La Gaceta del FCE. Diciembre de 2004 - Fondo de Cultura Económica
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madres <strong>de</strong>votas, sólo por Vattimo, Lyotard, Derrida y Foucault,<br />
y ya sabemos que cuatro madres juntas, como mucho,<br />
pue<strong>de</strong>n jugar una partida <strong>de</strong> canasta, que fue lo que en <strong>de</strong>finitiva<br />
hicieron). Para entonces tampoco se había oído hablar mucho<br />
<strong>de</strong> la opera aperta (Umberto Eco jugaba un solitario con<br />
ella; el libro Obra abierta se publicó en Italia cuatro años antes<br />
<strong>de</strong> la publicación <strong>de</strong> Hay que sonreír, pero si consi<strong>de</strong>ramos que<br />
nuestra autora lo escribió en 1960 po<strong>de</strong>mos arriesgar sin temor<br />
alguno que no lo había leído), y sin embargo en Hay que sonreír<br />
cada lector goza <strong>de</strong> total libertad para sacar la conclusión que<br />
más le plazca en cuanto al <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> Clara —la autora aún está<br />
absolutamente convencida <strong>de</strong> que Clara no muere; como<br />
ella misma dice: “no hay mejor arma que el <strong>de</strong>sconcierto contra<br />
quienes se creen dueños absolutos <strong>de</strong> la verdad”.<br />
Cuentan quienes se sumergen a gran<strong>de</strong>s profundida<strong>de</strong>s que<br />
llegado a un cierto punto uno se ve poseído por una especie <strong>de</strong><br />
ilusión que lo lleva a creer que allá abajo es posible la respiración<br />
por vía natural. Cuando esto ocurre el buzo se <strong>de</strong>shace <strong>de</strong><br />
sus tubos <strong>de</strong> oxígeno y naturalmente se ahoga. Se embriaga<br />
<strong>de</strong> un hechizo fatal llamado “el vértigo <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s profundida<strong>de</strong>s”.<br />
Ahora bien: Clara conoce ese vértigo. Por su parte,<br />
Valenzuela, como toda buena lectora, sabe <strong>de</strong> los peligros que<br />
corre el escritor <strong>de</strong> volverse siempre un poco más hipócrita,<br />
<strong>La</strong> india <strong>de</strong> Cortés<br />
Carole Achache<br />
El peso simbólico <strong>de</strong> la Malinche es tan gran<strong>de</strong> en<br />
México que solemos usar como insulto el adjetivo<br />
que se <strong>de</strong>riva <strong>de</strong> su nombre. Esta novela es malinchista<br />
en un sentido más novedoso, más audaz, pues<br />
tiene como protagonista a la esclava que habría <strong>de</strong><br />
servir como intérprete —y no sólo en el sentido<br />
lingüístico— entre los férreos conquistadores y los<br />
sorprendidos habitantes <strong>de</strong> Mesoamérica. Este<br />
fragmento proviene <strong>de</strong> la obra que circula ya en<br />
nuestra colección Tierra Firme<br />
Vuelvo a ser una esclava. Me van a entregar a los recién llegados<br />
junto con otras diecinueve mujeres. El hijo <strong>de</strong> mi esposo<br />
me lo dice, y se voltea sin añadir o agregar una palabra. No me<br />
sorpren<strong>de</strong> lo que me suce<strong>de</strong>. Des<strong>de</strong> siempre traigo a cuestas el<br />
día nefasto <strong>de</strong> mi nacimiento y mi vida se encarga <strong>de</strong> recordármelo.<br />
Estoy en cuclillas y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> saberlo me cuesta trabajo<br />
levantarme, ésa es la única señal <strong>de</strong> mi dolor. De pie, hago<br />
las labores que me correspon<strong>de</strong>n. Avivo el fuego <strong><strong>de</strong>l</strong> hogar soplándole<br />
a las brasas. A mis espaldas escucho los golpes regulares<br />
<strong>de</strong> las palmas que muelen el maíz. Cada una con sus tareas,<br />
cada una con su <strong>de</strong>stino, nos hemos quedado sin palabras,<br />
sólo están nuestros pesares. <strong>La</strong> gruñona llora en silencio. Acaba<br />
<strong>de</strong> per<strong>de</strong>r a su esposo. Yo acabo <strong>de</strong> per<strong>de</strong>rlo todo y quiero<br />
morirme. Solamente anhelo eso, porque ya estoy muerta. Caigo<br />
<strong>de</strong> muy alto humillada. Recaigo por segunda vez en el <strong>de</strong>se-<br />
como el cura que da misa todos los domingos y tiene entre sus<br />
manos un montón <strong>de</strong> hostias consagradas. El caso Clara es tan<br />
complejo que ofrece por sí solo todos los elementos para una<br />
meditación general sobre el significado <strong>de</strong> la literatura, <strong>de</strong> la<br />
poesía, <strong>de</strong> la lengua, <strong><strong>de</strong>l</strong> arte mismo. Todo aquel que se le aproxima<br />
<strong>de</strong>be comenzar <strong>de</strong> inmediato a lidiar con la explícita convicción<br />
<strong>de</strong> que es portadora <strong>de</strong> una doble trascen<strong>de</strong>ncia. Por un<br />
lado parece expresar una conciencia más o menos articulada <strong>de</strong><br />
la presencia o ausencia <strong>de</strong> Dios en los asuntos humanos; a otro<br />
nivel, el puro impacto <strong>de</strong> ella en nuestras vidas lleva directamente<br />
a la cuestión <strong>de</strong> la creación. Hay allí cierta analogía con<br />
el nacimiento <strong>de</strong> la vida misma. Todo aquel que escriba tiene<br />
muy serios motivos para confrontar su propia posición con el<br />
universo <strong>de</strong> Clara: siempre apren<strong>de</strong>rá algo.<br />
Nota bene. <strong>La</strong> autora pasó su juventud cerca <strong>de</strong> Borges, a<br />
quien quería y respetaba. Cuando apareció Hay que sonreír alguien<br />
fue y se la contó (él no leía esas cosas), y a partir <strong>de</strong> entonces<br />
el gran bardo comenzó a hacer correr la voz por ahí <strong>de</strong><br />
que se trataba <strong>de</strong> una novela pornográfica, lo cual hirió profundamente<br />
a nuestra autora. Como siempre, o casi siempre, Borges<br />
estaba en lo cierto: superhombre tan a<strong>de</strong>pto a los diccionarios<br />
y las enciclopedias entendía al pornógrafo como lo que es:<br />
“quien escribe acerca <strong>de</strong> la prostitución”.<br />
cho <strong>de</strong> los esclavos. <strong>La</strong> ofensa me consume, me oprime el corazón.<br />
Algo se extinguió, pero fue para protegerme. Mi frialdad<br />
me arropa. Mi dureza me salva. Logro sobreponerme al temor<br />
<strong>de</strong> sufrir esa suerte <strong>de</strong> manos <strong>de</strong> esos hombres con sus estruendosas<br />
trompetas <strong>de</strong> fuego.<br />
Antes <strong>de</strong> ir a rendirnos al pueblo <strong>de</strong> Tabasco, don<strong>de</strong> están<br />
los castellanos, veo a Melchorejo mientras lo sacrifican en el<br />
mismo templo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el que nos habló. Una vez más estamos<br />
reunidos en torno a él en la gran plaza <strong>de</strong> Cintla, y no soy la<br />
única en compren<strong>de</strong>r que ya no piensa como nosotros. Es obvio<br />
que nos ha traicionado. Le guardamos rencor porque nos<br />
hizo creer que no eran muchos. El valor <strong>de</strong> Melchorejo no sirvió<br />
<strong>de</strong> nada. Él, que se había prometido sobrevivir para contárnoslo,<br />
da la impresión <strong>de</strong> querer que acabe todo <strong>de</strong> una vez. En<br />
la forma en que yergue el cuello se percibe cierta indiferencia<br />
que no se asemeja al efecto <strong><strong>de</strong>l</strong> pulque que se da al futuro sacrificado.<br />
No hay orgullo, solamente aflicción. Sube los escalones<br />
<strong><strong>de</strong>l</strong> templo <strong>de</strong> Kukulkán, similar al <strong><strong>de</strong>l</strong> dios Quetzalcóatl.<br />
<strong>La</strong> luz <strong><strong>de</strong>l</strong> día parece aspirarle. A nosotros nos <strong>de</strong>slumbra. Estamos<br />
tranquilos. Él está tranquilo. <strong>La</strong>s plumas <strong>de</strong> su capa se<br />
ajustan a su movimiento. Se yergue. Se entrega a fin <strong>de</strong> preservar<br />
el curso <strong>de</strong> nuestro mundo. Un regreso a lo habitual <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> esa lucha ajena a nuestras normas. Nos tranquiliza. Ya<br />
no le guardamos rencor. Lo vuelvo a ver subir más alto y dirigirse<br />
hacia el mismo sitio don<strong>de</strong> nos mostró sus ojos <strong>de</strong>sorbitados<br />
y por el que ahora va hacia la muerte. Porque lo veo así:<br />
al <strong>de</strong>recho y al revés. De frente y <strong>de</strong> noche para <strong>de</strong>cir la verdad<br />
número 408, diciembre <strong>2004</strong> la<strong>Gaceta</strong> 23