12.05.2013 Views

La Gaceta del FCE. Diciembre de 2004 - Fondo de Cultura Económica

La Gaceta del FCE. Diciembre de 2004 - Fondo de Cultura Económica

La Gaceta del FCE. Diciembre de 2004 - Fondo de Cultura Económica

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

platillos cocinados. Una larga hilera que observo sin inmutarme.<br />

Me he vuelto transparente. Delante <strong>de</strong> mí ya no hay nadie.<br />

Me acaban <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar atrás. Aún embotada, siento unas ganas incontenibles<br />

<strong>de</strong> matar.<br />

Regreso al árbol <strong>de</strong> ceiba. Mis compañeras llevan puesta<br />

una blusa, una <strong>de</strong> ellas me entrega la mía y quiero saber quién<br />

se las ha dado, pregunta inútil. Está a punto <strong>de</strong> llorar. Solamente<br />

me dice:<br />

—Ni siquiera nos respetan.<br />

Nadie se preocupa por nosotras. Ni los nuestros ni los<br />

otros. <strong>La</strong>s veinte mujeres esclavas esperamos sentadas. Cortés<br />

y Aguilar reaparecen con algunos soldados por un flanco <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

estrado. No alcanzo a escuchar lo que<br />

dicen. Es muy breve. Muy rápidamente<br />

todo se aglutina alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> los tres<br />

templos. Muchos soldados bullen, ocupan<br />

los escalones y arrojan al vacío las<br />

esculturas <strong>de</strong> nuestros dioses. <strong>La</strong> <strong>de</strong>vastación<br />

acaece con increíble rapi<strong>de</strong>z. Los<br />

soldados eliminan cuanto nosotros veneramos.<br />

El suelo tiembla con cada impacto.<br />

Siento sus vibraciones <strong>de</strong>spués<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> choque. No puedo creer que sea cierto. <strong>La</strong>s estatuas <strong>de</strong>saparecen<br />

una tras otra. No las veo caer. Escucho cómo se hacen<br />

pedazos. Se quiebran o se rompen, chocan al unísono <strong>de</strong> lo que<br />

mascullan. Cada grito, un insulto. Profanan nuestra tierra al<br />

injuriar a nuestros dioses y tengo la impresión <strong>de</strong> haber sido<br />

<strong>de</strong>spojada, <strong>de</strong>stripada, <strong>de</strong>spedazada yo misma.<br />

De pronto, me estremezco. <strong>La</strong> rabia con la que <strong>de</strong>strozan lo<br />

que consi<strong>de</strong>ramos sagrado me causa placer —un placer violento—<br />

y me avergüenza sentir esa alegría. Mi cólera se refleja en<br />

sus a<strong>de</strong>manes. <strong>La</strong> veo. <strong>La</strong> escucho. Y ya no sé qué me ofen<strong>de</strong><br />

más: la barbarie hacia nuestros dioses o el escalofrío que recorre<br />

mi cuerpo.<br />

Los nuestros barren los escombros alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los<br />

templos, separando los pedazos más gran<strong>de</strong>s. Encalan la piedra<br />

pintada <strong>de</strong> un rojo pastel y poco a poco resulta con una blancura<br />

lívida. Dos siluetas <strong>de</strong> metal clavan una cruz. Una <strong>de</strong> ellas<br />

golpea con todas sus fuerzas para hincarla. <strong>La</strong> parte alta se<br />

cuartea. Ponen la imagen <strong>de</strong> la señora con el niño. Los dos barbados<br />

vuelven a bajar. El monumento se queda <strong>de</strong>snudo. Un<br />

soldado sin casco escala hacia la cima, se <strong>de</strong>tiene en los últimos<br />

peldaños y todos se arrodillan para escuchar sus primeras palabras.<br />

Al fin reina el silencio. Luego canta. Su voz se mece en el<br />

aire y llega hasta mí. Se queja. Me hace estremecer y me sosiega.<br />

Él no canta como nosotros. Su aliento prolonga los sonidos<br />

que vienen <strong><strong>de</strong>l</strong> estómago. El tono <strong>de</strong> su voz difiere mucho <strong>de</strong><br />

la ru<strong>de</strong>za que ellos muestran en su forma <strong>de</strong> hablar. Es un lamento.<br />

Y su canto me transporta, penetra en mi piel, se une a<br />

mis tristezas, libera mis tormentos. ¿Cómo es posible que esos<br />

mismos seres sean capaces <strong>de</strong> semejante don <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />

mostrado tanta crueldad? Es tan hermoso que me corren las lágrimas.<br />

Su ceremonia se acabó. Los soldados se dispersan. Dos <strong>de</strong><br />

ellos se acercan. Tardo un momento en reconocer a Aguilar y<br />

al padre Olmedo. No llevan puesto el casco, y podría haber <strong>de</strong>ducido<br />

quién era el segundo. Lo acabo <strong>de</strong> ver cantando. Pero<br />

confundo a estos individuos. A pesar <strong>de</strong> la diversidad <strong>de</strong> barbas<br />

y <strong>de</strong> cabelleras, se parecen mucho. De lejos no puedo diferen-<br />

Nos bautizan a manera <strong>de</strong> ejemplo,<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong>ante <strong>de</strong> todos, incluso <strong>de</strong> los<br />

nuestros. Somos las veinte primeras<br />

cristianas <strong>de</strong> la Nueva España<br />

frente al capitán barbado, sentado<br />

arriba, en el estrado, al pie <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

templo blanco. Nos asignan a<br />

cada una un nombre en castellano<br />

ciarlos. Tampoco logro acostumbrarme a su andar <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nado<br />

con ese ruido <strong>de</strong> metales. Al verlos llegar nos levantamos,<br />

casi aliviadas <strong>de</strong> que finalmente nos tomen en cuenta. Creemos<br />

que van a asignarnos labores. Yo espero que me <strong>de</strong>n <strong>de</strong> comer.<br />

Aguilar nos invita a sentarnos alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> ellos.<br />

Primero preguntan nuestros nombres. Después, <strong>de</strong> dón<strong>de</strong><br />

es originaria cada una. Por último, la edad que tenemos. Ninguna<br />

la sabe. Intentan calcularla dirigiéndose al azar a cuatro<br />

mujeres, entre las cuales estoy yo. Cuentan los años valiéndose<br />

<strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos. Según ellos, yo <strong>de</strong>bo tener alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> dieciocho.<br />

Hasta entonces nadie se había dignado darme esa información.<br />

Tengo el sentimiento <strong>de</strong> volverme única. Luego<br />

hablan <strong>de</strong> ellos. Se refieren con más <strong>de</strong>talle<br />

a lo que discutieron la víspera con<br />

nuestros hombres, nos lo explican mucho<br />

mejor y sentimos la curiosidad <strong>de</strong><br />

saber por qué nos tratan con tanta paciencia.<br />

Somos las primeras a quienes<br />

exponen los fundamentos <strong>de</strong> su mundo.<br />

—Vienen <strong>de</strong> muy lejos, se llaman<br />

cristianos porque son los hijos <strong><strong>de</strong>l</strong> dios<br />

verda<strong>de</strong>ro. Son los súbditos <strong>de</strong> una gran<br />

reina y un gran rey, su hijo, Carlos V. Ellos los enviaron para<br />

enseñarnos las buenas nuevas <strong>de</strong> su santa fe y para persuadirnos<br />

<strong>de</strong> no creer en nuestros ídolos que se hacen pasar por dioses,<br />

con presuntuosa vanidad. Vinieron para sacarnos <strong>de</strong> la ignorancia<br />

y redimirnos <strong><strong>de</strong>l</strong> horror que ofusca nuestras vidas.<br />

Nos traen una nueva ley, mejor que la nuestra. Una ley transparente<br />

y clara. Después <strong>de</strong> esta vida hay otra, eterna, para todas<br />

aquellas que adoren a Jesucristo, el hijo <strong>de</strong> ese dios, el niño<br />

<strong>de</strong> la imagen que, siendo adulto, en la cruz, nos salvó <strong><strong>de</strong>l</strong> pecado<br />

cometido por Adán, nuestro primer antepasado. <strong>La</strong>s que<br />

se resistan sufrirán para siempre, con<strong>de</strong>nadas al infierno.<br />

—Les voy a dar dos ejemplos, entre muchos otros, <strong>de</strong> los<br />

suplicios que pue<strong>de</strong>n infligirles —dice Aguilar en un arrebato—.<br />

Por aquellos o aquellas que estaban escuchando <strong>de</strong>trás <strong>de</strong><br />

las puertas, agujas ardiendo les taladrarán los oídos. El que cometa<br />

un incesto —aña<strong>de</strong> apuntando con el índice hacia el cielo—<br />

se hará merecedor <strong>de</strong> que lo cuelguen <strong>de</strong> los párpados y<br />

los ángeles lo azotarán para siempre jamás.<br />

No comprendo bien quién es el hijo <strong>de</strong> quién. Carlos V, Jesucristo,<br />

ellos, Adán, todo es terriblemente complicado. En<br />

cambio, esa otra vida <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ésta me parece extraordinaria,<br />

como un imposible que pue<strong>de</strong> ser posible. Nosotros no tenemos<br />

un más allá. Somos simples mortales. Volvemos al vacío.<br />

Vinimos a vivir una sola y única vez, eso es lo que reza uno <strong>de</strong><br />

nuestros cantos. Después morimos y <strong>de</strong>saparecemos al cabo<br />

<strong>de</strong> cuatro años <strong>de</strong> tránsito en el submundo. Ellos sostienen<br />

lo contrario. Me abren un camino que creía inaccesible. Salvo<br />

unas cuantas excepciones, ninguno <strong>de</strong> nosotros pue<strong>de</strong> aspirar<br />

a una vida eterna. Para llegar a ser inmortal se requiere haber<br />

sido un guerrero al que hayan matado o sacrificado, morir en<br />

el parto, ser un niño que <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> existir muy pronto o, por último,<br />

perecer ahogado o víctima <strong>de</strong> un rayo. Es <strong>de</strong>cir, morir<br />

violentamente, sin ser responsable <strong>de</strong> ello. Sólo la muerte que<br />

cae sobre nosotros pue<strong>de</strong> conce<strong>de</strong>rnos esta oportunidad. No<br />

po<strong>de</strong>mos dominar nada. Ésa es nuestra humildad.<br />

Escucho al padre Olmedo en su lengua extranjera y la traducción<br />

<strong>de</strong> Aguilar y pienso en el canto <strong>de</strong> ese hombre que, un<br />

poco antes, partió a la conquista <strong>de</strong> tan fabuloso paraíso. El mi-<br />

26 la<strong>Gaceta</strong> número 408, diciembre <strong>2004</strong>

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!