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La Gaceta del FCE. Diciembre de 2004 - Fondo de Cultura Económica

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“Usted seguramente habrá leído Les Faux Saulniers <strong>de</strong> Nerval”.<br />

Ojos azules contra ojos negros. Confieso que no, incluso el<br />

sentido <strong><strong>de</strong>l</strong> título se me escapa. “Pues, vaya”, murmura pensativa.<br />

En el café-tabac <strong>de</strong> la Sorbonne, don<strong>de</strong> a veces continuamos<br />

la clase, me explica algo más. Les Faux Saulniers (Los contrabandistas<br />

<strong>de</strong> sal) apareció primero como folletín. Más tar<strong>de</strong>, Gérard<br />

lo dividió y lo distribuyó <strong>de</strong> otra manera: la primera parte <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

relato fue a parar a <strong>La</strong>s hijas <strong><strong>de</strong>l</strong> fuego, con el título <strong>de</strong> Angélica,<br />

y la segunda a Los iluminados, con el título Historia <strong><strong>de</strong>l</strong> abate <strong>de</strong><br />

Bucquoy. Pero lo que ella consi<strong>de</strong>ra incomparable es la versión<br />

original, y si esa tar<strong>de</strong> me lo comenta es porque tiene sus motivos.<br />

Piensa que esa obra podría aclarar maravillosamente las<br />

ramificaciones <strong><strong>de</strong>l</strong> seminario que yo dirijo<br />

(“El mo<strong><strong>de</strong>l</strong>o, la copia, la invención”).<br />

En Francfort, Gérard hojea un libro sobre<br />

un curioso personaje <strong>de</strong> finales <strong><strong>de</strong>l</strong> reinado<br />

<strong>de</strong> Luis XIV y cree ver en él el argumento<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> folletín histórico que ha prometido<br />

al diario Le National. El precio que el<br />

librero exige le parece <strong>de</strong>masiado elevado y<br />

piensa que podrá encontrar la obra, que preten<strong>de</strong><br />

“copiar”, en cualquier biblioteca <strong>de</strong><br />

París y, si no en la Nacional. Ahora bien, no<br />

la encuentra por ninguna parte. ¿Qué hacer? Debe enviar su<br />

entrega cada semana, con una “exactitud militar”, y cualquier<br />

invención novelada está prohibida por la ley, en concretó por<br />

una enmienda, la enmienda Riancey (así llamada por el bisabuelo<br />

<strong>de</strong> Montherlant que la propuso), que prohíbe a los periódicos<br />

publicar novelas por entregas, so pena <strong>de</strong> multa. Durante<br />

la búsqueda <strong><strong>de</strong>l</strong> libro entrevisto en Francfort, que se va<br />

transformando en investigación, va a dar con unos documentos<br />

concernientes a la tía abuela <strong><strong>de</strong>l</strong> abate, una tal Angélica. Angélica,<br />

tú sabes.<br />

Una sonrisa se iba dibujando en el rostro <strong>de</strong> la estudiante a<br />

medida que percibía cómo su relato me cautivaba. Al día siguiente<br />

compré el tomo <strong>de</strong> la Pléia<strong>de</strong> que incluye Los contrabandistas<br />

<strong>de</strong> sal, ya que no está publicado en edición corriente.<br />

Pero ella tenía otro motivo para insistir, fuera <strong><strong>de</strong>l</strong> seminario:<br />

esa historia <strong>de</strong> correr <strong>de</strong> biblioteca en paisaje, tras un personaje<br />

real que se nos escapa constantemente, ¿no le recuerda nada?<br />

De pronto reconocí, con feliz asombro, mi propia situación:<br />

llevaba meses <strong>de</strong> biblioteca en paisaje, corriendo tras una<br />

joven <strong>de</strong> principios <strong><strong>de</strong>l</strong> siglo XVII que se me escapaba constantemente.<br />

Y acababa <strong>de</strong> escribir un libro sobre aquello. Des<strong>de</strong><br />

mi pequeño mundo, bendije los altos cielos. Si hubiese leído<br />

antes Los contrabandistas <strong>de</strong> sal, no habría emprendido mi propia<br />

investigación. Para empren<strong>de</strong>r algo más vale ser ignorante<br />

que pusilánime. Pero el regalo que esa tar<strong>de</strong> recibía era <strong>de</strong> otra<br />

índole. Al introducirme en su Nerval, esa joven, sin saberlo,<br />

había liberado al otro. Del mismo modo que en primavera el<br />

agua <strong>de</strong> los torrentes, liberada <strong><strong>de</strong>l</strong> hielo, se <strong>de</strong>sborda, toda la<br />

obra <strong>de</strong> Nerval me <strong>de</strong>sbordó. Su lectura me hizo crecer y me<br />

consoló.<br />

Presente doraco<br />

Y lo leí <strong>de</strong> un tirón —bueno, no, teniendo en cuenta el número<br />

<strong>de</strong> páginas, lo más probable es que hiciera alguna etapa, que<br />

me <strong>de</strong>tuviese alguna noche, por ejemplo, entre el relato <strong>de</strong> la<br />

Al introducirme en su Nerval,<br />

esa joven, sin saberlo, había<br />

liberado al otro. Del mismo<br />

modo que en primavera el agua<br />

<strong>de</strong> los torrentes, liberada <strong><strong>de</strong>l</strong><br />

hielo, se <strong>de</strong>sborda, toda la obra<br />

<strong>de</strong> Nerval me <strong>de</strong>sbordó. Su<br />

lectura me hizo crecer y me<br />

consoló<br />

búsqueda <strong><strong>de</strong>l</strong> libro sobre el sire abate y la obra finalmente caída<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> cielo: la historia <strong><strong>de</strong>l</strong> dicho abate contada en directo—.<br />

Digamos pues que lo leí sin un minuto <strong>de</strong> reflexión hasta el final<br />

en que Gérard, elegantemente, regala a la Biblioteca Nacional<br />

el ejemplar que acaba <strong>de</strong> adquirir en subasta, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

que un representante <strong>de</strong> la misma pujase contra él.<br />

—Espera, espera —dirás—. Conozco la escena, la he leído<br />

antes que tú, en Angélica. Gérard no regala el ejemplar a la Nacional,<br />

sino a la Biblioteca Imperial.<br />

—Sí. Porque entre la publicación en folletín <strong>de</strong> Los contrabandistas<br />

<strong>de</strong> sal que estamos comentando y la publicación en libro<br />

<strong>de</strong> Angélica que leíste, Francia cambió <strong>de</strong> régimen. El príncipe<br />

presi<strong>de</strong>nte Luis Napoleón se convirtió en el emperador<br />

Napoleón III, y <strong>de</strong> ahí el cambio <strong>de</strong> adjetivo.<br />

Pero ésa no es la cuestión. Imagínate<br />

qué suerte para mí, que no conocía<br />

casi a Nerval. Y para ti, que si sólo has<br />

leído una hija <strong><strong>de</strong>l</strong> fuego, que es una hija<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> aire, y un iluminado, que es un espíritu<br />

libre, siempre te faltará lo que les<br />

une: el aire <strong>de</strong> familia. <strong>La</strong> tía abuela Angélica<br />

y su sobrino nieto el abate son dos<br />

prisioneros que se eva<strong>de</strong>n, dos empecinados<br />

<strong>de</strong> la libertad. Y Gérard se les parece<br />

como una gota <strong>de</strong> agua. El abate, “que nunca renunciaba<br />

a una opinión”, acaba escapando <strong>de</strong> la Bastilla. Gérard se atribuye<br />

la misma obstinación: “A pesar <strong>de</strong> las digresiones naturales<br />

a mi forma <strong>de</strong> escribir, nunca renuncio a una i<strong>de</strong>a.” En<br />

cuanto a Angélica, que confun<strong>de</strong> la libertad con el amor, se<br />

obstina en amar a <strong>La</strong> Corbiniére que no es su tipo, igual que<br />

Gérard a su corista Swann O<strong>de</strong>tte y Robert Desnos a su cantante<br />

Yvonne George. Por eso, ahora me toca a mí aconsejarte<br />

que leas las cosas tal como surgieron <strong><strong>de</strong>l</strong> azar vagabundo, <strong>de</strong> la<br />

tinta fresca y las prisas, entre un 24 <strong>de</strong> octubre y un 22 <strong>de</strong> diciembre<br />

en Le National.<br />

Me gusta imaginarme a algún antepasado tuyo o mío —<br />

poco importa, con tal <strong>de</strong> que estuviese suscrito a ese periódico—<br />

divirtiéndose con <strong>La</strong> muerte <strong>de</strong> Rousseau, contada por<br />

Sylvain, el amigo <strong>de</strong> infancia que enseñó a Gérard a espantar<br />

a las urracas <strong>de</strong> sus nidos, y preguntándose cuál va a ser la siguiente<br />

digresión <strong>de</strong> este Sr. <strong>de</strong> Nerval (al que quizá ya haya<br />

escrito, como buen lector, a propósito <strong>de</strong> la ortografía o la<br />

heráldica), sin darse cuenta <strong>de</strong> que la mención habitual “mañana<br />

la continuación” ha sido sustituida por un “próximamente<br />

la continuación”. Y la cara que pone al día siguiente,<br />

durante el <strong>de</strong>scanso dominical, cuando abre el periódico, todo<br />

contento, y <strong>de</strong>scubre, en el sitio y en lugar <strong><strong>de</strong>l</strong> folletín esperado,<br />

la siguiente “nota <strong>de</strong> redacción”: “Deseoso <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r<br />

ofrecer, por fin, a nuestros lectores la Historia <strong><strong>de</strong>l</strong> abate <strong>de</strong> Bucquoy,<br />

el Sr. Gérard <strong>de</strong> Nerval <strong>de</strong>sea consagrar todo su tiempo<br />

a la persecución <strong>de</strong> su inalcanzable héroe. Nos rendimos a los<br />

<strong>de</strong>seos <strong><strong>de</strong>l</strong> historiador y suspen<strong>de</strong>mos el curso <strong><strong>de</strong>l</strong> relato, hasta<br />

el día en que haya recuperado el libro, que ya no podrá seguir<br />

escapando por mucho tiempo a su perseverante búsqueda.”<br />

Cuando nosotros volvemos la página, nuestro antepasado<br />

ha esperado diez días.<br />

Primer encanto: vivir la vida al mismo tiempo que Gérard.<br />

Acompañarlo a la biblioteca, tomar el ferrocarril o el ómnibus<br />

con él y su amigo bretón, <strong>de</strong> quien sólo sé que luce ¡una barba<br />

republicana! Pasear por el bosque y cantar “para allanar el ca-<br />

12 la<strong>Gaceta</strong> número 408, diciembre <strong>2004</strong>

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