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La Gaceta del FCE. Diciembre de 2004 - Fondo de Cultura Económica

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mocracia y el <strong>de</strong>recho. El número <strong>de</strong> la verdad. Y he aquí que<br />

esa verdad a la que la autora le rehuye como a una enfermedad<br />

parece asomar en estas tres novelas reunidas bajo el título Trilogía<br />

<strong>de</strong> los bajos fondos.<br />

<strong>La</strong> sola mención <strong><strong>de</strong>l</strong> “fondo bajo” remite a ciertos artífices<br />

<strong>de</strong> la literatura noir a la que nuestra autora ha querido sumarse.<br />

Dashiell Hammett confesó una vez uno <strong>de</strong> sus secretos:<br />

cuando no sabía cómo seguir hacía que un personaje sacara un<br />

revólver. <strong>La</strong> fuerza <strong>de</strong> esa presencia es tan po<strong>de</strong>rosa que por lo<br />

general el solo hecho <strong>de</strong> <strong>de</strong>senfundarlo permite al portador obtener<br />

lo que quiere. Se trata más que <strong>de</strong> un mero recurso: a esta<br />

altura es un momento <strong>de</strong> confrontación y reflexión literaria.<br />

A tantos revólveres se ha echado mano en la novela negra que<br />

ese mínimo gesto requiere a esta altura —y cada vez más— que<br />

el autor eche mano a su vez <strong>de</strong> recursos nuevos, si lo que quiere<br />

es que ese gesto mínimo sea diferente y brille con luz propia<br />

en medio <strong>de</strong> ese gran arsenal que ha hecho <strong>de</strong>senfundar<br />

tanta y tanta literatura. Ahora léase esto:<br />

“Todavía estaba vestido cuando sucedió aquello. Totalmente<br />

vestido. Sólo se había quitado el impermeable, que atinó a<br />

manotear a la salida. Ya había llegado eso sí al dormitorio,<br />

cuando sucedió aquello, y él estaba a punto <strong>de</strong> sacarse el saco<br />

pero en cambio metió la mano en el bolsillo <strong>de</strong>recho, encontró<br />

el revólver que tenía olvidado, lo empuñó y entonces. Todo lo<br />

anterior con Edwina había sido un dulce ir reconociéndose,<br />

primero con la voz y <strong>de</strong>spués con las manos, y largos silencios<br />

frente a la chimenea y esa maravillosa percepción en la yema<br />

<strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos, y <strong>de</strong> golpe ella sin <strong>de</strong>cir palabra se había puesto<br />

<strong>de</strong> pie y se había encaminado al dormitorio. Él se puso también<br />

<strong>de</strong> pie y la siguió, lamentando fugazmente tener que <strong>de</strong>jar<br />

su lugar calientito y plácido.<br />

”Fue más que nada la abierta sonrisa <strong>de</strong> ella al darse vuelta<br />

en medio <strong><strong>de</strong>l</strong> dormitorio lo que invitó a Agustín a acercarse,<br />

muy cerca. Y cuando ya estaba a punto <strong>de</strong> tomarla entre sus<br />

brazos metió la mano en el bolsillo e hizo lo que hizo sin siquiera<br />

po<strong>de</strong>r imaginarlo, quedándose <strong>de</strong>spués clavado en el<br />

asombro <strong>de</strong> un estampido sordo y <strong>de</strong> una acción que parecía<br />

pertenecerle a otro.”<br />

“¿Cómo escapar entonces a la trampa i<strong>de</strong>ntificatoria?” Eso<br />

se pregunta Ava Taurel en Novela negra con argentinos (1991), a<br />

la que pertenece la cita <strong>de</strong> poco más arriba. (Ava Taurel, la valkiria<br />

dominadora, volverá a aparecer en otra novela, <strong>La</strong> travesía,<br />

casi diez años <strong>de</strong>spués, igualmente entregada a su profesionalismo,<br />

a su “servicio social positivo”.) En esta novela Luisa<br />

Valenzuela hace pasar el género noir por el tamiz <strong>de</strong> su estilo.<br />

¿Pero no habíamos dicho que no existía un estilo Valenzuela?<br />

Sí, lo habíamos dicho, pero lo cierto es que sí existe y (en parte,<br />

sólo en parte) se basa en el ataque simultáneo no <strong>de</strong>s<strong>de</strong> distintos<br />

puntos <strong>de</strong> vista (en el sentido <strong><strong>de</strong>l</strong> encuadre: no la escena<br />

narrada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> distintos ángulos: eso <strong>de</strong>cimos), sino <strong>de</strong>s<strong>de</strong> varios<br />

ángulos <strong><strong>de</strong>l</strong> pensamiento. Es <strong>de</strong>cir, la acción es una, quién<br />

lo duda, pero a la acción parece sobreponerse la exigencia <strong>de</strong><br />

dudar <strong>de</strong> ella y su impresión acabada, su indudable presencia,<br />

su dictadura. Los personajes <strong>de</strong> Valenzuela (pensamos en el<br />

Agustín Palant <strong>de</strong> Novela negra con argentinos) no <strong>de</strong>jan pregunta<br />

librada al azar. Sus respuestas pue<strong>de</strong>n ser erróneas (una novela<br />

avanza con base en esos errores; sin ellos sería una consecución<br />

<strong>de</strong> certezas inasibles, insoportables, un manual <strong>de</strong> buenas<br />

acciones, un Tao te king increíble, ingenuamente imposible<br />

<strong>de</strong> aceptar como tal, sospechoso), pero el hecho es que noso-<br />

tros (los que vivimos nuestra vida), al leer, encontramos que todas,<br />

todas nuestras preguntas (entrecortadas, apenas esbozadas,<br />

inconclusas) obtienen su respuesta (errónea o no: no importa).<br />

Son cosas interesantes, que van <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ese doble papel que asume<br />

nuestro autor, el <strong>de</strong> “gestor” <strong>de</strong> <strong>de</strong>terminado evento y <strong>de</strong><br />

observador <strong><strong>de</strong>l</strong> mismo. Al mismo tiempo que lo gesta lo observa<br />

con ojos insólitamente tristes (incluso, insólitamente también,<br />

humorísticos), preguntándose acerca <strong>de</strong> la veracidad <strong>de</strong> la<br />

reacción <strong>de</strong> ese soporte <strong>de</strong> sentimientos que es el personaje. Y<br />

al mismo tiempo que engendra las acciones, que hace que su<br />

personaje vaya y venga, saque un revólver <strong><strong>de</strong>l</strong> bolsillo y camine,<br />

se aproxime y se aleje, como se dice habitualmente “se pone<br />

en su lugar”. Y como un escribiente, en el sentido más burocrático<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> término —piénsese en alguien que se limita a<br />

“dar cuenta <strong>de</strong>”, a tomar nota, <strong>de</strong>sapegado, lejos, <strong>de</strong>sapegado—<br />

toma nota, vierte en el papel las respuestas sugeridas por las<br />

preguntas <strong>de</strong> ese observador que es otro, pero que es él mismo.<br />

¿Quién fue el que dijo que la novela es la digresión? No lo recordamos.<br />

Probablemente no lo haya dicho nadie, pero en<br />

cualquier caso es una certeza <strong>de</strong>masiado fulminante como pa-<br />

ra po<strong>de</strong>r adjudicárnosla a nosotros, pobres lectores con el lápiz<br />

en la mano. Cuando Agustín Palant (<strong>de</strong>s<strong>de</strong> ahora “nuestro héroe”)<br />

se <strong>de</strong>scubre a sí mismo aullando suavemente, “un llanto<br />

<strong>de</strong> entrañas más aterrador que el mismo miedo porque fácilmente<br />

podía convertirse en grito” (es <strong>de</strong>cir en <strong><strong>de</strong>l</strong>ación), lo que<br />

corroboramos es que el miedo y la culpa se manifiestan así, así,<br />

in<strong>de</strong>fectiblemente así, así. Hay que leer para creer. Duro <strong>de</strong><br />

aceptar: hay que leer para creer.<br />

Pero hay algo más cuya presencia suele confundirse con lo<br />

que se llama estilo, que no es estilo, sino voz. Convengamos<br />

que lo <strong><strong>de</strong>l</strong> estilo tiene mucho <strong>de</strong> metalúrgico, sugiere enseguida<br />

una labor asalariada, sin compromiso, automática, alienada.<br />

Pareciera que quien se vanagloria <strong>de</strong> haber hallado finalmente<br />

un estilo en realidad se vanagloria <strong>de</strong> haber hallado algo cuya<br />

sola visión <strong>de</strong>bería avergonzarlo: el mol<strong>de</strong>, la pieza hueca preparada<br />

<strong>de</strong> tal modo que dé forma a la materia que se introduce<br />

en él. <strong>La</strong> voz, en cambio, es la materia. En ausencia <strong>de</strong> un<br />

mol<strong>de</strong> (<strong>de</strong> un estilo) es ella entonces la que permanece inalterable,<br />

la que será mol<strong>de</strong>ada, tergiversada, trabajada. Es sorpren<strong>de</strong>nte,<br />

pero quienes conocen y han oído hablar a Luisa Valenzuela<br />

no pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces “<strong>de</strong>spegar” su modo <strong>de</strong> expresarse<br />

oralmente <strong>de</strong> su modo <strong>de</strong> hacerlo empuñando la<br />

pluma. Esto no quiere <strong>de</strong>cir que su voz literaria sea una tras-<br />

número 408, diciembre <strong>2004</strong> la<strong>Gaceta</strong> 21

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