1 Moradas 2,9-11).<br />
Cuando <strong>el</strong> alma llega a verse iluminada en la alta oración<br />
contemplativa, «se ve claramente indignísima, porque en pieza a<br />
donde entra mucho sol no hay t<strong>el</strong>araña escondida; ve su miseria...<br />
Se le representa su vida pasada y la gran misericordia de Dios»<br />
(Vida 19,2). «Es como <strong>el</strong> agua que está en un vaso, que si no le da <strong>el</strong><br />
sol está muy clara; si da en él, se ve que está todo lleno de motas. Al<br />
pie de la letra es esta comparación: antes de estar <strong>el</strong> alma en este<br />
éxtasis le parece que trae cuidado de no ofender a Dios y que,<br />
conforme a sus fuerzas, hace lo que puede; pero llegada aquí, que le<br />
da este Sol de Justicia que la hace abrir los ojos, ve tantas motas que<br />
Parte III - <strong>La</strong> <strong>lucha</strong> <strong>contra</strong> <strong>el</strong> <strong>pecado</strong> 2. <strong>La</strong> penitencia<br />
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los querría volver a cerrar... se ve toda turbia. Se acuerda d<strong>el</strong> verso que<br />
dice: “¿Quién será justo d<strong>el</strong>ante de ti?” (Sal 142,2)» (20,28-29).<br />
Cuando <strong>el</strong> examen de conciencia se hace mirando a Dios <strong>el</strong> <strong>pecado</strong>r<br />
ve su <strong>pecado</strong> no simplemente como falla personal, sino como<br />
ofensa <strong>contra</strong> Dios. Y ve siempre su negrura en <strong>el</strong> fondo luminoso<br />
de la misericordia divina.<br />
El examen, también, ha de hacerse en la caridad, actualizándola<br />
intensamente, pues sólo amando mucho al<br />
Señor, podrá ser advertida una falta, por mínima que<br />
sea; en la abnegación de la propia voluntad, pues ésta<br />
influye en <strong>el</strong> juicio, y en tanto permanezca asida a su<br />
mal, no nos dejará verlo como malo; en la humildad, ya<br />
que <strong>el</strong> soberbio o vanidoso es incapaz de reconocer sus<br />
<strong>pecado</strong>s, es incorregible, mientras que sólo <strong>el</strong> humilde,<br />
en la medida en que lo es, está abierto a la verdad, sea<br />
cual fuere; y en la profundidad, no limitando <strong>el</strong> examen<br />
a un recuento superficial de actos malos, sino tratando<br />
de descubrir sus malas raíces, esas resistencias a la gracia<br />
que son ya habituales. Así realizado, <strong>el</strong> examen de<br />
conciencia hecho diariamente –como en <strong>el</strong> canon 664 la<br />
Iglesia establece para los r<strong>el</strong>igiosos– o con otra periodicidad,<br />
sobre un punto particular o en general, ayuda<br />
mucho al crecimiento espiritual.<br />
Contrición<br />
<strong>La</strong> contrición hay que procurarla en la caridad, mirando<br />
a Dios. Cuanto más encendido <strong>el</strong> amor a Dios,<br />
más profundo <strong>el</strong> dolor de ofenderle. Pedro, que tanto<br />
amaba a Jesús, después de ofenderle tres veces, «lloró<br />
amargamente» (Lc 22,61-62). Es voluntad clara de Dios<br />
que los <strong>pecado</strong>res lloremos nuestras culpas: «Convertíos<br />
a mí –nos dice–, en ayuno, en llanto y en gemido;<br />
rasgad vuestros corazones» (Jo<strong>el</strong> 2,12-13). Es absolutamente<br />
necesaria la contrición para la conversión d<strong>el</strong><br />
<strong>pecado</strong>r. Si Cristo llora por <strong>el</strong> <strong>pecado</strong> de Jerusalén (Lc<br />
19,41-44), ¿cómo no habremos de llorar los <strong>pecado</strong>res<br />
nuestros propios <strong>pecado</strong>s?<br />
El corazón de la penitencia es la contrición, y con <strong>el</strong>la<br />
la atrición. El concilio de Trento las define así:<br />
«<strong>La</strong> contrición ocupa <strong>el</strong> primer lugar entre los actos<br />
d<strong>el</strong> penitente, y es un dolor d<strong>el</strong> alma y detestación d<strong>el</strong><br />
<strong>pecado</strong> cometido, con propósito de no pecar en ad<strong>el</strong>ante.<br />
Esta contrición no sólo contiene en sí <strong>el</strong> cese d<strong>el</strong> <strong>pecado</strong><br />
y <strong>el</strong> propósito e iniciación de una nueva vida, sino<br />
también <strong>el</strong> aborrecimiento de la vieja. Y aun cuando alguna<br />
vez suceda que esta contrición sea perfecta y reconcilie<br />
al hombre con Dios antes de que de hecho se reciba<br />
este sacramento [de la penitencia], no debe, sin embargo,<br />
atribuirse la reconciliación a la misma contrición sin<br />
deseo d<strong>el</strong> sacramento, que en <strong>el</strong>la se incluye».<br />
<strong>La</strong> atrición, por su parte, «se concibe comúnmente<br />
por la consideración de la fealdad d<strong>el</strong> <strong>pecado</strong> y por <strong>el</strong><br />
temor d<strong>el</strong> infierno y de sus penas, y si excluye la voluntad<br />
de pecar y va junto con la esperanza d<strong>el</strong> perdón, no<br />
sólo no hace al hombre más hipócrita y más <strong>pecado</strong>r<br />
[como decía Lutero], sino que es un don de Dios e impulso<br />
d<strong>el</strong> Espíritu Santo, que todavía no inhabita, sino<br />
que sólamente mueve, y con cuya ayuda se prepara <strong>el</strong><br />
penitente <strong>el</strong> camino para la justicia. Y aunque sin <strong>el</strong> sacramento<br />
de la penitencia no pueda por sí misma llevar<br />
al <strong>pecado</strong>r a la justificación, sin embargo, le dispone para<br />
impetrar la gracia de Dios en <strong>el</strong> sacramento de la penitencia»<br />
(Trento 1551: Dz 1676-1678).<br />
((Es un gran error considerar inútil la formación d<strong>el</strong> dolor espiritual<br />
por <strong>el</strong> <strong>pecado</strong>. O, por ejemplo, en la preparación de la penitencia<br />
sacramental, darlo por supuesto, y centrar la atención casi<br />
exclusivamente en <strong>el</strong> examen de conciencia. El dolor de corazón es<br />
sin duda lo más precioso que <strong>el</strong> penitente trae al sacramento, y en<br />
modo alguno debe omitir su actualización intensa, distraído quizá