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La Gaceta del FCE. Diciembre de 2004 - Fondo de Cultura Económica

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DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA<br />

<strong>Diciembre</strong> <strong>2004</strong> Número 408<br />

Letras para el fin <strong>de</strong> año<br />

ISSN 0185-3716<br />

■ Ernesto Priego y Fe<strong>de</strong>rico Patán sobre Graham Greene,<br />

a 100 años <strong>de</strong> su nacimiento<br />

■ Darío Oses sobre Pablo Neruda<br />

■ Adolfo Castañón sobre José <strong>de</strong> la Colina<br />

Fragmentos <strong>de</strong><br />

■ <strong>La</strong> noche en blanco <strong>de</strong> Mallarmé, <strong>de</strong> Tedi López Mills<br />

■ Llamado Nerval, <strong>de</strong> Florence Delay<br />

■ <strong>La</strong> india <strong>de</strong> Cortés, <strong>de</strong> Carole Achache<br />

■ Sinfonía <strong>de</strong> Coram, <strong>de</strong> Jamila Gavin<br />

Poemas <strong>de</strong> Carmen Boullosa y Javier Sicilia<br />

■ Una entrevista con Luisa Valenzuela, <strong>de</strong> Eve Gil<br />

■ Guillermo Piro sobre Luisa Valenzuela


Letras para el fin <strong>de</strong> año<br />

Una andanada <strong>de</strong> literatura es buen modo <strong>de</strong> cerrar el año en<br />

que festejamos los 70 años <strong><strong>de</strong>l</strong> <strong>Fondo</strong> <strong>de</strong> <strong>Cultura</strong> <strong>Económica</strong> y<br />

los 50 <strong>de</strong> la publicación que el lector tiene en las manos. <strong>La</strong><br />

sección literaria <strong>de</strong> nuestro catálogo ha sido siempre fuente <strong>de</strong><br />

orgullo, pues ahí pue<strong>de</strong>n hallarse no sólo obras que habrían <strong>de</strong><br />

convertirse en hitos <strong>de</strong> las letras nacionales sino textos que exploran<br />

rutas novedosas o volúmenes que agrupan la producción<br />

dispersa <strong>de</strong> un autor. Este número <strong>de</strong>cembrino <strong>de</strong> <strong>La</strong> <strong>Gaceta</strong><br />

busca mostrar las apetencias por las bellas letras, en géneros<br />

como el ensayo, la poesía o la narrativa, que el fce posee<br />

actualmente.<br />

Para abrir boca, ofrecemos dos artículos con los que <strong>La</strong> <strong>Gaceta</strong><br />

se suma a la conmemoración, un tanto tímida en México, <strong>de</strong><br />

los cien años <strong><strong>de</strong>l</strong> nacimiento <strong>de</strong> Graham Greene. No es necesaria<br />

la presencia <strong><strong>de</strong>l</strong> escritor inglés en el catálogo <strong><strong>de</strong>l</strong> <strong>Fondo</strong> para<br />

que echemos una ojeada a dos <strong>de</strong> sus facetas menos elogiadas.<br />

Así, Ernesto Priego se zambulle en la práctica ensayística <strong><strong>de</strong>l</strong> autor<br />

<strong>de</strong> El po<strong>de</strong>r y la gloria, al tiempo que Fe<strong>de</strong>rico Patán hurga en<br />

los cuentos <strong>de</strong> Greene para <strong>de</strong>scubrir en ellos una fuerza semejante<br />

a la que caracteriza a su prosa <strong>de</strong> largo aliento.<br />

Y si la evocación analítica sirve para acercarse a la vida <strong>de</strong> los<br />

autores, los siguientes textos <strong>de</strong> este número muestran una vía<br />

alternativa, a caballo entre el discurrir poético y la biografía.<br />

Presentamos primero un anticipo <strong><strong>de</strong>l</strong> libro <strong>de</strong> Tedi López<br />

Mills sobre Stéphane Mallarmé, en el que la ex editora <strong>de</strong> <strong>La</strong><br />

<strong>Gaceta</strong> recorre al unísono la vida y la influencia, tanto en la historia<br />

<strong>de</strong> la literatura como en la <strong>de</strong> la propia autora, <strong><strong>de</strong>l</strong> poeta<br />

francés. Hay una fascinante sintonía entre ese ejercicio y el que<br />

puso en práctica Florence Delay, que en un libro publicado hace<br />

poco por el fce se interna con ánimo lírico en las andanzas<br />

vitales <strong>de</strong> Gérard <strong>de</strong> Nerval. Obras emparentadas por sutiles<br />

nexos, tanto en su temática como en la puerta <strong>de</strong> acceso a ella,<br />

dan cuenta <strong>de</strong> que a menudo la lectura convierte lo que toca en<br />

materia prima literaria. Esa misma alquimia actuó a lo largo <strong>de</strong><br />

toda la vida <strong>de</strong> Pablo Neruda, como podrá comprobar quien se<br />

acerque al texto con que continúa esta entrega, prólogo <strong>de</strong> una<br />

obra que nuestra filial chilena publicó en el contexto celebratorio<br />

por el centenario <strong><strong>de</strong>l</strong> natalicio nerudiano. Ese volumen<br />

acopia múltiples escritos, poemas y prosas, <strong><strong>de</strong>l</strong> Nobel chileno<br />

sobre autores que él admiraba.<br />

Dos poemas, uno <strong>de</strong> Carmen Boullosa que forma parte <strong>de</strong><br />

su muy reciente Salto <strong>de</strong> mantarraya y otro <strong>de</strong> Javier Sicilia que<br />

proviene <strong>de</strong> <strong>La</strong> presencia <strong>de</strong>sierta —volumen que compila sus libros<br />

publicados entre 1982 y el año que termina ahora—, rematan<br />

este recorrido por diversas expresiones poéticas en<br />

nuestro catálogo, que muestra así su doble vocación <strong>de</strong> cobijar<br />

obras recientes y colecciones <strong>de</strong> trabajos que son ya difíciles <strong>de</strong><br />

hallar en su edición original pero que conservan su vigencia.<br />

Una entrevista con Luisa Valenzuela y un fragmento <strong><strong>de</strong>l</strong> texto<br />

introductorio a la reunión <strong>de</strong> tres novelas <strong>de</strong> la escritora argentina<br />

conducirán al lector <strong>de</strong> regreso al terreno narrativo. Si<br />

el <strong>Fondo</strong> ya había publicado El placer rebel<strong>de</strong>. Antología general,<br />

con esta reciente reunión novelística nuestro catálogo refrenda<br />

su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> exten<strong>de</strong>r la difusión <strong>de</strong> la autora <strong>de</strong> Cola <strong>de</strong> lagartija.<br />

Y también presentamos aquí dos expresiones muy distintas<br />

<strong>de</strong> la narrativa reciente, una <strong>de</strong> corte histórico y aun <strong>de</strong> reivindicación<br />

femenina, otra <strong>de</strong> ánimo lúdico y en busca <strong>de</strong> lectores<br />

Sumario<br />

Graham Greene, ensayista: la apología <strong>de</strong> la emoción 2<br />

Ernesto Priego<br />

Sobre tres cuentos <strong>de</strong> Graham Greene 5<br />

Fe<strong>de</strong>rico Patán<br />

<strong>La</strong> noche en blanco <strong>de</strong> Mallarmé 9<br />

Tedi López Mills<br />

Llamado Nerval 11<br />

Florence Delay<br />

Neruda, retratista <strong>de</strong> poetas 14<br />

Darío Oses<br />

Salto <strong>de</strong> mantarraya 17<br />

Carmen Boullosa<br />

Entre el humor y la ironía.<br />

Entrevista con Luisa Valenzuela 18<br />

Eve Gil<br />

Los bajos fondos <strong>de</strong> Luisa Valenzuela 20<br />

Guillermo Piro<br />

<strong>La</strong> india <strong>de</strong> Cortés 23<br />

Carole Achache<br />

El hombre <strong>de</strong> Coram 27<br />

Jamila Gavin<br />

Juan 21, 7 o los clavadistas 30<br />

Javier Sicilia<br />

José <strong>de</strong> la Colina: fiesta <strong>de</strong> la prosa en el mundo 31<br />

Adolfo Castañón<br />

Ernesto Priego es escritor, traductor y experto en cómics<br />

■ Fe<strong>de</strong>rico Patán es profesor, crítico literario y novelista<br />

■ Tedi López Mills es poeta, traductora y editora<br />

■ Florence Delay, novelista y dramaturga, pertenece a<br />

la Académie Française ■ Darío Oses es director <strong>de</strong> Biblioteca<br />

y Archivos <strong>de</strong> la Fundación Pablo Neruda ■<br />

Carmen Boullosa es novelista y poeta ■ Eve Gil es narradora,<br />

crítica literaria y periodista ■ Guillermo Piro es<br />

poeta, traductor y periodista ■ Carole Achache es fotógrafa<br />

■ Jamila Gavin es música y autora <strong>de</strong> cuentos y novelas<br />

para niños y jóvenes ■ Javier Sicilia es poeta, crítico<br />

literario y editor ■ Adolfo Castañón es escritor, traductor<br />

y editor<br />

jóvenes. Se trata <strong>de</strong> <strong>La</strong> india <strong>de</strong> Cortés, <strong>de</strong> Carole Achache, una<br />

novela en primera persona cuya protagonista es la Malinche, y<br />

Sinfonía <strong>de</strong> Coram, <strong>de</strong> Jamila Gavin, que forma parte <strong>de</strong> la flamante<br />

colección A Través <strong><strong>de</strong>l</strong> Espejo, con la que se busca ten<strong>de</strong>r<br />

un puente entre los lectores infantiles y los que se mueven<br />

con soltura en el ancho mundo literario. Ancho mundo que se<br />

vuelve hospitalario gracias a la obra <strong>de</strong> gente como José <strong>de</strong> la<br />

Colina, cuya producción narrativa también ha sido compendiada<br />

recientemente por la casa; tal volumen se abre con un entusiasta<br />

y minucioso prólogo <strong>de</strong> Adolfo Castañón, texto <strong><strong>de</strong>l</strong> que<br />

extrajimos el fragmento con que se cierra este número.<br />

Se cierra asimismo un año civil más. En éste, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> los<br />

aniversarios mencionados arriba, <strong>La</strong> <strong>Gaceta</strong> cruzó la barrera <strong>de</strong><br />

los 400 números y cambió una vez más <strong>de</strong> aspecto, por lo que<br />

queremos <strong>de</strong>spedirnos <strong><strong>de</strong>l</strong> <strong>2004</strong> con este brindis literario en<br />

honor <strong>de</strong> quienes leen nuestras páginas.<br />

número 408, diciembre <strong>2004</strong> la<strong>Gaceta</strong> 1


DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA<br />

Directora <strong><strong>de</strong>l</strong> <strong>FCE</strong><br />

Consuelo Sáizar<br />

Director <strong>de</strong> <strong>La</strong> <strong>Gaceta</strong><br />

Tomás Granados Salinas<br />

Consejo editorial<br />

Consuelo Sáizar, Ricardo Nu<strong><strong>de</strong>l</strong>man,<br />

Joaquín Díez-Canedo, Martí Soler, María<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> Carmen Farías, Áxel Retiff, Jimena<br />

Gallardo, <strong>La</strong>ura González Durán,<br />

Carolina Cor<strong>de</strong>ro, Nina Álvarez-Icaza,<br />

Paola Morán, Luis Arturo Pelayo, Pablo<br />

Martínez Lozada, Álvaro Enrigue, Pietra<br />

Escalante, Miriam Martínez Garza,<br />

Andrea Fuentes, Fausto Hernán<strong>de</strong>z Trillo,<br />

Karla López G., Alejandro Valles<br />

Santo Tomás, Héctor Chávez, Delia Peña,<br />

Antonio Hernán<strong>de</strong>z Estrella, Juan<br />

Camilo Sierra (Colombia), Juan Guillermo<br />

López (España), Leandro <strong>de</strong> Sagastizábal<br />

(Argentina), Julio Sau (Chile),<br />

Carlos Maza (Perú), Isaac Vinic (Brasil),<br />

Pedro Juan Tucat (Venezuela), Ignacio<br />

<strong>de</strong> Echevarria (Estados Unidos), César<br />

Ángel Aguilar Asiain (Guatemala)<br />

Impresión<br />

Impresora y Encua<strong>de</strong>rnadora<br />

Progreso, sa <strong>de</strong> cv<br />

Diseño y formación<br />

Marina Garone<br />

y Cristóbal Henestrosa<br />

Ilustraciones<br />

Rafael Ruiz Moreno<br />

<strong>La</strong> <strong>Gaceta</strong> <strong><strong>de</strong>l</strong> <strong>Fondo</strong> <strong>de</strong> <strong>Cultura</strong> <strong>Económica</strong><br />

es una publicación mensual editada por<br />

el <strong>Fondo</strong> <strong>de</strong> <strong>Cultura</strong> <strong>Económica</strong>, con<br />

domicilio en Carretera Picacho-Ajusco<br />

227, Colonia Bosques <strong><strong>de</strong>l</strong> Pedregal, Delegación<br />

Tlalpan, Distrito Fe<strong>de</strong>ral, México.<br />

Editor responsable: Tomás Granados<br />

Salinas. Certificado <strong>de</strong> Licitud <strong>de</strong> Título<br />

8635 y <strong>de</strong> Licitud <strong>de</strong> Contenido 6080,<br />

expedidos por la Comisión Calificadora<br />

<strong>de</strong> Publicaciones y Revistas Ilustradas el<br />

15 <strong>de</strong> junio <strong>de</strong> 1995. <strong>La</strong> <strong>Gaceta</strong> <strong><strong>de</strong>l</strong> <strong>Fondo</strong><br />

<strong>de</strong> <strong>Cultura</strong> <strong>Económica</strong> es un nombre registrado<br />

en el Instituto Nacional <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

Derecho <strong>de</strong> Autor, con el número 04-<br />

2001-112210102100, el 22 <strong>de</strong> noviembre<br />

<strong>de</strong> 2001. Registro Postal, Publicación<br />

Periódica: pp09-0206. Distribuida por el<br />

propio <strong>Fondo</strong> <strong>de</strong> <strong>Cultura</strong> <strong>Económica</strong>.<br />

Correo electrónico<br />

gacetafce@fce.com.mx<br />

Graham Greene, ensayista:<br />

la apología <strong>de</strong> la emoción<br />

Ernesto Priego<br />

El pasado octubre se celebró el primer centenario <strong><strong>de</strong>l</strong> nacimiento <strong>de</strong><br />

Graham Greene. Su obra suscita lo mismo entusiasmo que un cierto<br />

<strong>de</strong>sdén <strong>de</strong> quienes lo ven como un escritor convencional. Su dura<strong>de</strong>ro<br />

éxito editorial, impulsado por las adaptaciones cinematográficas <strong>de</strong> algunas<br />

novelas suyas, ha marginado un tanto su producción cuentística y<br />

ensayística. Este artículo y el siguiente, que exploran esos dos filones,<br />

provienen <strong><strong>de</strong>l</strong> homenaje que la Facultad <strong>de</strong> Filosofía y Letras <strong>de</strong> la UNAM<br />

organizó para rememorar al autor <strong>de</strong> El tercer hombre<br />

Rara vez se piensa en Graham Greene como ensayista. Será por la “popularidad”<br />

—entre comillas, claro está— <strong>de</strong> sus relatos y novelas, <strong>de</strong>bida en gran parte a sus<br />

adaptaciones cinematográficas; quizá por lo que se sabe <strong>de</strong> su figura pública, su personalidad<br />

controvertida, tan políticamente incorrecta, su “mala fama” tan conradiana,<br />

tan cerca <strong>de</strong> Londres y tan lejos <strong>de</strong> la miseria africana o centroamericana, pero al<br />

orgullo <strong>de</strong> Berkhamsted, al parecer, se le ha negado la atención crítica <strong>de</strong> su ejercicio<br />

ensayístico. Graham Greene <strong>de</strong>spierta emociones encontradas: en México todavía no<br />

se le perdona Caminos sin ley, su libro <strong>de</strong> viajes sobre México, y el falso orgullo nacional,<br />

herido por su prosa directa y sin concesiones, no nos ha <strong>de</strong>jado ver la maestría<br />

escritural <strong>de</strong> este duelista <strong><strong>de</strong>l</strong> estilo. Para Greene la escritura era, en sus palabras, “un<br />

sueño guiado”, una especie <strong>de</strong> viaje onírico, don<strong>de</strong> la palabra orientaba el mundo, su<br />

mundo. Sus i<strong>de</strong>as sobre la práctica literaria no distaban <strong>de</strong> la moral y la religión;<br />

Greene podría ser leído como un teólogo <strong>de</strong> la escritura. Antes <strong>de</strong> partir para México,<br />

buscando una fe olvidada en su natal Berkhamsted, Greene escribiría en Caminos<br />

sin ley: “Comencé a creer en el cielo porque creía en el infierno.” Habría que apren<strong>de</strong>r<br />

a leer esta frase en diversos modos y ver en ella la extraña claridad <strong><strong>de</strong>l</strong> visionario.<br />

Caminos sin ley es más que un diario <strong>de</strong> viaje o el documento que <strong>de</strong>vendría El po<strong>de</strong>r y<br />

la gloria. Es un ensayo sobre la naturaleza <strong><strong>de</strong>l</strong> viaje como búsqueda espiritual, sobre<br />

las posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> comprensión <strong>de</strong> la alteridad, si se quiere, una especie <strong>de</strong> antidiálogo<br />

entre Inglaterra y México. Es no sólo un documento dignamente británico que<br />

perpetúa una tradición literaria quizá fundada por Coleridge y Shelley al narrar sus<br />

viajes por Italia, un ejemplo <strong>de</strong> la idiosincrasia literaria británica, sino que es un ensayo<br />

sobre la naturaleza <strong><strong>de</strong>l</strong> mal, un experimento poseído por el fantasma <strong>de</strong> Joseph<br />

Conrad, un viaje al corazón <strong>de</strong> la miseria y el abandono. Después <strong>de</strong> confesarse en<br />

Orizaba, Greene atesta: “Uno sentía como si estuviera acercándose al centro <strong>de</strong> algo,<br />

aunque fuera sólo al centro <strong>de</strong> la oscuridad y el abandono.”¿Y quién que haya viajado<br />

hacia el México profundo pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que no ha visto la oscuridad y el abandono?<br />

¿No estaríamos <strong>de</strong> acuerdo, con un poco <strong>de</strong> conciencia crítica, con que México está<br />

lleno <strong>de</strong> lo que Greene llamó “esa belleza herida”? Lo que molesta en Greene es su<br />

voz ensayística, su práctica crítica. Como lo postuló Walter Benjamin en <strong>La</strong> técnica <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

crítico en trece tesis, Greene es un “estratega en el combate literario”. Y, como en todo<br />

combate, alguien tiene que per<strong>de</strong>r.<br />

En El revés <strong>de</strong> la trama, Greene usa como epígrafe una frase <strong>de</strong> Charles Péguy que<br />

hace evi<strong>de</strong>nte su gran conciencia moral, pero también una concepción <strong><strong>de</strong>l</strong> mundo<br />

compleja más allá <strong>de</strong> las fáciles oposiciones bipolares: “El pecador está en el corazón<br />

mismo <strong>de</strong> la cristiandad… Nadie es más apto para los asuntos cristianos que el pecador.<br />

Nadie, salvo el santo.” Y, lo sabemos bien, Graham Greene no era un santo: fue<br />

un gran pecador. Quizá la popularidad <strong>de</strong> sus novelas y relatos haya opacado su labor<br />

ensayística porque en la iglesia <strong>de</strong> la literatura el ensayo crítico es una ciencia oscura:<br />

confundido con el parasitismo literario, con la frustración creativa y el rencor en-<br />

2 la<strong>Gaceta</strong> número 408, diciembre <strong>2004</strong>


vidioso, es común que para algunos narradores escribir crítica<br />

sea un pecado. Lo que se les olvida, como nos hace ver Greene,<br />

es que nadie conoce mejor el cielo que aquél que cree fervientemente<br />

en el infierno.<br />

Greene soñaba en palabras y construía el mundo como un<br />

todo, don<strong>de</strong> la ficción existía en una esfera especial, pero nunca<br />

fuera <strong>de</strong> la realidad. Greene no oponía el sueño a la vigilia,<br />

ni la ficción a la realidad, ni la vida a la escritura, ni el ensayo<br />

a la novela. Su “sueño guiado” era, en general, un ensayo: para<br />

<strong>de</strong>cirlo con Gabriel Zaid, otro crítico extrañamente cercano a<br />

Greene en actitud, la escritura, esa “especie <strong>de</strong> vida”, era una<br />

práctica mortal. Se trataba <strong>de</strong> un ejercicio <strong>de</strong> vida, <strong>de</strong> un experimento,<br />

un intento <strong>de</strong> vivir don<strong>de</strong> el <strong>de</strong>stino es conocido y por<br />

lo tanto lo que cuenta es el recorrido, don<strong>de</strong> la palabra funcionaba<br />

como luz guía.<br />

Digámoslo <strong>de</strong> una vez, la escritura <strong>de</strong> Greene es toda ensayística.<br />

Sin embargo, por supuesto, sus ensayos poseen una<br />

franqueza que en sus narraciones se encuentra<br />

velada, protegida por la máscara<br />

<strong>de</strong> la estrategia ficcional. Y al mismo<br />

tiempo, sus ensayos están todos poseídos<br />

por esa obsesión por el recorrido,<br />

por el viaje narrativo, por la construcción<br />

<strong>de</strong> escenarios, <strong>de</strong> naturalezas muertas<br />

que poco a poco toman vida. El estilo<br />

<strong>de</strong> Greene es fragmentario y pictórico:<br />

reflexiona con escenas, corta y pega<br />

como un diseñador gráfico <strong>de</strong> la era informática,<br />

retrata y construye puestas en<br />

escena como el fotógrafo <strong>de</strong> la era digital,<br />

construye un discurso a partir <strong>de</strong> momentos prestados como<br />

el disc jockey <strong>de</strong> nuestros días. En su escritura una i<strong>de</strong>a,<br />

una construcción aforística se convierte en la <strong>de</strong>scripción <strong>de</strong><br />

una escena que contiene momentos, un retrato <strong>de</strong> instantes<br />

que revelan esa misma reflexión. Para Greene, el motivo para<br />

escribir fue su “afán <strong>de</strong> reducir a cierto or<strong>de</strong>n el caos <strong>de</strong> la experiencia”.<br />

Así, su labor es eminentemente discursiva, reguladora:<br />

su escritura <strong>de</strong>viene siempre ensayística mediante un cuidadoso,<br />

inmisericor<strong>de</strong> proceso <strong>de</strong> selección don<strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as son<br />

ejemplificadas por retazos <strong>de</strong> la realidad que adquieren, en el<br />

Los ensayos <strong>de</strong> Graham Greene<br />

poseen una franqueza que en sus<br />

narraciones se encuentra velada,<br />

protegida por la máscara <strong>de</strong> la<br />

estrategia ficcional. Y al mismo<br />

tiempo, sus ensayos están todos<br />

poseídos por esa obsesión por<br />

el recorrido, por el viaje narrativo,<br />

por la construcción <strong>de</strong> escenarios,<br />

<strong>de</strong> naturalezas muertas que poco<br />

a poco toman vida<br />

discurso literario, un po<strong>de</strong>r evocador que conmueve e invita al<br />

pensamiento crítico. Greene trabaja un profundo sentimiento<br />

<strong>de</strong> frustración escribiendo su autobiografía, Una especie <strong>de</strong> vida.<br />

El tono se repite: se borran las fronteras entre la escritura reflexiva<br />

y la construcción ficcional en el reconocimiento <strong>de</strong> que<br />

todo proceso vital es en sí un intento por or<strong>de</strong>nar el caos <strong>de</strong> la<br />

experiencia misma <strong>de</strong> la vida. En sus palabras: “<strong>La</strong> frustración<br />

es una especie <strong>de</strong> muerte: los cajones vacíos, el furgón <strong>de</strong> mudanzas<br />

que nos aguarda abajo, como una carroza fúnebre, para<br />

conducirnos a un lugar más barato.” El po<strong>de</strong>r evocador <strong>de</strong> su<br />

vocabulario se <strong>de</strong>sata en una simple enumeración <strong>de</strong> motivos<br />

que adquieren una multiplicidad significativa <strong>de</strong> importancia.<br />

Esta “especie <strong>de</strong> vida”, esa “especie <strong>de</strong> muerte” revelan la conciencia<br />

que hay en Greene por reconocer la naturaleza aproximativa,<br />

nunca absoluta o esencial, <strong>de</strong> la palabra. El símil <strong>de</strong>viene<br />

metáfora, y la imagen tiene alcances más intelectuales, por<br />

<strong>de</strong>cirlo <strong>de</strong> algún modo, que poéticos. Todo el primer párrafo<br />

<strong>de</strong> Una especie <strong>de</strong> vida es un ensayo sobre<br />

la escritura y la vida. <strong>La</strong> palabra motivo<br />

adquiere su doble significación: como<br />

razón y como topos, como pieza <strong>de</strong> un<br />

rompecabezas por siempre incompleto<br />

que el escritor se propone reconfigurar,<br />

para mostrar paisajes insospechados, no<br />

planeados previamente. Lo dice al principio<br />

<strong>de</strong> la sección tercera: “<strong>La</strong> memoria<br />

es como una larga noche fragmentada.<br />

Al escribir esto tengo la sensación <strong>de</strong> estar<br />

<strong>de</strong>spertando a cada momento para<br />

asir una imagen que traiga consigo un<br />

sueño total e intacto; pero las partes siguen divididas y la historia<br />

completa se me escapa siempre.”<br />

Para Greene la escritura es un intento por recuperar fragmentos<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> pasado, y la suya se vuelve un consciente ejercicio<br />

<strong>de</strong> memoria que se compone <strong>de</strong> imágenes fragmentarias que<br />

ejemplifican i<strong>de</strong>as casi aforísticas. Una especie <strong>de</strong> vida, aunque<br />

no un ensayo propiamente, ensaya la autobiografía como reflexión<br />

crítica <strong>de</strong> la vida, siempre marcada, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la infancia, con<br />

lecturas. Esto es lo que une el relato <strong>de</strong> su vida con el volumen<br />

<strong>de</strong> ensayos <strong>La</strong> infancia perdida (1951). Una especie <strong>de</strong> vida es una<br />

número 408, diciembre <strong>2004</strong> la<strong>Gaceta</strong> 3


iografía literaria no sólo porque relata la vida <strong>de</strong> un hombre<br />

<strong>de</strong> letras; se trata <strong>de</strong> una constelación <strong>de</strong> recuerdos en forma <strong>de</strong><br />

imágenes que <strong>de</strong>scriben eventos vitales, siempre enmarcados<br />

por las lecturas <strong><strong>de</strong>l</strong> momento. Como en Caminos sin ley, Greene<br />

da un lugar privilegiado a sus lecturas <strong>de</strong>ntro <strong><strong>de</strong>l</strong> flujo <strong>de</strong> los<br />

hechos narrativos. <strong>La</strong> lectura es un acontecimiento tan real como<br />

el <strong>de</strong>scubrimiento <strong>de</strong> un revólver en el armario <strong><strong>de</strong>l</strong> rincón<br />

<strong>de</strong> esa casa <strong>de</strong> la lejana juventud. En <strong>La</strong> infancia perdida se incluye<br />

una serie <strong>de</strong> ensayos <strong>de</strong> naturaleza libresca, don<strong>de</strong> los li-<br />

bros aparecen <strong>de</strong> diversas formas, ya sea<br />

como el objeto <strong>de</strong> una reseña crítica, o<br />

como el motivo causante <strong>de</strong> una vuelta a<br />

los días idos, o como el motor que acciona<br />

una compleja reflexión sobre el<br />

presente, el pasado y el futuro. Se trata<br />

<strong>de</strong> una biographia literaria en sentido estricto, un trabajo <strong>de</strong> or<strong>de</strong>namiento<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> recuerdo libresco. El compendio está dividido<br />

en cuatro secciones, <strong>de</strong> las cuales la primera, “Prólogo personal”,<br />

contiene únicamente el breve pero po<strong>de</strong>rosísimo ensayo<br />

que da título a la colección. <strong>La</strong> segunda sección, “Novelas y<br />

novelistas”, incluye 25 ensayos <strong>de</strong> pleno tenor literario sobre,<br />

entre otros, Henry James, Ford Maddox Ford, Beatrix Potter,<br />

Charles Dickens, Walter <strong>de</strong> la Mare y Francois Mauriac; la tercera,<br />

“Algunos personajes”, discute, a través <strong>de</strong> 14 ensayos,<br />

tanto a personajes <strong>de</strong> ficción como a sus autores, <strong>de</strong> Francis<br />

Parkman y Samuel Butler a Conan Doyle, pero se trata <strong>de</strong> la<br />

sección más específicamente reseñística, don<strong>de</strong> la labor <strong>de</strong> un<br />

Greene periodista y crítico se hace más patente. <strong>La</strong> cuarta sección,<br />

“Epílogo personal”, es una <strong>de</strong> las más disfrutables porque<br />

nos ofrece a un Greene en pleno po<strong>de</strong>r ensayístico, don<strong>de</strong> el<br />

motivo <strong>de</strong> la reflexión no son ya ni los autores ni los personajes<br />

ni los libros mismos sino objetos comunes, recuerdos, acontecimientos<br />

históricos.<br />

Aquí quiero comentar principalmente dos ensayos que consi<strong>de</strong>ro<br />

fundamentales en la obra <strong>de</strong> Greene, <strong>La</strong> infancia perdida,<br />

por un lado, y El revólver en el armario <strong><strong>de</strong>l</strong> rincón, por el otro.<br />

En ambos ensayos, la memoria como mecanismo rector se une<br />

a la emoción como elemento <strong>de</strong>tonador <strong>de</strong> la escritura. “Con<br />

qué facilidad olvidamos emociones”, suspira Greene al recordar<br />

el <strong>de</strong>scubrimiento juvenil <strong>de</strong> un arma <strong>de</strong> fuego, y con ella<br />

el <strong>de</strong> la posibilidad <strong>de</strong> enfrentar la muerte con la propia mano.<br />

En la aparentemente simple crónica <strong>de</strong> un suceso <strong>de</strong> juventud,<br />

Greene es capaz <strong>de</strong> plantear y discutir lo que podríamos llamar<br />

su “cosmogonía crítica-moral”; una reflexión sobre la naturaleza<br />

<strong>de</strong> las emociones humanas; configurar un discurso ensayístico<br />

como viaje al interior <strong>de</strong> las tinieblas <strong><strong>de</strong>l</strong> corazón. Con la<br />

maestría <strong>de</strong> los narradores que admiraba (Conrad, Conan<br />

Doyle, Chesterton), Greene comienza un ensayo como un relato<br />

<strong>de</strong> misterio, inmerso en la bruma <strong>de</strong> una perspectiva personal<br />

nublada por la distancia <strong><strong>de</strong>l</strong> tiempo (me permito citarlo<br />

in extenso): “Recuerdo muy claramente la tar<strong>de</strong> en que encontré<br />

el revólver en el armario <strong>de</strong> pino marrón <strong><strong>de</strong>l</strong> dormitorio<br />

que compartía con mi hermano mayor. Era a principios <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

otoño <strong>de</strong> 1922. Yo tenía diecisiete años y estaba terriblemente<br />

aburrido y enamorado <strong>de</strong> la institutriz <strong>de</strong> mi hermana: uno <strong>de</strong><br />

esos <strong>de</strong>sdichados, románticos e imposibles amores <strong>de</strong> la adolescencia,<br />

que inculcaron en muchos la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que el amor y la<br />

<strong>de</strong>sesperación son inseparables, y que el amor venturoso apenas<br />

merece ese nombre. A esa edad uno pue<strong>de</strong> enamorarse<br />

irrevocablemente <strong><strong>de</strong>l</strong> fracaso, y el éxito <strong>de</strong> cualquier clase pier-<br />

<strong>La</strong> escritura <strong>de</strong> Greene es una<br />

práctica mortal, un trabajo<br />

adivinatorio, constructor <strong>de</strong><br />

futuro, en su recuento <strong><strong>de</strong>l</strong> pasado<br />

<strong>de</strong> la mitad <strong>de</strong> su sabor antes <strong>de</strong> haberse experimentado. Tal<br />

amor se entrega <strong>de</strong> una vez para siempre al cantante callejero,<br />

a la bancarrota, al viejo amigo <strong>de</strong> la escuela que quiere tocarte<br />

por un dólar. Quizás en muchos condicionados <strong>de</strong> este modo<br />

es el amor a Dios el que sobrevive sobre todo, pues ante Sus<br />

ojos pue<strong>de</strong>n verse a sí mismos siempre grises, raídos y fracasados,<br />

y por lo tanto dignos <strong>de</strong> atención.”<br />

<strong>La</strong> primera frase, digna <strong><strong>de</strong>l</strong> mejor Poe o Stevenson, establece<br />

una situación, un recuerdo que dará pie a una reflexión so-<br />

bre el amor y el aburrimiento, dos emociones<br />

que Greene encontraba intrincadamente<br />

relacionadas. Greene, que<br />

creía que “el aburrimiento era mucho<br />

más profundo que el amor”, discute el<br />

amor adolescente y lo hace <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la memoria,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el acto escritural presente que evoca un acontecimiento<br />

pasado y que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el aquí y ahora <strong>de</strong> la escritura, ensaya<br />

a través <strong>de</strong> imágenes (“cantante callejero, a la bancarrota,<br />

al viejo amigo <strong>de</strong> la escuela que quiere tocarte por un dólar”).<br />

El aburrimiento, que le llevaría a practicar un juego <strong>de</strong> azar<br />

mortal una y otra vez, se vuelve la emoción guía <strong>de</strong> la escritura<br />

y la reflexión. Para Greene, “el aburrimiento ha sido siempre<br />

una característica <strong>de</strong> la infancia”. Quizá por eso, como<br />

apunta en <strong>La</strong> infancia perdida, “tal vez sólo en la infancia los libros<br />

ejercen una influencia profunda en nuestra vida”. Para él<br />

“en la infancia todos los libros son textos <strong>de</strong> adivinación que<br />

nos hablan <strong><strong>de</strong>l</strong> futuro”. Tal ves a eso se refería con la primera<br />

línea <strong>de</strong> Una especie <strong>de</strong> vida: “Aunque yo no lo sabía, todo mi futuro<br />

<strong>de</strong>bió <strong>de</strong> estar al acecho en aquellas calles <strong>de</strong> Berkhamsted.”<br />

Greene sabía, quizá por haber leído a Kierkegaard, que<br />

volver a un lugar don<strong>de</strong> ya se había estado antes, en este caso a<br />

través <strong>de</strong> un trabajo <strong>de</strong> memoria realizado en escritura, implicaba<br />

una posibilidad <strong>de</strong> influir en el futuro. Al escribir su autobiografía,<br />

y al escribir sus ensayos sobre la infancia y los libros,<br />

sobre algún recuerdo o sobre sus recuerdos <strong>de</strong> lectura, Greene<br />

llevaba a cabo un trabajo <strong>de</strong> adivinación: el escritor transformado<br />

en “pitonisa que ve en las cartas un largo viaje o una<br />

muerte en el agua”. Por eso es que, strictu sensu, la escritura <strong>de</strong><br />

Greene es una práctica mortal, un trabajo adivinatorio, constructor<br />

<strong>de</strong> futuro, en su recuento <strong><strong>de</strong>l</strong> pasado. Lo que recuerda<br />

Greene en sus ensayos son momentos <strong>de</strong>finidos por emociones<br />

específicas. Dice: “Recuerdo claramente la celeridad con que<br />

una llave giró en una cerradura y <strong>de</strong>scubrí que sabía leer, no sólo<br />

las frases en un cartón con las sílabas acopladas como vagones<br />

<strong>de</strong> tren, sino un libro <strong>de</strong> verdad.” Lo que el autor recuerda<br />

es la celeridad, una emoción por naturaleza imposible <strong>de</strong> fijar,<br />

el flujo y la velocidad in<strong>de</strong>tenibles. Tal como el<br />

aburrimiento juvenil <strong>de</strong>satarían la búsqueda <strong>de</strong> la emoción in<strong>de</strong>scriptible<br />

<strong>de</strong> hacer girar el cartucho <strong>de</strong> un revólver con una<br />

sola bala, la lectura será por siempre recordada por esa celeridad<br />

—imaginemos el girar <strong>de</strong> la llave, pero también el girar <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

tambor <strong><strong>de</strong>l</strong> revólver, el cañón en la oreja— con que <strong>de</strong>scubrió<br />

que podía leer. Leer es para Greene un po<strong>de</strong>r; implica posibilida<strong>de</strong>s.<br />

“Estaba a salvo siempre que pudiera leer”, escribe en <strong>La</strong><br />

infancia perdida. Leer está íntimamente ligado, como actividad,<br />

a esa emoción primera, como la belleza <strong><strong>de</strong>l</strong> instante que conociera<br />

tan bien Virginia Woolf. Como si en su escritura, en la<br />

lectura <strong>de</strong> su última carta, la autora <strong>de</strong> A Room of One’s Own hubiera<br />

visto lo que la pitonisa <strong>de</strong> Greene vio al leer las cartas. <strong>La</strong><br />

lectura y la emoción, inseparables. Lo que el Greene ensayista<br />

4 la<strong>Gaceta</strong> número 408, diciembre <strong>2004</strong>


ecuerda son las emociones, y en la escritura se avoca a su búsqueda.<br />

<strong>La</strong> emoción causada por la conciencia <strong><strong>de</strong>l</strong> po<strong>de</strong>r leer se<br />

equipara con la emoción <strong>de</strong> cargar una sola bala, hacer girar el<br />

tambor, poner el cañón en la oreja, jalar el gatillo. En <strong>La</strong> infancia<br />

perdida, Greene recuerda ese <strong>de</strong>scubrimiento fundamental<br />

<strong>de</strong> su infancia, po<strong>de</strong>r leer, y lo liga, en el mismo párrafo, a la<br />

conciencia <strong>de</strong> un <strong>de</strong>stino, al futuro incierto impreso <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ya<br />

en el pasado. El ensayo sobre la infancia y la lectura es, por eso,<br />

como la vida misma, una práctica mortal. Así lo escribe Greene:<br />

“pero ahora el futuro se alineaba en <strong>de</strong>rredor, en múltiples<br />

estanterías a la espera <strong>de</strong> que el niño eligiera […] porque indudablemente<br />

escogemos nuestra muerte <strong><strong>de</strong>l</strong> mismo modo que<br />

elegimos nuestro trabajo”.<br />

En relación opuesta a la celeridad, sin embargo, están el<br />

aburrimiento y la ari<strong>de</strong>z. En El revólver en el armario <strong><strong>de</strong>l</strong> rincón,<br />

Greene recuerda: “El aburrimiento y la ari<strong>de</strong>z, ésas eran las<br />

verda<strong>de</strong>ras emociones. Un amor <strong>de</strong>sdichado ha inducido, supongo,<br />

a algunos chicos al suicidio, pero esto no era suicidio,<br />

hubiera dicho lo que hubiera dicho un tribunal forense: era<br />

una apuesta con seis probabilida<strong>de</strong>s contra una <strong>de</strong> que se produjera<br />

una investigación judicial. El sabor romántico —el escenario<br />

otoñal, el objeto menudo, pesado y compacto que <strong>de</strong>scansaba<br />

en mis <strong>de</strong>dos—: quizá fuese un tributo al amor adolescente,<br />

pero el <strong>de</strong>scubrimiento <strong>de</strong> que era posible volver a gozar el<br />

mundo visible mediante el riesgo <strong>de</strong> per<strong>de</strong>rlo totalmente resultaba,<br />

tar<strong>de</strong> o temprano, inevitable. (<strong>La</strong>s cursivas son mías.)”<br />

<strong>La</strong> lectura abría las posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> gozar el mundo visible,<br />

aprendiéndolo a ver, a leer. Una experiencia nada lejana al <strong>de</strong>scubrimiento<br />

<strong>de</strong> la posibilidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>cidir sobre la propia vida,<br />

que significa tomar una <strong>de</strong>cisión —limitada, por siempre ate-<br />

Sobre tres cuentos <strong>de</strong> Graham Greene<br />

Fe<strong>de</strong>rico Patán<br />

El gran peso <strong>de</strong> la novelística <strong>de</strong> Graham Greene ha<br />

opacado parcialmente su producción en otros géneros.<br />

Pero sus cuentos conservan las mejores cualida<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> sus trabajos más extensos —la flui<strong>de</strong>z narrativa,<br />

la reflexión sobre el <strong>de</strong>seo y la culpa, el activo mundo<br />

interior <strong>de</strong> los personajes— y agregan la eficacia <strong>de</strong><br />

los finales ambiguos y la síntesis argumental. Aquí,<br />

Fe<strong>de</strong>rico Patán se asoma a los relatos <strong>de</strong> uno más <strong>de</strong> los<br />

frustrados candidatos al premio Nobel <strong>de</strong> literatura<br />

Pregúntese a cualquier persona medianamente informada y su<br />

respuesta vendrá sin titubeos: Graham Greene (1904-1991) es<br />

novelista. Incluso pudiera agregar: inglés. No hay duda: Graham<br />

Greene es novelista. Por allá <strong>de</strong> una treintena <strong>de</strong> libros<br />

permite comprobarlo, el primero <strong>de</strong> ellos aparecido en 1929.<br />

Se trata <strong>de</strong> una novela histórica, cuyo título es Historia <strong>de</strong> una<br />

cobardía. Novela extraña <strong>de</strong>ntro <strong><strong>de</strong>l</strong> canon seguido por el escritor,<br />

quien no volvió a manejar esa variante narrativa. Porque<br />

no es <strong>de</strong> rechazar que Greene aprovecha momentos históricos<br />

nida al azar— sobre la propia muerte. Dos momentos: la infancia,<br />

en el caso <strong>de</strong> ese girar <strong>de</strong> llave hacia la lectura; la juventud,<br />

en el caso <strong>de</strong> ese hacer girar el tambor <strong>de</strong> un revólver apenas<br />

<strong>de</strong>scubierto. Dos secretos: uno, el consuelo <strong><strong>de</strong>l</strong> po<strong>de</strong>r leer, que<br />

nos pone a salvo <strong><strong>de</strong>l</strong> mundo al permitirnos presenciarlo y que,<br />

a través <strong>de</strong> las estanterías, ofrece posibilida<strong>de</strong>s infinitas que terminarán<br />

por <strong>de</strong>finir nuestro <strong>de</strong>stino. El segundo, en la juventud,<br />

el consuelo <strong><strong>de</strong>l</strong> po<strong>de</strong>r arriesgar la vida, tomar una <strong>de</strong>cisión<br />

al respecto, no olvidar esa emoción que es el mismo instante presente<br />

<strong>de</strong> vivir la vida.<br />

<strong>La</strong> lectura y la escritura, en Graham Greene, están insertas<br />

siempre en una economía entre el presente en que se escribe, el<br />

pasado que se recuerda y el futuro que se construye al escribirlo.<br />

Su escritura ensayística borra las fronteras entre el relato y<br />

el ensayo como géneros literarios; los acerca, los confun<strong>de</strong>, y<br />

propone así una escritura que hace <strong>de</strong> la crítica una labor <strong>de</strong><br />

memoria, <strong>de</strong> diálogo permanente entre una infancia perdida,<br />

esa capacidad <strong>de</strong> emocionarse con el mundo, y la vida adulta como<br />

un permanente ejercicio <strong>de</strong> recuerdo <strong>de</strong> la emoción perdida.<br />

Leer los ensayos <strong>de</strong> Greene es una lección sobre el papel<br />

fundamental <strong>de</strong> la escritura en nuestra vida y <strong>de</strong> la imposibilidad<br />

<strong>de</strong> vivir una vida, cualquier especie <strong>de</strong> vida, sin recordar a<br />

través <strong>de</strong> la palabra. <strong>La</strong> infancia perdida y los ensayos ahí incluidos<br />

son un recorrido y una búsqueda permanente por hacer <strong>de</strong><br />

la escritura una experiencia vital constructora <strong>de</strong> futuro. Graham<br />

Greene, o la apología <strong>de</strong> la emoción, podríamos <strong>de</strong>cir. El<br />

amor y el tedio, la frustración y el goce, el miedo y el <strong>de</strong>sprecio,<br />

serán los puntos <strong>de</strong> referencia <strong>de</strong> su cartografía crítica y narrativa,<br />

enseñándonos, a fin <strong>de</strong> cuentas, que la escritura, ese sueño<br />

guiado, es irremediablemente una cuestión <strong>de</strong> vida o muerte.<br />

como sostén <strong>de</strong> sus novelas, pero dan como resultado libros<br />

menos interesados en tales momentos históricos, todos ellos<br />

contemporáneos, que en dilucidar o al menos explorar las situaciones<br />

<strong>de</strong> conflicto moral centrales al autor.<br />

Ahora bien, fuera <strong>de</strong> las novelas la bibliografía <strong>de</strong> Greene<br />

incluye cerca <strong>de</strong> veinte libros más, lo cual da base suficiente para<br />

preguntarse: ¿era Greene exclusivamente novelista? No. Era<br />

novelista <strong>de</strong> modo central, pero ello no <strong>de</strong>be hacernos olvidar<br />

que su producción incluye lo que fue su primera publicación<br />

(un libro <strong>de</strong> poesía aparecido en 1925 y generosamente olvidado<br />

por la atención pública), obras <strong>de</strong> teatro, libros <strong>de</strong> viaje, libros<br />

<strong>de</strong> ensayo, tres tomos <strong>de</strong> autobiografía y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego,<br />

cuatro <strong>de</strong> cuento, <strong>de</strong> 1954 el inicial, titulado Veintiún cuentos<br />

(diecinueve en la versión primera, <strong>de</strong> 1947). Una lectura <strong>de</strong><br />

conjunto haría ver que en toda la obra <strong>de</strong> Greene aparecen las<br />

mismas preocupaciones, abordadas según las exigencias <strong>de</strong> cada<br />

género. De esta manera, resulta iluminador hacer una lectura<br />

contigua <strong>de</strong> Caminos sin ley (1939) y <strong>de</strong> El po<strong>de</strong>r y la gloria<br />

(1940), novela esta última que pudiera ser la mejor <strong><strong>de</strong>l</strong> autor<br />

junto a El revés <strong>de</strong> la trama (1948).<br />

número 408, diciembre <strong>2004</strong> la<strong>Gaceta</strong> 5


Descreo bastante <strong>de</strong> la división que para sus novelas propuso<br />

Greene, y que mucho <strong>de</strong> la crítica ha consi<strong>de</strong>rado pru<strong>de</strong>nte<br />

respetar. Cuando se habla <strong>de</strong> “entretenimientos” y <strong>de</strong> novelas<br />

propiamente dichas, hay un ligero <strong>de</strong>sprecio por los primeros,<br />

que incluyen tramas <strong>de</strong> or<strong>de</strong>n policiaco o <strong>de</strong> espionaje. Sin embargo,<br />

una lectura <strong>de</strong>sprejuiciada <strong>de</strong> tales títulos (digamos Una<br />

pistola en venta, 1936) lleva a <strong>de</strong>ducir que no carecen <strong>de</strong> virtu<strong>de</strong>s<br />

literarias, incluyendo a<strong>de</strong>más la temática nuclear <strong><strong>de</strong>l</strong> escritor.<br />

Si pasamos a los cuentos, se verá que no han recibido mucha<br />

atención crítica. Mal hecho, pues revelan la excelente mano<br />

<strong>de</strong> Greene en el género. Van <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquellos concebidos<br />

según el patrón clásico, hasta varios últimos don<strong>de</strong> ya se juega<br />

con la metanarrativa. Y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, presentan temáticamente<br />

las mismas obsesiones que las novelas.<br />

Quiero referirme ahora a una <strong>de</strong> esas obsesiones, tal vez la<br />

más importante en el autor. Para exponerla, cito <strong>de</strong> El revés <strong>de</strong><br />

la trama: “¿Por qué —se preguntó mientras maniobraba con el<br />

auto para esquivar el cadáver <strong>de</strong> un perro— amo tanto este lugar?<br />

¿Será porque aquí la naturaleza humana no ha tenido<br />

tiempo <strong>de</strong> disfrazarse? Nadie podría aquí atreverse a hablar <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

cielo en la tierra. El cielo permanecía inamovible en su lugar al<br />

otro lado <strong>de</strong> la muerte, y <strong>de</strong> este lado florecían la injusticia, la<br />

crueldad, la mezquindad que en cualquier otra parte la gente<br />

tan sabiamente mantiene al margen.” 1 Vemos expresada en la<br />

cita la gran contradicción que Greene notaba en el mundo. Para<br />

él, la suciedad interna <strong><strong>de</strong>l</strong> ser humano encontraba reflejos en<br />

la suciedad externa, y pocas novelas <strong>de</strong> él escapan a la <strong>de</strong>scripción<br />

<strong>de</strong> tal podredumbre. ¿Por qué este apasionamiento? Diana<br />

Neill encuentra razones para ello en el catolicismo <strong><strong>de</strong>l</strong> autor,<br />

y dice al respecto que en las novelas “belleza, verdad y bondad<br />

están <strong><strong>de</strong>l</strong>iberadamente excluidas, con el énfasis puesto en<br />

el vicio, la miseria, la furtividad, lo trivialmente sensacional y<br />

todo lo que es tosco y vulgar. Lo que Graham Greene trata <strong>de</strong><br />

explicar es el significado <strong>de</strong> que Cristo haya muerto por un<br />

mundo que es, en el mejor <strong>de</strong> los casos, repugnante.” 2 <strong>La</strong> formula<br />

es convincente, y Vargas Llosa no la refuta cuando explica<br />

que se vislumbran “los <strong>de</strong>stellos <strong>de</strong> la gracia en el cieno <strong>de</strong><br />

la miseria humana”. 3<br />

Los otros temas obsesivos que los críticos <strong>de</strong>ducen <strong>de</strong> la<br />

obra <strong>de</strong> Greene son la traición, el sentido <strong>de</strong> culpa, la soledad<br />

y, esto lo agrega Malcolm Bradbury, la persecución. Todo lo<br />

cual <strong>de</strong>riva en que Greene “vio la historia socavada, corrupta y<br />

sin sentido, la vida en conflicto con lo divino y lo eterno, la<br />

traición y la culpa por doquier, convirtiendo a los inocentes en<br />

asesinos y a los amorosos maridos en espías”. 4 Esto crea una<br />

paradoja: que terreno así <strong>de</strong> maloliente propicie un asomo <strong>de</strong><br />

salvación. ¿Será a causa <strong>de</strong> esto que las novelas más recientes<br />

tien<strong>de</strong>n a la parábola? Es creíble. Afortunadamente para los<br />

lectores, Greene habla <strong>de</strong> todo esto en novelas que no marginan<br />

la obligación <strong>de</strong> narrar. En ellas siempre habrá cuidado<br />

porque la historia contada se <strong>de</strong>sarrolle siguiendo los procedi-<br />

1 Graham Greene, The Heart of the Matter, Harmondsworth, Penguin,<br />

1962, p. 35.<br />

2 Diana Neill, A Short History of the English Novel, Nueva York,<br />

Collier-Macmillan, 1967, p. 389.<br />

3 Mario Vargas Llosa, <strong>La</strong> verdad <strong>de</strong> las mentiras, Madrid, Punto <strong>de</strong><br />

Lectura, <strong>2004</strong>, 2a ed., p. 207<br />

4 Malcolm Bradbury, The Mo<strong>de</strong>rn British Novel, Londres, Penguin,<br />

1993, p. 288.<br />

mientos más ortodoxos. Nada aquí <strong>de</strong> eso que Vargas Llosa califica<br />

<strong>de</strong> novelas literarias, es <strong>de</strong>cir, una narrativa “enteramente<br />

construida a partir <strong>de</strong> las literaturas preexistentes y <strong>de</strong> un exquisito<br />

refinamiento intelectual y verbal”, 5 cuyos excesos,<br />

agrega, brotan en el Finnegan’s Wake.<br />

Entonces, <strong>de</strong>terminados ya los temas recurrentes <strong>de</strong> Greene,<br />

no cabe sino agregar que aquellos momentos históricos mencionados<br />

al principio <strong>de</strong> este ensayo sirven como simple marco<br />

<strong>de</strong> referencia. Greene supo aprovechar sus experiencias <strong>de</strong> viajero<br />

para crear esos marcos <strong>de</strong> contención. Así, México en el 38,<br />

Sierra Leona en los cuarenta, Cuba y Vietnam en los cincuenta,<br />

Haití en los sesenta o Sudamérica en los setenta aportaban<br />

el conflicto político necesario para que los personajes cumplieran<br />

sus íntimas exploraciones.<br />

No <strong>de</strong>be <strong>de</strong> extrañarnos que los cuentos <strong>de</strong> Greene respeten<br />

muchos <strong>de</strong> los parámetros anteriores. Los respetan en<br />

cuanto a la naturaleza <strong>de</strong> los conflictos que se viven, no necesariamente<br />

en cuanto al aprovechamiento <strong>de</strong> una situación histórica.<br />

Antes al contrario, se diría que rehuyen tal marco <strong>de</strong> referencia.<br />

Estos cuentos parecen gustar <strong>de</strong> anécdotas menores,<br />

libradas <strong>de</strong> todo peso histórico. Así, un matrimonio verá un<br />

filme pornográfico en “<strong>La</strong> película”, un grupo <strong>de</strong> niños entrará<br />

furtivamente en una casa <strong>de</strong>shabitada en “Los <strong>de</strong>structores”,<br />

un hombre se encontrará con un perro en “Belleza”. En los<br />

cuentos <strong>de</strong> Greene las tramas buscan la sencillez, y las honduras,<br />

<strong>de</strong> calado diferente según el texto, se encuentran en ciertos<br />

silencios diestramente situados, <strong>de</strong> los cuales el lector extrae<br />

las consecuencias.<br />

Tres cuentos me servirán para un breve análisis. Son “Un<br />

lugarcito en los alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> Edgware Road”, “Soñar con<br />

una tierra extraña” y “¿Pue<strong>de</strong> prestarnos a su marido?”. El primero<br />

pertenece al libro inicial <strong>de</strong> Greene, Veintiún cuentos, publicado<br />

en 1954, como ya se dijo; el segundo al segundo, que<br />

es <strong>de</strong> 1963 y se titula Un cierto sentido <strong>de</strong> la realidad, y como se<br />

supondrá, el tercero al tercero, <strong>de</strong> 1967 y llamado ¿Pue<strong>de</strong> prestarnos<br />

a su marido? Hay un cuarto libro, <strong>La</strong> última palabra y otros<br />

relatos, al que no tuve acceso. Los cuentos fueron elegidos en<br />

razón <strong>de</strong> que ejemplifican las etapas andadas por Greene en su<br />

cuentística. Comparten una temática <strong>de</strong> fondo parecida, que en<br />

nada es ajena a la frecuentada en las novelas. Así, hay en todos<br />

ellos un acoso, hay en todos ellos una traición, hay en todos<br />

ellos alguna expresión <strong>de</strong> la soledad y hay en todos ellos alguna<br />

manifestación <strong>de</strong> culpa. Mis preferencias <strong>de</strong> lector se quedan<br />

con la narración inicial: “Un lugarcito en los alre<strong>de</strong>dores<br />

<strong>de</strong> Edgware Road”, quizá porque en ella <strong>de</strong>scubro que la estructura<br />

<strong>de</strong> la anécdota es muy inteligente. En meras cinco páginas<br />

logra sumergirme en las amargas honduras <strong>de</strong> un espíritu<br />

acosado, el <strong>de</strong> Craven, nombre sin duda lleno <strong>de</strong> significado.<br />

<strong>La</strong> trama pertenece <strong>de</strong> lleno al cuento <strong>de</strong> terror, mas no al<br />

que se estaciona en la producción <strong>de</strong> efectos viscerales, sino<br />

aquel otro que mediante dichos efectos nos hace compren<strong>de</strong>r<br />

la <strong>de</strong>solación espiritual <strong><strong>de</strong>l</strong> protagonista. <strong>La</strong> historia ocurre <strong>de</strong><br />

noche y en unas cuantas horas, así como también. en lugares<br />

poco apetecibles y preferentemente cerrados. O con mayor<br />

precisión, van <strong>de</strong> la abierta atmósfera <strong>de</strong> Hy<strong>de</strong> Park al confinamiento<br />

<strong>de</strong> un cine venido a menos, para concluir en el asfixiante<br />

reducto <strong>de</strong> una caseta telefónica.<br />

El protagonista es un hombre <strong>de</strong> ropa <strong>de</strong>teriorada, que <strong>de</strong>s-<br />

5 Vargas Llosa, op. cit., p. 321.<br />

6 la<strong>Gaceta</strong> número 408, diciembre <strong>2004</strong>


<strong>de</strong> el principio <strong>de</strong>ja ver un estado anímico enfermizo, que se<br />

adapta bien a los lugares <strong>de</strong>ca<strong>de</strong>ntes por los que <strong>de</strong>ambula.<br />

Una imaginería <strong>de</strong> muerte transcurre por el cuento. No hay dificultad<br />

en establecer lazos <strong>de</strong> unión entre dicho texto y Una<br />

pistola en venta, como tampoco la hay en relacionar a Craven<br />

con el protagonista <strong>de</strong> la novela. Los dos rasgos <strong>de</strong> mayor acercamiento<br />

entre ellos son el acoso y la soledad. En Craven son<br />

profundos, y van unidos a una sensación <strong>de</strong> fracaso que en mucho<br />

conforma los sucesos <strong>de</strong> la trama. ¿Qué pensar <strong>de</strong> un hombre<br />

cuyos vagabun<strong>de</strong>os nocturnos por el parque le recordaban<br />

“la pasión, mas para el amor se necesita dinero” y que a esto<br />

agrega el que lleve “su cuerpo en torno a él como algo que<br />

odiara”? 6 ¿No se establece aquí la prepon<strong>de</strong>rancia <strong>de</strong> lo meramente<br />

físico sobre lo espiritual? Y sin embargo, el cuento examina<br />

las entretelas espirituales <strong><strong>de</strong>l</strong> protagonista. Es <strong>de</strong>cir, a<br />

partir <strong>de</strong> lo biológico penetra en lo mental. Así, todo se une en<br />

el siguiente pensamiento: “¿Por qué pedirle que creyera en la<br />

resurrección <strong>de</strong> este cuerpo que <strong>de</strong>seaba olvidar?”, 7 don<strong>de</strong><br />

aflora una <strong>de</strong> las preocupaciones religiosas <strong>de</strong> Greene. No olvi<strong>de</strong>mos<br />

la posible resurrección ocurrida en El fin <strong>de</strong> la aventura<br />

(1951). Hablando <strong>de</strong> esta novela, Vargas Llosa ve en ella<br />

planteada la siguiente cuestión: si la existencia <strong>de</strong> Dios “es<br />

compatible con una vida que no exija <strong>de</strong> los creyentes el heroísmo,<br />

la santidad, que congenie con los vaivenes y quebrantos <strong>de</strong><br />

la normalidad”. 8<br />

Cuando el encuentro <strong>de</strong> Craven con el <strong>de</strong>sconocido en el cine,<br />

don<strong>de</strong> se exhibe una película muda relacionada con la<br />

muerte, poco imagina el lector lo que viene. Me limito a especificar<br />

que Craven lucha contra el acoso <strong>de</strong> la locura, y el am-<br />

6 Graham Greene, Veintiún cuentos, Mexico, Alianza, 1989, p. 95.<br />

7 Ibid., p. 96.<br />

8 Vargas Llosa, op. cit., p. 216.<br />

biguo final <strong>de</strong> la trama permite dos interpretaciones: que el<br />

personaje finalmente haya enloquecido o que se haya dado una<br />

resurrección. Una tercera posibilidad es combinar ambas. Lo<br />

cierto es que este primer cuento se fundamenta en la creación<br />

<strong>de</strong> una atmósfera <strong>de</strong> oscuridad, suciedad y acoso que representa<br />

la lucha interna sostenida por el protagonista. Dicha atmósfera<br />

suaviza sus acosos en el segundo cuento, “Soñar con una<br />

tierra extraña”, pues los hechos se dan en la mansión campestre<br />

<strong>de</strong> un médico, llamado escuetamente Herr Professor. <strong>La</strong><br />

estructura <strong>de</strong> la anécdota viene distribuida en cinco partes. Narra<br />

lo sucedido en unos cuantos días al médico y a uno <strong>de</strong> sus<br />

pacientes menesterosos. <strong>La</strong>s historias caminan paralelamente<br />

hasta el final mismo, don<strong>de</strong> se las une en significado. Aunque<br />

los hechos se dan en buena medida durante la noche y ocurren<br />

en un lugar aislado y concentrado en sí mismo, la sensación <strong>de</strong><br />

opresión es mucho menor.<br />

Al igual que en el cuento anterior, en éste transcurren los<br />

temas <strong><strong>de</strong>l</strong> acoso y la soledad. El médico se ha retirado y vive, al<br />

parecer, sin familia en el campo; el paciente carece <strong>de</strong> familia y<br />

asegura que si “un hombre está solo en el mundo llega a amar<br />

sus hábitos”, 9 cita don<strong>de</strong> se concentra uno <strong>de</strong> los significados<br />

<strong>de</strong> la historia narrada. En cuanto al acoso, el paciente está fustigado<br />

por una enfermedad contagiosa y el médico insiste en<br />

confinarlo en un sanatorio, medida a la cual el paciente opone<br />

una serie <strong>de</strong> razones no <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñables. Pero el acosador es a su<br />

vez acosado: el ejército le pi<strong>de</strong> a Herr Professor que preste su<br />

casa <strong>de</strong> campo para transformarla en casino por una noche. Allí<br />

don<strong>de</strong> el médico es irreductible en cuanto al paciente, se muestra<br />

<strong>de</strong> lo más dócil ante la dureza <strong><strong>de</strong>l</strong> espíritu castrense. De tal<br />

situación brota la pregunta que el cuento hace. Como Greene<br />

no es amigo <strong>de</strong> sermones, el <strong>de</strong>senlace se limita a especificar<br />

9 Greene, Collected Short Stories, Londres, Penguin, 1986, p. 231.<br />

número 408, diciembre <strong>2004</strong> la<strong>Gaceta</strong> 7


que “Herr Professor miró la ventana, don<strong>de</strong> apenas un momento<br />

antes había creído ver asomarse a alguien tan <strong>de</strong>sorientado<br />

como él mismo, pero no había nadie”. 10<br />

Este cuento se emparienta con el anterior en otros aspectos.<br />

Entre los formales, que se inician ex abrupto y concluyen proponiendo<br />

un final abierto. En cuanto a personajes, opta por seres<br />

menores, <strong>de</strong>mediados por la vida. Respecto a la suciedad,<br />

en lo físico se la centra en el paciente, ocurriendo que es en el<br />

aspecto moral que se le asigna al médico. Pero hay una diferencia<br />

notable en cuanto al texto anterior: el cinismo. No lo percibí<br />

en el cuento inicial y sí lo hallo, levemente oculto, en este<br />

segundo. Como si Greene hubiera adquirido una especie <strong>de</strong><br />

callosidad en su manera <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r el mundo, y se hubiera dicho<br />

que éste no tiene remedio. Por lo mismo, hay una cierta<br />

cuota <strong>de</strong> ironía, tampoco muy <strong>de</strong> superficie, que fortalece a esa<br />

mirada cínica. Es instructivo compren<strong>de</strong>r que las certezas se<br />

hallan en la actitud <strong>de</strong> los militares, que viven ajenos a la duda,<br />

y los titubeos pertenecen al médico y al paciente.<br />

El cinismo se vuelve claro y <strong>de</strong> superficie en el tercer cuento,<br />

<strong>de</strong>biéndose esto en mucho a que hay un narrador en primera<br />

persona, William Harris, a quien la vida ha condicionado a<br />

ser cínico. Hay en el cuento, asimismo, una carga enorme <strong>de</strong><br />

ironía. No es <strong>de</strong> afirmarlo con base en tan poca evi<strong>de</strong>ncia, mas<br />

Greene parece haberse encaminado poco a poco hacia una especie<br />

<strong>de</strong> encogimiento <strong>de</strong> hombros filosófico. Doy una cita <strong>de</strong><br />

este tercer cuento: enfrentado a los hechos que la trama suscita,<br />

William Harris piensa: “Era innegable que todo lo que el<br />

cielo nos concedía eran los momentos en el bar <strong>de</strong> Antibes”, 11<br />

don<strong>de</strong> sin duda se capta ese encogimiento <strong>de</strong> hombros pero<br />

con un agregado: el cielo <strong>de</strong>termina todo y, por tanto, ¿qué<br />

responsabilidad queda al hombre? Claro, se me dirá que no <strong>de</strong>bo<br />

confundir la voz <strong><strong>de</strong>l</strong> narrador con aquella <strong><strong>de</strong>l</strong> autor. Pero en<br />

esta ocasión me lo permito parcialmente, ya que con toda claridad<br />

Greene ha inventado un alter ego como observador <strong>de</strong><br />

los hechos. El punto más sólido en apoyo <strong>de</strong> esto es lo siguiente:<br />

William Harris está en Antibes, ya concluida la época turística,<br />

escribiendo una biografía <strong>de</strong> Lord Rochester. Váyase a la<br />

bibliografía <strong>de</strong> Greene y se encontrará que en 1973 publicó un<br />

libro titulado El mono <strong>de</strong> Lord Rochester. Por otro lado, uno <strong>de</strong><br />

los personajes reconoce en Harris a un novelista <strong>de</strong> éxito.<br />

Ahora bien, Greene es un narrador astuto y no sólo introduce<br />

a Lord Rochester para dar una pista autobiográfica, sino<br />

para unirlo como símbolo a los hechos narrados. Por ello, Harris<br />

informa a Poopys que “la biografía que estoy escribiendo<br />

es bastante triste. Dos personas atadas por el amor, pero una <strong>de</strong><br />

ellas es incapaz <strong>de</strong> ser fiel.” 12 Poopy está recién casada con Peter<br />

y pasan la luna <strong>de</strong> miel en el hotel don<strong>de</strong> Harris se encuentra.<br />

Esta pareja representa en la trama un caso <strong>de</strong> inocencia, y<br />

acaso ingenuidad, extremo. Claro, se necesita la contraparte y<br />

aparece como una pareja <strong>de</strong> homosexuales, Tony y Stephen,<br />

quienes <strong>de</strong>ducen en el marido <strong>de</strong> Poopy una inconsciente predilección<br />

homosexual y cierta curiosidad por explorarla (y <strong>de</strong><br />

aquí la unión con la cita última que he dado). Harris será un<br />

comentarista que participa con un tibio intento <strong>de</strong> evitar que la<br />

pareja homosexual conquiste a Peter. <strong>La</strong> situación se complica<br />

10 Ibid., p. 239.<br />

11 Graham Greene, ¿Pue<strong>de</strong> prestarnos a su marido?, Buenos Aires,<br />

Sudamericana, 1999, p. 54.<br />

12 Ibid., p. 43.<br />

porque Harris se siente atraído por Poopy, y sólo la diferencia<br />

<strong>de</strong> edad lo frena <strong>de</strong> revelar sus sentimientos. Con esto, se tiene<br />

ya una situación <strong>de</strong> claro sabor religioso: la pareja inocente<br />

y la pareja tentadora, con un tercer elemento que prefiere abstenerse<br />

<strong>de</strong> participar abiertamente. Le basta con hacer algunas<br />

advertencias a Poopy. ¿El final? Abierto.<br />

“¿Pue<strong>de</strong> prestarnos a su marido?” es el más largo <strong>de</strong> los tres<br />

cuentos y, al igual que el segundo, está dividido en secciones.<br />

Es, <strong>de</strong> todos ellos, aquel don<strong>de</strong> un mayor grado <strong>de</strong> ironía y cinismo<br />

se manifiesta. Es, a<strong>de</strong>más, un cuento transcurrido a plena<br />

luz <strong><strong>de</strong>l</strong> día, lo cual lo diferencia <strong>de</strong> los dos anteriores. No<br />

hay en él más que las oscurida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la conducta humana, oscurida<strong>de</strong>s<br />

no <strong>de</strong>masiado importantes en este caso. Es el cuento<br />

<strong>de</strong> menor asfixia moral para el lector. ¿Se <strong>de</strong>berá esto a que<br />

los personajes son gente acomodada y el ámbito don<strong>de</strong> transcurre<br />

el cuento, unos hoteles veraniegos? Pudiera ser. Sin embargo,<br />

se antoja más achacarlo a que con el transcurso <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

tiempo el autor parece haber suavizado su capacidad <strong>de</strong> asombro.<br />

Lo cual nos lleva a intentar medirlo en cuanto a su presencia<br />

artística. Para hacerlo, opto por una vía indirecta y parto <strong>de</strong><br />

la siguiente cita, tomada <strong>de</strong> Malcolm Bradbury. Según éste,<br />

Greene “sentía una particular admiración por Conrad y por<br />

Ford, aunque también por escritores mucho más populares como<br />

John Buchan, Marjorie Bowen y Eric Ambler, quienes le<br />

revelaron muchos <strong>de</strong> los aspectos <strong>de</strong> su trabajo”. 13 Entretenimientos<br />

y novelas <strong>de</strong> distinta seriedad parecen encontrar allí su<br />

origen. Pero también cabe suponer que esa mezcla <strong>de</strong> lo conradiano<br />

con lo amblerino señala cuál es la estatura <strong>de</strong> Greene.<br />

En cierta ocasión escuché lo siguiente en boca <strong>de</strong> Colin<br />

White: hay escritores artesanos y hay escritores artistas. Ejemplificó<br />

a estos últimos con la figura <strong>de</strong> James Joyce; a los primeros,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, con el nombre <strong>de</strong> Graham Greene. Es <strong>de</strong>cir,<br />

narradores <strong>de</strong> buen e incluso excelente oficio, pero incapaces<br />

<strong>de</strong> modificar los caminos <strong>de</strong> la literatura. No se entienda<br />

mal esta división, que es meramente <strong>de</strong>scriptiva. Los artesanos<br />

también son necesarios, bien que la literatura avance gracias a<br />

los otros. Pero no quiero limitarme a una fuente. Regreso a<br />

Neill y la cito: “Técnicamente, Graham Greene contribuyó<br />

poco al <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> la novela. Él es un hábil artesano cuyas<br />

tramas se <strong>de</strong>senvuelven <strong>de</strong> manera ingeniosa pero convencional.<br />

Lo que lo distingue es su preocupación cristiana por el pecado<br />

y la con<strong>de</strong>na en la sociedad contemporánea.” 14 Una voz<br />

más reciente coinci<strong>de</strong> con lo anterior, pues hablando <strong>de</strong> Greene<br />

Vargas Llosa asegura que incluso en sus mejores novelas<br />

“Graham Greene nos parece un escritor más superficial y previsible<br />

—más cerca <strong>de</strong> la cultura comercial y popular <strong><strong>de</strong>l</strong> mero<br />

entretenimiento que <strong>de</strong> la artística y creativa—, que un E. M.<br />

Forster, una Virginia Wolf o un William Faulkner”, agregando<br />

que esto no se <strong>de</strong>be a los temas abordados, “sino a lo convencional<br />

y simple <strong>de</strong> la forma en que los plasmaba, una forma<br />

que, al mismo tiempo que los volvía fáciles y entretenidos, los<br />

aligeraba y a veces banalizaba a niveles cinematográficos”. 15<br />

¿Duro? Lo es, pero son líneas incluidas en un artículo elogioso.<br />

Se limitan a especificar la estatura final que como narrador<br />

tiene Graham Greene. Si he citado estas tres voces es porque<br />

concuerdo con ellas.<br />

13 Bradbury, op. cit., p. 249.<br />

14 Neill, op. cit., p. 391.<br />

15 Vargas Llosa, op. cit., p. 221.<br />

8 la<strong>Gaceta</strong> número 408, diciembre <strong>2004</strong>


<strong>La</strong> noche en blanco <strong>de</strong> Mallarmé<br />

Tedi López Mills<br />

El <strong>Fondo</strong> prepara la edición <strong>de</strong> una nueva obra <strong>de</strong><br />

Tedi López Mills, poeta y editora que ha estado<br />

muy cerca <strong>de</strong> <strong>La</strong> <strong>Gaceta</strong>, pues estuvo al frente <strong>de</strong> ella<br />

entre 1995 y 1998. Se trata <strong>de</strong> <strong>La</strong> noche en blanco <strong>de</strong><br />

Mallarmé, un ensayo con ribetes biográficos —y<br />

aun autobiográficos— en el que se explora la obra<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> autor <strong><strong>de</strong>l</strong> célebre Un tiro <strong>de</strong> dados, pero sobre todo<br />

sus efectos en la historia <strong>de</strong> la poesía. A<strong><strong>de</strong>l</strong>antamos<br />

aquí un fragmento <strong>de</strong> este sugerente trabajo en que la<br />

imaginación lírica sirve para enten<strong>de</strong>rse a sí misma<br />

En su ensayo conmemorativo “<strong>La</strong> última visita a Mallarmé”,<br />

Paul Valéry, harto <strong>de</strong> las “falsas apariencias <strong>de</strong> humanidad” que<br />

hundían a la literatura en el sentido común o en los sentimientos,<br />

proclamó que lo mallarmeano se acercaba a una ciencia:<br />

“Es realmente notable que por medio <strong><strong>de</strong>l</strong> estudio profundo <strong>de</strong><br />

su arte y sin conocimientos científicos [Mallarmé] haya llegado<br />

a una concepción tan abstracta y próxima a las especulaciones<br />

más elevadas <strong>de</strong> ciertas ciencias.” Por fin, añadió Valéry, la<br />

poesía se había apartado <strong>de</strong> los principios ordinarios que la alimentaban<br />

y hacían que “un poeta <strong><strong>de</strong>l</strong> año 1000 a. <strong>de</strong> C. fuera<br />

aún legible”. Gracias a Mallarmé, se habían implantado en la<br />

poesía la noción <strong>de</strong> una dificultad necesaria y el propósito <strong>de</strong><br />

darle al mundo un libro que, fielmente, sería un compendio<br />

<strong>de</strong> hojas ilegibles, con el cual nosotros, los habitantes, recuperaríamos<br />

nuestra función primordial <strong>de</strong> lectores. Una vez calcado<br />

lo incomprensible, abandonaríamos las tentaciones <strong>de</strong> la<br />

paráfrasis, y el poema, en lugar <strong>de</strong> ser una “intuición ingenua”,<br />

constituiría la materia misma <strong>de</strong> nuestra intemperie.<br />

Mallarmé fue el exponente más lúcido<br />

y más <strong>de</strong>sesperado <strong>de</strong> lo que Bénichou<br />

llama el “romanticismo segundo”<br />

y <strong>de</strong>fine así: “El romanticismo segundo<br />

retoma todos los temas <strong><strong>de</strong>l</strong> primero (misión<br />

espiritual <strong><strong>de</strong>l</strong> Poeta, provi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong><br />

Dios y <strong><strong>de</strong>l</strong> espíritu, comunicación <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

Poeta y la Humanidad) en una versión<br />

negativa…” El pacto <strong>de</strong> Dios y <strong>de</strong> la humanidad<br />

con el poeta se rompió porque<br />

la fe que lo sustentaba fue perdiendo a<br />

sus a<strong>de</strong>ptos. ¿Qué ocurrió entonces? El <strong>de</strong>sencanto produjo su<br />

propio estilo: la amargura y su atmósfera como rasgos distintivos<br />

<strong>de</strong> lo “mo<strong>de</strong>rno”. Y el poeta, en su aislamiento justificado,<br />

se adjudicó aquellas faculta<strong>de</strong>s casi irrestrictas que mencioné<br />

antes: un modo particular <strong>de</strong> conocimiento y un acceso inmediato<br />

a la contemplación <strong>de</strong> la verdad. Paralelamente, se hizo<br />

<strong>de</strong> una filosofía cuya ventaja fundamental fue la <strong>de</strong> concebirse<br />

como un símbolo sólo permeable a la inteligencia especializada<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> poema. Así, en el origen <strong>de</strong> todas las cosas se colocó una<br />

metáfora y —escribe Bénichou— “una figura retórica familiar<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> siempre para los poetas se promovió a una función<br />

augusta y […] se convirtió en una intuición privilegiada <strong>de</strong><br />

Gracias a Mallarmé, se habían<br />

implantado en la poesía la noción<br />

<strong>de</strong> una dificultad necesaria y el<br />

propósito <strong>de</strong> darle al mundo<br />

un libro que, fielmente, sería un<br />

compendio <strong>de</strong> hojas ilegibles, con<br />

el cual nosotros, los habitantes,<br />

recuperaríamos nuestra función<br />

primordial <strong>de</strong> lectores<br />

los secretos <strong>de</strong> la creación y en la corona espiritual <strong><strong>de</strong>l</strong> Poeta”.<br />

Nadie parece haber percibido que, si el reino <strong><strong>de</strong>l</strong> símbolo<br />

fuera un dato objetivo, habría únicamente una analogía y una<br />

interpretación. En esto, al menos, Mallarmé fue más coherente<br />

que sus pre<strong>de</strong>cesores y sus seguidores: el símbolo sólo pue<strong>de</strong><br />

mostrarse una vez. Lo que nos quiso otorgar Mallarmé pretendía<br />

ser irrepetible; aquello que viniera <strong>de</strong>spués tendría que<br />

conformarse con ocupar el rango <strong>de</strong> la mera literatura. Aunque,<br />

por rigurosa causalidad “órfica”, ya no quedarían palabras, pues<br />

habría un retorno a ese mito fundacional <strong>de</strong> la poesía —cuya<br />

difusión le <strong>de</strong>be mucho a Hei<strong>de</strong>gger— que postula un tiempo<br />

antiguo y perfecto en que el poeta nombraba al ser a “imagen<br />

y semejanza” <strong>de</strong> su Verbo, sin que se abriera la brecha <strong>de</strong> la significación<br />

ni el menor atisbo <strong>de</strong> un sinónimo. De ahí la reducción<br />

mallarmeana <strong>de</strong> nuestra humanidad al tamaño <strong>de</strong> una “tribu”.<br />

<strong>La</strong> poesía, en este génesis, nace bajo el dominio <strong><strong>de</strong>l</strong> fuego:<br />

a la sombra a ratos luminosa <strong>de</strong> la homérica fogata y en espera,<br />

según Hei<strong>de</strong>gger, <strong><strong>de</strong>l</strong> “rastro <strong>de</strong> los dioses fugitivos”. Con<br />

el regreso al origen se retoma el pluralismo teológico: el urpoeta,<br />

por llamarlo <strong>de</strong> algún modo, vive en un mundo pagano.<br />

Tal vez sólo así pueda ser permanente su autoridad.<br />

<strong>La</strong> añoranza que resiente la poesía (o mejor, la poética) por<br />

una antigüedad griega —toda época inventa la suya, con su<br />

dosis cambiante <strong>de</strong> Roma— constituye quizás un artículo <strong>de</strong> fe<br />

tan potente como la convicción <strong>de</strong> un vínculo íntimo entre<br />

poesía y verdad. Ahora bien, acerca <strong>de</strong> la escena primordial homérica<br />

hay poco que argumentar, salvo que <strong>de</strong> nuevo la poesía<br />

ha comprobado su hubris, al ubicarse en la trama misma <strong>de</strong> un<br />

mito, con todo y su paraíso construido por un puñado <strong>de</strong> palabras<br />

e, incluso, su <strong>de</strong>rrota: el <strong>de</strong>monio <strong>de</strong> la analogía. Tal his-<br />

toria se pue<strong>de</strong> contar mil veces sin que<br />

importe <strong>de</strong>mostrarla: es, en el mejor <strong>de</strong><br />

los mundos posibles, el primer día que<br />

le hace falta a cualquier transcurso. En<br />

cambio, el nudo casi ineluctable que liga<br />

a la poesía con la verdad se presta a<br />

todo tipo <strong>de</strong> indagaciones. Por ejemplo,<br />

¿cuál es esa verdad que se presenta como<br />

símil, como imagen, como rima, como<br />

música y que muchas veces no se entien<strong>de</strong>?<br />

En el canon maldito <strong>de</strong> los poetas<br />

es un tópico su <strong>de</strong>stierro <strong>de</strong> la república <strong>de</strong> Platón y,<br />

asimismo, la causa: la poesía hace copias <strong>de</strong> copias y aleja a los<br />

hombres <strong>de</strong> la perfección. Sólo los poetas líricos podían quedarse<br />

en la ciudad i<strong>de</strong>al, pero siempre bajo la vigilancia <strong>de</strong> los<br />

jueces, ya que su <strong>de</strong>streza para la superchería les permitía a veces,<br />

incluso, fabricar algo muy parecido a la verdad. Por eso dio<br />

Platón un veredicto tan implacable (aunque quizá también estaba<br />

ejerciendo una forma extrema <strong>de</strong> crítica literaria): en contra<br />

<strong>de</strong> la fabricación <strong>de</strong> verda<strong>de</strong>s. Vaya leyenda fundacional.<br />

Cabría preguntar si una verdad lo es menos por el simple hecho<br />

<strong>de</strong> haberse fabricado. Yo, por mi parte, aceptaría mo<strong>de</strong>stamente<br />

como <strong>de</strong>finición que la verdad es lo más semejante a la<br />

número 408, diciembre <strong>2004</strong> la<strong>Gaceta</strong> 9


verdad; a fin <strong>de</strong> cuentas uno sobrevive asido a esas pequeñas<br />

certidumbres y uno medra hasta que piensa haber comprendido<br />

algo. Sin embargo, no se trata <strong>de</strong> eso, <strong>de</strong> meros espectros<br />

cotidianos, sino <strong>de</strong> la Verdad. Entonces, <strong>de</strong> nuevo, ¿cuál?<br />

<strong>La</strong> respuesta más sensata peca <strong>de</strong> tautológica: la <strong>de</strong> cada poema.<br />

En consecuencia, hay tantas verda<strong>de</strong>s como poemas. ¿Con-<br />

clusión? Que, por ejemplo, todo <strong>de</strong>pen<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> la repetición <strong>de</strong> una serie <strong>de</strong> metáforas.<br />

Según Borges hay sólo unas<br />

cuantas, y éstas se reparten a lo largo <strong>de</strong><br />

muchos poemas; lo cual podría colocarlas<br />

bajo la tutela <strong>de</strong> lo inevitable. Así, la<br />

continua imagen <strong><strong>de</strong>l</strong> mar, <strong><strong>de</strong>l</strong> río, <strong><strong>de</strong>l</strong> árbol, <strong>de</strong> la muerte,<br />

etcétera, muestra el resultado <strong>de</strong> una <strong>de</strong>ducción; es un atributo<br />

objetivo y no un simple código literario. Por consiguiente, la<br />

función <strong>de</strong> la poesía sería la que le <strong>de</strong>signó Aristóteles: poner<br />

por <strong><strong>de</strong>l</strong>ante las correspon<strong>de</strong>ncias invisibles. “<strong>La</strong> poesía<br />

—<strong>de</strong>claró— es más filosófica y doctrinal que la historia, por<br />

cuanto… consi<strong>de</strong>ra las cosas en general.” Valéry, por su parte,<br />

señaló que el poeta era <strong>de</strong>masiado inteligente para ser filósofo:<br />

pero he ahí los extremos <strong>de</strong> otra batalla. En todo caso, se podría<br />

recurrir a un sistema extravagante y sacar una especie <strong>de</strong> promedio<br />

<strong>de</strong> las metáforas más pertinaces. Innegablemente, habría<br />

un régimen <strong>de</strong> constancia. <strong>La</strong> innumerable poesía, en este sentido,<br />

pa<strong>de</strong>ce una fatalidad (o es culpable <strong>de</strong> una elección): la historia<br />

que cuenta resulta muy parecida a la que contó en su poema<br />

inicial. ¿Por qué no va a equivaler eso, si no a una verdad, al<br />

menos a un conocimiento? O, citando a Borges: “¿por qué los<br />

poetas <strong>de</strong> todo el mundo y todos los tiempos habrían <strong>de</strong> recurrir<br />

al mismo conjunto <strong>de</strong> metáforas, cuando existen tantas<br />

combinaciones posibles?” Artificio aparte, podría respon<strong>de</strong>rse<br />

que, a diferencia <strong>de</strong> lo que concibe la poética, los poemas existen<br />

menos en el mundo <strong>de</strong> las muchas combinaciones que en el<br />

estricto círculo <strong>de</strong> la poesía (no imagino que pueda adjudicársele<br />

otra figura geométrica) y que cada nuevo poema es una aceptación<br />

o una crítica <strong>de</strong> la fábula <strong>de</strong> su origen. Pero eso quizá sea<br />

también una metáfora que, a su vez, es otra metáfora que, a su<br />

vez… y <strong>de</strong> ahí hasta el radical <strong><strong>de</strong>l</strong>irio <strong>de</strong> una poética.<br />

Mi instinto me lleva a <strong>de</strong>sconfiar <strong>de</strong> las teorías que engendran<br />

laberintos. <strong>La</strong> mayor parte <strong>de</strong> las poéticas que conozco<br />

(sobre todo las <strong>de</strong> estirpe francesa) son fórmulas fantásticas <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

encierro, <strong>de</strong> las que uno extrañamente no sale por la vía <strong>de</strong> los<br />

Fue la con<strong>de</strong>na <strong>de</strong> Mallarmé, pues a<br />

pesar <strong>de</strong> sus doctrinas <strong><strong>de</strong>l</strong> misterio,<br />

él siempre aspiró a algo tan sencillo<br />

como la colaboración humana<br />

poemas. Sin embargo, nada resuelve el dilema <strong>de</strong> que la poesía<br />

sí crea misterios que parecen ocultar alguna verdad. Tal vez<br />

una inconsciente manía teológica lleva a concebir esa creación<br />

como la prueba <strong>de</strong> que hubo ahí “rastro <strong>de</strong> dioses” y entonces<br />

al “misterio” se le conce<strong>de</strong>n dotes sagradas. No <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser perturbador<br />

que un misterio “calificado”, por <strong>de</strong>cirlo así, pueda<br />

divagar hacia la literatura y que incluso<br />

uno aprenda a imitarlo y repetirlo. Algún<br />

efecto tendrá eso en la fe o en la lectura.<br />

A fin <strong>de</strong> cuentas, casi todos los dioses<br />

—al menos los más persistentes—<br />

están escritos y hacer otro —escribirlo—<br />

ha <strong>de</strong> ser una gran tentación. <strong>La</strong> poesía —o el poeta— cae a<br />

menudo en ella y en la trampa máxima <strong>de</strong> ir anulando su propia<br />

autoría. Dentro <strong>de</strong> ese hueco don<strong>de</strong> “alguien” se contempla<br />

como una secuela <strong><strong>de</strong>l</strong> <strong>de</strong>stino, <strong>de</strong> las palabras o <strong>de</strong> cualquier<br />

otra fuerza empecinadamente incorpórea surge la creencia peculiar<br />

<strong>de</strong> que ningún “yo” sería capaz <strong>de</strong> producir tal efecto, y<br />

una religión plagada <strong>de</strong> imágenes y casi carente <strong>de</strong> dudas.<br />

Pero vuelvo a las <strong>de</strong>finiciones: el poema es lo que se inventa<br />

para saber lo que no se sabe. ¿Y qué hay <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un poema?<br />

En el mejor <strong>de</strong> los casos otro poema y siempre un lector<br />

perfecto que se somete a una experiencia única: el reconocimiento<br />

<strong>de</strong> algo olvidado que conoció alguna vez. Lo cual es<br />

otra hipótesis, un eslabón para otra poética. Retomo entonces<br />

mi estribillo predilecto: la poesía es cada poema y cada poema<br />

es el principio. No hay conclusión. <strong>La</strong> verdad platónicamente<br />

(es <strong>de</strong>cir, poéticamente) se pier<strong>de</strong> por rozarse con tantas paradojas.<br />

O es eso: una adivinanza o un contrasentido, válida porque<br />

no se entien<strong>de</strong>. <strong>La</strong> finita variedad <strong>de</strong> trucos provoca vértigo.<br />

Quizás a ello obe<strong>de</strong>zca la otra obsesión <strong>de</strong> la poesía: que al<br />

final o en medio o en alguna parte la espera el silencio. Y que<br />

se escribe para callar.<br />

Valga la perogrullada: se escuchan mejor las palabras cuando<br />

se enuncian con un trasfondo <strong>de</strong> silencio. ¿Qué es lo que calla?<br />

Siempre yo, siempre tú, siempre ellos; pero antes <strong>de</strong> Mallarmé jamás<br />

la página. Su silencio fue el más blanco <strong>de</strong> todos, una superficie,<br />

un lugar don<strong>de</strong> —treta <strong>de</strong> por medio— siguen sonando las<br />

pausas <strong><strong>de</strong>l</strong> ojo: un paisaje níveo en el papel que canceló, tal como<br />

quiso Mallarmé, el “brutal espejismo” <strong><strong>de</strong>l</strong> mundo. Con Un<br />

tiro <strong>de</strong> dados le creció un esqueleto al silencio, como si los versos<br />

fueran los espacios negros en una radiografía. Lo aterrador, otra<br />

vez, es la treta: la poesía tan efectista que procrea el trance más<br />

quieto <strong>de</strong> su muerte. Aunque también, para obviar las infracciones<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> artificio, se podría postular que ésas son las alternativas<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> género: el poema callado o el resonante y, en medio, el que<br />

ata ambos cabos. Sospecho que los a<strong>de</strong>ptos <strong><strong>de</strong>l</strong> silencio tien<strong>de</strong>n<br />

a sentirse más cerca <strong>de</strong> una latitud esencial. Pero quizá simplemente<br />

son más cándidos y confían <strong>de</strong>masiado en lo que oyen: la<br />

nada sorda y su recreación <strong>de</strong> un sentido. El peligro radica en<br />

hablar <strong><strong>de</strong>l</strong> silencio: en confeccionar una i<strong>de</strong>ología elocuente<br />

acerca <strong>de</strong> la negación. De eso Mallarmé sí fue culpable.<br />

¿De qué más? Seguramente <strong>de</strong> creer menos en sus poemas<br />

que en sus i<strong>de</strong>as, <strong>de</strong> divulgarlas como si hubieran sido las mascotas<br />

predilectas <strong>de</strong> una campaña que excluía las pobres pruebas<br />

cuantificadas en un verso. El discernimiento que tuvo para las<br />

trampas <strong>de</strong> la poesía le faltó a la hora <strong>de</strong> examinar sus hipótesis;<br />

ahí se mostró crédulo y menos diestro: convirtió su poética en<br />

una especie <strong>de</strong> política y, a diferencia <strong>de</strong> sus poemas, ese lastre<br />

abstracto fue infinitamente transferible: el vicio <strong>de</strong> la sagrada in-<br />

10 la<strong>Gaceta</strong> número 408, diciembre <strong>2004</strong>


comunicación promulgado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un púlpito. Incluso, tal <strong>de</strong>sfase<br />

pasó por una etapa grave a principios <strong>de</strong> 1869, cuando Mallarmé,<br />

<strong>de</strong>bilitado por la enfermedad —fuertes palpitaciones cada<br />

vez que tomaba la pluma— tuvo que dictarle algunas cartas a su<br />

esposa, Marie, quien las transcribió con su habitual resignación.<br />

Mallarmé, por su parte, no sólo no corrigió las faltas <strong>de</strong> ortografía,<br />

sino que exhibió su crisis con un orgullo inusual, como si<br />

Marie momentáneamente se hubiera hecho múltiple y ocupado<br />

ese sitio vacío en la vida clan<strong>de</strong>stina <strong>de</strong> Mallarmé: el <strong><strong>de</strong>l</strong> público.<br />

Por fin alguien lo atendía en la más pura inmediatez y él podía<br />

entonces confiarse a una intimidad suspendida por los ojos <strong>de</strong><br />

esa milagrosa intermediaria: “Mi gran amigo, cuando haya reconstituido<br />

a mi yo, ya no hablaré <strong><strong>de</strong>l</strong> tema: repetir lo mismo es<br />

el castigo natural <strong><strong>de</strong>l</strong> hombre que ha querido abjurar” [a Cazalis,<br />

Aviñón, 24 <strong>de</strong> enero <strong>de</strong> 1869]. En el papel <strong>de</strong> nadie Mallarmé<br />

solía per<strong>de</strong>r su recato acostumbrado. Por lo <strong>de</strong>más, el hecho<br />

<strong>de</strong> que esa voz anti-Stéphane aludiera a un personaje ahíto <strong>de</strong><br />

autoconciencia no bastó para <strong>de</strong>tener nunca la acción: “mi cerebro,<br />

invadido por el Sueño, negándose a esas funciones exteriores<br />

que ya no lo solicitaban, iba a perecer en su insomnio permanente;<br />

imploré a la gran Noche, que me atendió y extendió sus<br />

tinieblas. <strong>La</strong> primera fase <strong>de</strong> mi vida se terminó. <strong>La</strong> conciencia<br />

excedida <strong>de</strong> sombras se <strong>de</strong>spierta y forma lentamente a un hombre<br />

nuevo, y <strong>de</strong>be hallar a mi Sueño luego <strong>de</strong> concluir con su<br />

creación” [a Cazalis, Aviñón, 19 <strong>de</strong> febrero <strong>de</strong> 1869].<br />

¿Como se dicta una carta así? Algo habrá pensado Marie<br />

que años más tar<strong>de</strong> nos reveló Madame Teste. Locura o soberbia<br />

aparte, en el fondo tal vez Mallarmé sólo estaba ajustando<br />

los últimos <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> Mallarmé. En su Noche quiso terminar<br />

al menos con un impecable bulto humano bajo el brazo, encaminado<br />

a París, pues en qué otro lugar habría público para un<br />

espectáculo tan <strong><strong>de</strong>l</strong>icuescente como ése en que se imaginó muriendo<br />

y renaciendo perpetuamente. Tournon, Besançon y Aviñón<br />

no serían más que zonas excéntricas <strong>de</strong> la memoria tan<br />

pronto la Obra máxima —<strong>de</strong> carne y hueso— obtuviera su meta:<br />

cultivar testigos. Aquel otro escollo, el <strong>de</strong> una poética y una<br />

poesía que habían alterado irremediablemente las relaciones<br />

con su auditorio, se pospondría hasta que se resolvieran la coyuntura<br />

geográfica y el episodio más primitivo <strong>de</strong> la Noche,<br />

que era la añoranza <strong>de</strong> París. Mallarmé ubicó ahí a su público<br />

perfecto sin percatarse <strong>de</strong> que en cada poema lo iba perdiendo<br />

Llamado Nerval<br />

Florence Delay<br />

No es fácil clasificar este libro <strong>de</strong> Florence Delay,<br />

novelista y dramaturga que pertenece a la Académie<br />

Française. Narrada en primera persona —casi<br />

como si fuera un diario— pero con la tensión propia<br />

<strong>de</strong> la ficción narrativa, nutrida <strong>de</strong> datos biográficos<br />

y <strong>de</strong> especulación novelística, la obra <strong>de</strong> la que hemos<br />

tomado este fragmento, y que circula con el número<br />

304 <strong>de</strong> nuestra colección Popular, es un sabroso<br />

acercamiento a la figura <strong>de</strong> Gérard <strong>de</strong> Nerval<br />

<strong>de</strong> vista, <strong>de</strong> que en la alucinación verbal <strong>de</strong> sus estrofas quedaba<br />

poco espacio para un lector, aunque los versos todopo<strong>de</strong>rosos<br />

tal vez lo engendrarían más simultáneo que nunca. Pero,<br />

¿por qué sacarlo entonces? Para inventar, como señaló Paz, “el<br />

mo<strong><strong>de</strong>l</strong>o <strong>de</strong> un género nuevo”: el poema que se erige y se <strong>de</strong>smorona<br />

en su propia crítica. Al lector le tocaría la singular tarea<br />

<strong>de</strong> atribuirle un sentido supremo a ese objeto ininteligible<br />

y <strong>de</strong> otorgarle a su lectura una nueva dimensión: el azar abolido<br />

porque ya no habría exégesis posible. Y, en consecuencia,<br />

tampoco el nimio enlace con un oyente.<br />

Con lo cual surgió otro género, mucho menos <strong>de</strong>seable: el<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> texto solitario, por no llamarlo solipsista. Fue la con<strong>de</strong>na <strong>de</strong><br />

Mallarmé, pues a pesar <strong>de</strong> sus doctrinas <strong><strong>de</strong>l</strong> misterio, él siempre<br />

aspiró a algo tan sencillo como la colaboración humana. Según<br />

Bénichou, la veta irónica que uno halla incluso en sus confesiones<br />

más radicalmente oscuras y <strong>de</strong>sesperadas se pue<strong>de</strong> concebir<br />

como un anzuelo que conspira para atrapar nuestra atención: “la<br />

ironía no es concebible sin interlocutor […] toda la ironía mallarmeana,<br />

incluso cuando no tiene directamente al público como<br />

objeto, es un gesto hacia otro, un mentís ligero a la soledad.<br />

El Exilio, experiencia primera, lo Absoluto, patria soñada, la Ironía,<br />

patria real: <strong>de</strong> estos tres términos entre los cuales evoluciona<br />

Mallarmé, el tercero es el que atestigua mejor el lugar que<br />

ocupa en su inquietud la necesidad <strong>de</strong> una compañía humana.”<br />

No <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser asombrosa la extrema amabilidad que hay en<br />

la tentativa <strong>de</strong> Mallarmé o, más bien, en su titubeo. Sus poemas<br />

llenos <strong>de</strong> espejos también están poblados <strong>de</strong> ventanas. Sin<br />

duda los habita nadie, pero en el gesto <strong>de</strong> las palabras trazadas<br />

para apenas <strong>de</strong>cir se trasluce una silueta humana que intenta<br />

salirse <strong><strong>de</strong>l</strong> poema por su esquina más oculta. Y en ese trance<br />

don<strong>de</strong> se adivina la tenue espalda <strong>de</strong> alguien —Stéphane Mallarmé—<br />

a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>saparecer es don<strong>de</strong> yo quedo atrapada:<br />

la ausencia conduce, por la vía <strong><strong>de</strong>l</strong> hermetismo y casi por la más<br />

enrevesada <strong>de</strong> los sentimientos, a la presencia. No suele ocurrir<br />

que “alguien” sea conjetural; pero nadie sí, sobre todo bajo el<br />

cobijo <strong>de</strong> la tiniebla. A fin <strong>de</strong> cuentas, en su maquinaria nocturna<br />

Mallarmé no calculó el peso bruto <strong><strong>de</strong>l</strong> día siguiente, tan<br />

similar al anterior y al principio luminoso don<strong>de</strong> lo seguían esperando<br />

el perpetuo gato, la página blanca con su leve tachadura<br />

y Tournon, el infame pueblucho al que se le añadió ese<br />

Sueño <strong>de</strong> Nada que nos ha llegado hasta aquí.<br />

Yo soy el otro<br />

Año <strong>de</strong> mi vida 1994, como diría el vizcon<strong>de</strong>, una morena <strong>de</strong><br />

ojos negros se me acercó y me hizo una pregunta que me conduciría<br />

directamente adon<strong>de</strong> no pensaba ir. <strong>La</strong> escena transcurre<br />

en París, calle <strong>de</strong> la Sorbonne, en la biblioteca <strong>de</strong> literatura<br />

general y comparada don<strong>de</strong> se <strong>de</strong>sarrolla mi seminario.<br />

Vuelvo a ver cómo se acerca y me plantea…, pero no, no es que<br />

fuese una pregunta, más bien era una especie <strong>de</strong> afirmación:<br />

número 408, diciembre <strong>2004</strong> la<strong>Gaceta</strong> 11


“Usted seguramente habrá leído Les Faux Saulniers <strong>de</strong> Nerval”.<br />

Ojos azules contra ojos negros. Confieso que no, incluso el<br />

sentido <strong><strong>de</strong>l</strong> título se me escapa. “Pues, vaya”, murmura pensativa.<br />

En el café-tabac <strong>de</strong> la Sorbonne, don<strong>de</strong> a veces continuamos<br />

la clase, me explica algo más. Les Faux Saulniers (Los contrabandistas<br />

<strong>de</strong> sal) apareció primero como folletín. Más tar<strong>de</strong>, Gérard<br />

lo dividió y lo distribuyó <strong>de</strong> otra manera: la primera parte <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

relato fue a parar a <strong>La</strong>s hijas <strong><strong>de</strong>l</strong> fuego, con el título <strong>de</strong> Angélica,<br />

y la segunda a Los iluminados, con el título Historia <strong><strong>de</strong>l</strong> abate <strong>de</strong><br />

Bucquoy. Pero lo que ella consi<strong>de</strong>ra incomparable es la versión<br />

original, y si esa tar<strong>de</strong> me lo comenta es porque tiene sus motivos.<br />

Piensa que esa obra podría aclarar maravillosamente las<br />

ramificaciones <strong><strong>de</strong>l</strong> seminario que yo dirijo<br />

(“El mo<strong><strong>de</strong>l</strong>o, la copia, la invención”).<br />

En Francfort, Gérard hojea un libro sobre<br />

un curioso personaje <strong>de</strong> finales <strong><strong>de</strong>l</strong> reinado<br />

<strong>de</strong> Luis XIV y cree ver en él el argumento<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> folletín histórico que ha prometido<br />

al diario Le National. El precio que el<br />

librero exige le parece <strong>de</strong>masiado elevado y<br />

piensa que podrá encontrar la obra, que preten<strong>de</strong><br />

“copiar”, en cualquier biblioteca <strong>de</strong><br />

París y, si no en la Nacional. Ahora bien, no<br />

la encuentra por ninguna parte. ¿Qué hacer? Debe enviar su<br />

entrega cada semana, con una “exactitud militar”, y cualquier<br />

invención novelada está prohibida por la ley, en concretó por<br />

una enmienda, la enmienda Riancey (así llamada por el bisabuelo<br />

<strong>de</strong> Montherlant que la propuso), que prohíbe a los periódicos<br />

publicar novelas por entregas, so pena <strong>de</strong> multa. Durante<br />

la búsqueda <strong><strong>de</strong>l</strong> libro entrevisto en Francfort, que se va<br />

transformando en investigación, va a dar con unos documentos<br />

concernientes a la tía abuela <strong><strong>de</strong>l</strong> abate, una tal Angélica. Angélica,<br />

tú sabes.<br />

Una sonrisa se iba dibujando en el rostro <strong>de</strong> la estudiante a<br />

medida que percibía cómo su relato me cautivaba. Al día siguiente<br />

compré el tomo <strong>de</strong> la Pléia<strong>de</strong> que incluye Los contrabandistas<br />

<strong>de</strong> sal, ya que no está publicado en edición corriente.<br />

Pero ella tenía otro motivo para insistir, fuera <strong><strong>de</strong>l</strong> seminario:<br />

esa historia <strong>de</strong> correr <strong>de</strong> biblioteca en paisaje, tras un personaje<br />

real que se nos escapa constantemente, ¿no le recuerda nada?<br />

De pronto reconocí, con feliz asombro, mi propia situación:<br />

llevaba meses <strong>de</strong> biblioteca en paisaje, corriendo tras una<br />

joven <strong>de</strong> principios <strong><strong>de</strong>l</strong> siglo XVII que se me escapaba constantemente.<br />

Y acababa <strong>de</strong> escribir un libro sobre aquello. Des<strong>de</strong><br />

mi pequeño mundo, bendije los altos cielos. Si hubiese leído<br />

antes Los contrabandistas <strong>de</strong> sal, no habría emprendido mi propia<br />

investigación. Para empren<strong>de</strong>r algo más vale ser ignorante<br />

que pusilánime. Pero el regalo que esa tar<strong>de</strong> recibía era <strong>de</strong> otra<br />

índole. Al introducirme en su Nerval, esa joven, sin saberlo,<br />

había liberado al otro. Del mismo modo que en primavera el<br />

agua <strong>de</strong> los torrentes, liberada <strong><strong>de</strong>l</strong> hielo, se <strong>de</strong>sborda, toda la<br />

obra <strong>de</strong> Nerval me <strong>de</strong>sbordó. Su lectura me hizo crecer y me<br />

consoló.<br />

Presente doraco<br />

Y lo leí <strong>de</strong> un tirón —bueno, no, teniendo en cuenta el número<br />

<strong>de</strong> páginas, lo más probable es que hiciera alguna etapa, que<br />

me <strong>de</strong>tuviese alguna noche, por ejemplo, entre el relato <strong>de</strong> la<br />

Al introducirme en su Nerval,<br />

esa joven, sin saberlo, había<br />

liberado al otro. Del mismo<br />

modo que en primavera el agua<br />

<strong>de</strong> los torrentes, liberada <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

hielo, se <strong>de</strong>sborda, toda la obra<br />

<strong>de</strong> Nerval me <strong>de</strong>sbordó. Su<br />

lectura me hizo crecer y me<br />

consoló<br />

búsqueda <strong><strong>de</strong>l</strong> libro sobre el sire abate y la obra finalmente caída<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> cielo: la historia <strong><strong>de</strong>l</strong> dicho abate contada en directo—.<br />

Digamos pues que lo leí sin un minuto <strong>de</strong> reflexión hasta el final<br />

en que Gérard, elegantemente, regala a la Biblioteca Nacional<br />

el ejemplar que acaba <strong>de</strong> adquirir en subasta, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

que un representante <strong>de</strong> la misma pujase contra él.<br />

—Espera, espera —dirás—. Conozco la escena, la he leído<br />

antes que tú, en Angélica. Gérard no regala el ejemplar a la Nacional,<br />

sino a la Biblioteca Imperial.<br />

—Sí. Porque entre la publicación en folletín <strong>de</strong> Los contrabandistas<br />

<strong>de</strong> sal que estamos comentando y la publicación en libro<br />

<strong>de</strong> Angélica que leíste, Francia cambió <strong>de</strong> régimen. El príncipe<br />

presi<strong>de</strong>nte Luis Napoleón se convirtió en el emperador<br />

Napoleón III, y <strong>de</strong> ahí el cambio <strong>de</strong> adjetivo.<br />

Pero ésa no es la cuestión. Imagínate<br />

qué suerte para mí, que no conocía<br />

casi a Nerval. Y para ti, que si sólo has<br />

leído una hija <strong><strong>de</strong>l</strong> fuego, que es una hija<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> aire, y un iluminado, que es un espíritu<br />

libre, siempre te faltará lo que les<br />

une: el aire <strong>de</strong> familia. <strong>La</strong> tía abuela Angélica<br />

y su sobrino nieto el abate son dos<br />

prisioneros que se eva<strong>de</strong>n, dos empecinados<br />

<strong>de</strong> la libertad. Y Gérard se les parece<br />

como una gota <strong>de</strong> agua. El abate, “que nunca renunciaba<br />

a una opinión”, acaba escapando <strong>de</strong> la Bastilla. Gérard se atribuye<br />

la misma obstinación: “A pesar <strong>de</strong> las digresiones naturales<br />

a mi forma <strong>de</strong> escribir, nunca renuncio a una i<strong>de</strong>a.” En<br />

cuanto a Angélica, que confun<strong>de</strong> la libertad con el amor, se<br />

obstina en amar a <strong>La</strong> Corbiniére que no es su tipo, igual que<br />

Gérard a su corista Swann O<strong>de</strong>tte y Robert Desnos a su cantante<br />

Yvonne George. Por eso, ahora me toca a mí aconsejarte<br />

que leas las cosas tal como surgieron <strong><strong>de</strong>l</strong> azar vagabundo, <strong>de</strong> la<br />

tinta fresca y las prisas, entre un 24 <strong>de</strong> octubre y un 22 <strong>de</strong> diciembre<br />

en Le National.<br />

Me gusta imaginarme a algún antepasado tuyo o mío —<br />

poco importa, con tal <strong>de</strong> que estuviese suscrito a ese periódico—<br />

divirtiéndose con <strong>La</strong> muerte <strong>de</strong> Rousseau, contada por<br />

Sylvain, el amigo <strong>de</strong> infancia que enseñó a Gérard a espantar<br />

a las urracas <strong>de</strong> sus nidos, y preguntándose cuál va a ser la siguiente<br />

digresión <strong>de</strong> este Sr. <strong>de</strong> Nerval (al que quizá ya haya<br />

escrito, como buen lector, a propósito <strong>de</strong> la ortografía o la<br />

heráldica), sin darse cuenta <strong>de</strong> que la mención habitual “mañana<br />

la continuación” ha sido sustituida por un “próximamente<br />

la continuación”. Y la cara que pone al día siguiente,<br />

durante el <strong>de</strong>scanso dominical, cuando abre el periódico, todo<br />

contento, y <strong>de</strong>scubre, en el sitio y en lugar <strong><strong>de</strong>l</strong> folletín esperado,<br />

la siguiente “nota <strong>de</strong> redacción”: “Deseoso <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r<br />

ofrecer, por fin, a nuestros lectores la Historia <strong><strong>de</strong>l</strong> abate <strong>de</strong> Bucquoy,<br />

el Sr. Gérard <strong>de</strong> Nerval <strong>de</strong>sea consagrar todo su tiempo<br />

a la persecución <strong>de</strong> su inalcanzable héroe. Nos rendimos a los<br />

<strong>de</strong>seos <strong><strong>de</strong>l</strong> historiador y suspen<strong>de</strong>mos el curso <strong><strong>de</strong>l</strong> relato, hasta<br />

el día en que haya recuperado el libro, que ya no podrá seguir<br />

escapando por mucho tiempo a su perseverante búsqueda.”<br />

Cuando nosotros volvemos la página, nuestro antepasado<br />

ha esperado diez días.<br />

Primer encanto: vivir la vida al mismo tiempo que Gérard.<br />

Acompañarlo a la biblioteca, tomar el ferrocarril o el ómnibus<br />

con él y su amigo bretón, <strong>de</strong> quien sólo sé que luce ¡una barba<br />

republicana! Pasear por el bosque y cantar “para allanar el ca-<br />

12 la<strong>Gaceta</strong> número 408, diciembre <strong>2004</strong>


mino y poblar la soledad”. Después, pasar juntos una noche <strong>de</strong><br />

octubre, bebiendo un poco <strong>de</strong> más. Primer encanto: la forma<br />

en que nos hace compartir con él, en París o Senlis (El Cairo,<br />

Viena, allí don<strong>de</strong> va), los acontecimientos más anodinos a los<br />

que él confiere, mediante no sé qué tretas, una medida <strong>de</strong> tiempo<br />

diferente, una aureola. <strong>La</strong> anciana señora se aleja suspirando,<br />

lleva una jaula con un canario <strong>de</strong>ntro. El ven<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> pájaros<br />

lo ha rechazado. Escena corta, apenas unas líneas, que se<br />

prolonga infinitamente. Todavía se aleja suspirando, la anciana<br />

que roza la miseria, que ya sólo tiene un pájaro que ven<strong>de</strong>r.<br />

Una aureola <strong>de</strong> ternura envuelve su indigencia. Gérard le habría<br />

comprado ese canario, pero ha entregado todo su dinero a<br />

un librero a cambio <strong><strong>de</strong>l</strong> Elogio <strong>de</strong> un Bucquoy ¡que ni siquiera<br />

es el Bucquoy que anda buscando! Sin ser culpable siente remordimientos.<br />

Es muy suyo. Pero la actualidad apremia, no<br />

hay tiempo para el remordimiento, es un sentimiento <strong>de</strong>masiado<br />

lento. <strong>La</strong> siguiente entrega ya está aquí. <strong>La</strong> historia <strong>de</strong> la foca<br />

espera.<br />

Cualquiera que sea el episodio o el personaje que transita<br />

por él (el arqueólogo sospechoso, el adormecedor <strong>de</strong> pájaros,<br />

el bibliófilo que no lee sus libros “por miedo a cansarlos”, los<br />

policías susceptibles, la campanilla encantada, el ratón Moricaud,<br />

la foca que murió <strong>de</strong> amor, el corro <strong>de</strong> las niñas), <strong>de</strong>ja tras<br />

<strong>de</strong> sí esas huellas doradas que nos <strong>de</strong>vuelven a un tiempo no<br />

presente. “No se discute con un paleógrafo, se le <strong>de</strong>ja hablar.”<br />

<strong>La</strong> ocurrencia adquiere un aire <strong>de</strong> máxima. Un aire nos transporta<br />

a la edad media. En otoño, “sobre un islote, en una laguna<br />

<strong>de</strong> las que el Oise y el Aisne forman al <strong>de</strong>sbordarse”, las brumas<br />

transparentes y coloridas pintan el viaje a Citera. Una orla<br />

dorada bor<strong>de</strong>a o <strong>de</strong>sborda el instante. Entiendo “dorado” en<br />

un sentido antiguo, <strong>de</strong> pequeña verdad que hay que guardar,<br />

palabra <strong>de</strong> oro o tesoro <strong>de</strong> trasgo. El soneto “Versos dorados”<br />

le dará otra dimensión maravillosa, inspirada en el “Todo es<br />

sensible” <strong>de</strong> Pitágoras. Pero, por ahora, es su prosa la que va<br />

iluminando a través <strong><strong>de</strong>l</strong> follaje, la vida tan sensible, y hasta el<br />

alma concreta <strong>de</strong> los animales. ¡Cómo! ¿Nimbados el canario,<br />

la foca, el ratón? Claro que sí. Y hasta las larvas <strong>de</strong> gusano se<br />

transforman en los cria<strong>de</strong>ros don<strong>de</strong> “los capullos estrellan como<br />

<strong>de</strong> olivas <strong>de</strong> oro los apretados racimos”. Como si la inquietud<br />

<strong>de</strong> Gérard (esa que le obliga a moverse tanto) se acompañase<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> don, aún más profundo, <strong>de</strong> la quietud. Quietud en armonía<br />

con el mundo, con la posesión<br />

poética <strong>de</strong> lo vivo. Sus ojos grises espolvorean<br />

<strong>de</strong> oro una realidad que oye, capta<br />

y transmite con extraordinaria acuidad.<br />

Como si en el fondo, no existiese<br />

diferencia entre aquí, allá, ahora y antes.<br />

¿Los creía semejantes? Sí, más aún, hermanos.<br />

Cuando Archambault <strong>de</strong> Bucquoy, en<br />

una taberna <strong>de</strong> Borgoña don<strong>de</strong> la comida<br />

está <strong>de</strong>masiado salada (<strong>de</strong> ahí vendrán<br />

todos sus problemas), se <strong>de</strong>clara quietista,<br />

¿está bromeando? Todos sus cambios<br />

<strong>de</strong> estado han perseguido la quietud: fue<br />

<strong>de</strong>ísta, <strong>de</strong>spués cartujo, entró en la Trapa,<br />

se salió, se convirtió al Dios <strong>de</strong> san<br />

Pablo, fundó y dirigió una comunidad<br />

<strong>de</strong> nombre bastante radical, El Muerto<br />

(“ese nombre simbolizaba para él el olvi-<br />

do <strong>de</strong> los dolores <strong>de</strong> la vida y el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso eterno”), pero<br />

aquello no duró, tanto mejor. Por último, al <strong>de</strong>spertar <strong>de</strong> un<br />

<strong>de</strong>smayo, cuando lo rescatan <strong><strong>de</strong>l</strong> foso <strong>de</strong> agua que ro<strong>de</strong>a la prisión<br />

<strong>de</strong> <strong>La</strong> Fére, murmura que la Provi<strong>de</strong>ncia lo ha abandonado.<br />

¡Inmediatamente se hace sospechoso <strong>de</strong> calvinismo! Entonces,<br />

¿por qué ha renunciado a vivir como un santo? Porque,<br />

a pesar <strong>de</strong> mil esfuerzos <strong>de</strong> contemplación, no ha “conseguido<br />

hacer milagros”. Razón indiscutible. Quizá la divina Provi<strong>de</strong>ncia<br />

lo ha llevado a la cárcel para hacer milagros y <strong>de</strong> ese modo<br />

entrar en una leyenda dorada que no es la prevista, pero sí la <strong>de</strong><br />

los gran<strong>de</strong>s evadidos. Casanova, gran técnico <strong>de</strong> la evasión, leyó<br />

su Historia y utilizó una <strong>de</strong> sus estratagemas para escapar <strong>de</strong><br />

la prisión <strong>de</strong> los Plomos, en Venecia. Sea cual fuere la jaula o<br />

el calabozo, el abate consigue abrir la puerta, atraviesa los barrotes.<br />

Incluso <strong>de</strong> la Bastilla, <strong>de</strong> don<strong>de</strong> era imposible escaparse,<br />

según afirmaba un dicho popular. Antes que <strong>La</strong>tu<strong>de</strong>. Su<br />

energía es verda<strong>de</strong>ramente milagrosa, jamás se acobarda, salvo<br />

una vez. Como Gérard.<br />

¿Me permiten que incluya aquí un milagro <strong><strong>de</strong>l</strong> cual yo sería<br />

la autora, gracias a él? Era la primavera <strong>de</strong> nuestro primer y segundo<br />

encuentro, es <strong>de</strong>cir, año 1994. Yo estaba firmando en<br />

una librería próxima a Saint-Sulpice un librito taurino (en cuyo<br />

título aparece una flor, una rosa no, un clavel) cuando pasó<br />

por allí un cineasta al que no reconocí inmediatamente, pues<br />

apenas lo conocía. Contenta, le hice una pregunta. Cuando no<br />

estoy contenta evito hacerlas. —¿Está trabajando en algo? —<br />

Sí. —¿Preparando una película? —Sí. —¿<strong>La</strong> Historia <strong><strong>de</strong>l</strong> abate<br />

<strong>de</strong> Bucquoy?<br />

Creo que hasta omití el signo <strong>de</strong> interrogación. El espanto<br />

heló su mirada a tal punto que se le empañaron las gafas. Llevaba<br />

semanas trabajando en esa historia para convertirla en una<br />

película. Yo admiraba otra obra suya, Los últimos días <strong>de</strong> Immanuel<br />

Kant, basada en el relato homónimo <strong>de</strong> Thomas <strong>de</strong> Quincey,<br />

y lejos <strong>de</strong> ser una pitonisa tan sólo me <strong>de</strong>jaba llevar por mi<br />

propia aventura que <strong>de</strong> Thomas <strong>de</strong> Quincey me había conducido<br />

a Gérard <strong>de</strong> Nerval… Pensaba que mi aventura era también<br />

la suya. ¿Cuándo veremos al abate en el cine, evadiéndose<br />

eternamente?<br />

Traducción <strong>de</strong> Matil<strong>de</strong> Paris.<br />

número 408, diciembre <strong>2004</strong> la<strong>Gaceta</strong> 13


Neruda, retratista <strong>de</strong> poetas<br />

Darío Oses<br />

El año que termina estuvo marcado, entre otras<br />

celebraciones, por el centenario <strong><strong>de</strong>l</strong> nacimiento <strong>de</strong><br />

quien habría <strong>de</strong> conocerse como Pablo Neruda.<br />

<strong>La</strong> filial chilena <strong><strong>de</strong>l</strong> <strong>FCE</strong> preparó A éstos yo canto y yo nombro,<br />

una antología que recupera un proyecto que el autor <strong>de</strong><br />

Confieso que he vivido no pudo llevar a cabo: reunir en<br />

un volumen los textos que Neruda escribió para<br />

celebrar, dialogar o discutir con otros escritores.<br />

Presentamos aquí parte <strong><strong>de</strong>l</strong> prólogo que da cuenta<br />

<strong>de</strong> su contenido, escrito por el antologador<br />

“Pablo Neruda estuvo <strong>de</strong> paso por Santiago con <strong>de</strong>stino a Isla<br />

Negra, y me dio el encargo <strong>de</strong> comunicarle que está pensando<br />

publicar un libro que contenga todos sus poemas sobre escritores…”<br />

Esta comunicación la hacía Homero Arce a Rodolfo<br />

Araoz Alfaro, en carta <strong><strong>de</strong>l</strong> 12 <strong>de</strong> marzo <strong>de</strong> 1961. El libro <strong>de</strong>bería<br />

hacerse en 100 a 200 ejemplares y ven<strong>de</strong>rse por suscripción.<br />

Como iba a imprimirse en Buenos Aires, Neruda <strong>de</strong>seaba saber<br />

si Araoz —con el que tenía una vieja amistad y quien era,<br />

a<strong>de</strong>más, el esposo <strong>de</strong> su íntima amiga y biógrafa, Margarita<br />

Aguirre— podía encargarse <strong>de</strong> organizar la edición. Este libro<br />

nunca se hizo.<br />

Des<strong>de</strong> 1961, cuando se proyecta esta edición, hasta 1973,<br />

año <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> Neruda, su producción <strong>de</strong> escritos sobre<br />

escritores, creció consi<strong>de</strong>rablemente. Se ha facilitado, a<strong>de</strong>más,<br />

el acceso a toda la obra <strong><strong>de</strong>l</strong> poeta, incluyendo sus escritos dispersos,<br />

principalmente gracias al encomiable trabajo <strong>de</strong> edición<br />

<strong>de</strong> las Obras completas, realizado por Hernán Loyola. Por<br />

último, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> 1961 hasta hoy también se ha expandido la fama<br />

<strong>de</strong> Neruda. Así, al conmemorarse el centenario <strong>de</strong> su natalicio,<br />

se justifica hacer un libro parecido al que el mismo poeta proyectó,<br />

pero en una edición que tenga un alcance mucho mayor<br />

que aquella <strong>de</strong> 100 a 200 ejemplares en que se pensaba a principios<br />

<strong>de</strong> los años sesenta.<br />

Neruda entabló relaciones <strong>de</strong> amistad, afinidad y hasta <strong>de</strong><br />

hermandad con escritores vivos y muertos; reconoció la <strong>de</strong>uda<br />

que tenía con ellos, les rindió homenaje o los evocó en diversas<br />

páginas y poemas.<br />

Es cierto que Neruda muchas veces puso al libro en conflicto<br />

con la vida: “Libro, cuando te cierro / abro la vida…” o “Libro,<br />

déjame libre”, proclama en su “Oda al libro”, y “Hoy, alegría,<br />

/ encontrada en la calle, / lejos <strong>de</strong> todo libro acompáñame…”<br />

escribe en “Oda a la alegría”. A pesar <strong>de</strong> eso, Neruda<br />

fue <strong>de</strong>s<strong>de</strong> muy joven un ávido lector, y luego un fino bibliófilo,<br />

conocedor y coleccionista <strong>de</strong> obras valiosas y ediciones raras.<br />

Formó dos magníficas bibliotecas en las que pue<strong>de</strong>n seguirse<br />

las pistas <strong>de</strong> sus preferencias literarias.<br />

Por otra parte, Neruda propuso una poesía antilibresca, antiintelectual,<br />

una poesía “sin pureza”, como el mismo la llamó,<br />

o que fuera como otro <strong>de</strong> los elementos <strong>de</strong> la naturaleza. A pesar<br />

<strong>de</strong> esto, buena parte <strong>de</strong> la obra poética <strong>de</strong> Neruda tiene<br />

fuentes literarias.<br />

Neruda no sólo hizo poemas a escritores y poetas, sino que<br />

entabló diálogos intertextuales con diversos autores, y él mismo<br />

<strong>de</strong>claró: “no hay Rubén Darío sin Góngora, ni Apollinaire<br />

sin Rimbaud, ni Bau<strong><strong>de</strong>l</strong>aire sin <strong>La</strong>martine, ni Pablo Neruda sin<br />

todos ellos juntos.” 1 En un seminario organizado con motivo<br />

<strong>de</strong> sus 60 años, al referirse a su propio aprendizaje <strong><strong>de</strong>l</strong> oficio,<br />

habla <strong>de</strong> “la expresión hecha camino, encontrado a través, precisamente,<br />

<strong>de</strong> muchas influencias y <strong>de</strong> muchos aportes”. 2<br />

Orlando Mason, poeta <strong>de</strong> Temuco, fundador <strong><strong>de</strong>l</strong> diario local<br />

<strong>La</strong> Mañana, don<strong>de</strong> el Neruda adolescente publicó sus primeros<br />

poemas y crónicas, recordaba que éste “antes <strong>de</strong> saber<br />

leer, ya tomaba el libro <strong><strong>de</strong>l</strong> revés y repetía lo que había oído.” 3<br />

Según Rodríguez Monegal el más po<strong>de</strong>roso estímulo para los<br />

afanes <strong>de</strong> lector <strong>de</strong> Neruda fueron sus primeros libros: “Búfalo<br />

Bill (<strong><strong>de</strong>l</strong> que <strong>de</strong>spués renegaría por motivos políticos), Emilio<br />

Salgari y las inagotables aventuras en un oriente <strong>de</strong> pacotilla;<br />

Jules Verne, que <strong>de</strong>jara sus fábulas tatuadas en la entraña<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> poeta y recibiría visible homenaje en algunas ilustraciones<br />

<strong>de</strong> Estravagario, y también los libros para gran<strong>de</strong>s que el niño<br />

leía a medias, entreadivinando: libros cuasi pornográficos <strong>de</strong><br />

Vargas Vila, tan popular entonces…, <strong>de</strong> Jorge Isaacs (cuya María<br />

es todo un manual <strong><strong>de</strong>l</strong> amor adolescente), <strong>de</strong> Gorki y <strong>de</strong> Felipe<br />

Trigo, <strong>de</strong> Di<strong>de</strong>rot y <strong>de</strong> Bernardin Saint Pierre; las aventuras<br />

<strong>de</strong> Fantomas y <strong>de</strong> Rocambole, las obras <strong>de</strong> Victor Hugo…<br />

Lee <strong>de</strong> todo y <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nadamente a lo largo <strong>de</strong> los largos días<br />

<strong>de</strong> la infancia y la adolescencia.” 4<br />

El mismo poeta ha <strong>de</strong>jado testimonios <strong>de</strong> sus avi<strong>de</strong>ces <strong>de</strong><br />

lector: “El saco <strong>de</strong> la sabiduría humana se había roto y se <strong>de</strong>sgranaba<br />

en la noche <strong>de</strong> Temuco. No dormía ni comía leyendo<br />

[…] Para mí los libros fueron como la misma selva en que me<br />

perdía, en que continuaba perdiéndome”, recordaba en 1954. 5<br />

Ya en el Liceo <strong>de</strong> Temuco, el poeta leyó a algunos <strong>de</strong> los autores<br />

con los que entablaría una amistad <strong>de</strong> toda la vida. Él recuerda<br />

que Gabriela Mistral le prestó libros que lo introdujeron<br />

en la gran literatura rusa. Su profesor <strong>de</strong> francés, Ernesto<br />

Torrealba, lo inició en la lectura <strong>de</strong> los poetas simbolistas franceses:<br />

Bau<strong><strong>de</strong>l</strong>aire, Verlaine y sobre todo Rimbaud.<br />

En las crónicas que el joven poeta escribe para el diario <strong>La</strong><br />

1 Pablo Neruda, “Mariano <strong>La</strong>torre, Pedro Prado y mi propia sombra…”,<br />

en Pablo Neruda, Obras completas, tomo iv, “Nerudiana dispersa<br />

i”, edición <strong>de</strong> Hernán Loyola, Barcelona, Galaxia Gutenberg,<br />

2001, Círculo <strong>de</strong> Lectores.<br />

2 Emir Rodríguez Monegal apunta: “Como todo gran poeta […]<br />

Neruda se apoya en la poesía ajena. Si Darío, Sabat Ercasty, Huidobro,<br />

la Mistral, Tagore o Whitman marcan sus primeros versos, otros<br />

nombres y otros poemas seguirán influyéndolo. Como Shakespeare,<br />

como Molière, como Goethe, como Hugo, Neruda se alimenta <strong>de</strong> la<br />

poesía <strong>de</strong> su tiempo con la misma naturalidad con que también aprovecha<br />

la poesía <strong><strong>de</strong>l</strong> fabuloso pasado.” Emir Rodríguez Monegal, Neruda,<br />

el viajero inmóvil, Caracas, Monte Ávila, 1977, p. 64.<br />

3 Emir Rodríguez Monegal, op. cit.<br />

4 Ibid.<br />

5 Pablo Neruda, “Infancia y poesía” (1954), en Pablo Neruda, op. cit.<br />

14 la<strong>Gaceta</strong> número 408, diciembre <strong>2004</strong>


Mañana, <strong>de</strong> Temuco, entre 1920 y 1921, y para la revista Claridad,<br />

<strong>de</strong> la Fe<strong>de</strong>ración <strong>de</strong> Estudiantes, entre 1921 y 1926, y en<br />

ciertos prólogos y presentaciones, pue<strong>de</strong>n seguirse algunas <strong>de</strong><br />

sus lecturas <strong>de</strong> esos años. “Enterrados en la quietud <strong>de</strong> un pueblo<br />

muy pequeño, hemos leído a Azorín —escribe el 12 <strong>de</strong> abril<br />

<strong>de</strong> 1920— y esto tiene un encanto doble: una página <strong>de</strong> Azorín<br />

es un día <strong>de</strong> vida <strong>de</strong> pueblo, vida sencilla, buena, casi buena.”<br />

En diciembre <strong>de</strong> 1922 publica una nota elogiosa sobre Los<br />

gemidos <strong>de</strong> Pablo <strong>de</strong> Rokha, que con el tiempo se convertiría en<br />

su más enconado enemigo literario.<br />

Su primera alusión a Whitman, que fue la más importante<br />

<strong>de</strong> sus influencias literarias, la hace Neruda en una breve nota<br />

en Claridad, el 5 <strong>de</strong> mayo <strong>de</strong> 1923, en la que comenta una traducción<br />

hecha por Torres Rioseco: “bellas palabras <strong><strong>de</strong>l</strong> varón<br />

<strong>de</strong> Cam<strong>de</strong>m, vertidas por primera vez en un castellano digno<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> que escribiera en inglés”. 6 […]<br />

En un artículo titulado “Figuras <strong>de</strong> la noche silenciosa. <strong>La</strong><br />

infancia <strong>de</strong> los poetas”, publicado en Zig-Zag, el 20 <strong>de</strong> octubre<br />

<strong>de</strong> 1923, Neruda habla <strong>de</strong> Papini, <strong>de</strong> Bau<strong><strong>de</strong>l</strong>aire, <strong>de</strong> Octavio<br />

Mirbeau, <strong><strong>de</strong>l</strong> peruano Val<strong><strong>de</strong>l</strong>omar, y <strong>de</strong><br />

su contemporáneo y coterráneo Romeo<br />

Murga. Examina brevemente las soleda<strong>de</strong>s<br />

y tristezas infantiles <strong>de</strong> todos ellos:<br />

“A través <strong>de</strong> los campos; junto a las ventanas<br />

don<strong>de</strong> cantan y sollozan las lluvias<br />

australes; abandonados en la seca campiña<br />

florentina, olvidados en la Bretaña<br />

acre, en el Perú soñoliento, en Chile. En todas partes el niño<br />

entristecido que no habla…” Estas visiones transversales <strong>de</strong> un<br />

tema a través <strong>de</strong> distintos autores, dan cuenta, una vez más, <strong>de</strong><br />

la amplia gama <strong>de</strong> lecturas <strong>de</strong> Neruda.<br />

De las lecturas <strong>de</strong> su estadía en oriente, entre 1927 y 1932,<br />

hay valiosos testimonios en las cartas que el poeta le envía a su<br />

amigo argentino Héctor Eandi. Así, por ejemplo, en una fechada<br />

en Rangoon, en septiembre <strong>de</strong> 1928, Neruda agra<strong>de</strong>ce a<br />

su corresponsal el envío <strong>de</strong> Don Segundo Sombra, <strong>de</strong> Güiral<strong>de</strong>s:<br />

“lo leí con sed y como si hubiera podido ten<strong>de</strong>rme otra vez en<br />

los campos <strong>de</strong> trébol <strong>de</strong> mi país, escuchando a mi abuelo y a<br />

mis tíos”, le dice. En otra carta que fecha en Ceilán, en octubre<br />

<strong>de</strong> 1931, comenta que le parecen interesantes “los nuevos<br />

escritores ingleses”. Se refiere a Joyce, <strong>La</strong>wrence y Aldous<br />

Huxley. Califica Contrapunto como una “formidable masa <strong>de</strong><br />

ingenio”. También cuenta que ha leído por cuarta vez a Proust<br />

y que le gusta más que antes.<br />

Con los cargos consulares que obtiene en Buenos Aires y<br />

luego en Barcelona y en Madrid, se amplían sus horizontes <strong>de</strong><br />

lectura y también sus amista<strong>de</strong>s literarias. En la capital argentina<br />

conoce a uno <strong>de</strong> sus amigos más entrañables, Fe<strong>de</strong>rico García<br />

Lorca. En España es acogido fraternalmente por los poetas<br />

<strong>de</strong> la generación <strong><strong>de</strong>l</strong> 27. “España, cuando pisé su suelo, me dio<br />

todas las manos <strong>de</strong> sus poetas, y con ellos compartí el pan y el<br />

vino, en la amistad categórica <strong><strong>de</strong>l</strong> centro <strong>de</strong> mi vida”, escribía<br />

Neruda en 1940, en un artículo sobre sus amista<strong>de</strong>s y enemista<strong>de</strong>s<br />

literarias. En éste, junto a Miguel Hernán<strong>de</strong>z, Rafael Alberti,<br />

Vicente Salas Viú y Arturo Serrano Plaja, evoca a Vicente<br />

Aleixandre: “Su profunda y maravillosa poesía es la revelación<br />

<strong>de</strong> un mundo dominado por fuerzas misteriosas”, anota.<br />

Luego califica a Aleixandre como “el poeta más secreto <strong>de</strong> Es-<br />

6 Ibid.<br />

Neruda entabló relaciones <strong>de</strong> amistad,<br />

afinidad y hasta <strong>de</strong> hermandad<br />

con escritores vivos y muertos;<br />

reconoció la <strong>de</strong>uda que tenía con<br />

ellos, les rindió homenaje o los<br />

evocó en diversas páginas y poemas<br />

paña”, comentando que “el esplendor sumergido <strong>de</strong> sus versos”<br />

lo emparentaba con nuestro Rosamel <strong><strong>de</strong>l</strong> Valle. Recordaba Neruda<br />

que Aleixandre, a causa <strong>de</strong> una enfermedad ya <strong>de</strong> varios<br />

años, no salía nunca <strong>de</strong> su casa. Por eso se apasionaba con el relato<br />

que le hacía el poeta chileno <strong>de</strong> sus largas caminatas por la<br />

ciudad: “Yo le llevo la vida <strong>de</strong> Madrid, los viejos poetas que <strong>de</strong>scubro<br />

en las interminables librerías <strong>de</strong> Atocha…”<br />

Describe, finalmente, Neruda una modalidad <strong>de</strong> lectura en<br />

dúo, que tal vez sea otra <strong>de</strong> las manifestaciones <strong>de</strong> su amistad<br />

con Aleixandre: “leemos largamente a Pedro <strong>de</strong> Espinosa, Soto<br />

<strong>de</strong> Rojas, Villamediana. Buscábamos en ellos los elementos<br />

mágicos y materiales que hacen <strong>de</strong> la poesía española en una<br />

época cortesana, una corriente persistente y vital <strong>de</strong> claridad y<br />

<strong>de</strong> misterio”.<br />

En 1954, en el acto en que hizo donación <strong>de</strong> su biblioteca a<br />

la Universidad <strong>de</strong> Chile, Neruda pronunció un discurso que es<br />

bastante revelador <strong>de</strong> sus preferencias <strong>de</strong> lectura. En él habla<br />

<strong>de</strong> Alejandro Pushkin, <strong>de</strong> Victor Hugo, <strong>de</strong> Rimbaud, y <strong>de</strong> dos<br />

poetas amigos que le <strong>de</strong>dicaron sus obras: García Lorca y Paul<br />

Éluard. Cuenta la emoción con que<br />

compró magníficas ediciones <strong>de</strong> Garcilaso<br />

y <strong>de</strong> Góngora. Cita a dos <strong>de</strong> sus<br />

poetas favoritos <strong><strong>de</strong>l</strong> siglo <strong>de</strong> oro español:<br />

Pedro Soto <strong>de</strong> Rojas y Francisco <strong>de</strong> la<br />

Torre. Termina diciendo, sobre sus libros:<br />

“Aquí está reunida la belleza que<br />

me <strong>de</strong>slumbró y el trabajo subterráneo<br />

<strong>de</strong> la conciencia que me condujo a la razón, pero también he<br />

amado estos libros como objetos preciosos, espuma sagrada <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

tiempo en su camino, frutos esenciales <strong><strong>de</strong>l</strong> hombre.”<br />

Los autores que más admiró el poeta fueron, sin duda, Quevedo,<br />

Victor Hugo, Rubén Darío, Mayakovski, Rimbaud y sobre<br />

todo Whitman. En las notas sobre dichos escritores se <strong>de</strong>sarrollan<br />

las relaciones entre Neruda y éstos y otros poetas con<br />

los que siempre dialogó directa o intertextualmente.<br />

Entre sus amista<strong>de</strong>s literarias no pue<strong>de</strong> omitirse a Miguel<br />

Ángel Asturias. En 1965 ambos protagonizaron una aventura<br />

libresca gastronómica que <strong>de</strong>jó como resultado el libro Comiendo<br />

en Hungría, publicado por la editorial Corvina <strong>de</strong> Budapest.<br />

El gobierno húngaro, empeñado en promover el turismo<br />

a través <strong>de</strong> la exaltación <strong>de</strong> la cocina nacional, invitó a los<br />

número 408, diciembre <strong>2004</strong> la<strong>Gaceta</strong> 15


dos autores a recorrer el país <strong>de</strong>gustando los platos y los vinos<br />

tradicionales <strong>de</strong> cada región. En un brindis que ambos hicieron<br />

en la taberna “El Puente”, Neruda y Asturias evocaron a un<br />

tercer escritor, el húngaro Gyula Krudy, que frecuentaba ese<br />

local. Neruda dijo entonces unas palabras que revelan su sentido<br />

terrenal <strong>de</strong> la literatura: “Hizo bien Gyula Krudy en <strong>de</strong>jar<br />

no sólo libros en las estanterías, sino este plato que sale cada<br />

hora <strong>de</strong> la parrilla […] y esta fuente monumental que reúne la<br />

sabiduría <strong>de</strong> Krudy, son parte <strong>de</strong> sus mejores páginas. Nos hemos<br />

comido estas páginas con <strong><strong>de</strong>l</strong>eite y bebemos una copa <strong>de</strong><br />

vino a la memoria <strong><strong>de</strong>l</strong> compañero inmortal.”<br />

El tema <strong>de</strong> esta antología son los autores, no las obras. Sólo<br />

excepcionalmente hemos incluido un texto acerca <strong>de</strong> una<br />

obra, y es sobre los “Sonetos <strong>de</strong> la muerte”, <strong>de</strong> Gabriela Mistral,<br />

que complementa el escrito que se incluye acerca <strong>de</strong> nuestra<br />

enorme poeta. Esto no significa que no haya, en muchos<br />

discursos, prólogos o presentaciones que hizo Neruda <strong>de</strong> libros<br />

u obras, consi<strong>de</strong>raciones importantes acerca <strong>de</strong> sus autores. Es<br />

el caso <strong><strong>de</strong>l</strong> prólogo a El oficio ciudadano (1973). En él, Neruda<br />

escribe sobre su autor, Volodia Teitelboim: “Todo el país conoce<br />

su pensamiento exigente y su soberana expresión. Muy pocas<br />

veces el Senado, a pesar <strong>de</strong> sus orígenes patricios y <strong>de</strong> su<br />

larga trayectoria republicana, ha escuchado razonamientos más<br />

elevados, argumentos más consi<strong>de</strong>rables, <strong>de</strong>fensas más apasionadas<br />

y rigurosas <strong>de</strong> los <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong> nuestro pueblo, <strong>de</strong> tal manera<br />

que su inteligencia se ha convertido en la conciencia cívica<br />

<strong>de</strong> nuestra patria.” Neruda <strong>de</strong>staca en este texto al ciudadano<br />

Teitelboim, habiendo realzado ya sus méritos <strong>de</strong> escritor en<br />

el prólogo a la segunda edición <strong>de</strong> Hijo <strong><strong>de</strong>l</strong> salitre (1952).<br />

Hay que advertir que la amistad <strong>de</strong> Neruda con algunos escritores<br />

no siempre guardó una proporción directa con los textos<br />

que les <strong>de</strong>dicó. Es el caso, por ejemplo, <strong>de</strong> su gran amigo<br />

Francisco Coloane. Acerca <strong>de</strong> él hemos encontrado alusiones<br />

elogiosas en diversos discursos <strong>de</strong> Neruda, y sólo una breve nota<br />

que le dirige cuando gana el Premio Nacional <strong>de</strong> Literatura,<br />

en 1964, y que empieza <strong>de</strong>clarando: “Para abrazar a Coloane<br />

hay que tener brazos largos como ríos…”<br />

Neruda no <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñó la literatura <strong>de</strong> entretención. En una entrevista<br />

con Rita Guibert reconoció que era un gran lector <strong>de</strong><br />

novelas policiales. Declaró que el libro <strong>de</strong> este género que más<br />

lo conmovió fue A Coffin for Dimitrios, 7 <strong>de</strong> Eric Ambler, y que el<br />

autor al que consi<strong>de</strong>raba más gran<strong>de</strong> era James Hadley Chase.<br />

Le pareció encontrar “una extraña semejanza” entre su novela<br />

No Orchids for miss Blandish con Santuario, <strong>de</strong> William Faulkner.<br />

Mencionó también a Dashiell Hammet, “ese gran maestro <strong>de</strong> la<br />

literatura, modificador <strong>de</strong> toda una línea <strong>de</strong> la novela policial”, y<br />

a John Mc Donald. Agregó que casi todos los novelistas norteamericanos<br />

<strong>de</strong> este género son los críticos más severos <strong>de</strong> la sociedad<br />

capitalista. Para Neruda no hay <strong>de</strong>nuncia más fuerte <strong>de</strong> la<br />

corrupción <strong>de</strong> los políticos y policías y <strong>de</strong> los abusos <strong><strong>de</strong>l</strong> po<strong>de</strong>r<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> dinero, que la que hace la gran novela policial.<br />

Se ha hablado mucho <strong>de</strong> lo que Fari<strong>de</strong> Zerán <strong>de</strong>nominó “la<br />

guerrilla literaria” librada principalmente entre Neruda, Huidobro<br />

y <strong>de</strong> Rokha. Nial Binns se pregunta si Nicanor Parra fue<br />

un cuarto integrante <strong>de</strong> esta guerrilla. Después <strong>de</strong> examinar las<br />

relaciones fluctuantes entre Neruda y Parra concluye: “Más allá<br />

<strong>de</strong> las diferencias entre los dos poetas, cualquier persona que ha<br />

7 El verda<strong>de</strong>ro título <strong>de</strong> la novela es A Mask for Dimitrios. En la entrevista<br />

mencionada se cita con aquel título erróneo.<br />

conversado largamente con Parra se da cuenta <strong><strong>de</strong>l</strong> gran cariño<br />

que éste guarda para Neruda […] En este sentido, el poema<br />

‘Cristo <strong>de</strong> Elqui <strong>de</strong>plora la muerte <strong>de</strong> Neruda’, publicado en<br />

Poesía política con la voz <strong>de</strong> la ‘persona’ <strong><strong>de</strong>l</strong> viejo predicador, es<br />

una muestra <strong><strong>de</strong>l</strong> afecto que retiene Parra para Neruda…” 8<br />

En una entrevista que Jorge <strong>La</strong>fforgue le hace a Neruda en<br />

marzo <strong>de</strong> 1971, el poeta <strong>de</strong>clara: “En cuanto a Parra, no hay<br />

ninguna duda <strong>de</strong> que es un poeta lleno <strong>de</strong> inventiva y un gran<br />

creador. Hay gente que quiere ponerlo en contra mío y hacer<br />

el juego <strong>de</strong> la politiquería literaria, que no tiene ninguna supervivencia<br />

[…] Parra es un poeta a quien respeto mucho.”<br />

En 1954 Neruda escribe una nota <strong>de</strong> presentación <strong>de</strong> Poemas<br />

y antipoemas <strong>de</strong> Parra, don<strong>de</strong> dice: “Entre todos los poetas<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> sur <strong>de</strong> América, poetas extremadamente terrestres, la poesía<br />

versátil <strong>de</strong> Nicanor Parra se <strong>de</strong>staca por su follaje singular<br />

y sus fuertes raíces.” Agrega que la vocación poética en Parra<br />

“es tan po<strong>de</strong>rosa como lo fuera en Miguel Hernán<strong>de</strong>z”. […]<br />

El poeta no siempre alabó a los autores a los que conoció o<br />

que leyó. También interpeló con dureza a unos cuantos <strong>de</strong><br />

ellos, como lo hace en el poema “Algunos”, <strong>de</strong> Fin <strong>de</strong> mundo,<br />

don<strong>de</strong> hay una clara alusión a Lezama Lima: “Pero no sintieron<br />

crecer / sino secretos paradisos / estos algunos olvidaron /<br />

la magia terrestre <strong>de</strong> Cuba / y la insigne revolución […] / pero<br />

el <strong>de</strong>ber que compartimos / es llenar las pana<strong>de</strong>rías / <strong>de</strong>stinadas<br />

a la pobreza. / Ahora resulta que es mejor/ el pornosófico<br />

monólogo.”<br />

En su dolido poema “A Miguel Hernán<strong>de</strong>z asesinado en los<br />

presidios <strong>de</strong> España”, <strong>de</strong> Canto general, Neruda escribe unos<br />

versos terribles contra Dámaso Alonso y Gerardo Diego: “que<br />

sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre/ en sus libros,<br />

los Dámasos, los Gerardos, los hijos / <strong>de</strong> perra, silenciosos<br />

cómplices <strong><strong>de</strong>l</strong> verdugo, / que no será borrado tu martirio, y tu<br />

muerte / caerá sobre toda su luna <strong>de</strong> cobar<strong>de</strong>s.” En sus memorias,<br />

tituladas Unos pocos amigos verda<strong>de</strong>ros, el pintor Santiago<br />

Ontañón anota que Neruda creyó que “ambos poetas pudieron<br />

haber hecho algo por remediar la situación <strong><strong>de</strong>l</strong> oriolano, estando<br />

en España, como estaban, y sin embargo no lo hicieron.<br />

Luego, Neruda comprendió, al cabo <strong>de</strong> un tiempo, que aquella<br />

mediación hubiera sido inútil.” El mismo Ontañón fue testigo<br />

<strong>de</strong> la reconciliación <strong><strong>de</strong>l</strong> poeta chileno con Gerardo Diego.<br />

Neruda <strong>de</strong>dicó pocos versos a sus enemigos literarios. Nunca<br />

quiso publicar su virulento “Aquí estoy”, escrito probablemente<br />

en 1935, en que arremete, entre otros, contra Huidobro<br />

y <strong>de</strong> Rokha. Incluimos en esta antología un solitario ejemplo<br />

<strong>de</strong> los muy escasos poemas <strong>de</strong> Neruda en contra <strong>de</strong> un escritor.<br />

Es la “Oda a Juan Tarrea”, <strong>de</strong>dicada a Juan <strong>La</strong>rrea.<br />

En este breve estudio hemos intentado dar una visión muy<br />

panorámica <strong><strong>de</strong>l</strong> universo <strong>de</strong> las lecturas y relaciones literarias<br />

<strong>de</strong> Neruda, como una introducción a la antología <strong>de</strong> los textos<br />

que el poeta escribió acerca <strong>de</strong> otros escritores. Como complemento<br />

pue<strong>de</strong>n consultarse las notas biográficas sobre los escritores<br />

a los que se <strong>de</strong>dican estos textos.<br />

Advertimos, finalmente, que este libro no preten<strong>de</strong> ser exhaustivo,<br />

pero sí intenta entregar algo <strong>de</strong> la parte más medular<br />

<strong>de</strong> lo que el poeta escribió sobre los poetas y escritores que fueron<br />

importantes en su vida y su obra.<br />

8 Nial Binns, “Neruda y Nicanor Parra ¿Un cuarto integrante en<br />

la guerrilla?”, en Boletín <strong>de</strong> la Fundación Pablo Neruda, núm. 18, Santiago<br />

<strong>de</strong> Chile, primavera <strong>de</strong> 1993.<br />

16 la<strong>Gaceta</strong> número 408, diciembre <strong>2004</strong>


Salto <strong>de</strong> mantarraya<br />

Carmen Boullosa<br />

Éste es el pasaje incial <strong><strong>de</strong>l</strong> largo poema Salto <strong>de</strong> mantarraya,<br />

que forma parte <strong><strong>de</strong>l</strong> volumen Salto <strong>de</strong> mantarraya<br />

(y otros dos), <strong>de</strong> próxima aparición en Letras Mexicanas.<br />

En su incesante exprimentación con el lenguaje, que<br />

va <strong><strong>de</strong>l</strong> extremo coloquialismo a una sutil erudición,<br />

Carmen Boullosa vuelve a la poesía con gran fuerza<br />

intimista, rayana en lo confesional<br />

Debo viajar <strong><strong>de</strong>l</strong> corazón al cuerpo.<br />

Viajar <strong><strong>de</strong>l</strong> corazón al cuerpo.<br />

Del corazón, con todo y el corazón,<br />

<strong>de</strong>bo llegar al sitio don<strong>de</strong> esperan sedientas las arterias,<br />

ocuparlo porque es mío y porque está hueco.<br />

El amor, el amor fue el latido<br />

que me sacó <strong>de</strong> la jaula <strong><strong>de</strong>l</strong> plectro.<br />

Afuera estoy, en sístole y en diástole.<br />

Desnudo voy, sin pecho, sin costillas.<br />

Fui radiante un momento. El oxígeno<br />

comenzó, como el agua lo hace al hierro,<br />

a oxidarme. Afuera, el viento era fuego,<br />

traidor también, y la tierra era agua,<br />

pues me ahogaba. Ardiendo y falta <strong>de</strong> aire,<br />

<strong>de</strong>bo volver al cuerpo que me da casa y cama<br />

a cambio <strong>de</strong> que yo, con su sangre, lo alimente.<br />

Voy hacia allá, con un puente lo intento,<br />

este que voy haciendo en palabras roncas.<br />

Miro a dón<strong>de</strong> quiero llegar, a mi cuerpo:<br />

el pecho abierto, el olor <strong><strong>de</strong>l</strong> semen.<br />

¿Soy yo lo que hay a<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la herida?<br />

De la herida mayor, la <strong>de</strong> la lanza.<br />

¡Repite, lanza, el golpe <strong>de</strong> la muerte!<br />

¡Pero atina! ¡Ya no estoy a<strong>de</strong>ntro!<br />

¡Afuera estoy ahora, te digo,<br />

sin mi casa <strong>de</strong> fuertes músculos<br />

ni el acompañamiento sabio <strong><strong>de</strong>l</strong> pulmón!<br />

¡No pegues, lanza centuriona, don<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>biera yo <strong>de</strong> ir, y estuve siempre,<br />

y quiero y <strong>de</strong>bo y necesito volver,<br />

<strong>de</strong>sesperado! Si pescas, si picas<br />

don<strong>de</strong> yo estoy supuesto (a<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mi pecho,<br />

arropado en mi cuerpo), te equivocas,<br />

como aquella <strong>de</strong>manda galilea<br />

que abrió el camino al golpe <strong>de</strong> tu filo.<br />

Centurión, ¡tira tu anzuelo a otro lado!<br />

¡Deja <strong>de</strong> estar hurgando en la herida!<br />

Suelta el pezón que pellizcan tu pulgar<br />

y otro <strong>de</strong>do, tal vez el <strong>de</strong> tu boda,<br />

el anular a quien falta la alianza.<br />

(Hasta en eso le has sido infiel,<br />

aceitándole el camino a tu punta<br />

con el <strong>de</strong>do anular, al que has robado<br />

décadas el anillo <strong>de</strong> bodas que traes<br />

<strong>de</strong> cualquier modo encarnado,<br />

como un hueso ciego <strong><strong>de</strong>l</strong> que no queremos hablar.)<br />

Yo estoy aquí, afuera, afuera, afuera,<br />

salida por el golpe <strong>de</strong> este amor<br />

que no supo o no quiso acogerme,<br />

que me <strong>de</strong>jó sin venas, sin pulmones,<br />

sin piel ni boca, ni palabras, claro.<br />

Escribo <strong>de</strong>jándome a mí mismo<br />

aquí, en el papel. Los corazones<br />

somos <strong>de</strong> tinta sangre. <strong>La</strong> mía<br />

está casi negra, color <strong>de</strong> mar,<br />

me lo ha dado la expulsión y la herrumbre.<br />

Con éstas escritas volveré a habitarme.<br />

Escribo:<br />

(pero antes <strong>de</strong>bo lamentar la mayor<br />

pérdida por volar acá, ido, suelto, expulsado:<br />

los vasos sanguíneos y la sed<br />

<strong>de</strong> finos hilos tejiendo la red<br />

que hace al mundo perceptible,<br />

que hace presentes al calor y al frío,<br />

al dolor y al huraño placer,<br />

a la oscura noche lunar <strong>de</strong> la caricia).<br />

número 408, diciembre <strong>2004</strong> la<strong>Gaceta</strong> 17


Entre el humor y la ironía.<br />

Entrevista con Luisa Valenzuela<br />

Eve Gil<br />

Nacida en Buenos Aires, Luisa Valenzuela es una <strong>de</strong> las<br />

escritoras argentinas vivas más admiradas y estudiadas.<br />

Hija <strong>de</strong> la también escritora Luisa Merce<strong>de</strong>s Levinson,<br />

recuerda los juegos <strong>de</strong> palabras que sostenía con Borges,<br />

los cuales <strong>de</strong>finieron no sólo su vocación <strong>de</strong> escritora sino<br />

sobre todo su visión <strong><strong>de</strong>l</strong> mundo. Inició su trayectoria<br />

literaria a los 17 años, y se mudó a Francia tres años más<br />

tar<strong>de</strong>; publicó su primera novela, Hay que sonreír, a los 21<br />

El ser “una-mujer-que-escribe” automáticamente la ubica en el mismo<br />

contexto <strong>de</strong> Isabel Allen<strong>de</strong>, Ángeles Mastretta o Marcela Serrano.<br />

Sin embargo sus personajes no cocinan, no levitan, no se cortan<br />

las venas por el amor; son, <strong>de</strong> hecho, muy críticas en su postura ante<br />

el mundo, muy pensantes, sarcásticas, y no ha faltado quien diga<br />

“Luisa Valenzuela escribe como hombre”. ¿Se consi<strong>de</strong>ra una escritora<br />

feminista?<br />

Soy feminista <strong>de</strong> nacimiento y <strong>de</strong> alma, no <strong>de</strong> dogma. Trato<br />

<strong>de</strong> escapar a las etiquetas pero hay una conciencia muy<br />

profunda y la tuve <strong>de</strong>s<strong>de</strong> chica, aunque no me daba cuenta.<br />

Nací con eso, casi. Una conciencia <strong>de</strong> nuestra posición y <strong>de</strong><br />

luchar por esa posición <strong>de</strong> la mujer y ayudar a las mujeres a<br />

luchar por eso, a enfrentar sus miedos, a enfrentar los <strong>de</strong>seos,<br />

el erotismo y el lenguaje. Sobre todo el lenguaje, don<strong>de</strong> te<br />

pue<strong>de</strong>n dominar a través <strong>de</strong> la palabra. Yo soy muy anterior a<br />

ese boom <strong>de</strong> la escritura femenina, ¡gracias a Dios!, porque<br />

vendo infinitamente menos pero siento que estoy teniendo<br />

una voz muy fuerte. Me siento más cercana a autoras como<br />

Margo Glantz, Elena Poniatowska (sus trabajos ensayísticos<br />

son magníficos), Antonieta Madrid o Carmen Naranjo. Antonieta<br />

es venezolana y Carmen, costarricense. A la que siempre<br />

recomiendo leer es a Clarice Lispector que ha muerto hace<br />

tiempo y no entró en el llamado boom latinoamericano porque<br />

realmente no hubo lugar para las mujeres, pero es una<br />

escritora <strong>de</strong> primerísima línea, lo mismo que la uruguaya Armonía<br />

Sommers. Entre las escritoras jóvenes que también se<br />

salen <strong>de</strong> ese contexto podría citar a Carmen Boullosa, Liliana<br />

Herb o Esther Cross.<br />

¿A qué atribuye que tantas escritoras que vale la pena leer no sean<br />

conocidas fuera <strong>de</strong> su país <strong>de</strong> origen?<br />

Tengo una teoría que a lo mejor es completamente falsa. Mi<br />

impresión es que hay escritoras que sacu<strong>de</strong>n un poco la cuestión<br />

patriarcal, lo que se llama falocentrismo, y entonces, al perturbar<br />

esta situación, quedan excluidas. En cambio, las que en<br />

apariencia reaccionan en contra <strong>de</strong> esto y aparentemente son<br />

transgresoras en realidad están siguiendo el mo<strong><strong>de</strong>l</strong>o masculino,<br />

el mo<strong><strong>de</strong>l</strong>o <strong>de</strong> lo que se espera que escriba la mujer. <strong>La</strong>s otras<br />

escribimos todo lo que no se espera. Yo tuve una suerte particular<br />

porque estuve mucho en Estados Unidos, pasé por México<br />

y eso me favoreció cuando Joaquín Mortiz publicó El gato eficaz,<br />

en 1972, que era un libro muy extraño y que en Argentina se<br />

publicó mucho <strong>de</strong>spués. Lo que me da México es maravilloso.<br />

Usted pone en labios <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> sus personajes una frase <strong>de</strong>finitoria <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

estilo literario <strong>de</strong> Luisa Valenzuela: “cuando oigo la palabra amor<br />

saco la pistola”; ¿por qué sus personajes masculinos siempre están en<br />

guerra con los femeninos?<br />

Tengo la horrible sensación <strong>de</strong> que ésa es la verdad <strong><strong>de</strong>l</strong> asunto,<br />

<strong>de</strong>sgraciadamente. Se entabla una lucha <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r y hasta<br />

que la mujer no encuentre su posición en el mundo y <strong>de</strong>ntro<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> lenguaje, va a ver una situación <strong>de</strong> dominación, aunque<br />

también hay mujeres muy fuertes que intentan dominar al<br />

hombre. Yo creo que mientras siga en pie esta lucha <strong>de</strong> las mujeres<br />

por encontrar su lugar en el lenguaje, encontrar la manera<br />

<strong>de</strong> expresar su <strong>de</strong>seo para entablar una conversación con el<br />

hombre, seguiremos en guerra. Entre la gente más joven está<br />

todo más suavizado, pero en mi generación y la siguiente se da<br />

la guerra <strong>de</strong> la que hablas… aunque también es una guerra maravillosa,<br />

florida, una guerra <strong>de</strong> amor, aunque la disparidad es<br />

tremenda. El hombre no entien<strong>de</strong> lo que la mujer dice, hablamos<br />

otro lenguaje, aunque no es tan cierto eso <strong>de</strong> que la mujer<br />

habla con el corazón y el hombre con la mente, ambos llegan<br />

a cerrarse: el hombre cierra su emoción y la mujer cierra su raciocinio<br />

y entran en guerra.<br />

Me llama la atención la constante intervención <strong>de</strong> la autora, no como<br />

personaje sino como Luisa Valenzuela, autora, cara a cara con los <strong>de</strong>más<br />

personajes, como en su novela Cola <strong>de</strong> lagartija…<br />

Porque yo me cuestiono, y en Cola fue feroz la lucha con el<br />

personaje central —López Rega, llamado El Brujo, consejero<br />

“espiritual” <strong>de</strong> Perón—. El hecho <strong>de</strong> escribir tiene para mí dos<br />

capas: una es escribir la historia en sí y la otra es la pregunta<br />

¿<strong>de</strong> dón<strong>de</strong> sale todo esto? ¿Qué es esto? ¿Qué está ocurriendo<br />

en la escritura? ¿Qué está diciendo este lenguaje? Entonces<br />

hay un choque ahí que se cuestiona y, al mismo tiempo, una<br />

historia que pugna por escribirse, por <strong>de</strong>cirse, y son cosas con<br />

las que a veces yo no estoy para nada <strong>de</strong> acuerdo. <strong>La</strong> <strong>de</strong>testo y<br />

la estoy escribiendo. Una vez Susan Sontag, cuando estaba escribiendo<br />

El amante <strong><strong>de</strong>l</strong> volcán, me dijo “estoy <strong>de</strong>sesperada porque<br />

me levantaba todas las mañanas y me encantaban estos<br />

personajes, era tan feliz y tenía como mus muñequitos… y ahora<br />

están haciendo cosas que <strong>de</strong>sapruebo vivamente, se están<br />

portando tan mal”, y yo le respondí, “¡Bienvenida a la novela!”<br />

Cuando pier<strong>de</strong>s el control, cuando empiezan a suce<strong>de</strong>r cosas<br />

fuera <strong>de</strong> tu lógica, es don<strong>de</strong> una está escribiendo la verdad y ese<br />

momento me fascina. Lo miro <strong>de</strong> fuera: este contacto con el<br />

inconsciente que está trabajando por un lado y esta cosa consciente<br />

que está mirando y diciendo ¿qué es lo que pasa?, ¿qué<br />

es esto?<br />

18 la<strong>Gaceta</strong> número 408, diciembre <strong>2004</strong>


A propósito <strong>de</strong> Cola <strong>de</strong> lagartija, ¿cómo <strong>de</strong>scribiría esta experiencia<br />

<strong>de</strong> escribir a salto <strong>de</strong> mata, al filo <strong>de</strong> la guillotina?<br />

En ese momento también estaba en México. Es curioso como<br />

todo entra a este país en mi vida literaria. El “filo <strong>de</strong> la guillotina”<br />

estaba un poco lejos, más bien era “la espada <strong>de</strong> Damocles”<br />

porque yo estaba en México, pero López Rega, que es el<br />

personaje central <strong>de</strong> esa novela, estaba prófugo, no se sabía<br />

dón<strong>de</strong>, así que muy bien podía estar acá. Y se <strong>de</strong>cía lo que se<br />

dice siempre que no aparece alguien, que se había hecho una<br />

cirugía estética, que ya nadie lo reconocía y portaba documentos<br />

falsos, y que me lo podía cruzar en la calle. A<strong>de</strong>más, acuérdate<br />

<strong>de</strong> que era brujo. Al mismo tiempo yo tenía la teoría <strong>de</strong><br />

que no lo podían tocar, aunque finalmente lo agarraron en<br />

Miami, mucho <strong>de</strong>spués, como en el 86 —Cola es <strong><strong>de</strong>l</strong> 83— y le<br />

dijo a Tomás Eloy Martínez, que había escrito <strong>La</strong> novela <strong>de</strong> Perón:<br />

“Ya sé que hay dos escritores que escribieron sobre mí y<br />

los dos van a recibir mi maldición.” Me llamó Tomás y me dijo:<br />

“López Rega está enfermo, lo van a operar, adivina <strong>de</strong><br />

qué… ¡<strong>de</strong> los testículos! —en la novela se menciona constantemente<br />

que El Brujo posee tres testículos y uno <strong>de</strong> ellos es nombrado<br />

“Estrella”—. Tantas cosas fueron premonitorias en esa<br />

novela. Creo que cuando uno está conectado es una antena y<br />

yo recibí cosas alucinantes. Aparte yo tenía unas hemorragias<br />

menstruales feroces, hasta que un día me di cuenta <strong>de</strong> que era<br />

como un río <strong>de</strong> sangre, que es lo que dice Cola <strong>de</strong> lagartija. Estoy<br />

segura <strong>de</strong> que una escribe con el cuerpo.<br />

<strong>La</strong> ironía es un recurso muy latino, pero<br />

ningún hombre lo maneja con la maestría<br />

<strong>de</strong> usted. Su ironía rebasa por mucho lo superficial,<br />

lo fun<strong>de</strong> con su lenguaje natural,<br />

al grado <strong>de</strong> que su escritura termina siendo<br />

una ironía. ¿Es producto <strong>de</strong> manipular el<br />

dolor o un don lingüístico?<br />

Creo que es un don, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> muy<br />

chiquita tenía. Borges <strong>de</strong>cía que yo era<br />

capaz <strong>de</strong> matar a mi madre por un juego<br />

<strong>de</strong> palabras. También hay una cosa verda<strong>de</strong>ra<br />

y es que corre una gota <strong>de</strong> sangre<br />

inglesa por mis venas. Mi abuelo materno,<br />

Levinson, era inglés, y pue<strong>de</strong> que <strong>de</strong><br />

ahí venga ese humor. Yo no concibo el mundo sin el sentido <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

humor y sin ironía, pero la ironía entra en el momento más doloroso,<br />

mientras que el humor es para celebrar lo jocoso, aunque<br />

estén muy cerca una <strong><strong>de</strong>l</strong> otro.<br />

Usted recicla mitos femeninos. Ha echado mano <strong>de</strong> Electra, <strong>de</strong> Caperucita<br />

Roja, <strong>de</strong> las princesas durmientes y sus príncipes azules (que<br />

tan nefastos han sido para las mujeres comunes) y a todos los ha sabido<br />

emparentar con los vicios emblemáticos <strong>de</strong> nuestra posmo<strong>de</strong>rnidad.<br />

¿Aceptaría que su narrativa es simbólica?<br />

Me gustaría que lo fuera. Yo parto <strong>de</strong> las preguntas y un día<br />

me pregunté por qué la mamá <strong>de</strong> Caperucita la manda al bosque<br />

sabiendo que es tan peligroso y surgió un cuento para contestar<br />

esa pregunta: “Si ésta es la vida, yo soy Caperucita Roja”.<br />

Justamente en el libro Cuentos <strong>de</strong> ha<strong>de</strong>s —y le puse “<strong><strong>de</strong>l</strong> infierno”<br />

porque evi<strong>de</strong>ntemente no son <strong>de</strong> hadas— tuve una<br />

teoría, y es que esos cuentos no fueron contados como los leímos<br />

<strong>de</strong>spués y como los vinieron transmitiendo a través <strong>de</strong> los<br />

siglos. Finalmente las mujeres eran las gran<strong>de</strong>s contadoras <strong>de</strong><br />

El hecho <strong>de</strong> escribir tiene para mí<br />

dos capas: una es escribir la historia<br />

en sí y la otra es la pregunta ¿<strong>de</strong><br />

dón<strong>de</strong> sale todo esto? ¿Qué es esto?<br />

¿Qué está ocurriendo en la<br />

escritura? ¿Qué está diciendo este<br />

lenguaje? Entonces hay un choque<br />

ahí que se cuestiona y, al mismo<br />

tiempo, una historia que pugna<br />

por escribirse, por <strong>de</strong>cirse, y son<br />

cosas con las que a veces yo no estoy<br />

para nada <strong>de</strong> acuerdo. <strong>La</strong> <strong>de</strong>testo<br />

y la estoy escribiendo<br />

cuentos y esas mujeres mayores y sabias no podían contar a las<br />

niñitas que empezaban en la vida que fueran buenitas y esperaran<br />

al príncipe que las iba a <strong>de</strong>spertar y que no se apartaran <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

buen camino y no fueran curiosas. Sobre todo lo <strong>de</strong> la curiosidad<br />

me tuvo muy mal porque, ¡imagínate!, sin curiosidad no<br />

hay conocimiento. Entonces es una manera <strong>de</strong> tener a la mujer<br />

encerrada en su casa, en su mundo poco inspirador y poco<br />

creativo. Por eso traté <strong>de</strong> reescribir todos esos cuentos <strong>de</strong> Perrault<br />

(que tuve que leer <strong>de</strong> nuevo) adaptados a la visión <strong>de</strong> una<br />

mujer, pero yo creo que ése fue el mensaje que se dio al principio<br />

<strong>de</strong> alguna manera. Y me divertí mucho haciéndolo.<br />

Usted ha recreado como nadie la pesadilla <strong>de</strong> la dictadura que vivió<br />

su país en los años setenta. ¿Pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse que es el episodio que más<br />

hondamente ha marcado su escritura?<br />

No sé si fue lo que más me marcó, pero fue un hito. Hubo<br />

dos hitos en mi literatura muy importantes: uno fue mi estadía<br />

en la Universidad <strong>de</strong> Iowa, que es una cosa ahí encerrada, en el<br />

medio oeste, tapada <strong>de</strong> nieve, con un montón <strong>de</strong> escritores latinoamericanos<br />

muy interesantes —y ahí fue don<strong>de</strong> pu<strong>de</strong> escribir<br />

El gato eficaz, liberé un montón <strong>de</strong> cosas, nunca más pu<strong>de</strong><br />

recuperar ese universo, pero liberé mucho, como que rompí<br />

los tabúes literarios—; <strong>de</strong>spués está la cuestión política. <strong>La</strong> violencia<br />

en la Argentina también me movió a otro lugar, a entrar<br />

a esta escritura, pero tengo una novela que nunca mostré, una<br />

novela secreta, digamos, que la di para publicar y me la habían<br />

aceptado en una editorial argentina. Les<br />

dije <strong>de</strong>spués que la quería corregir y<br />

nunca más la regresé porque quise <strong>de</strong>cir<br />

algo político. Se llama Cuidado con el tigre.<br />

Quise contar una historia, <strong>de</strong> una<br />

pequeña célula <strong>de</strong> izquierda, pero se la<br />

podía leer muy <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha. No me<br />

salió lo que quería <strong>de</strong>cir. No pretendí<br />

apoyar nada y ahora es totalmente otra<br />

la visión <strong>de</strong> esa novela. Cuando volví a la<br />

Argentina en el 75, con toda la violencia<br />

<strong>de</strong>satada <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> Perón,<br />

que empezó todo lo <strong>de</strong> López Rega, era<br />

muy visible. Me senté en los cafés a escribir<br />

los cuentos <strong>de</strong> Aquí pasan cosas raras<br />

y ahí di la vuelta, ahí entendí cómo era esa escritura irreverente<br />

<strong>de</strong> la política, cuando uno no tiene nada que <strong>de</strong>cir, sólo<br />

tienes que narrar lo que está pasando, ya está todo dicho. Entonces<br />

usar lo grotesco, todos esos recursos, para <strong>de</strong>cir las cosas<br />

que son muy dolorosas, que si no, no se pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong>cir, ni<br />

leer, ni escribir, ni nada.<br />

Al leer una escritura tan original como la suya, dotada <strong>de</strong> una extraordinaria<br />

capacidad para reinventar el lenguaje, no puedo evitar<br />

preguntarme qué influencias pudieron nutrir a quien no se parece a<br />

nadie.<br />

Justamente creo que ahí está la gracia. No es que uno se nutra<br />

<strong>de</strong> alguna influencia; se nutre <strong>de</strong> todas. Todo, todo lo que<br />

suce<strong>de</strong> alre<strong>de</strong>dor —sobre todo cuando estoy escribiendo— me<br />

da mucha energía, mucha vitalidad, me enriquece. Me gusta la<br />

cuestión <strong>de</strong> los mitos, la antropología, voy a lugares, meto las<br />

narices en las cosas, viajo mucho y me meto en lugares peligrosos,<br />

raros, pero no por afán literario sino por un impulso natural<br />

en mí.<br />

número 408, diciembre <strong>2004</strong> la<strong>Gaceta</strong> 19


Julio Cortazar la admiraba…<br />

Yo lo admiraba mucho… y lo quería también. De todos los<br />

escritores que he conocido era el más humano, el más compasivo.<br />

Todo se jugó por sus i<strong>de</strong>ales y <strong>de</strong> una manera totalmente<br />

sincera. Algunos juegan a la política como Vargas Llosa, por<br />

Los bajos fondos <strong>de</strong> Luisa Valenzuela<br />

Guillermo Piro<br />

Ampliamos con este fragmento <strong><strong>de</strong>l</strong> prólogo a la Trilogía <strong>de</strong><br />

los bajos fondos, <strong>de</strong> inminente aparición, nuestra invitación<br />

a los lectores a acercarse a la obra <strong>de</strong> Luisa Valenzuela.<br />

Con esta nueva compilación, el <strong>Fondo</strong> ofrece ya un amplio<br />

repertorio <strong>de</strong> la narrativa <strong>de</strong> esta sin par escritora argentina<br />

Con Luisa Valenzuela uno no siente que está lidiando con esa<br />

especie <strong>de</strong> autor ptolemaico, que en su mesa <strong>de</strong> trabajo elige,<br />

un tanto al azar, un tanto por conveniencia, las palabras que giran<br />

en torno <strong>de</strong> su cabeza, a las que atrae con su fuerza <strong>de</strong> gravedad<br />

insuperable para estamparlas sobre el papel en blanco.<br />

No tiene esa aura <strong>de</strong> filigrana que la separa <strong><strong>de</strong>l</strong> resto <strong>de</strong> los que<br />

viven su vida, ni virginal, ni santa: Valenzuela es copernicana.<br />

Y tal como se habla <strong>de</strong> amor loco, <strong>de</strong> sus libros podríamos<br />

<strong>de</strong>cir que se trata <strong>de</strong> “literatura loca”. Son libros que hablan <strong>de</strong><br />

locos, escritos por una loca, y son, entonces, libros <strong>de</strong> una belleza<br />

loca. Como ocurre con los pulpos o las estrellas <strong>de</strong> mar<br />

sus libros consiguen mostrar y escon<strong>de</strong>r a la vez el secreto <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

cual son únicos <strong>de</strong>positarios y fascinantes reflejos. <strong>La</strong> verdad es<br />

su verdad. Esto no quiere <strong>de</strong>cir que la autora aspire a encontrarla.<br />

Ni siquiera se propone la pesquisa (ella no habita esos<br />

tugurios). <strong>La</strong> condición <strong>de</strong> su invito es ésta: bucear sumergidos<br />

en sus libros como si estuviéramos trepando una montaña embarrada.<br />

A pesar <strong>de</strong> eso, o precisamente por eso, las hojas que<br />

leemos se <strong>de</strong>sgarran para <strong>de</strong>sgarrarnos. Tienen como propósito<br />

la única función admisible <strong><strong>de</strong>l</strong> arte: amenazar nuestro equilibrio.<br />

Es sabido que los que traicionan esa función, aun en<br />

nombre <strong><strong>de</strong>l</strong> credo más humanitario, lo que hacen es traicionar<br />

el arte; y que el arte traicionado enseguida se venga, convirtiéndose<br />

muy pronto en algo tan muerto como la carne fría.<br />

Hay autores que tienen un estilo y otros que lo buscan. Hay<br />

un estilo Rimbaud, no hay un estilo Mallarmé, ni bien ni mal<br />

armado: no hay. Casi siempre se confun<strong>de</strong> la creación <strong>de</strong> un estilo<br />

con la fabricación <strong>de</strong> un lenguaje. Ahora bien: no existe un<br />

estilo Valenzuela. Podríamos discutir eternamente este problema<br />

porque es un problema <strong>de</strong> nuestra época, el problema <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

“estilo hablado”. <strong>La</strong> novela francesa <strong><strong>de</strong>l</strong> siglo pasado se orientó<br />

notablemente hacia la búsqueda <strong>de</strong> un estilo hablado con escritores<br />

como Giono, Aragon y Céline. Lo mismo se dio en Estados<br />

Unidos, don<strong>de</strong> escritores como Faulkner y Wolfe (Thomas,<br />

no Tom) libraron un intento paralelo, aunque en Faulkner podríamos<br />

<strong>de</strong>cir que se trata más <strong>de</strong> un estilo pensado que hablado.<br />

<strong>La</strong> “misión” <strong>de</strong> Valenzuela se encuentra, a nuestro parecer,<br />

en esa dirección. A muchos nos ha ocurrido: tenemos ante no-<br />

intereses propios, no sé… pero Cortázar tenía una cosa <strong>de</strong> absoluto<br />

amor por el ser humano. Carlos Fuentes lo tiene, pero<br />

yo creo que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> otro ángulo. Cortázar tenía una cosa muy<br />

cándida, muy querible.<br />

sotros un camino que a la distancia aparenta ser llano, pero que<br />

en cuanto nos internamos en él <strong>de</strong>muestra ser lo que es, una extensión<br />

“algo” llana, llena <strong>de</strong> imperfecciones, peligros y venenos.<br />

Engañada, estafada, nuestra autora transita las distancias<br />

sin una queja, pero jurando vengarse. De eso se trata.<br />

Un breve relato que viene a cuento, un breve arrebato vengativo<br />

que parece ser el motor <strong>de</strong> ese sistema verbo-estelar que<br />

llamamos “obra” protagonizado por una autora <strong>de</strong> esa estirpe,<br />

a la que Luisa Valenzuela y nosotros rendimos pleitesía: Clarice<br />

Lispector. Clarice camina por una calle, sin pensar en nada.<br />

Siente algo raro: es libre. “Por pura ternura, me sentí la madre<br />

<strong>de</strong> Dios, que era la tierra, el mundo.” Ese sentimiento es nuevo<br />

para ella. Y entonces Clarice pisa una rata muerta. Un instante<br />

<strong>de</strong>spués está sumida en el terror. “Me sorprendía que una<br />

rata hubiera sido mi contrapunto.” Ella iba por el mundo “sin<br />

necesitar nada, amando con puro amor inocente”, y Dios le había<br />

puesto una rata en el camino. “<strong>La</strong> grosería <strong>de</strong> Dios me hería<br />

y me insultaba. Dios era bruto.” Clarice enuncia entonces<br />

su venganza: “No guardaré el secreto”, dice, “voy a contarlo”.<br />

Des<strong>de</strong> entonces escribió para acabar <strong>de</strong> una vez por todas con<br />

la reputación <strong>de</strong> Dios. […]<br />

Luisa Valenzuela no escribe para acabar <strong>de</strong> una vez con la<br />

reputación <strong>de</strong> Dios sino con la expresión como manifestación<br />

fiel <strong>de</strong> un sentimiento. De lo que se trata es <strong>de</strong> expresarse como<br />

si todo estuviera por hacerse, como si nada hubiese sido escrito.<br />

Es por eso que resulta tan difícil intentar establecer las<br />

influencias (¿qué ha leído Luisa Valenzuela?). Cuando el mundo<br />

fue creado, fue necesario crear un hombre especialmente<br />

para ese mundo, adaptado a su rigor y a sus <strong><strong>de</strong>l</strong>eites. Todos estamos<br />

<strong>de</strong>formados por la adaptación a la libertad <strong>de</strong> Dios. Luisa<br />

Valenzuela parece haber sido creada antes que la literatura.<br />

Por eso sus libros están <strong>de</strong>formados, adaptados a su propia libertad.<br />

Su libertad es lo que más llama la atención al lector<br />

<strong>de</strong>sprevenido: se <strong>de</strong>scontrola, continuamente. Y nunca es mejor<br />

que cuando se <strong>de</strong>scontrola. Luisa Valenzuela escribe como<br />

quien pinta. Los escritores suelen “dramatizar” los hechos: ella<br />

“<strong>de</strong>sdramatiza”, esto es, lo importante no es “contar una historia”<br />

sino elaborar un universo vivo, un mundo en torno y “con”<br />

<strong>de</strong>terminados personajes.<br />

El nombre genérico <strong>de</strong> este volumen —Trilogía <strong>de</strong> los bajos<br />

fondos— respon<strong>de</strong> otra vez a un hábito que se remonta a los primeros<br />

barrocos, una certidumbre que hace ver en el número<br />

tres la conformación final, el resultado, la totalidad. “Bueno,<br />

amable y elegante”: allí surge algo. “Cansino, tenebroso y apacible.”<br />

El tres es el número <strong><strong>de</strong>l</strong> todo y la disi<strong>de</strong>ncia, <strong>de</strong> la <strong>de</strong>-<br />

20 la<strong>Gaceta</strong> número 408, diciembre <strong>2004</strong>


mocracia y el <strong>de</strong>recho. El número <strong>de</strong> la verdad. Y he aquí que<br />

esa verdad a la que la autora le rehuye como a una enfermedad<br />

parece asomar en estas tres novelas reunidas bajo el título Trilogía<br />

<strong>de</strong> los bajos fondos.<br />

<strong>La</strong> sola mención <strong><strong>de</strong>l</strong> “fondo bajo” remite a ciertos artífices<br />

<strong>de</strong> la literatura noir a la que nuestra autora ha querido sumarse.<br />

Dashiell Hammett confesó una vez uno <strong>de</strong> sus secretos:<br />

cuando no sabía cómo seguir hacía que un personaje sacara un<br />

revólver. <strong>La</strong> fuerza <strong>de</strong> esa presencia es tan po<strong>de</strong>rosa que por lo<br />

general el solo hecho <strong>de</strong> <strong>de</strong>senfundarlo permite al portador obtener<br />

lo que quiere. Se trata más que <strong>de</strong> un mero recurso: a esta<br />

altura es un momento <strong>de</strong> confrontación y reflexión literaria.<br />

A tantos revólveres se ha echado mano en la novela negra que<br />

ese mínimo gesto requiere a esta altura —y cada vez más— que<br />

el autor eche mano a su vez <strong>de</strong> recursos nuevos, si lo que quiere<br />

es que ese gesto mínimo sea diferente y brille con luz propia<br />

en medio <strong>de</strong> ese gran arsenal que ha hecho <strong>de</strong>senfundar<br />

tanta y tanta literatura. Ahora léase esto:<br />

“Todavía estaba vestido cuando sucedió aquello. Totalmente<br />

vestido. Sólo se había quitado el impermeable, que atinó a<br />

manotear a la salida. Ya había llegado eso sí al dormitorio,<br />

cuando sucedió aquello, y él estaba a punto <strong>de</strong> sacarse el saco<br />

pero en cambio metió la mano en el bolsillo <strong>de</strong>recho, encontró<br />

el revólver que tenía olvidado, lo empuñó y entonces. Todo lo<br />

anterior con Edwina había sido un dulce ir reconociéndose,<br />

primero con la voz y <strong>de</strong>spués con las manos, y largos silencios<br />

frente a la chimenea y esa maravillosa percepción en la yema<br />

<strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos, y <strong>de</strong> golpe ella sin <strong>de</strong>cir palabra se había puesto<br />

<strong>de</strong> pie y se había encaminado al dormitorio. Él se puso también<br />

<strong>de</strong> pie y la siguió, lamentando fugazmente tener que <strong>de</strong>jar<br />

su lugar calientito y plácido.<br />

”Fue más que nada la abierta sonrisa <strong>de</strong> ella al darse vuelta<br />

en medio <strong><strong>de</strong>l</strong> dormitorio lo que invitó a Agustín a acercarse,<br />

muy cerca. Y cuando ya estaba a punto <strong>de</strong> tomarla entre sus<br />

brazos metió la mano en el bolsillo e hizo lo que hizo sin siquiera<br />

po<strong>de</strong>r imaginarlo, quedándose <strong>de</strong>spués clavado en el<br />

asombro <strong>de</strong> un estampido sordo y <strong>de</strong> una acción que parecía<br />

pertenecerle a otro.”<br />

“¿Cómo escapar entonces a la trampa i<strong>de</strong>ntificatoria?” Eso<br />

se pregunta Ava Taurel en Novela negra con argentinos (1991), a<br />

la que pertenece la cita <strong>de</strong> poco más arriba. (Ava Taurel, la valkiria<br />

dominadora, volverá a aparecer en otra novela, <strong>La</strong> travesía,<br />

casi diez años <strong>de</strong>spués, igualmente entregada a su profesionalismo,<br />

a su “servicio social positivo”.) En esta novela Luisa<br />

Valenzuela hace pasar el género noir por el tamiz <strong>de</strong> su estilo.<br />

¿Pero no habíamos dicho que no existía un estilo Valenzuela?<br />

Sí, lo habíamos dicho, pero lo cierto es que sí existe y (en parte,<br />

sólo en parte) se basa en el ataque simultáneo no <strong>de</strong>s<strong>de</strong> distintos<br />

puntos <strong>de</strong> vista (en el sentido <strong><strong>de</strong>l</strong> encuadre: no la escena<br />

narrada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> distintos ángulos: eso <strong>de</strong>cimos), sino <strong>de</strong>s<strong>de</strong> varios<br />

ángulos <strong><strong>de</strong>l</strong> pensamiento. Es <strong>de</strong>cir, la acción es una, quién<br />

lo duda, pero a la acción parece sobreponerse la exigencia <strong>de</strong><br />

dudar <strong>de</strong> ella y su impresión acabada, su indudable presencia,<br />

su dictadura. Los personajes <strong>de</strong> Valenzuela (pensamos en el<br />

Agustín Palant <strong>de</strong> Novela negra con argentinos) no <strong>de</strong>jan pregunta<br />

librada al azar. Sus respuestas pue<strong>de</strong>n ser erróneas (una novela<br />

avanza con base en esos errores; sin ellos sería una consecución<br />

<strong>de</strong> certezas inasibles, insoportables, un manual <strong>de</strong> buenas<br />

acciones, un Tao te king increíble, ingenuamente imposible<br />

<strong>de</strong> aceptar como tal, sospechoso), pero el hecho es que noso-<br />

tros (los que vivimos nuestra vida), al leer, encontramos que todas,<br />

todas nuestras preguntas (entrecortadas, apenas esbozadas,<br />

inconclusas) obtienen su respuesta (errónea o no: no importa).<br />

Son cosas interesantes, que van <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ese doble papel que asume<br />

nuestro autor, el <strong>de</strong> “gestor” <strong>de</strong> <strong>de</strong>terminado evento y <strong>de</strong><br />

observador <strong><strong>de</strong>l</strong> mismo. Al mismo tiempo que lo gesta lo observa<br />

con ojos insólitamente tristes (incluso, insólitamente también,<br />

humorísticos), preguntándose acerca <strong>de</strong> la veracidad <strong>de</strong> la<br />

reacción <strong>de</strong> ese soporte <strong>de</strong> sentimientos que es el personaje. Y<br />

al mismo tiempo que engendra las acciones, que hace que su<br />

personaje vaya y venga, saque un revólver <strong><strong>de</strong>l</strong> bolsillo y camine,<br />

se aproxime y se aleje, como se dice habitualmente “se pone<br />

en su lugar”. Y como un escribiente, en el sentido más burocrático<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> término —piénsese en alguien que se limita a<br />

“dar cuenta <strong>de</strong>”, a tomar nota, <strong>de</strong>sapegado, lejos, <strong>de</strong>sapegado—<br />

toma nota, vierte en el papel las respuestas sugeridas por las<br />

preguntas <strong>de</strong> ese observador que es otro, pero que es él mismo.<br />

¿Quién fue el que dijo que la novela es la digresión? No lo recordamos.<br />

Probablemente no lo haya dicho nadie, pero en<br />

cualquier caso es una certeza <strong>de</strong>masiado fulminante como pa-<br />

ra po<strong>de</strong>r adjudicárnosla a nosotros, pobres lectores con el lápiz<br />

en la mano. Cuando Agustín Palant (<strong>de</strong>s<strong>de</strong> ahora “nuestro héroe”)<br />

se <strong>de</strong>scubre a sí mismo aullando suavemente, “un llanto<br />

<strong>de</strong> entrañas más aterrador que el mismo miedo porque fácilmente<br />

podía convertirse en grito” (es <strong>de</strong>cir en <strong><strong>de</strong>l</strong>ación), lo que<br />

corroboramos es que el miedo y la culpa se manifiestan así, así,<br />

in<strong>de</strong>fectiblemente así, así. Hay que leer para creer. Duro <strong>de</strong><br />

aceptar: hay que leer para creer.<br />

Pero hay algo más cuya presencia suele confundirse con lo<br />

que se llama estilo, que no es estilo, sino voz. Convengamos<br />

que lo <strong><strong>de</strong>l</strong> estilo tiene mucho <strong>de</strong> metalúrgico, sugiere enseguida<br />

una labor asalariada, sin compromiso, automática, alienada.<br />

Pareciera que quien se vanagloria <strong>de</strong> haber hallado finalmente<br />

un estilo en realidad se vanagloria <strong>de</strong> haber hallado algo cuya<br />

sola visión <strong>de</strong>bería avergonzarlo: el mol<strong>de</strong>, la pieza hueca preparada<br />

<strong>de</strong> tal modo que dé forma a la materia que se introduce<br />

en él. <strong>La</strong> voz, en cambio, es la materia. En ausencia <strong>de</strong> un<br />

mol<strong>de</strong> (<strong>de</strong> un estilo) es ella entonces la que permanece inalterable,<br />

la que será mol<strong>de</strong>ada, tergiversada, trabajada. Es sorpren<strong>de</strong>nte,<br />

pero quienes conocen y han oído hablar a Luisa Valenzuela<br />

no pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces “<strong>de</strong>spegar” su modo <strong>de</strong> expresarse<br />

oralmente <strong>de</strong> su modo <strong>de</strong> hacerlo empuñando la<br />

pluma. Esto no quiere <strong>de</strong>cir que su voz literaria sea una tras-<br />

número 408, diciembre <strong>2004</strong> la<strong>Gaceta</strong> 21


cripción <strong>de</strong> la expresión oral, sino que la voz literaria goza <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

privilegio <strong>de</strong> la naturalidad, empleada en el mismo sentido que<br />

cuando hablamos <strong>de</strong> una traducción que suena “natural”. Hay<br />

giros, juegos <strong>de</strong> palabras, homófonos en sus libros que no son<br />

propiedad exclusiva <strong>de</strong> su lengua escrita: ella habla así. Su jugueteo<br />

recuerda un poco al <strong>de</strong> Guillermo Cabrera Infante, pero<br />

el <strong>de</strong> ella crece y se alimenta bajo el estricto control <strong>de</strong> una<br />

conciencia <strong>de</strong> clase: si alguna vez a Valenzuela se le hubiera<br />

ocurrido el juego <strong>de</strong> “América Letrina” lo habría <strong>de</strong>scartado<br />

por improce<strong>de</strong>nte e incorrecto. Una ocurrencia <strong><strong>de</strong>l</strong> estilo “castroenteritis”<br />

podría divertirla y hacerla sonreír, pero es probable<br />

que jamás llegaría al punto <strong>de</strong> estamparla en el papel. […]<br />

Novela negra con argentinos es la introspección <strong><strong>de</strong>l</strong> suburbio<br />

(<strong><strong>de</strong>l</strong> suburbio como “afuera”, como lo que está más allá <strong>de</strong> la<br />

aglomeración urbana, pero también <strong><strong>de</strong>l</strong> suburbio mental, <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

“a<strong>de</strong>ntro”) por otros medios. <strong>La</strong> línea argumental, el “superobjetivo”,<br />

entra perfectamente <strong>de</strong>ntro <strong><strong>de</strong>l</strong> mol<strong>de</strong> <strong><strong>de</strong>l</strong> romain noir,<br />

pero no hay una sola concesión al género madre, al metro patrón<br />

(al mol<strong>de</strong>, justamente): todo se <strong>de</strong>senvuelve por caminos<br />

raros, avanza por rutas intransitadas, explora selvas vírgenes.<br />

Como en esas películas don<strong>de</strong> la sincronía entre la voz y el movimiento<br />

<strong>de</strong> los labios está <strong>de</strong>sfasada, aquí la trama avanza por<br />

el camino conocido, sólo que haciendo piruetas, malabarismos<br />

<strong>de</strong> arlequín insatisfecho; se reconoce el sustrato, el género permanece,<br />

la referencia existe, se la ve, se la palpa, se la huele, pero<br />

todo el tiempo la autora nos recuerda a su manera que esto<br />

es otra cosa. […] ¿Qué habrían escrito (se suele oír por los pasillos)<br />

Julio Verne, Jonathan Swift, Casanova y Ludwig Holberg<br />

si hubieran contado entonces con una computadora? ¿Qué habrían<br />

escrito Raymond Chandler, Dashiell Hammett, Spillane<br />

y Simenon si hubieran contado con este “nudo”, el <strong>de</strong> un hombre<br />

que mata a una mujer sin tener la menor i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> por qué?<br />

Hay un cuento <strong>de</strong> Daniele <strong><strong>de</strong>l</strong> Giudice (“El oído absoluto”,<br />

se llama) en el que, <strong>de</strong> paso por Edimburgo, un narrador omnisciente<br />

<strong>de</strong>ci<strong>de</strong>, porque sí, sin dar mayores explicaciones, que<br />

le es absolutamente vital cometer un asesinato. Y lo comete.<br />

En El atestado <strong>de</strong> Jean-Marie Le Clézio, Adam Pollo mata a<br />

una rata por los mismos motivos (él opina otra cosa, le sobran<br />

motivos: se trata <strong>de</strong> una rata blanca en un mundo en el que, por<br />

lo general, las ratas son grises). En El extranjero <strong>de</strong> Camus la<br />

víctima no es una rata. En Venecia <strong>de</strong> Gabriela Liffschitz la víctima<br />

es un gato. Parece que es así, que son cosas que pasan.<br />

“Esto no es literatura —dice Agustín Palant—, esto es la pura<br />

verdad. Yo cuando mato, mato.” Entonces aprendamos a trepar<br />

a los hombros <strong>de</strong> los gigantes: son cosas que pasan.<br />

Si la Historia con mayúscula se repite (Karl Marx dixit) primero<br />

como tragedia y <strong>de</strong>spués como farsa, sepamos extraer <strong>de</strong><br />

la literatura lo que la literatura pocas veces nos da <strong>de</strong> primera<br />

mano. Los niños compiten con nosotros en el ejercicio <strong>de</strong> la<br />

voluntad exacta, en la habilidad <strong>de</strong> las fuerzas rápidas. Si acentuamos<br />

la maldad, si hacemos <strong>de</strong> la piedra un arma, si continuamos<br />

la violencia <strong><strong>de</strong>l</strong> brazo, si damos a luz a los pensamientos<br />

indirectos, si hacemos nacer el arte <strong><strong>de</strong>l</strong> choque, ya sabemos<br />

lo que nos espera. Que sirva <strong>de</strong> lección a los niños.<br />

Todos los bajos fondos se parecen, los fondos bajos difieren<br />

poco si se hacen ostensibles en Nueva York, en Barcelona o en<br />

Buenos Aires. Los escenarios <strong><strong>de</strong>l</strong> terror son similares, conectados<br />

entre sí por hilos invisibles, como una trama diabólica sobre<br />

la que parecen levantarse amores y ciuda<strong>de</strong>s, puentes levadizos<br />

y malentendidos.<br />

En los bajos fondos <strong>de</strong> Buenos Aires se <strong>de</strong>sarrolla Hay que<br />

sonreír, la primera novela <strong>de</strong> nuestra autora, publicada en 1966.<br />

Raro: allí ya se vislumbra todo lo que será. Clara es una cándida<br />

prostituta con ambiciones y proyectos. No hay en Hay que sonreír<br />

una sola página suya que pueda “entrar” en una antología.<br />

Es un todo cuyos elementos no se pue<strong>de</strong>n disociar. Es un hecho<br />

que el lector impaciente que empren<strong>de</strong> la lectura <strong>de</strong> Hay que sonreír<br />

<strong>de</strong>be esperar veinte, cincuenta páginas hasta el momento en<br />

que “empieza” el relato. Y más a<strong><strong>de</strong>l</strong>ante encuentra la continuación<br />

<strong>de</strong> ese relato interrumpida y retomada constantemente. Y<br />

las digresiones no hacen más que aumentar la impaciencia.<br />

George Steiner <strong>de</strong>claró una vez haber notado que una adhesión<br />

metódica, persistente, a la vida <strong>de</strong> la palabra impresa<br />

frena la inmediatez, el lado conflictivo <strong>de</strong> las circunstancias<br />

reales. Respon<strong>de</strong>mos con más entusiasmo a la tristeza literaria<br />

<strong>de</strong> Clara que al infortunio <strong><strong>de</strong>l</strong> vecino. Clara es más mi hermana<br />

que mi hermana. Steiner tiene razón. El logro <strong>de</strong> Valenzuela<br />

acaba siendo siniestro.<br />

Todos los autores <strong>de</strong>berían estar obligados por <strong>de</strong>creto a legar<br />

un “Calculus”, un libro, que podría ser pequeño, cuyo título<br />

genérico podría ser el rousseliano Cómo escribí algunos libros<br />

míos. Un modo lateral <strong>de</strong> obligarlos a un ejercicio introspectivo<br />

que los llevara a <strong>de</strong>tectar esas constantes, esos mínimos <strong>de</strong>nominadores<br />

comunes <strong>de</strong> los que nutren todas o casi todas sus<br />

obras. Luisa Valenzuela siente cierta predilección por esos cortocircuitos<br />

que iluminan las relaciones entre los sexos. Hay allí<br />

pequeñas <strong>de</strong>scargas que no tienen por qué <strong>de</strong>berse al aparato y<br />

al arsenal seductor <strong>de</strong> los implicados. Se trata <strong>de</strong> otra cosa. Es<br />

como si ella concibiera esas cortas <strong>de</strong>scargas como las propiciadoras<br />

<strong>de</strong> la fuerza motriz <strong>de</strong> la vida. No. Es como si ella concibiera<br />

esas cortas <strong>de</strong>scargas como las versiones empequeñecidas<br />

<strong>de</strong> las otras, monumentales, que dan fuerza y po<strong>de</strong>r al accionar<br />

<strong>de</strong> todas las socieda<strong>de</strong>s. No queremos <strong>de</strong>cir con esto que en sus<br />

libros se percibe a escala el fiel retrato <strong><strong>de</strong>l</strong> mundo en que vivimos.<br />

[…] Luisa Valenzuela no <strong>de</strong>bería proponerse expresamente<br />

el “dar cuenta <strong>de</strong>”: Que Clara, cuerpo y cabeza (así empezó<br />

llamándose la novela que luego conoceríamos con el título<br />

Hay que sonreír) suceda en Buenos Aires no la hace más ligada<br />

y más en relación estrecha con los avatares, las disi<strong>de</strong>ncias, las<br />

crisis y las diversas, variadas y siempre similares situaciones políticas<br />

por las que ha atravesado y sigue atravesando y atravesará<br />

la Argentina. Es un sino <strong><strong>de</strong>l</strong> que podríamos hablar largamente<br />

refiriéndonos <strong>de</strong> un modo prolijamente cronológico a<br />

toda su obra narrativa. Radiografía <strong>de</strong> la pampa <strong>de</strong> Ezequiel<br />

Martínez Estrada marcó un hito en estas tierras que alcanzó el<br />

pretendido sitial <strong><strong>de</strong>l</strong> clásico: no es necesario haberlo leído para<br />

sentirse influenciado por él, para sentir que su mero título porta<br />

consigo y <strong>de</strong> modo especular un dictamen, una or<strong>de</strong>n, una<br />

misión (asalariada tal vez, pero insalubre para quien la practica<br />

y altamente benéfica para quien la recibe): radiografiar, fotografiar<br />

la realidad por medio <strong>de</strong> unos rayos muy parecidos a los<br />

X, y cuyo resultado, visto a la luz, es ni más ni menos que el<br />

mapa nacional atravesado por sus infecciones, sus quebraduras,<br />

sus lesiones leves y graves, sus esguinces y sus hematomas. En<br />

la aparente sordi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> la trama <strong>de</strong> Hay que sonreír (la propia<br />

autora lo reconoce, no es ocurrencia nuestra) asoma algo que<br />

tiene mucho <strong>de</strong> lo arquetípico porteño, es <strong>de</strong>cir algo así como<br />

la quintaesencia <strong><strong>de</strong>l</strong> espíritu tanguero en clave <strong>de</strong> parodia (recor<strong>de</strong>mos<br />

que entonces la palabra posmo<strong>de</strong>rnismo no existía, o<br />

que si existía era amamantada callada y sumisamente, como<br />

22 la<strong>Gaceta</strong> número 408, diciembre <strong>2004</strong>


madres <strong>de</strong>votas, sólo por Vattimo, Lyotard, Derrida y Foucault,<br />

y ya sabemos que cuatro madres juntas, como mucho,<br />

pue<strong>de</strong>n jugar una partida <strong>de</strong> canasta, que fue lo que en <strong>de</strong>finitiva<br />

hicieron). Para entonces tampoco se había oído hablar mucho<br />

<strong>de</strong> la opera aperta (Umberto Eco jugaba un solitario con<br />

ella; el libro Obra abierta se publicó en Italia cuatro años antes<br />

<strong>de</strong> la publicación <strong>de</strong> Hay que sonreír, pero si consi<strong>de</strong>ramos que<br />

nuestra autora lo escribió en 1960 po<strong>de</strong>mos arriesgar sin temor<br />

alguno que no lo había leído), y sin embargo en Hay que sonreír<br />

cada lector goza <strong>de</strong> total libertad para sacar la conclusión que<br />

más le plazca en cuanto al <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> Clara —la autora aún está<br />

absolutamente convencida <strong>de</strong> que Clara no muere; como<br />

ella misma dice: “no hay mejor arma que el <strong>de</strong>sconcierto contra<br />

quienes se creen dueños absolutos <strong>de</strong> la verdad”.<br />

Cuentan quienes se sumergen a gran<strong>de</strong>s profundida<strong>de</strong>s que<br />

llegado a un cierto punto uno se ve poseído por una especie <strong>de</strong><br />

ilusión que lo lleva a creer que allá abajo es posible la respiración<br />

por vía natural. Cuando esto ocurre el buzo se <strong>de</strong>shace <strong>de</strong><br />

sus tubos <strong>de</strong> oxígeno y naturalmente se ahoga. Se embriaga<br />

<strong>de</strong> un hechizo fatal llamado “el vértigo <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s profundida<strong>de</strong>s”.<br />

Ahora bien: Clara conoce ese vértigo. Por su parte,<br />

Valenzuela, como toda buena lectora, sabe <strong>de</strong> los peligros que<br />

corre el escritor <strong>de</strong> volverse siempre un poco más hipócrita,<br />

<strong>La</strong> india <strong>de</strong> Cortés<br />

Carole Achache<br />

El peso simbólico <strong>de</strong> la Malinche es tan gran<strong>de</strong> en<br />

México que solemos usar como insulto el adjetivo<br />

que se <strong>de</strong>riva <strong>de</strong> su nombre. Esta novela es malinchista<br />

en un sentido más novedoso, más audaz, pues<br />

tiene como protagonista a la esclava que habría <strong>de</strong><br />

servir como intérprete —y no sólo en el sentido<br />

lingüístico— entre los férreos conquistadores y los<br />

sorprendidos habitantes <strong>de</strong> Mesoamérica. Este<br />

fragmento proviene <strong>de</strong> la obra que circula ya en<br />

nuestra colección Tierra Firme<br />

Vuelvo a ser una esclava. Me van a entregar a los recién llegados<br />

junto con otras diecinueve mujeres. El hijo <strong>de</strong> mi esposo<br />

me lo dice, y se voltea sin añadir o agregar una palabra. No me<br />

sorpren<strong>de</strong> lo que me suce<strong>de</strong>. Des<strong>de</strong> siempre traigo a cuestas el<br />

día nefasto <strong>de</strong> mi nacimiento y mi vida se encarga <strong>de</strong> recordármelo.<br />

Estoy en cuclillas y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> saberlo me cuesta trabajo<br />

levantarme, ésa es la única señal <strong>de</strong> mi dolor. De pie, hago<br />

las labores que me correspon<strong>de</strong>n. Avivo el fuego <strong><strong>de</strong>l</strong> hogar soplándole<br />

a las brasas. A mis espaldas escucho los golpes regulares<br />

<strong>de</strong> las palmas que muelen el maíz. Cada una con sus tareas,<br />

cada una con su <strong>de</strong>stino, nos hemos quedado sin palabras,<br />

sólo están nuestros pesares. <strong>La</strong> gruñona llora en silencio. Acaba<br />

<strong>de</strong> per<strong>de</strong>r a su esposo. Yo acabo <strong>de</strong> per<strong>de</strong>rlo todo y quiero<br />

morirme. Solamente anhelo eso, porque ya estoy muerta. Caigo<br />

<strong>de</strong> muy alto humillada. Recaigo por segunda vez en el <strong>de</strong>se-<br />

como el cura que da misa todos los domingos y tiene entre sus<br />

manos un montón <strong>de</strong> hostias consagradas. El caso Clara es tan<br />

complejo que ofrece por sí solo todos los elementos para una<br />

meditación general sobre el significado <strong>de</strong> la literatura, <strong>de</strong> la<br />

poesía, <strong>de</strong> la lengua, <strong><strong>de</strong>l</strong> arte mismo. Todo aquel que se le aproxima<br />

<strong>de</strong>be comenzar <strong>de</strong> inmediato a lidiar con la explícita convicción<br />

<strong>de</strong> que es portadora <strong>de</strong> una doble trascen<strong>de</strong>ncia. Por un<br />

lado parece expresar una conciencia más o menos articulada <strong>de</strong><br />

la presencia o ausencia <strong>de</strong> Dios en los asuntos humanos; a otro<br />

nivel, el puro impacto <strong>de</strong> ella en nuestras vidas lleva directamente<br />

a la cuestión <strong>de</strong> la creación. Hay allí cierta analogía con<br />

el nacimiento <strong>de</strong> la vida misma. Todo aquel que escriba tiene<br />

muy serios motivos para confrontar su propia posición con el<br />

universo <strong>de</strong> Clara: siempre apren<strong>de</strong>rá algo.<br />

Nota bene. <strong>La</strong> autora pasó su juventud cerca <strong>de</strong> Borges, a<br />

quien quería y respetaba. Cuando apareció Hay que sonreír alguien<br />

fue y se la contó (él no leía esas cosas), y a partir <strong>de</strong> entonces<br />

el gran bardo comenzó a hacer correr la voz por ahí <strong>de</strong><br />

que se trataba <strong>de</strong> una novela pornográfica, lo cual hirió profundamente<br />

a nuestra autora. Como siempre, o casi siempre, Borges<br />

estaba en lo cierto: superhombre tan a<strong>de</strong>pto a los diccionarios<br />

y las enciclopedias entendía al pornógrafo como lo que es:<br />

“quien escribe acerca <strong>de</strong> la prostitución”.<br />

cho <strong>de</strong> los esclavos. <strong>La</strong> ofensa me consume, me oprime el corazón.<br />

Algo se extinguió, pero fue para protegerme. Mi frialdad<br />

me arropa. Mi dureza me salva. Logro sobreponerme al temor<br />

<strong>de</strong> sufrir esa suerte <strong>de</strong> manos <strong>de</strong> esos hombres con sus estruendosas<br />

trompetas <strong>de</strong> fuego.<br />

Antes <strong>de</strong> ir a rendirnos al pueblo <strong>de</strong> Tabasco, don<strong>de</strong> están<br />

los castellanos, veo a Melchorejo mientras lo sacrifican en el<br />

mismo templo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el que nos habló. Una vez más estamos<br />

reunidos en torno a él en la gran plaza <strong>de</strong> Cintla, y no soy la<br />

única en compren<strong>de</strong>r que ya no piensa como nosotros. Es obvio<br />

que nos ha traicionado. Le guardamos rencor porque nos<br />

hizo creer que no eran muchos. El valor <strong>de</strong> Melchorejo no sirvió<br />

<strong>de</strong> nada. Él, que se había prometido sobrevivir para contárnoslo,<br />

da la impresión <strong>de</strong> querer que acabe todo <strong>de</strong> una vez. En<br />

la forma en que yergue el cuello se percibe cierta indiferencia<br />

que no se asemeja al efecto <strong><strong>de</strong>l</strong> pulque que se da al futuro sacrificado.<br />

No hay orgullo, solamente aflicción. Sube los escalones<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> templo <strong>de</strong> Kukulkán, similar al <strong><strong>de</strong>l</strong> dios Quetzalcóatl.<br />

<strong>La</strong> luz <strong><strong>de</strong>l</strong> día parece aspirarle. A nosotros nos <strong>de</strong>slumbra. Estamos<br />

tranquilos. Él está tranquilo. <strong>La</strong>s plumas <strong>de</strong> su capa se<br />

ajustan a su movimiento. Se yergue. Se entrega a fin <strong>de</strong> preservar<br />

el curso <strong>de</strong> nuestro mundo. Un regreso a lo habitual <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> esa lucha ajena a nuestras normas. Nos tranquiliza. Ya<br />

no le guardamos rencor. Lo vuelvo a ver subir más alto y dirigirse<br />

hacia el mismo sitio don<strong>de</strong> nos mostró sus ojos <strong>de</strong>sorbitados<br />

y por el que ahora va hacia la muerte. Porque lo veo así:<br />

al <strong>de</strong>recho y al revés. De frente y <strong>de</strong> noche para <strong>de</strong>cir la verdad<br />

número 408, diciembre <strong>2004</strong> la<strong>Gaceta</strong> 23


que nosotros no creímos, y <strong>de</strong> espaldas y <strong>de</strong> día para encarnar<br />

a un mentiroso en el templo <strong><strong>de</strong>l</strong> dios que no será ninguno <strong>de</strong><br />

los barbados. Nos abandona y, así, yendo hacia la muerte, vuelve<br />

a formar parte <strong>de</strong> los nuestros, incluso en sus hombros distingo<br />

su renuncia. Sabe lo que nos suce<strong>de</strong>rá, pero abandona la<br />

lucha para hacernos creer que tenemos razón.<br />

Se tien<strong>de</strong> sobre la piedra. Los cuatro sacerdotes se acercan<br />

para sujetarle las extremida<strong>de</strong>s. El cuchillo <strong>de</strong> un quinto se<br />

hun<strong>de</strong> en su pecho. Luego, le extraen el corazón y lo alzan hacia<br />

el cielo. Él, que quería salvarnos advirtiéndonos <strong>de</strong> la crueldad<br />

<strong>de</strong> los barbados, nos ayudó a pesar <strong>de</strong> todo. El lapso que<br />

dura un frágil instante nos tranquilizó protegiendo una vez<br />

más al quinto sol.<br />

Des<strong>de</strong> entonces, nunca he vuelto a asistir a un sacrificio.<br />

Ahora que pienso <strong>de</strong> nuevo en ello, la muerte <strong>de</strong> Melchorejo<br />

coinci<strong>de</strong> con el fin <strong>de</strong> mi pertenencia al mundo <strong>de</strong> los nuestros.<br />

Total, absoluta y sin duda alguna. Vivía esos últimos momentos:<br />

el corazón <strong>de</strong> Melchorejo que se alzaba hacia el cielo<br />

entre las manos <strong>de</strong> un sacerdote; mi última imagen <strong>de</strong> lo que<br />

estaba viviendo intensamente con los míos.<br />

Luego nos marchamos.<br />

Apenas habíamos dado unos cuantos pasos cuando una <strong>de</strong><br />

las veinte mujeres empezó a gritar. Ya no pue<strong>de</strong> caminar. Se<br />

niega a ser entregada a esos extranjeros. Da aullidos como una<br />

loca. Nosotras, las <strong>de</strong>más mujeres, también estamos asustadas.<br />

Esperamos pacientemente, sin movernos. Quisiera dar alaridos.<br />

Todas queremos hacerlo. Los gritos se vuelven insoportables.<br />

Mis piernas no me respon<strong>de</strong>n. Unos hombres la obligan<br />

a beber pulque. También nos dan a nosotras. Para infundirnos<br />

valor, nos dan una vasija, que me quema las entrañas. Mi vientre<br />

es fuego y furor.<br />

Treinta hombres, en su mayoría dignatarios y también algunos<br />

guerreros, van a rendirse y a ratificar la paz. Atrás estamos<br />

nosotras, las veinte mujeres esclavas. Ignoro por qué hicimos el<br />

trayecto a pie y no en piragua.<br />

Des<strong>de</strong> que entramos a Tabasco, en las primeras calles, siento<br />

frío <strong>de</strong>bido al silencio y a la ausencia <strong>de</strong> vida <strong>de</strong> una ciudad<br />

evacuada y sobre todo <strong>de</strong>vastada. <strong>La</strong>s empalizadas <strong><strong>de</strong>l</strong> primer<br />

combate nos obstruyen el paso. Una <strong>de</strong> éstas se vino abajo sobre<br />

el muro <strong>de</strong> una casa. Hay que ro<strong>de</strong>arla. No han barrido las<br />

calles <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se fueron los habitantes. Los rastros <strong>de</strong> su huida<br />

están por doquier: guijarros, flechas, jirones <strong>de</strong> tela como<br />

muestras <strong><strong>de</strong>l</strong> terror. Un <strong>de</strong>talle extraído para registrarlo. Sigue<br />

tirado afuera, con la tapa abierta y la ropa esparcida. Rompieron<br />

una estatuilla <strong>de</strong> cerámica y una capa ceremonial yace en el<br />

suelo. <strong>La</strong> arrojaron sin cuidado. <strong>La</strong>s puntas <strong>de</strong> las plumas parecen<br />

<strong>de</strong>speinadas. Causa pena verlas así y tengo miedo <strong>de</strong> verlas.<br />

Desembocamos en la gran plaza don<strong>de</strong> nos esperan.<br />

No se escucha ningún ruido. Avanzo, avanzamos, en medio<br />

<strong>de</strong> los soldados que están alineados en ambos lados, enfrente<br />

hay más soldados sobre un estrado construido por ellos. Lo<br />

primero que llama la atención es la infinita locura <strong><strong>de</strong>l</strong> metal. El<br />

resplandor <strong>de</strong> las corazas, esa pesa<strong>de</strong>z brillante. <strong>La</strong>s formas <strong>de</strong><br />

sus cuerpos, los torsos, las redon<strong>de</strong>ces, los hombros realzados,<br />

esta réplica humana en otra materia idéntica que se multiplica.<br />

Luego el color <strong>de</strong> piel <strong>de</strong> sus rostros, la única parte visible, sus<br />

barbas, la maraña <strong>de</strong> pelos pegados a esas pieles. Una gama<br />

<strong>de</strong>sconcertante como los cabellos que sobresalen <strong>de</strong> los cascos.<br />

Negros, rubios, rizados, crespos, híbridos. Toda una variedad<br />

<strong>de</strong> estilos, sin ninguna homogeneidad. Los distingo a medias.<br />

<strong>La</strong> brutalidad <strong>de</strong> esos personajes no se parece en nada al color<br />

<strong>de</strong> nuestros muros aún cálidos <strong>de</strong> vida. Esquivo sus miradas.<br />

Son salaces. ¿Cómo iba a saber el horror que representaba para<br />

ellos ver a una mujer con el torso <strong>de</strong>scubierto?<br />

Dejo atrás el árbol <strong>de</strong> ceiba con sus tres tajos a la altura <strong>de</strong><br />

la cabeza. Y sólo en ese momento veo a Cortés por primera<br />

vez. Es el único que sigue en un asiento colocado en el centro<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> estrado. También es el único que no tiene puesta una coraza<br />

<strong>de</strong> metal. Viste una tela austera y suelta que le cubre hasta el<br />

mentón. Unas tiras <strong>de</strong> encaje dorado aña<strong>de</strong>n brillo al nivel <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

pecho. Sin embargo, acentúan la sobriedad <strong><strong>de</strong>l</strong> traje. Lleva un<br />

sombrero. Es el primero que veo y oculta lo que piensa protegiéndole<br />

la cara. Estiro el cuello para verlo mejor. Su singular<br />

manera <strong>de</strong> permanecer sentado hace que me sienta más vulnerable.<br />

Nos mira por encima <strong><strong>de</strong>l</strong> hombro y tardo en compren<strong>de</strong>r<br />

que el estrado no es la única razón. Esa superioridad se <strong>de</strong>be<br />

a su asiento, cuyas cuatro patas son mucho más altas que las<br />

<strong>de</strong> los nuestros. Su asiento nos obliga a que sólo lo observemos<br />

a él. Después ya no lo veo más. No me atrevo a hacerlo. Con<br />

los ojos clavados en el suelo doy los últimos pasos hacia él. Los<br />

<strong>de</strong>dos <strong>de</strong> mis pies se llenan <strong>de</strong> un polvo arenoso, <strong><strong>de</strong>l</strong> color <strong>de</strong><br />

la tierra hacia la que nos inclinamos luego, para rozarla con un<br />

<strong>de</strong>do que nos llevamos a los labios. El mismo a<strong>de</strong>mán que hicieron<br />

los hombres al <strong>de</strong>tenerse. Es nuestra forma <strong>de</strong> saludar.<br />

Nos volvemos a erguir y luego nos vamos a alinear <strong>de</strong>trás <strong>de</strong><br />

los obsequios que acaban <strong>de</strong> entregarle: cuatro coronas <strong>de</strong> oro,<br />

lagartijas <strong>de</strong> oro, aretes <strong>de</strong> oro, suelas <strong>de</strong> sandalias <strong>de</strong> oro, dos<br />

pequeñas cabezas <strong>de</strong> oro, algunas telas, y nosotras, los últimos<br />

regalos.<br />

Cortés dice algo. Aguilar traduce. Agra<strong>de</strong>ce los presentes a<br />

nuestros hombres. De nuevo habla Cortés. Aguilar prosigue.<br />

Tienen que repoblar esta al<strong>de</strong>a y las <strong>de</strong>más, hacer que vuelvan<br />

las mujeres con los niños cuanto antes o lo más pronto posible.<br />

Uno <strong>de</strong> ellos extien<strong>de</strong> un rollo <strong>de</strong> papel y lee. Como estamos<br />

más abajo, para muchos <strong>de</strong> nosotros es difícil distinguir su rostro,<br />

y por supuesto ver lo que hay en la otra cara <strong>de</strong> esta hoja.<br />

Desconocemos la existencia <strong>de</strong> la escritura. Nunca había presenciado<br />

la lectura <strong>de</strong> un texto. Casi lo recita. Es comunicado<br />

sin imagen, sin variar la modulación, sin hacer ninguna pausa.<br />

24 la<strong>Gaceta</strong> número 408, diciembre <strong>2004</strong>


El que está leyendo emite sonidos. Sólo veo sus <strong>de</strong>dos que sujetan<br />

el papel. Hace calor y me duele la nuca <strong>de</strong> tanto levantar<br />

la cabeza. No alcanzo a compren<strong>de</strong>r a quién se dirige.<br />

Intuimos que dibujan palabras. De manera sucesiva le entregan<br />

los rollos a los guerreros <strong>de</strong> la primera fila, o se los llevan<br />

sus prisioneros que nos comunican las exigencias verbalmente.<br />

Pero no dan ninguna explicación sobre esos pedazos <strong>de</strong> papel.<br />

Nuestros hombres los han examinado sorprendidos por el gran<br />

misterio <strong>de</strong> esos rasgos inscritos, fascinantes. Algunos les atribuyeron<br />

po<strong>de</strong>res maléficos <strong>de</strong>bido a la primera <strong>de</strong>rrota. Otros<br />

pensaron que no había que sacar ninguna conclusión. Del mismo<br />

modo que nosotros presentamos nuestras armas antes <strong>de</strong><br />

hacer la guerra, esos extranjeros <strong>de</strong> la costa lanzan mensajes.<br />

Pero este proce<strong>de</strong>r no tiene sentido. No significa nada.<br />

El hombre sin rostro, tras el rollo <strong>de</strong> papel, continúa con<br />

una voz impasible. Ésta me conmueve terriblemente. Somos<br />

cincuenta personas que estiramos el cuello, humilladas por<br />

nuestra ignorancia. Treinta hombres y veinte mujeres igualmente<br />

vejados por este estrado. Él sigue leyendo durante largo<br />

tiempo en la lengua <strong>de</strong> ellos. Luego vuelven a enrollar el papel.<br />

Nunca, o casi nunca, traducen ni explican lo que está escrito.<br />

Experimento lo que <strong>de</strong>sean que sienta:<br />

mi inferioridad.<br />

Entonces Cortés y Aguilar prosiguen.<br />

No nos quieren hacer ningún daño.<br />

Ahí, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su asiento, Cortés habla<br />

con mucha calma, pero cada una <strong>de</strong> sus<br />

palabras es rotunda. Aguilar, en cambio,<br />

aña<strong>de</strong> un toque un poco paternalista. Es<br />

mucho más corpulento que los <strong>de</strong>más<br />

barbados. Sin duda su tamaño lo vuelve torpe. Al dirigirse hacia<br />

nostros se inclina todo el tiempo y se vale exageradamente<br />

<strong>de</strong> sus manos. Continúa con un tono suave. En verdad se trata<br />

<strong>de</strong> repoblar las al<strong>de</strong>as y <strong>de</strong> volver a vivir normalmente, con una<br />

sola condición: renunciar a nuestros dioses.<br />

—Sólo existe un dios, no hay más que uno solo —aseguran<br />

todos con una voz melosa, como si fuera una evi<strong>de</strong>ncia.<br />

—Hay que amarlo —se apresuran a proclamar <strong>de</strong>spués—.<br />

Aquí está nuestra señora con su precioso hijo que vino al mundo<br />

para nuestra salvación.<br />

Dos soldados sostienen la imagen <strong>de</strong> la señora en cuyos brazos<br />

un crío <strong>de</strong>snudo y robusto acaba <strong>de</strong> dormirse. En el momento<br />

que veo a esta mujer, un ruido enloquecedor <strong>de</strong> metal<br />

me sobrecoge, atrás, enfrente, por todas partes. Resuena y se<br />

dispersa. Los soldados se arrodillan subyugados por ella. Hacen<br />

un a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> total sumisión con la mano, y hablan entre<br />

dientes. Me asombra el po<strong>de</strong>r que tiene esta señora. Observo<br />

su rostro, ella mira hacia otra parte y me pregunto el porqué<br />

<strong>de</strong> su po<strong>de</strong>r. Parece afable. Con sus rasgos humanos, tan distintos<br />

<strong>de</strong> los <strong>de</strong> nuestros dioses, se parece mucho a ellos. Cortés<br />

vuelve a sentarse. Los soldados se levantan. De nuevo el repiqueteo<br />

que se extien<strong>de</strong> sin or<strong>de</strong>n ni concierto. Esta barahúnda<br />

metálica los transforma. De nuevo nos hielan con su presencia.<br />

Impresionantes, inmóviles, amenazadores. En contraste con las<br />

palabras tranquilizadoras que resuenan otra vez sobre el estrado.<br />

Cortés y Aguilar nos aseguran que si veneramos al niño y a<br />

esa señora, <strong>de</strong>scubriremos cuánto nos ayudará su dios único.<br />

—Ella es nuestra madre —concluyen.<br />

Miramos su rostro y la piel <strong>de</strong>snuda <strong><strong>de</strong>l</strong> crío. El rubio <strong>de</strong> la<br />

cabellera <strong><strong>de</strong>l</strong> niño dormido. No comprendo cuál podría ser el<br />

Cortés permanece <strong>de</strong> pie, con la<br />

mirada oculta tras el ala <strong><strong>de</strong>l</strong> sombrero,<br />

los brazos cruzados por encima<br />

<strong>de</strong> los rostros <strong>de</strong> nuestros hombres.<br />

Unos tonos oscuros mol<strong>de</strong>an<br />

su figura como una sombra en el<br />

agua. Somos culpables <strong>de</strong> todo<br />

nexo entre ella y nosotros. Tampoco entiendo por qué muestran<br />

una diosa en vez <strong>de</strong> un dios único. Sin embargo, a nuestros<br />

dignitarios les parece respetable. Aceptan adoptarla si el<br />

po<strong>de</strong>roso capitán, claro está, no tiene inconveniente.<br />

Cortés se incorpora <strong>de</strong> su asiento y se transforma <strong>de</strong> modo<br />

repentino. Se vuelve amenazador. Señala agresivamente los<br />

tres templos <strong>de</strong>trás <strong><strong>de</strong>l</strong> estrado. Nos insulta, tiene el rostro enrojecido<br />

y sus venas parecen a punto <strong>de</strong> estallar. Intenta serenarse<br />

mientras habla Aguilar. Nos prohíbe que hagamos un solo<br />

sacrificio más. Su ira no se apacigua. Nos conmina. Jamás<br />

<strong>de</strong>bemos matar a nuestro prójimo. Y entonces, ¿qué hay <strong>de</strong> los<br />

ochocientos muertos en una tar<strong>de</strong>, durante la última batalla?<br />

Pero nadie pue<strong>de</strong> replicarle. Nos encorvamos <strong>de</strong>salentados.<br />

<strong>La</strong>s traducciones prolongan el acto. <strong>La</strong>s ór<strong>de</strong>nes se suce<strong>de</strong>n<br />

una tras otra. Exigencias interminables que nos confun<strong>de</strong>n y<br />

nos <strong>de</strong>spojan. Para nosotros es el fin porque todo ha terminado<br />

para nuestros dioses. Mañana los soldados nos ayudarán a<br />

cambiar estos lugares.<br />

Cortés permanece <strong>de</strong> pie, con la mirada oculta tras el ala <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

sombrero, los brazos cruzados por encima <strong>de</strong> los rostros <strong>de</strong><br />

nuestros hombres. Unos tonos oscuros mol<strong>de</strong>an su figura co-<br />

mo una sombra en el agua. Somos culpables<br />

<strong>de</strong> todo. ¿Por qué los atacamos?<br />

¿Por qué, a pesar <strong>de</strong> sus múltiples ofertas<br />

<strong>de</strong> vivir en paz con ellos?<br />

Estamos <strong>de</strong>sconcertados. El discurso<br />

<strong>de</strong> Cortés no <strong>de</strong>ja lugar a dudas. El<br />

agresor se convierte en víctima. Somos<br />

nosotros los atacantes.<br />

Nuestros señores expresan su vergüenza<br />

<strong>de</strong> haberse convertido en burla <strong>de</strong> los mayas. Nuestros<br />

señores pi<strong>de</strong>n una disculpa. No querían que se les tildara <strong>de</strong><br />

cobar<strong>de</strong>s. <strong>La</strong>mentan sinceramente lo acaecido. Hablan <strong>de</strong><br />

Melchorejo, que nos incitó a luchar día y noche. Cortés exige<br />

que lo traigan. Escucho a un señor <strong>de</strong>cir que es imposible porque<br />

huyó. Insiste con aplomo y apoya sus palabras en una voz<br />

ligeramente engolada.<br />

—Melchorejo temía nuestra reacción por habernos aconsejado<br />

mal.<br />

Es la primera vez que escucho semejante mentira. Omisiones<br />

o falseda<strong>de</strong>s a fin <strong>de</strong> agradar, sí, muchas. Los “yo no soy<br />

hermosa o soy tonta” para que les digan lo contrario, por supuesto.<br />

Pero nunca mentiras tan <strong>de</strong>scaradas. El calor me hace<br />

voltear. No aguanto estar <strong>de</strong> pie en pleno sol. De nuevo, los<br />

barbados hablan <strong>de</strong> los obsequios. Admiran la calidad <strong><strong>de</strong>l</strong> oro.<br />

Inquieren sobre su proce<strong>de</strong>ncia. Cortés quiere que le confirmen<br />

si lo traen <strong>de</strong> Tenochtitlan. Luego, nuestros hombres se<br />

van, sin conce<strong>de</strong>rnos siquiera una mirada. Nos <strong>de</strong>jan solas. Los<br />

soldados se dispersan. Ya no hay más regalos, los han recogido.<br />

No sabemos qué hacer. Cae el crepúsculo. Dormimos bajo el<br />

árbol <strong>de</strong> la ceiba.<br />

Des<strong>de</strong> el amanecer, Tabasco vuelve a poblarse.<br />

Un poco más tar<strong>de</strong>, conforme prometieron, vuelven los<br />

dignatarios <strong>de</strong> Cintla. Traen la comida que pidieron los barbados.<br />

De lejos reconozco al hijo <strong>de</strong> mi esposo. No hemos probado<br />

alimento <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que salimos <strong>de</strong> Cintla, la víspera por la<br />

mañana. No puedo evitar dirigirme hacia él. Cuando me distingue,<br />

voltea la cabeza. Como si no me hubiera visto, continúa<br />

su marcha entre su grupo precedido por el conjunto <strong>de</strong> los<br />

número 408, diciembre <strong>2004</strong> la<strong>Gaceta</strong> 25


platillos cocinados. Una larga hilera que observo sin inmutarme.<br />

Me he vuelto transparente. Delante <strong>de</strong> mí ya no hay nadie.<br />

Me acaban <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar atrás. Aún embotada, siento unas ganas incontenibles<br />

<strong>de</strong> matar.<br />

Regreso al árbol <strong>de</strong> ceiba. Mis compañeras llevan puesta<br />

una blusa, una <strong>de</strong> ellas me entrega la mía y quiero saber quién<br />

se las ha dado, pregunta inútil. Está a punto <strong>de</strong> llorar. Solamente<br />

me dice:<br />

—Ni siquiera nos respetan.<br />

Nadie se preocupa por nosotras. Ni los nuestros ni los<br />

otros. <strong>La</strong>s veinte mujeres esclavas esperamos sentadas. Cortés<br />

y Aguilar reaparecen con algunos soldados por un flanco <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

estrado. No alcanzo a escuchar lo que<br />

dicen. Es muy breve. Muy rápidamente<br />

todo se aglutina alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> los tres<br />

templos. Muchos soldados bullen, ocupan<br />

los escalones y arrojan al vacío las<br />

esculturas <strong>de</strong> nuestros dioses. <strong>La</strong> <strong>de</strong>vastación<br />

acaece con increíble rapi<strong>de</strong>z. Los<br />

soldados eliminan cuanto nosotros veneramos.<br />

El suelo tiembla con cada impacto.<br />

Siento sus vibraciones <strong>de</strong>spués<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> choque. No puedo creer que sea cierto. <strong>La</strong>s estatuas <strong>de</strong>saparecen<br />

una tras otra. No las veo caer. Escucho cómo se hacen<br />

pedazos. Se quiebran o se rompen, chocan al unísono <strong>de</strong> lo que<br />

mascullan. Cada grito, un insulto. Profanan nuestra tierra al<br />

injuriar a nuestros dioses y tengo la impresión <strong>de</strong> haber sido<br />

<strong>de</strong>spojada, <strong>de</strong>stripada, <strong>de</strong>spedazada yo misma.<br />

De pronto, me estremezco. <strong>La</strong> rabia con la que <strong>de</strong>strozan lo<br />

que consi<strong>de</strong>ramos sagrado me causa placer —un placer violento—<br />

y me avergüenza sentir esa alegría. Mi cólera se refleja en<br />

sus a<strong>de</strong>manes. <strong>La</strong> veo. <strong>La</strong> escucho. Y ya no sé qué me ofen<strong>de</strong><br />

más: la barbarie hacia nuestros dioses o el escalofrío que recorre<br />

mi cuerpo.<br />

Los nuestros barren los escombros alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los<br />

templos, separando los pedazos más gran<strong>de</strong>s. Encalan la piedra<br />

pintada <strong>de</strong> un rojo pastel y poco a poco resulta con una blancura<br />

lívida. Dos siluetas <strong>de</strong> metal clavan una cruz. Una <strong>de</strong> ellas<br />

golpea con todas sus fuerzas para hincarla. <strong>La</strong> parte alta se<br />

cuartea. Ponen la imagen <strong>de</strong> la señora con el niño. Los dos barbados<br />

vuelven a bajar. El monumento se queda <strong>de</strong>snudo. Un<br />

soldado sin casco escala hacia la cima, se <strong>de</strong>tiene en los últimos<br />

peldaños y todos se arrodillan para escuchar sus primeras palabras.<br />

Al fin reina el silencio. Luego canta. Su voz se mece en el<br />

aire y llega hasta mí. Se queja. Me hace estremecer y me sosiega.<br />

Él no canta como nosotros. Su aliento prolonga los sonidos<br />

que vienen <strong><strong>de</strong>l</strong> estómago. El tono <strong>de</strong> su voz difiere mucho <strong>de</strong><br />

la ru<strong>de</strong>za que ellos muestran en su forma <strong>de</strong> hablar. Es un lamento.<br />

Y su canto me transporta, penetra en mi piel, se une a<br />

mis tristezas, libera mis tormentos. ¿Cómo es posible que esos<br />

mismos seres sean capaces <strong>de</strong> semejante don <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />

mostrado tanta crueldad? Es tan hermoso que me corren las lágrimas.<br />

Su ceremonia se acabó. Los soldados se dispersan. Dos <strong>de</strong><br />

ellos se acercan. Tardo un momento en reconocer a Aguilar y<br />

al padre Olmedo. No llevan puesto el casco, y podría haber <strong>de</strong>ducido<br />

quién era el segundo. Lo acabo <strong>de</strong> ver cantando. Pero<br />

confundo a estos individuos. A pesar <strong>de</strong> la diversidad <strong>de</strong> barbas<br />

y <strong>de</strong> cabelleras, se parecen mucho. De lejos no puedo diferen-<br />

Nos bautizan a manera <strong>de</strong> ejemplo,<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong>ante <strong>de</strong> todos, incluso <strong>de</strong> los<br />

nuestros. Somos las veinte primeras<br />

cristianas <strong>de</strong> la Nueva España<br />

frente al capitán barbado, sentado<br />

arriba, en el estrado, al pie <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

templo blanco. Nos asignan a<br />

cada una un nombre en castellano<br />

ciarlos. Tampoco logro acostumbrarme a su andar <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nado<br />

con ese ruido <strong>de</strong> metales. Al verlos llegar nos levantamos,<br />

casi aliviadas <strong>de</strong> que finalmente nos tomen en cuenta. Creemos<br />

que van a asignarnos labores. Yo espero que me <strong>de</strong>n <strong>de</strong> comer.<br />

Aguilar nos invita a sentarnos alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> ellos.<br />

Primero preguntan nuestros nombres. Después, <strong>de</strong> dón<strong>de</strong><br />

es originaria cada una. Por último, la edad que tenemos. Ninguna<br />

la sabe. Intentan calcularla dirigiéndose al azar a cuatro<br />

mujeres, entre las cuales estoy yo. Cuentan los años valiéndose<br />

<strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos. Según ellos, yo <strong>de</strong>bo tener alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> dieciocho.<br />

Hasta entonces nadie se había dignado darme esa información.<br />

Tengo el sentimiento <strong>de</strong> volverme única. Luego<br />

hablan <strong>de</strong> ellos. Se refieren con más <strong>de</strong>talle<br />

a lo que discutieron la víspera con<br />

nuestros hombres, nos lo explican mucho<br />

mejor y sentimos la curiosidad <strong>de</strong><br />

saber por qué nos tratan con tanta paciencia.<br />

Somos las primeras a quienes<br />

exponen los fundamentos <strong>de</strong> su mundo.<br />

—Vienen <strong>de</strong> muy lejos, se llaman<br />

cristianos porque son los hijos <strong><strong>de</strong>l</strong> dios<br />

verda<strong>de</strong>ro. Son los súbditos <strong>de</strong> una gran<br />

reina y un gran rey, su hijo, Carlos V. Ellos los enviaron para<br />

enseñarnos las buenas nuevas <strong>de</strong> su santa fe y para persuadirnos<br />

<strong>de</strong> no creer en nuestros ídolos que se hacen pasar por dioses,<br />

con presuntuosa vanidad. Vinieron para sacarnos <strong>de</strong> la ignorancia<br />

y redimirnos <strong><strong>de</strong>l</strong> horror que ofusca nuestras vidas.<br />

Nos traen una nueva ley, mejor que la nuestra. Una ley transparente<br />

y clara. Después <strong>de</strong> esta vida hay otra, eterna, para todas<br />

aquellas que adoren a Jesucristo, el hijo <strong>de</strong> ese dios, el niño<br />

<strong>de</strong> la imagen que, siendo adulto, en la cruz, nos salvó <strong><strong>de</strong>l</strong> pecado<br />

cometido por Adán, nuestro primer antepasado. <strong>La</strong>s que<br />

se resistan sufrirán para siempre, con<strong>de</strong>nadas al infierno.<br />

—Les voy a dar dos ejemplos, entre muchos otros, <strong>de</strong> los<br />

suplicios que pue<strong>de</strong>n infligirles —dice Aguilar en un arrebato—.<br />

Por aquellos o aquellas que estaban escuchando <strong>de</strong>trás <strong>de</strong><br />

las puertas, agujas ardiendo les taladrarán los oídos. El que cometa<br />

un incesto —aña<strong>de</strong> apuntando con el índice hacia el cielo—<br />

se hará merecedor <strong>de</strong> que lo cuelguen <strong>de</strong> los párpados y<br />

los ángeles lo azotarán para siempre jamás.<br />

No comprendo bien quién es el hijo <strong>de</strong> quién. Carlos V, Jesucristo,<br />

ellos, Adán, todo es terriblemente complicado. En<br />

cambio, esa otra vida <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ésta me parece extraordinaria,<br />

como un imposible que pue<strong>de</strong> ser posible. Nosotros no tenemos<br />

un más allá. Somos simples mortales. Volvemos al vacío.<br />

Vinimos a vivir una sola y única vez, eso es lo que reza uno <strong>de</strong><br />

nuestros cantos. Después morimos y <strong>de</strong>saparecemos al cabo<br />

<strong>de</strong> cuatro años <strong>de</strong> tránsito en el submundo. Ellos sostienen<br />

lo contrario. Me abren un camino que creía inaccesible. Salvo<br />

unas cuantas excepciones, ninguno <strong>de</strong> nosotros pue<strong>de</strong> aspirar<br />

a una vida eterna. Para llegar a ser inmortal se requiere haber<br />

sido un guerrero al que hayan matado o sacrificado, morir en<br />

el parto, ser un niño que <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> existir muy pronto o, por último,<br />

perecer ahogado o víctima <strong>de</strong> un rayo. Es <strong>de</strong>cir, morir<br />

violentamente, sin ser responsable <strong>de</strong> ello. Sólo la muerte que<br />

cae sobre nosotros pue<strong>de</strong> conce<strong>de</strong>rnos esta oportunidad. No<br />

po<strong>de</strong>mos dominar nada. Ésa es nuestra humildad.<br />

Escucho al padre Olmedo en su lengua extranjera y la traducción<br />

<strong>de</strong> Aguilar y pienso en el canto <strong>de</strong> ese hombre que, un<br />

poco antes, partió a la conquista <strong>de</strong> tan fabuloso paraíso. El mi-<br />

26 la<strong>Gaceta</strong> número 408, diciembre <strong>2004</strong>


lagro <strong>de</strong> su voz rozaba ese más allá. Me siento más tranquila.<br />

Existe un <strong>de</strong>spués, y lo conocen.<br />

¿Cuántas veces, a partir <strong>de</strong> entonces, repetiré esas palabras<br />

a los míos, entusiasmándome al llegar al final, <strong>de</strong>spués <strong><strong>de</strong>l</strong> enredo<br />

<strong>de</strong> su filiación, gracias a esa ilusión, saboreando <strong>de</strong> antemano<br />

la impresión que causaré, tal y como yo la experimenté<br />

bajo el árbol <strong>de</strong> ceiba? <strong>La</strong> inquietud <strong>de</strong> nuestros pueblos, y<br />

nuestra fragilidad, esta noción tan bella e insostenible <strong>de</strong> nuestra<br />

precariedad, no tenía ninguna posibilidad frente a ese más<br />

allá al que po<strong>de</strong>mos aspirar adorando al niño que acaba <strong>de</strong> dormirse<br />

en los brazos <strong>de</strong> esta mujer, cuyo rostro no muestra angustia,<br />

al contrario <strong>de</strong> nuestros dioses mortales.<br />

Estoy asombrada por lo que acabo <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir. Basta con<br />

comportarse bien para vivir una segunda vez. No me da tiempo<br />

<strong>de</strong> acostumbrarme a eso ni <strong>de</strong> darle su justo valor al alcance<br />

<strong>de</strong> esta alianza. Nos bautizan a manera <strong>de</strong> ejemplo, <strong><strong>de</strong>l</strong>ante<br />

<strong>de</strong> todos, incluso <strong>de</strong> los nuestros. Somos las veinte primeras<br />

cristianas <strong>de</strong> la Nueva España frente al capitán barbado, sentado<br />

arriba, en el estrado, al pie <strong><strong>de</strong>l</strong> templo blanco. Nos asignan<br />

a cada una un nombre en castellano. El mío fue Marina, la <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

color <strong><strong>de</strong>l</strong> agua <strong><strong>de</strong>l</strong> mar inmenso. Una vez convertidas, nos to-<br />

El hombre <strong>de</strong> Coram<br />

Jamila Gavin<br />

Hemos tomado el primer capítulo <strong>de</strong> Sinfonía <strong>de</strong> Coram<br />

como ejemplo <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las más recientes colecciones<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> <strong>FCE</strong>. Dirigida a un público juvenil, la serie A Través <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

Espejo está integrada por novelas ágiles y a veces crueles<br />

en las que los lectores hallaran buena prosa e intrincadas<br />

tramas. Quien lea estas páginas no podrá más que correr<br />

en busca <strong><strong>de</strong>l</strong> ejemplar que le permita conocer los avatares<br />

<strong>de</strong> Meshak, el misterioso protagonista <strong>de</strong> una historia<br />

que transcurre en la Inglaterra <strong><strong>de</strong>l</strong> siglo XVIII<br />

—¡Arriba, Meshak! ¡Levántate, flojo inútil! —al oír la ruda voz<br />

los perros empezaron a ladrar—. ¿Qué no ves que uno <strong>de</strong> los canastos<br />

<strong>de</strong> esa mula se está cayendo? Ése no, tarado —continuó<br />

la voz mientras el muchacho saltaba apenado <strong>de</strong> la carreta y se<br />

abalanzaba precipitadamente hacia los sobrecargados animales—.<br />

El otro, allá, el quinto <strong>de</strong> atrás. Ése, muchacho tonto. No<br />

sé cómo me fue a tocar un hijo como tú. No se necesita tener<br />

ojos en la espalda para darse cuenta <strong>de</strong> que la carga <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las<br />

mulas se estaba cayendo. ¿Qué es lo que tienes en la cabezota?<br />

Un hombre y su hijo <strong>de</strong>jaban atrás el bosque con una carreta<br />

y una recua <strong>de</strong> seis mulas. Se dirigían a Paso <strong>de</strong> Framilo<strong>de</strong>s<br />

para tomar el transbordador que los llevaría al otro lado <strong><strong>de</strong>l</strong> río<br />

Severn y así seguir su camino hacia la ciudad <strong>de</strong> Gloucester.<br />

—No me explico por qué no te he abandonado. Dale gracias<br />

al cielo <strong>de</strong> que el llamado <strong>de</strong> la sangre sea tan fuerte. Amárrala<br />

bien, ya no quiero más contratiempos. ¡Tenemos el tiempo<br />

justo para alcanzar el transbordador antes <strong>de</strong> que anochezca!<br />

Otis Gardiner, ven<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> cacharros, milusos y empresa-<br />

ca ser chingadas. No encuentro otro término. No lo llamo violación,<br />

como muchas otras mujeres. Sino chingada por el soldado<br />

a quien Cortés me ofrece públicamente. Bautizar a una<br />

mujer les otorga el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rarla disponible cuantas<br />

veces lo requieran.<br />

Fui el receptáculo <strong>de</strong> Puertocarrero.<br />

Un hombre <strong>de</strong> ojos saltones, brazos cortos y patizambo. Me<br />

repugna. Me or<strong>de</strong>na que le siga. Se <strong>de</strong>svía hacia una casa vacía.<br />

Me toma por los cabellos, me obliga a voltearme, me arrastra<br />

hacia la pared y nos quedamos <strong>de</strong> pie. No puedo moverme. Mi<br />

nariz se roza contra la piedra al ritmo <strong>de</strong> sus empellones. Me<br />

penetra como lo hacen los perros. Eyacula con rapi<strong>de</strong>z. Pero<br />

no lo suficiente como para que no me duela todo el cuerpo durante<br />

muchos días, a causa <strong><strong>de</strong>l</strong> metal <strong>de</strong> su coraza.<br />

Así fue el segundo día que pasé con ellos.<br />

Luego me dormí bajo el árbol <strong>de</strong> ceiba, al lado <strong>de</strong> mis compañeras,<br />

acurrucada junto a una raíz. Y soñaba y fantaseaba con<br />

ese pequeño paraíso, con la dulzura <strong>de</strong> ese paraíso y la dicha <strong>de</strong><br />

saber que tengo el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> ir allá.<br />

Traducción <strong>de</strong> Leticia Hülsz Picone, revisada por Juan Goytisolo.<br />

rio lisonjero, no paraba <strong>de</strong> hablar. Era un distintivo que no todos<br />

veían. Podía ser tan atractivo, tan encantador, tan dulce al<br />

hablar… Era un hombre todavía joven, <strong>de</strong> ojos cafés, gran<strong>de</strong>s<br />

y llamativos, y cabello castaño rojizo que le daba hasta los<br />

hombros y que peinaba hacia atrás, <strong>de</strong>jando al <strong>de</strong>scubierto su<br />

amplio y bien <strong><strong>de</strong>l</strong>ineado ceño. Podía hacer trueque con la pata<br />

trasera <strong>de</strong> un burro, sobre todo si el burro era una mujer. Coqueteando<br />

con las viudas, bromeando con los caballeros y haciendo<br />

trucos <strong>de</strong> magia con los niños, podía convencer a un<br />

cliente <strong>de</strong> soltar el doble <strong>de</strong> dinero y hacer que se fuera creyendo<br />

que había hecho un excelente trato.<br />

Meshak apretaba las correas a la panza <strong>de</strong> la mula. No prestaba<br />

atención a los débiles quejidos como <strong>de</strong> gato que salían <strong>de</strong><br />

los sacos y trataba <strong>de</strong> no mirar la cara burlona <strong><strong>de</strong>l</strong> hombre al<br />

que llamaba padre. Des<strong>de</strong> el pescante, Otis escudriñaba la carreta<br />

cubierta y le chasqueaba el látigo al muchacho. Jester, el<br />

perro flaco cruza <strong>de</strong> galgo y mastín, seguía discretamente a<br />

Meshak entre las mulas, mientras éste trataba <strong>de</strong> compensar su<br />

falta <strong>de</strong> cuidado revisando minuciosamente los canastos. Los<br />

<strong>de</strong>más perros, atados a la carreta con pedazos <strong>de</strong> cuerda, ladraban<br />

enloquecidos, brincando y girando en un frenético intento<br />

por <strong>de</strong>satarse. No se calmaron hasta que Meshak y Jester regresaron<br />

a la carreta.<br />

Meshak era un muchacho <strong>de</strong>smañado. A sus catorce años ya<br />

había rebasado en estatura a su padre y seguía creciendo. Pero<br />

parecía estar hecho <strong>de</strong> retazos: el cuerpo <strong>de</strong>sparejado, la cabeza<br />

gran<strong>de</strong>, las orejas <strong>de</strong>masiado salientes, los labios nunca cerrados<br />

completamente. Siempre limpiaba su nariz catarrienta<br />

con una manga. Sus brazos y piernas pendían <strong>de</strong> su cuerpo,<br />

número 408, diciembre <strong>2004</strong> la<strong>Gaceta</strong> 27


<strong>de</strong>scoordinado y torpe; las cosas se le caían, se tropezaba con<br />

ellas, se movía a trompicones. Todo esto hacía que la gente<br />

—especialmente su padre— le gritara, lo abofeteara, se mofara<br />

<strong>de</strong> él y lo <strong>de</strong>spreciara, <strong>de</strong> manera que en conjunto su aspecto<br />

era el <strong>de</strong> un perro asustado; uno <strong>de</strong> esos que siempre llevan<br />

la cola entre las patas, escabulléndose mientras esperan una<br />

nueva patada. Tenía una mirada vulnerable e infantil, con su<br />

rostro pálido y pecoso bajo un montón <strong>de</strong> cabello rojizo y rebel<strong>de</strong>,<br />

y sus gran<strong>de</strong>s ojos vidriosos y azules, que solían mirar a<br />

su alre<strong>de</strong>dor sin compren<strong>de</strong>r lo que pasaba. Pero nadie jamás<br />

lo vio llorar o reírse. <strong>La</strong> gente lo consi<strong>de</strong>raba un simplón —un<br />

papanatas— y se preguntaba por qué su padre no lo había<br />

abandonado años antes. Todos daban por hecho que no era<br />

más que un recipiente hueco, carente <strong>de</strong> sustancia, sentimiento<br />

o emoción, incapaz <strong>de</strong> amor y sin necesidad <strong>de</strong> afecto.<br />

¿Pero cómo podía Meshak hablar <strong>de</strong> sus terrores si nadie<br />

más que Jester lo escucharía? Veía duen<strong>de</strong>s y brujas, criaturas<br />

malignas agazapadas en las sombras, ocultas en los árboles, flotando<br />

en el cielo; <strong>de</strong>monios con cabezas calvas y dientes centelleantes.<br />

Nunca sabía en qué momento vendrían a aguijonearlo<br />

y atizarlo, a atormentar sus sueños y alborotar su cabeza. Incluso<br />

ahora la oscuridad <strong><strong>de</strong>l</strong> bosque, que acababan <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar<br />

atrás, parecía reptar por el suelo persiguiéndolos, engullendo<br />

sus huellas hasta llegar a consumirlos también.<br />

Su padre era mezquino con las lámparas y sólo llevaba una<br />

hasta a<strong><strong>de</strong>l</strong>ante para alumbrar el camino; por eso Meshak odiaba<br />

tanto recorrer <strong>de</strong> noche las carreteras. Le asustaba la oscuridad.<br />

Pero no sólo le atemorizaba el mundo sobrenatural;<br />

también el mundo real <strong>de</strong> los ladrones y salteadores <strong>de</strong> caminos,<br />

especialmente junto al bosque. Y, a<strong>de</strong>más, estaban los animales<br />

salvajes. Odiaba los ver<strong>de</strong>s ojos que relumbraban entre la<br />

<strong>de</strong>nsa maleza y los forcejeos y gruñidos <strong>de</strong> criaturas que no alcanzaba<br />

a ver y que acechaban entre los árboles.<br />

Pero lo que más odiaba era los patéticos chillidos provenientes<br />

<strong>de</strong> los sacos que golpeaban contra los flancos huesudos<br />

<strong>de</strong> las mulas, y la labor que Otis y él solían realizar por la noche<br />

en algún lugar solitario. Nunca le contó a nadie <strong>de</strong> las pa-<br />

vorosas pesadillas que tenía y <strong>de</strong> cómo<br />

había aprendido a sofocar sus quejidos y<br />

ja<strong>de</strong>os para no <strong>de</strong>spertar a su padre.<br />

Nunca le contó a nadie acerca <strong>de</strong> las caras<br />

y las voces y los <strong>de</strong>dos engarruñados<br />

<strong>de</strong> todos esos niños, que se arrastraban<br />

como almas en pena en sus sueños.<br />

Entrevió las altas torres <strong>de</strong> la catedral<br />

<strong>de</strong> Gloucester entre la <strong>de</strong>nsa niebla y su<br />

corazón dio un vuelco. Le gustaban las<br />

iglesias porque en ellas había ángeles, ya<br />

fuera <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> fulgurantes vitrales, o<br />

afuera, en los cementerios; ángeles <strong>de</strong><br />

piedra <strong>de</strong> suaves manos y rostros amorosos. En la primera<br />

oportunidad iría a la catedral a ver a su ángel favorito. Casi<br />

siempre su padre lo abandonaba al llegar a la ciudad y <strong>de</strong>saparecía<br />

durante varios días mientras hacía sus negocios, se reunía<br />

con sus contactos o se perdía en los bares y tabernas para entregarse<br />

a las apuestas, las peleas <strong>de</strong> perros, andar con mujeres<br />

y promover su carrera. Meshak sabía que su ambición no tenía<br />

límites, que no se conformaría nunca con ser el hombre <strong>de</strong> los<br />

cacharros. Mientras tanto, el muchacho viviría y dormiría en la<br />

carreta. Con los escasos peniques que le daba su padre podía<br />

Con sumo placer contempló el vasto<br />

resplandor <strong><strong>de</strong>l</strong> río, ahora tan cercano.<br />

<strong>La</strong>s primeras luces trémulas <strong>de</strong> las<br />

antorchas y las fogatas se habían<br />

encendido a lo largo <strong>de</strong> la ribera,<br />

mientras el crepúsculo se hundía<br />

en la noche. Gran<strong>de</strong>s cascos <strong>de</strong><br />

barcos cavilaban anclados, en tanto<br />

que pequeñas embarcaciones se<br />

escurrían como insectos en vaivén<br />

por la superficie <strong><strong>de</strong>l</strong> agua<br />

valerse por sí mismo, sobre todo porque Jester lo acompañaba<br />

siempre.<br />

—¡Ven acá a<strong><strong>de</strong>l</strong>ante, muchacho! —un grito <strong>de</strong> su padre indicaba<br />

que había avistado a alguien en el camino. A Otis le gustaba<br />

tener cerca a su hijo “idiota” durante ciertas transacciones.<br />

Esto le daba la apariencia <strong>de</strong> ser un padre <strong>de</strong>dicado y amoroso;<br />

un hombre en el que se podía confiar y al que podían confiársele<br />

secretos. Meshak trepó obedientemente a su lado.<br />

Con sumo placer contempló el vasto resplandor <strong><strong>de</strong>l</strong> río, ahora<br />

tan cercano. <strong>La</strong>s primeras luces trémulas <strong>de</strong> las antorchas y<br />

las fogatas se habían encendido a lo largo <strong>de</strong> la ribera, mientras<br />

el crepúsculo se hundía en la noche. Gran<strong>de</strong>s cascos <strong>de</strong> barcos<br />

cavilaban anclados, en tanto que pequeñas embarcaciones se escurrían<br />

como insectos en vaivén por la superficie <strong><strong>de</strong>l</strong> agua. Avistó<br />

entonces una silueta alta y rígida como un espantapájaros: era<br />

el conductor <strong><strong>de</strong>l</strong> transbordador quien, con una pértiga en la mano,<br />

estaba parado sobre su chalana y próximo a embarcarse con<br />

una gran carga <strong>de</strong> pasajeros, borregos, mulas y canastas <strong>de</strong> mercancías.<br />

Corgis ladraba y corría entre las patas <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más animales<br />

para evitar que se amontonaran.<br />

Otis y Meshak esperaban en una fila <strong>de</strong> al menos tres hileras<br />

<strong>de</strong> arrieros antes que ellos, cada uno con treinta cabezas <strong>de</strong><br />

ganado o más, <strong>de</strong> modo que tendrían suerte si lograban entrar<br />

antes <strong>de</strong> que anocheciera.<br />

—Ollas, ollas, sartenes y ollas, comales y cucharones, teteras<br />

y cal<strong>de</strong>retas, jarras <strong>de</strong> barro y cántaros, cuchillos, tenedores y cucharas,<br />

aperos <strong>de</strong> labranza, todo <strong>de</strong> hojalata <strong>de</strong> Cornwall y hierro<br />

<strong>de</strong> Newcastle —pregonaba Otis en su jerga <strong>de</strong> mercachifle.<br />

—¡Ya llegó el <strong>de</strong> la caridad! —se levantó un murmullo. De<br />

antemano se había corrido la voz <strong>de</strong> que vendría y algunas personas<br />

ya lo esperaban.<br />

A últimas fechas Meshak había empezado a oír que a su padre<br />

lo llamaban “el <strong>de</strong> la caridad”, cosa que le intrigaba. Un sacerdote<br />

viajero al que un día habían llevado en la carreta le dijo<br />

que en la Biblia la palabra caridad significa “amor”. Era cierto<br />

que una parte lucrativa <strong><strong>de</strong>l</strong> negocio <strong>de</strong> su padre como viajero<br />

era recoger niños abandonados, huérfanos y no <strong>de</strong>seados —<br />

muchos <strong>de</strong> ellos <strong>de</strong> las iglesias locales y<br />

casas <strong>de</strong> caridad— y llevarlos a los talleres<br />

<strong>de</strong> hilados que día con día surgían<br />

por todo el país. Otis siempre llamaba<br />

“mocosos” a los niños y los trataba como<br />

si fueran verda<strong>de</strong>ras plagas, pese a<br />

que con ellos hacía buen dinero. A los<br />

muchachos más gran<strong>de</strong>s los entregaba a<br />

los regimientos y barcos <strong>de</strong> la armada,<br />

que siempre estaban en busca <strong>de</strong> soldados<br />

y marinos para pelear en las guerras<br />

que se libraban con los prusianos o los<br />

franceses en el extranjero, o bien con los<br />

jacobitas en el norte <strong><strong>de</strong>l</strong> país. En los muelles <strong>de</strong> Londres, Liverpool,<br />

Bristol y Gloucester, hacía tratos con barcos que llevaban<br />

muchachas y muchachos a Noráfrica, India o América,<br />

junto con sus cargamentos <strong>de</strong> esclavos, ma<strong>de</strong>ra para construcción<br />

y metales.<br />

Eso, quizá, podía consi<strong>de</strong>rarse un acto <strong>de</strong> caridad, pero<br />

Meshak no estaba tan seguro <strong>de</strong> que fuera amor. Tenía una i<strong>de</strong>a<br />

muy vaga <strong>de</strong> lo que era el amor. Creía haber sido amado por su<br />

madre, aunque apenas podía recordarla. Ella solía abrazarlo y<br />

besarlo; jugaba con él y le contaba cuentos. Pero un día se mu-<br />

28 la<strong>Gaceta</strong> número 408, diciembre <strong>2004</strong>


ió y se fue para siempre; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces nadie volvió a abrazarlo<br />

o a darle un beso, salvo Jester, si es que lamerle la cara,<br />

moverle la cola y saltarle encima podían consi<strong>de</strong>rarse los equivalentes<br />

<strong>de</strong> besar o abrazar para un perro. Meshak sabía que<br />

quería a su perro y que Jester lo quería a él, pero nunca habría<br />

pensado que eso fuera caridad.<br />

Los niños a los que su padre recogía en plena carretera o en<br />

las pequeñas al<strong>de</strong>as, pueblos o ciuda<strong>de</strong>s y que metía en su carreta<br />

nunca parecían contentos o agra<strong>de</strong>cidos. Por lo general<br />

eran entregados y recibidos con brusquedad, mal alimentados<br />

y a menudo golpeados. Pensándolo bien, Meshak no podía <strong>de</strong>cir<br />

que ellos, aunque tampoco él, fueran amados. Si eso era<br />

amor, también era negocio. Había dinero que cambiaba <strong>de</strong> manos,<br />

en ocasiones mucho dinero.<br />

Pero Meshak aceptaba que su padre era un hombre bueno y<br />

cristiano porque todo el mundo lo <strong>de</strong>cía. Se le admiraba por la<br />

virtud más cristiana: la caridad.<br />

El cielo empezó a oscurecerse no sólo por la llegada <strong>de</strong> la<br />

noche, sino porque un <strong>de</strong>nso banco <strong>de</strong> nubes moradas y cargadas<br />

<strong>de</strong> lluvia se expandía por todo el firmamento. Una espiral<br />

<strong>de</strong> gaviotas danzaba en círculos sobre la superficie <strong><strong>de</strong>l</strong> río; la<br />

luz nocturna daba a sus blancos vientres un tono plateado.<br />

Unos cuantos leñadores y campesinos se agolparon ansiosamente<br />

junto a la carreta llevando herramientas que necesitaban<br />

afilar, reparar o intercambiar.<br />

Meshak sabía lo que <strong>de</strong>bía hacer. Amarró la puerta <strong>de</strong> lona<br />

<strong>de</strong> la carreta y sacó las ollas y los sartenes, los afiladores para<br />

cuchillos, los ganchos para carne, las tijeras, los ralladores, las<br />

picadoras, los tazones, los comales, los cuchillos y las hachas,<br />

también las baratijas tales como peines y cuentas, bobinas para<br />

máquina <strong>de</strong> coser y algodones, ma<strong>de</strong>jas <strong>de</strong> cuerda, chucherías<br />

y fruslerías. Extendió un retazo gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> lona en un claro al<br />

lado <strong><strong>de</strong>l</strong> camino y puso ahí todo para que pudieran tocar, preguntar<br />

y calcular las condiciones para regatear.<br />

A Meshak le tocaba encargarse <strong>de</strong> las transacciones simples,<br />

<strong>de</strong> manera que, mientras estaba haciendo un cambalache, su<br />

padre empezó a conversar animadamente con un hombre bien<br />

vestido que lo invitó a pasar a su casa <strong>de</strong> campo. No era un caballero<br />

con peluca sino un hombre <strong>de</strong> la parroquia con el cabello<br />

peinado hacia atrás bajo un sombrero <strong>de</strong> ala ancha, pantalones<br />

bombachos <strong>de</strong> lana café y botas <strong>de</strong> cuero.<br />

El cielo se oscurecía cada vez más y las primeras gotas <strong>de</strong><br />

lluvia golpearon el suelo. <strong>La</strong> fila para el transbordador se había<br />

reducido a una carreta <strong><strong>de</strong>l</strong>ante <strong>de</strong> ellos y Meshak ya había vuelto<br />

a empacar todo cuando Otis regresó.<br />

—¡Mete a esos mocosos! —refunfuñó.<br />

Se refería a cinco niños serios, humil<strong>de</strong>mente vestidos, que<br />

caminaban en hilera: una niña y un niño <strong>de</strong> tan sólo tres y cinco<br />

años, firmemente tomados <strong>de</strong> la mano, y el resto —todos<br />

varones— <strong>de</strong> ocho y nueve años. Los niños estaban callados,<br />

como si hubieran nacido sabiendo ahogar sus miedos. Se <strong>de</strong>jaban<br />

conducir como reses por Meshak hacia la parte trasera <strong>de</strong><br />

la carreta.<br />

Cuando se acomodaron, apretujados a los lados <strong><strong>de</strong>l</strong> vehículo,<br />

todo el tiempo callados y observando a su alre<strong>de</strong>dor, Meshak<br />

y Otis empezaron a separar <strong>de</strong> la carreta la recua <strong>de</strong> mulas.<br />

El barquero ya estaba impaciente; miraba ansioso el cielo nublado<br />

y el sol agonizante los conminó a apresurarse.<br />

Otis jaló la rienda hasta por encima <strong>de</strong> las orejas <strong>de</strong> la mula<br />

<strong>de</strong> la carreta y bruscamente trató <strong>de</strong> convencerla <strong>de</strong> subir al<br />

transbordador. El nervioso animal se resistía, temeroso <strong>de</strong> pisar<br />

la bamboleante embarcación, hasta que un agudo chasquido <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

látigo lo hizo saltar a bordo con un chacoloteo <strong>de</strong> cascos. Otis<br />

puso un saco encima <strong>de</strong> la cabeza <strong><strong>de</strong>l</strong> animal para taparle la vista<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> agua que se levantaba. Acababa <strong>de</strong> convencer a la cuarta<br />

mula <strong>de</strong> subir al barco cuando una mujer preguntó en voz baja:<br />

—¿Es usted el hombre <strong>de</strong> Coram?<br />

Meshak volteó. Le sorprendió que su padre reaccionara al<br />

instante, como si ése hubiera sido siempre su nombre. Meshak<br />

no lo había oído nunca. Otis le pasó las riendas a Meshak y dirigiéndose<br />

al barquero gritó:<br />

—El muchacho se ocupará <strong>de</strong> ellas —mientras el joven tomaba<br />

las riendas y apaciguaba a la espantada mula, su padre ya<br />

había saltado a tierra.<br />

No era una sirvienta ni una pizcadora <strong>de</strong> papas, como tantas<br />

otras que habían acudido a él, sino una dama que, a pesar<br />

<strong>de</strong> sus esfuerzos por parecer mo<strong>de</strong>sta y pasar inadvertida, no<br />

podía ocultar sus orígenes. Aunque su refinada voz no la hubiera<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong>atado, el corte y la tela <strong>de</strong> su manto la traicionaron. Su<br />

mirada estaba fija en una canasta que abrazaba con fuerza y que<br />

poco antes colgaba bajo la sombra <strong>de</strong> los árboles ribereños, tratando<br />

<strong>de</strong> que nadie la viera o i<strong>de</strong>ntificara.<br />

<strong>La</strong> transacción fue rápida. Una pesada bolsa <strong>de</strong> dinero pasó<br />

a la valija <strong>de</strong> Otis, quien tomó la canasta con gran<strong>de</strong>s muestras<br />

<strong>de</strong> reverencia y preocupación, como si estuviera dispuesto a<br />

protegerla con su vida. Meshak oyó a la dama proferir un alarido<br />

corto y lastimero que pronto fue ahogado. Otis saltó <strong>de</strong><br />

nuevo a la carreta y empujó el envoltorio hacia los brazos <strong>de</strong><br />

Meshak.<br />

—Pon cara <strong>de</strong> circunstancias —le susurró— hasta que estemos<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> otro lado.<br />

El transbordador se alejó, mientras la mujer permanecía inmóvil<br />

en la orilla sin quitarles la vista <strong>de</strong> encima. Meshak sintió<br />

su mirada clavada en ellos durante todo el camino. Cuando<br />

<strong>de</strong>sembarcaron aún seguía allí.<br />

Traducción <strong>de</strong> Ricardo Rubio y Diana Luz Sánchez.<br />

número 408, diciembre <strong>2004</strong> la<strong>Gaceta</strong> 29


Juan 21, 7 o los clavadistas<br />

Javier Sicilia<br />

Este poema forma parte <strong>de</strong> Lectio, libro hasta ahora<br />

inédito y que sale a la luz en <strong>La</strong> presencia <strong>de</strong>sierta,<br />

volumen que acaba <strong>de</strong> aparecer en la colección Letras<br />

Mexicanas y en el que se agrupan los títulos que Sicilia<br />

ha publicado entre 1982 y <strong>2004</strong><br />

¿Has visto a los clavadistas en “<strong>La</strong> Quebrada”?<br />

Suben el risco ansiosos <strong>de</strong> alcanzar la cima<br />

para luego mirar hacia el abismo<br />

don<strong>de</strong> el mar es un dios oscuro e indomable,<br />

una incógnita repetida como un bramido contra las rocas.<br />

¿Qué buscan levantados y tensos como un arco presto a<br />

lanzar el arpón <strong>de</strong> sus morenos torsos?<br />

¿Para quién, por el amor <strong>de</strong> quién se precipitan una y otra<br />

vez en el vacío?<br />

Una misteriosa voluntad nunca satisfecha los eleva y los<br />

vuelve a lanzar a través <strong><strong>de</strong>l</strong> aire en el océano sin tiempo,<br />

en esa herida abierta en el flanco <strong>de</strong> las rocas<br />

como si el cosmos hubiera <strong>de</strong>sgarrado ahí la materialidad <strong>de</strong><br />

la tierra<br />

y, apenas zambullidos, vuelven a salir, Sísifos <strong><strong>de</strong>l</strong> agua, a la<br />

superficie para empren<strong>de</strong>r <strong>de</strong> nuevo el camino,<br />

mientras a sus espaldas, temerosos <strong><strong>de</strong>l</strong> dios, las falsas flores <strong>de</strong><br />

las marquesinas,<br />

los gritos <strong><strong>de</strong>l</strong> “trance”,<br />

las torres <strong>de</strong> los hoteles,<br />

esa Babel <strong><strong>de</strong>l</strong> consuelo que Baal erigió junto a las playas,<br />

acallan la pregunta <strong><strong>de</strong>l</strong> mar,<br />

la voz <strong><strong>de</strong>l</strong> dios que continúa su bramido en las profundida<strong>de</strong>s<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> risco.<br />

Sólo los espectadores,<br />

unos cuantos salidos <strong><strong>de</strong>l</strong> círculo infernal,<br />

sobre las terrazas y las escaleras contemplamos el rito<br />

como si en los clavadistas lo real recuperara su signo,<br />

como si en ellos,<br />

en la forma en que levantan los brazos,<br />

inclinan el torso y se lanzan al vacío<br />

se materializara la experiencia <strong>de</strong> nuestras propias vidas<br />

y expectantes aguardáramos una respuesta al misterio,<br />

y yo me pregunto, en medio <strong><strong>de</strong>l</strong> tumulto,<br />

¿si en cada clavado rememoran a Pedro<br />

o acaso piensan en él cuando en la madrugada, sobre la barca,<br />

divisó al Señor en la orilla <strong><strong>de</strong>l</strong> Tiberia<strong>de</strong>s y ciñéndose la<br />

piel <strong>de</strong> carnero se arrojó al mar?<br />

Pero ellos están <strong>de</strong>snudos<br />

y al erguirse en el risco dibujan la gran incógnita <strong>de</strong> la<br />

existencia que fue respuesta en Pedro.<br />

Una y otra vez repiten el gesto<br />

Para mi hijo Juan Francisco y para Édgar Rubio<br />

como esperando mirar un día al Señor junto a las rocas y ser<br />

acogidos en su <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z;<br />

¿o tal vez aguardan la mirada <strong>de</strong> Juan,<br />

ese hijo <strong>de</strong> la vigilia, que en medio <strong>de</strong> la noche da en el<br />

blanco que todos buscaban y nadie veía?<br />

No lo sé,<br />

pero en ellos,<br />

aún inmaduros como nosotros,<br />

en ellos, que ávidos se lanzan día tras día <strong><strong>de</strong>l</strong> árbol <strong><strong>de</strong>l</strong> risco<br />

en busca <strong><strong>de</strong>l</strong> dios<br />

y al caer se hun<strong>de</strong>n en el misterio sin encontrar reposo,<br />

en ellos quiere dibujarse esa ternura <strong>de</strong> Pedro que era<br />

muestra <strong>de</strong> su amor.<br />

Pero <strong>de</strong> sus gestos no emerge plenamente la ternura,<br />

tensos ante el salto, temerosos <strong>de</strong> per<strong>de</strong>rse, <strong>de</strong> extraviar la<br />

caída,<br />

y una vez más vuelven a ascen<strong>de</strong>r con los oídos atentos a la<br />

resaca <strong><strong>de</strong>l</strong> dios<br />

y una oscura esperanza que apunta ciegamente hacia el<br />

abismo.<br />

Oh, Señor, tómala,<br />

colócala en tu corazón,<br />

consérvala junto a la plenitud que todavía no nos pertenece<br />

y ahí, en el secreto <strong>de</strong> lo oculto que el bramido <strong><strong>de</strong>l</strong> mar<br />

clama,<br />

celebra el intento <strong>de</strong> los hombres por llegar a ti.<br />

Tal vez <strong>de</strong> improviso,<br />

en el océano al que se arrojan,<br />

en ese ningún lado abierto en el risco,<br />

se encuentra el sitio<br />

don<strong>de</strong> la esperanza incomprensiblemente trasmuta el salto en<br />

ternura,<br />

y las aguas y su orilla en ese hueco abierto don<strong>de</strong> la suma <strong>de</strong><br />

los saltos se revela en el rostro <strong>de</strong> tu resurrección que nos<br />

acoge.<br />

¿O no es verdad, Señor,<br />

que al concluir el espectáculo,<br />

en la sonrisa <strong>de</strong> los clavadistas<br />

y la que nosotros les <strong>de</strong>volvemos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la orilla,<br />

existe ese rostro, atesorado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> siempre y aún <strong>de</strong>sconocido<br />

por nosotros y ellos, <strong>de</strong> tu aparición?<br />

30 la<strong>Gaceta</strong> número 408, diciembre <strong>2004</strong>


José <strong>de</strong> la Colina: fiesta <strong>de</strong> la prosa en el mundo<br />

Adolfo Castañón<br />

En nuestra tradición literaria abundan los impecables<br />

estilistas que han producido una obra escasa pero<br />

sustanciosa. José <strong>de</strong> la Colina pertenece a esa selecta<br />

estirpe, como podrá comprobar quien se asome a<br />

Traer a cuento. Narrativa (1959-2003), que apareció<br />

hace muy poco en Letras Mexicanas y que reúne los siete<br />

libros que el también periodista publicó en ese periodo.<br />

Sirva este fragmento <strong><strong>de</strong>l</strong> prólogo como mínimo<br />

retrato <strong><strong>de</strong>l</strong> excepcional prosista<br />

José <strong>de</strong> la Colina es el nombre singular <strong>de</strong> un escritor plural,<br />

versátil, ondulante. De la Colina es muchos escritores: es el<br />

cuentista breve e incisivo, el narrador <strong>de</strong> aliento anhelante y<br />

vertiginoso, el ensayista que vive su saber con sabor y su erudición<br />

con placer, es el poeta solapado en la prosa artística, es<br />

el traductor infalible y preciso pero es sobre todo —como ha<br />

dicho Alejandro Rossi— “un escritor en estado puro”, ese raro<br />

espécimen <strong>de</strong> la vida literaria y <strong>de</strong> la literatura que ha sabido vivir<br />

<strong>de</strong> y para la literatura el curso <strong>de</strong> su longevidad. Vivir la literatura<br />

en forma <strong>de</strong>sinteresada pero metódica, haciendo “trabajo<br />

fantasma”, para recordar una expresión <strong>de</strong> Ivan Illich, ha<br />

sido una <strong>de</strong> las enseñanzas <strong>de</strong> este maestro —no hay otra palabra—<br />

que suele enseñar en y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las redacciones <strong>de</strong> revistas<br />

y periódicos. Como cuentista, De la Colina es un hijo <strong>de</strong> ese<br />

continente literario que, en México, surge, con toda la fuerza,<br />

en la obra <strong>de</strong> Juan José Arreola y que han practicado Alfonso<br />

Reyes, Julio Torri, Mariano Silva y Aceves, Efrén Hernán<strong>de</strong>z,<br />

Edmundo Valadés o Juan Rulfo, y que en nuestros días en<br />

nuestro país han cultivado Alejandro Rossi, Augusto Monterroso,<br />

Salvador Elizondo, Jorge López Páez…<br />

El genio e ingenio <strong>de</strong> José <strong>de</strong> la Colina es, como el <strong><strong>de</strong>l</strong> legendario<br />

rey Midas, infeccioso y contagioso: cuanto roza De la<br />

Colina con su verbo se transforma en literatura, y en sus oídos<br />

las letras se transfiguran en poesía. Por cierto, quienes alguna<br />

vez han pensado en el rey Midas, el monarca frigio que obtuvo<br />

<strong>de</strong> Dionisios la facultad <strong>de</strong> transformar en oro cuanto tocaba,<br />

saben o <strong>de</strong>searían saber que tuvo una existencia histórica<br />

que algunos expertos quieren situar entre 740 y 718 a. C. y que<br />

la tumba monumental <strong>de</strong> este rey, que gobernó el reino <strong>de</strong> Frigia<br />

según los textos asirios más antiguos, se encuentra situada<br />

en la localidad turca <strong>de</strong> Gordion, cuyos antiguos vestigios celtas<br />

discuten hoy todavía los expertos (“Who is in Midas’<br />

Tomb?”, International Herald Tribune, París, jueves 27 <strong>de</strong> diciembre<br />

<strong>de</strong> 2001, p. 8). Es De la Colina un contador vocacional,<br />

un lector <strong>de</strong> tiempo y cuerpo completos. Es Tusitala, bardo<br />

y griot, es Sherezada disfrazada. Uno <strong>de</strong> sus maestros: Ramón<br />

Gómez <strong>de</strong> la Serna. Del inmenso Ramón —tan admirado<br />

por Valéry <strong>La</strong>rbaud, quien pensaba que, junto con Proust y<br />

Joyce, era uno <strong>de</strong> los maestros <strong>de</strong> la literatura mo<strong>de</strong>rna— De<br />

la Colina ha aprendido y seguido la versatilidad y la continua<br />

efervescencia <strong><strong>de</strong>l</strong> ingenio. Como Ramón, De la Colina ha ido<br />

escribiendo y <strong>de</strong>scribiendo el mundo leído y vivido entreverán-<br />

dolos en una dorada trenza inconfundible; como Ramón, De la<br />

Colina ha sabido andar al bor<strong>de</strong> <strong><strong>de</strong>l</strong> volcán imaginativo, al filo<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> precipicio entre lo original y lo recordado No es fortuito<br />

que haya sido, él solo —junto con Gerardo Deniz—, capitán y<br />

tropa, ejército y teniente, artillero y capellán <strong><strong>de</strong>l</strong> taller <strong>de</strong> literatura<br />

potencial, filial mexicana <strong>de</strong> l’Ouvroir <strong>de</strong> Littérature Potentiel,<br />

fundado en Francia por Raymond Queneau y otros escritores<br />

resueltos a poner en cintura (no en corsé) a las musas<br />

<strong>de</strong>sgreñadas por el surrealismo y Dadá. Tampoco es casual que<br />

haya sido y sea tan amigo <strong>de</strong> Luis Buñuel, Pedro F. Miret y Gerardo<br />

Deniz. Si <strong>de</strong> un lado José <strong>de</strong> la Colina goza —ésa es la<br />

palabra— <strong>de</strong> y con una sólida formación clásica (en español,<br />

francés e inglés, sin excluir sus griegos, sus latinos, sus mil y<br />

una noches), <strong><strong>de</strong>l</strong> otro no es en modo alguno ajeno a los oficios<br />

experimentales <strong>de</strong> la vanguardia ni a las espumas <strong>de</strong> la cultura<br />

vernácula y cotidiana representada por el cine y encarnada en<br />

la amistad <strong>de</strong> escritores como Tomás Pérez Turrent, Emilio<br />

García Riera o Jomi García Ascot. Esto ha dado como resultado<br />

una cierta i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la prosa que para salir <strong><strong>de</strong>l</strong> paso presuroso<br />

<strong>de</strong> estas líneas llamaré “i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la prosa pura”.<br />

Con esta expresión quisiera atraer a esta página a una familia<br />

afilada <strong>de</strong> escritores que han practicado el poema en prosa,<br />

el cuento breve, la línea fulgurante: Aloysius Bertrand, Alphonse<br />

Allais, Jules Renard, Giovanni Papinni, Dino Buzzati, Max<br />

Beerbhom, Cyril Connolly y, en el ámbito hispanoamericano,<br />

José Antonio Ramos Sucre, Mariano Silva y Aceves, Julio Torri,<br />

Alfonso Reyes, José Santos González Vera, Jorge Luis Borges,<br />

José Bianco, Adolfo Bioy Casares, Eliseo Diego, Julio Garmendia,<br />

Juan José Arreola, Julio Cortázar, Manuel Peyrou,<br />

Alejandro Rossi y Salvador Elizondo. El rasgo diferencial específico<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> oficio que practica José <strong>de</strong> la Colina a través <strong>de</strong> su<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la prosa remite a la imagen <strong>de</strong> un hombre que juega: Homo<br />

lu<strong>de</strong>ns <strong><strong>de</strong>l</strong> idioma, José <strong>de</strong> la Colina es un <strong>de</strong>portista infatigable<br />

que va saltando géneros como quien salva obstáculos,<br />

que da saltos <strong>de</strong> altura placentera o <strong>de</strong> longitud jubilosa y que<br />

en todo momento sabe mantener una respiración regular,<br />

acompasada. José <strong>de</strong> la Colina como un arquero impasible que<br />

apenas pestañea cuando da en el blanco y que, una tras otra,<br />

parte flechas que atinan. A su lengua alerta la sigue o la prece<strong>de</strong><br />

un oído <strong>de</strong>spierto, un tímpano sensible al menor redoble, a<br />

la <strong>de</strong>sviación mínima <strong><strong>de</strong>l</strong> ritual. No en bal<strong>de</strong> De la Colina ha<br />

escrito una fábula don<strong>de</strong> Orfeo prefiere per<strong>de</strong>r a Eurídice que<br />

per<strong>de</strong>r la música. El placer <strong><strong>de</strong>l</strong> cuento bien contado, <strong><strong>de</strong>l</strong> ensayo<br />

bien resuelto y <strong>de</strong> la traducción bien fraguada y cristalizada<br />

serían la flecha <strong>de</strong> la brújula que lo guía por el laberinto <strong>de</strong> la<br />

prosa. Hombre <strong>de</strong> gusto y hombre bueno, José <strong>de</strong> la Colina se<br />

ha <strong>de</strong>slizado por el plano oblicuo <strong>de</strong> las letras mexicanas sin hacer<br />

mucho ruido, como quien no quiere la cosa: innovándolo<br />

todo con modo pero sin ruido ni bombo ni platillo. Ha sido<br />

también un polemista honrado y valiente que, en su momento,<br />

ha sabido exorcizar la legión <strong>de</strong> <strong>de</strong>monios i<strong>de</strong>ológicos incrustados<br />

en este o aquel cuerpo editorial, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una libertad <strong>de</strong><br />

conciencia <strong>de</strong> heredada raigambre libertaria y con pleno cono-<br />

número 408, diciembre <strong>2004</strong> la<strong>Gaceta</strong> 31


cimiento <strong>de</strong> causa (recuér<strong>de</strong>se que De la Colina vivió en Cuba<br />

en los primeros años <strong>de</strong> la revolución castrista y que salió <strong>de</strong><br />

ahí muy poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que el Che Guevara propusiera<br />

“aquello <strong>de</strong> que <strong>La</strong>tinoamérica se convirtiera en un Vietnam,<br />

en dos, en tres, muchos Vietnams, me pareció monstruoso,<br />

porque era como <strong>de</strong>cir: que la gente sufra, que a la gente la torturen<br />

y gaseen y ametrallen y bombar<strong>de</strong>en, para que empiece<br />

a <strong>de</strong>sear inevitablemente la revolución. Eso era una mística,<br />

claro, pero una mística maquiavélica y perversa. Y me vacuné<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> Che y <strong>de</strong> los místicos revolucionarios. Pero que que<strong>de</strong> claro,<br />

eso no va no con los personajes <strong>de</strong> mi cuento [‘Manuscrito<br />

encontrado <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> una piedra’], que son unos ingenuos, no<br />

unos místicos ni unos Maquiavelos <strong>de</strong> la revolución: son unos<br />

ilusos que ven la guerrilla como una posibilidad <strong>de</strong> gloria y <strong>de</strong><br />

gran<strong>de</strong>za personal, más que <strong>de</strong> conquista <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r.” 1<br />

Pero ha sido, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> un escritor admirable y un lector<br />

pertinaz e inquisitivo, curioso y curiosísimo, un hombre valiente<br />

que no ha tenido miedo <strong>de</strong> andar a pie por las calles <strong>de</strong><br />

la literatura y portarse como un peatón <strong>de</strong> lo más <strong>de</strong>cente en<br />

medio <strong>de</strong> las mentiras bilingües, los pretextos partidarios y las<br />

conciencias ávidas <strong>de</strong> autosatisfacción, la servidumbre voluntaria,<br />

satisfecha o insatisfecha. Un minero, un gambusino <strong><strong>de</strong>l</strong> fait<br />

divers (véase por ejemplo su memorable página sobre la cotorrita<br />

<strong>de</strong> Winston Churchill).<br />

“Escritor en estado puro”, ha dicho Alejandro Rossi; yo<br />

añadiría: “escritor en estado lúdico”, “jugador verbal en estado<br />

<strong>de</strong> continua disponibilidad”, atento siempre a la responsabilidad<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> juego, a la limpieza <strong>de</strong>portiva <strong>de</strong> la ceremonia literaria.<br />

Esa voluntad lúdica le abre las puertas <strong><strong>de</strong>l</strong> gran libro <strong><strong>de</strong>l</strong> mundo<br />

y lo insta a mirar y <strong>de</strong>scifrar —como quería Bau<strong><strong>de</strong>l</strong>aire—<br />

cada uno <strong>de</strong> sus símbolos, lo invita a reconocer (en el sentido<br />

en que se i<strong>de</strong>ntifica a un hijo) las huellas <strong>de</strong> la literatura (esos<br />

otros sellos <strong>de</strong> la carne) en don<strong>de</strong> se presentan: y uno <strong>de</strong> esos<br />

espacios es ¿quién lo pue<strong>de</strong> negar? la bohemia, el ámbito cantinero<br />

y, para <strong>de</strong>cirlo con Eduardo Lizal<strong>de</strong>, los climas tabernarios<br />

y eróticos don<strong>de</strong> la guerra <strong>de</strong> los cuerpos y el ineludible arte<br />

<strong>de</strong> amar y <strong>de</strong>samar vuelven a la fuente castálida <strong><strong>de</strong>l</strong> humor y<br />

la saliva, la voz y el verso. <strong>La</strong> vertiente<br />

callejera subraya en el talante <strong>de</strong> este Pepe<br />

Lu<strong>de</strong>ns 2 el aliento lírico <strong>de</strong> su respiración.<br />

Los relatos y cuentos <strong>de</strong> José <strong>de</strong> la<br />

Colina —<strong>de</strong>s<strong>de</strong> Ven, caballo gris, <strong>La</strong> lucha<br />

con la pantera y El Espíritu Santo hasta<br />

Tren <strong>de</strong> historias, El álbum <strong>de</strong> Lilith, En-<br />

tonces y Muertes ejemplares— están iluminados por la luz <strong>de</strong> la<br />

ensoñación y <strong>de</strong> la poesía, y, si toda su narrativa parece escrita<br />

bajo el lema <strong>de</strong> una “<strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> la poesía”, su escritura narrativa,<br />

híbrida <strong>de</strong> ensayo y periodismo, oralidad y traducción, parece<br />

traer a cuento sabrosos resabios y reversos <strong><strong>de</strong>l</strong> Poema Mayor<br />

<strong>de</strong> don<strong>de</strong> <strong>de</strong>rivan todos los poemas. <strong>La</strong> i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la prosa en<br />

De la Colina es compleja: es lírica y es prosaica, es cómica y es<br />

juguetona, elegante y sencilla como un juego infantil en el que<br />

1 J. L. Ontiveros, “Entrevista con José <strong>de</strong> la Colina. El cuento, las<br />

nínfulas y lo sagrado”, Casa <strong><strong>de</strong>l</strong> Tiempo, p. x.<br />

2 Cabe aquí invitar al lector a repasar el libro clásico <strong><strong>de</strong>l</strong> holandés<br />

Johan Huizinga —originalmente publicado por el fce— Homo lu<strong>de</strong>ns,<br />

traducción <strong>de</strong> Eugenio Ímaz, Biblioteca 30 Aniversario <strong>de</strong> Alianza<br />

Editorial, Madrid, 1998.<br />

José <strong>de</strong> la Colina no es en modo<br />

alguno una rara avis <strong>de</strong> la literatura<br />

hispánica. Es un cuentista <strong>de</strong> raza<br />

y encarna el alma encantada <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

niño en el mundo que sabe contar<br />

su maravilla<br />

siempre se dice la verdad <strong><strong>de</strong>l</strong> arte. “<strong>La</strong> tumba india” no sólo es<br />

un cuento magistral: es una metáfora sobre la escritura y su<br />

verdad.<br />

El modo en que José <strong>de</strong> la Colina practica el oficio <strong>de</strong> periodista<br />

y en que combina la atención al interlocutor, la experiencia<br />

literaria adquirida (es <strong>de</strong>cir la memoria <strong>de</strong> lo leído, lo<br />

oído y lo escrito) y la agilidad dizque improvisada <strong><strong>de</strong>l</strong> que sabe<br />

salir <strong><strong>de</strong>l</strong> paso como pue<strong>de</strong> y quiere lo sitúan como uno <strong>de</strong> los<br />

más entusiastas y certeros animadores <strong>de</strong> la conversación literaria<br />

en esta capital <strong><strong>de</strong>l</strong> mundo hispanoparlante que es la mexicana<br />

megalópolis a la que él llama con neologismo cómico<br />

Esmógico City.<br />

<strong>La</strong> conversación privada, como se sabe, no fue hasta bien<br />

entrado el renacimiento objeto <strong>de</strong> normalización ni <strong>de</strong> instituciones<br />

retóricas: antes, la retórica se había en<strong>de</strong>rezado a codificar<br />

los modos <strong>de</strong> la persuasión judicial y forense y a subrayar<br />

y poner pautas a los ejercicios <strong>de</strong> la retórica pública. Pero a<br />

partir <strong><strong>de</strong>l</strong> renacimiento, y en particular en los salones franceses<br />

<strong>de</strong> los siglos xvii y xviii, se introduce un modo <strong>de</strong> comunicación<br />

oral singular don<strong>de</strong> ya no sólo se trata <strong>de</strong> persuadir al otro<br />

mediante argumentos infalibles sino, entre otras cosas, <strong>de</strong><br />

atraerlo y arrebatarlo, suspen<strong>de</strong>r su ánimo y fascinarlo. El gobierno<br />

<strong>de</strong> esa nueva oralidad coinci<strong>de</strong> con el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> la<br />

novela y el cuento y con el <strong>de</strong>scubrimiento y la traducción <strong>de</strong><br />

los cuerpos narrativos orientales inspirados<br />

por el <strong>de</strong>monio <strong>de</strong> las muñecas rusas<br />

caníbales (dixit Luigi Amara): la fábula<br />

en que se van <strong>de</strong>vorando las narraciones<br />

unas a otras. Surge en ese<br />

horizonte la figura singular <strong><strong>de</strong>l</strong> cuentista<br />

improvisador, capaz <strong>de</strong> sacar casi <strong>de</strong> la<br />

nada un extenso relato que observa características<br />

o leyes específicas, como es el caso <strong><strong>de</strong>l</strong> poeta y<br />

cuentista evocado por Alexan<strong>de</strong>r Serguei Puchkin en su cuento<br />

“<strong>La</strong>s noches <strong>de</strong> Cleopatra” —Tcharski—, a su vez inspirado<br />

en la figura <strong><strong>de</strong>l</strong> poeta-improvisador polaco Adam Mickiewitz.<br />

O como es el caso <strong>de</strong> Corinne ou l’Italie, la narradora-improvisadora<br />

evocada en su novela por Madame <strong>de</strong> Staél. El tema <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

improvisador cuya acción <strong>de</strong>saforada pue<strong>de</strong> rayar en locura<br />

echa a andar la discusión en torno a las virtu<strong>de</strong>s <strong><strong>de</strong>l</strong> talento innato<br />

enfrentadas al conocimiento adquirido mediante la práctica<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> oficio. Éste precisamente es uno <strong>de</strong> los trabajos expuestos<br />

por De la Colina en la emblemática fábula titulada “El arte<br />

<strong>de</strong> Croconas”. José <strong>de</strong> la Colina no es en modo alguno una<br />

rara avis <strong>de</strong> la literatura hispánica. Es un cuentista <strong>de</strong> raza y encarna<br />

el alma encantada <strong><strong>de</strong>l</strong> niño en el mundo que sabe contar<br />

su maravilla.<br />

32 la<strong>Gaceta</strong> número 408, diciembre <strong>2004</strong>

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