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La Gaceta del FCE. Diciembre de 2004 - Fondo de Cultura Económica

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<strong>de</strong>scoordinado y torpe; las cosas se le caían, se tropezaba con<br />

ellas, se movía a trompicones. Todo esto hacía que la gente<br />

—especialmente su padre— le gritara, lo abofeteara, se mofara<br />

<strong>de</strong> él y lo <strong>de</strong>spreciara, <strong>de</strong> manera que en conjunto su aspecto<br />

era el <strong>de</strong> un perro asustado; uno <strong>de</strong> esos que siempre llevan<br />

la cola entre las patas, escabulléndose mientras esperan una<br />

nueva patada. Tenía una mirada vulnerable e infantil, con su<br />

rostro pálido y pecoso bajo un montón <strong>de</strong> cabello rojizo y rebel<strong>de</strong>,<br />

y sus gran<strong>de</strong>s ojos vidriosos y azules, que solían mirar a<br />

su alre<strong>de</strong>dor sin compren<strong>de</strong>r lo que pasaba. Pero nadie jamás<br />

lo vio llorar o reírse. <strong>La</strong> gente lo consi<strong>de</strong>raba un simplón —un<br />

papanatas— y se preguntaba por qué su padre no lo había<br />

abandonado años antes. Todos daban por hecho que no era<br />

más que un recipiente hueco, carente <strong>de</strong> sustancia, sentimiento<br />

o emoción, incapaz <strong>de</strong> amor y sin necesidad <strong>de</strong> afecto.<br />

¿Pero cómo podía Meshak hablar <strong>de</strong> sus terrores si nadie<br />

más que Jester lo escucharía? Veía duen<strong>de</strong>s y brujas, criaturas<br />

malignas agazapadas en las sombras, ocultas en los árboles, flotando<br />

en el cielo; <strong>de</strong>monios con cabezas calvas y dientes centelleantes.<br />

Nunca sabía en qué momento vendrían a aguijonearlo<br />

y atizarlo, a atormentar sus sueños y alborotar su cabeza. Incluso<br />

ahora la oscuridad <strong><strong>de</strong>l</strong> bosque, que acababan <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar<br />

atrás, parecía reptar por el suelo persiguiéndolos, engullendo<br />

sus huellas hasta llegar a consumirlos también.<br />

Su padre era mezquino con las lámparas y sólo llevaba una<br />

hasta a<strong><strong>de</strong>l</strong>ante para alumbrar el camino; por eso Meshak odiaba<br />

tanto recorrer <strong>de</strong> noche las carreteras. Le asustaba la oscuridad.<br />

Pero no sólo le atemorizaba el mundo sobrenatural;<br />

también el mundo real <strong>de</strong> los ladrones y salteadores <strong>de</strong> caminos,<br />

especialmente junto al bosque. Y, a<strong>de</strong>más, estaban los animales<br />

salvajes. Odiaba los ver<strong>de</strong>s ojos que relumbraban entre la<br />

<strong>de</strong>nsa maleza y los forcejeos y gruñidos <strong>de</strong> criaturas que no alcanzaba<br />

a ver y que acechaban entre los árboles.<br />

Pero lo que más odiaba era los patéticos chillidos provenientes<br />

<strong>de</strong> los sacos que golpeaban contra los flancos huesudos<br />

<strong>de</strong> las mulas, y la labor que Otis y él solían realizar por la noche<br />

en algún lugar solitario. Nunca le contó a nadie <strong>de</strong> las pa-<br />

vorosas pesadillas que tenía y <strong>de</strong> cómo<br />

había aprendido a sofocar sus quejidos y<br />

ja<strong>de</strong>os para no <strong>de</strong>spertar a su padre.<br />

Nunca le contó a nadie acerca <strong>de</strong> las caras<br />

y las voces y los <strong>de</strong>dos engarruñados<br />

<strong>de</strong> todos esos niños, que se arrastraban<br />

como almas en pena en sus sueños.<br />

Entrevió las altas torres <strong>de</strong> la catedral<br />

<strong>de</strong> Gloucester entre la <strong>de</strong>nsa niebla y su<br />

corazón dio un vuelco. Le gustaban las<br />

iglesias porque en ellas había ángeles, ya<br />

fuera <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> fulgurantes vitrales, o<br />

afuera, en los cementerios; ángeles <strong>de</strong><br />

piedra <strong>de</strong> suaves manos y rostros amorosos. En la primera<br />

oportunidad iría a la catedral a ver a su ángel favorito. Casi<br />

siempre su padre lo abandonaba al llegar a la ciudad y <strong>de</strong>saparecía<br />

durante varios días mientras hacía sus negocios, se reunía<br />

con sus contactos o se perdía en los bares y tabernas para entregarse<br />

a las apuestas, las peleas <strong>de</strong> perros, andar con mujeres<br />

y promover su carrera. Meshak sabía que su ambición no tenía<br />

límites, que no se conformaría nunca con ser el hombre <strong>de</strong> los<br />

cacharros. Mientras tanto, el muchacho viviría y dormiría en la<br />

carreta. Con los escasos peniques que le daba su padre podía<br />

Con sumo placer contempló el vasto<br />

resplandor <strong><strong>de</strong>l</strong> río, ahora tan cercano.<br />

<strong>La</strong>s primeras luces trémulas <strong>de</strong> las<br />

antorchas y las fogatas se habían<br />

encendido a lo largo <strong>de</strong> la ribera,<br />

mientras el crepúsculo se hundía<br />

en la noche. Gran<strong>de</strong>s cascos <strong>de</strong><br />

barcos cavilaban anclados, en tanto<br />

que pequeñas embarcaciones se<br />

escurrían como insectos en vaivén<br />

por la superficie <strong><strong>de</strong>l</strong> agua<br />

valerse por sí mismo, sobre todo porque Jester lo acompañaba<br />

siempre.<br />

—¡Ven acá a<strong><strong>de</strong>l</strong>ante, muchacho! —un grito <strong>de</strong> su padre indicaba<br />

que había avistado a alguien en el camino. A Otis le gustaba<br />

tener cerca a su hijo “idiota” durante ciertas transacciones.<br />

Esto le daba la apariencia <strong>de</strong> ser un padre <strong>de</strong>dicado y amoroso;<br />

un hombre en el que se podía confiar y al que podían confiársele<br />

secretos. Meshak trepó obedientemente a su lado.<br />

Con sumo placer contempló el vasto resplandor <strong><strong>de</strong>l</strong> río, ahora<br />

tan cercano. <strong>La</strong>s primeras luces trémulas <strong>de</strong> las antorchas y<br />

las fogatas se habían encendido a lo largo <strong>de</strong> la ribera, mientras<br />

el crepúsculo se hundía en la noche. Gran<strong>de</strong>s cascos <strong>de</strong> barcos<br />

cavilaban anclados, en tanto que pequeñas embarcaciones se escurrían<br />

como insectos en vaivén por la superficie <strong><strong>de</strong>l</strong> agua. Avistó<br />

entonces una silueta alta y rígida como un espantapájaros: era<br />

el conductor <strong><strong>de</strong>l</strong> transbordador quien, con una pértiga en la mano,<br />

estaba parado sobre su chalana y próximo a embarcarse con<br />

una gran carga <strong>de</strong> pasajeros, borregos, mulas y canastas <strong>de</strong> mercancías.<br />

Corgis ladraba y corría entre las patas <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más animales<br />

para evitar que se amontonaran.<br />

Otis y Meshak esperaban en una fila <strong>de</strong> al menos tres hileras<br />

<strong>de</strong> arrieros antes que ellos, cada uno con treinta cabezas <strong>de</strong><br />

ganado o más, <strong>de</strong> modo que tendrían suerte si lograban entrar<br />

antes <strong>de</strong> que anocheciera.<br />

—Ollas, ollas, sartenes y ollas, comales y cucharones, teteras<br />

y cal<strong>de</strong>retas, jarras <strong>de</strong> barro y cántaros, cuchillos, tenedores y cucharas,<br />

aperos <strong>de</strong> labranza, todo <strong>de</strong> hojalata <strong>de</strong> Cornwall y hierro<br />

<strong>de</strong> Newcastle —pregonaba Otis en su jerga <strong>de</strong> mercachifle.<br />

—¡Ya llegó el <strong>de</strong> la caridad! —se levantó un murmullo. De<br />

antemano se había corrido la voz <strong>de</strong> que vendría y algunas personas<br />

ya lo esperaban.<br />

A últimas fechas Meshak había empezado a oír que a su padre<br />

lo llamaban “el <strong>de</strong> la caridad”, cosa que le intrigaba. Un sacerdote<br />

viajero al que un día habían llevado en la carreta le dijo<br />

que en la Biblia la palabra caridad significa “amor”. Era cierto<br />

que una parte lucrativa <strong><strong>de</strong>l</strong> negocio <strong>de</strong> su padre como viajero<br />

era recoger niños abandonados, huérfanos y no <strong>de</strong>seados —<br />

muchos <strong>de</strong> ellos <strong>de</strong> las iglesias locales y<br />

casas <strong>de</strong> caridad— y llevarlos a los talleres<br />

<strong>de</strong> hilados que día con día surgían<br />

por todo el país. Otis siempre llamaba<br />

“mocosos” a los niños y los trataba como<br />

si fueran verda<strong>de</strong>ras plagas, pese a<br />

que con ellos hacía buen dinero. A los<br />

muchachos más gran<strong>de</strong>s los entregaba a<br />

los regimientos y barcos <strong>de</strong> la armada,<br />

que siempre estaban en busca <strong>de</strong> soldados<br />

y marinos para pelear en las guerras<br />

que se libraban con los prusianos o los<br />

franceses en el extranjero, o bien con los<br />

jacobitas en el norte <strong><strong>de</strong>l</strong> país. En los muelles <strong>de</strong> Londres, Liverpool,<br />

Bristol y Gloucester, hacía tratos con barcos que llevaban<br />

muchachas y muchachos a Noráfrica, India o América,<br />

junto con sus cargamentos <strong>de</strong> esclavos, ma<strong>de</strong>ra para construcción<br />

y metales.<br />

Eso, quizá, podía consi<strong>de</strong>rarse un acto <strong>de</strong> caridad, pero<br />

Meshak no estaba tan seguro <strong>de</strong> que fuera amor. Tenía una i<strong>de</strong>a<br />

muy vaga <strong>de</strong> lo que era el amor. Creía haber sido amado por su<br />

madre, aunque apenas podía recordarla. Ella solía abrazarlo y<br />

besarlo; jugaba con él y le contaba cuentos. Pero un día se mu-<br />

28 la<strong>Gaceta</strong> número 408, diciembre <strong>2004</strong>

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